En los silencios profundos de la noche,
cuando las estrellas son solo un eco distante,
la soledad se sienta a mi lado,
como una vieja amiga, inmutable y constante.
En sus brazos encuentro un refugio extraño,
donde los pensamientos fluyen sin barreras,
es un espacio de introspección y calma,
un espejo que refleja mis quimeras.
La soledad, con su manto de quietud,
es en su compañía donde me descubro,
donde cada rincón de mi alma desmenuzo letras.
En sus rincones encuentro mis musas,
mis anhelos, mis sueños no contados,
es un diálogo sin palabras, una conexión íntima,
con lo más profundo de mi ser, no alterado.
A veces, la soledad pesa como un yugo,
otras, es un alivio suave y necesario,
es la musa de mis pensamientos más claros,
y la sombra de mis días solitarios.
En su compañía aprendo a ser yo mismo,
sin máscaras, sin ruido, sin prisas,
es en su silencio donde hallo mi voz,
donde cada suspiro se convierte en brisa.
La soledad no es enemiga, ni castigo,
es una compañera que invita a la reflexión,
es en su abrazo que encuentro mi fuerza,
y la serenidad de mi corazón.
Así, en la soledad, me hallo y me pierdo,
navego sus mares de introspección profunda,
porque en su vastedad, en su quietud sincera,
descubro que también es parte de mi mundo.
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