domingo, 28 de mayo de 2023

SOL EN RETIRADA.

El frío del domingo
el mate de la tarde y cientos
de recuerdos dormidos
en la siesta casi inevitable
adormeciendo soledades
desconcentradas en busca
del refugio perdido.
Abrazos de nostalgias, caricias
y besos que fueron quedando
en el olvido de una vieja resaca
de sueños incumplidos,
una manta, un mate
y los leños compartidos,
encerrados en la memoria
del día que se va,los meses que pasan
y la vida que minuto a minuto
nos despide del sol, del abrazo
y del olvido, una vez mas,
como ayer, como hoy,
buscando en el silencio
al abrazo de las almas solitarias
en el encierro de la libertad.

sábado, 27 de mayo de 2023

ARTISTA.

Sus manos son orquestas de creatividad, 
danzan sobre el lienzo con la gracia de los amantes en la penumbra. 
Cada pincelada es un suspiro, 
una caricia que despierta al mundo de los sentidos. La paleta de colores se convierte en su cómplice, mezclando tonos que destilan emociones y cuentan historias secretas.
En su taller, el tiempo se desvanece, 
y solo queda la eternidad del arte. 
Los minutos son solo ilusiones mientras 
sus dedos expertos dan vida a su visión única. 
Cada trazo es un latido, un eco de su alma que se derrama sobre el lienzo con pasión y destreza.
El rincón de su creación es un refugio, 
un mundo donde las preocupaciones se desvanecen,
y solo existe el vínculo entre artista y obra. 
Las horas pasan inadvertidas, 
pues están sujetas al compás de su inspiración. 
En esta dimensión de colores y formas,
ella encuentra la paz, la libertad 
y la pura expresión de su ser.
El lienzo es un testigo silencioso de su diálogo con el universo. 
Cada pincelada es un verso de un poema sin fin, 
una melodía que se compone en tiempo real. 
La obra cobra vida, y a través de sus ojos, 
podemos ver el mundo como ella lo ve,
lleno de matices y significados ocultos.
El arte es su lenguaje secreto, 
la voz que no necesita palabras para contar historias conmovedoras. 
Mientras crea, se desnuda de inhibiciones
 y se sumerge en el océano de la expresión pura. 
Sus obras son espejos que reflejan la profundidad
de su espíritu y la belleza de su visión.
En cada pincelada, en cada obra, 
encontramos un pedazo de su corazón, 
una parte de su alma inmortalizada en colores y formas. 
Su arte es un regalo para el mundo, 
una ventana a su ser interior que nos invita 
a explorar la magia de la creatividad.

jueves, 25 de mayo de 2023

BELLA.

Ella es la conjunción perfecta 
entre lo etéreo y lo terrenal. 
Como una mariposa de porcelana, 
se desliza por el abismo entre el cielo y la tierra, 
con una fragilidad que oculta una fortaleza indomable. 
Su alma es como un cristal transparente, 
permitiendo que la luz de la creatividad fluya 
iluminando cada rincón de su ser.
Es una aventurera solitaria
 en el mundo del arte, donde su corazón 
es el compás de sus exploraciones. 
En sus manos, los secretos de su ser 
se derraman sobre lienzos en blanco, 
creando una sinfonía de colores y formas 
que cuentan historias que solo ella 
puede comprender por completo. 
Cada pincelada es un eco de su esencia, una ventana a su mundo interior.
La vida de esta artista es un lienzo en blanco 
que llena con las experiencias que teje día tras día. 
Cada tela que pinta, cada mirada que comparte 
y cada palabra que escribe son fragmentos de su propia historia. 
Sus creaciones son más que simples obras de arte; 
son pedazos de su vida y su espíritu, 
y revelan las profundidades de su ser.
Ella es un laberinto de maravillas, 
donde cada esquina es una sorpresa para los sentidos.
 Al conocerla, uno se adentra en un mundo 
donde la belleza se vuelve tangible, 
donde los colores se intensifican y 
los detalles cobran vida con una realidad impactante. 
Sus palabras, sus pinceles y su visión del mundo 
son sus herramientas para tejer su universo único.
Como el giradiscos de antaño, su vida gira en su propia cadencia, 
marcada por noches bohemias entre cuadros, poesía y relatos. 
En cada momento, ella es la protagonista silenciosa, 
la artista que deja una huella indeleble en el corazón 
de aquellos que tienen el privilegio de adentrarse en su mundo. 
Sin necesidad de mencionar su nombre, 
su arte la nombra a ella, la eterniza en cada trazo 
y la inmortaliza como una artista singular.


  

miércoles, 24 de mayo de 2023

NUMEN DOS.




 NUMEN DOS  
                       DIÉGESIS
 
Con la colaboración especial de:
                             Alberto Francisco Brestolli.
 
AGRADECIMIENTO A:  

Alberto Francisco Brestolli.                               Elena Ciccero.                      
Daniela Hermida.                                                Gustavo del Vecchio
Mirta Leonor Ferrari.                                           Haydee Domínguez.
Carlos Alberto López .                                         Sandra Rodríguez.  
                                     
 
 
A MI MADRE.
 
 
PRÓLOGO.

En estas palabras iniciales, quiero agradecer a mi querido amigo Osvaldito, que haya concedido el honor, de pedirme que escriba este Prólogo.Tiene una pluma muy sensible Osvaldito . . . ya lo hemos comprobado, al haber leído las cosas que escribió.Cada cuento, son una especie de Aguafuertes sentimentales, matizados con apuntes de viajero - ha viajado mucho por el país, Osvaldo . . . en donde aparecen el costumbrismo y pintoresquismo de nuestros lugares comunes y las marcas indelebles de nuestra generación, matizando con los recuerdos entremezclados de nuestra adolescencia y juventud, esas geografías que hemos transitado desde nuestra “ Juvenilla Ragiense “ hasta las primeras citas amorosas y las expectativas y esperanzas que nos despertaba la política.
En la interrelación, entre pasado y presente, nos acaricia el alma, al recordarnos las pilchas con que se vestían nuestros viejos y nuestros abuelos, los oficios que van desapareciendo (el caramelero, por ejemplo). Y los lugares y personajes que ya no están. . .Nos trae temas tan viejos como la injusticia, que, en la actualidad, todavía no han sido resueltos . . . como el aborto clandestino. . .No falta la Bohemia” . . . (se ve que le gustaba la noche a mi amigo) y tampoco la mención al fútbol _ Para este Galeano porteño y calamar.
Hoy nos toca vivir una época de grandes cambios... pero al bucear en los cuentos de mi amigo Osvaldo, podemos revivir historias de nuestro pasado _ no tan lejano _ y cerrando los ojos y mirando con el corazón, ver en ese espejo mágico, el camino que todos, de alguna manera o de otra, hemos recorrido. 
ARQ: Carlos Alberto López.

 ABUELO.  km. 0,05

Cuando el despertador sonaba a las cuatro y diez de la mañana, él se levantaba, comenzaba a vestirse: grandes y largos calzoncillos blancos, camiseta de igual color, camisa; pantalón con tiradores, corbata (no siempre la misma), luego de tomarse un café se colocaba el saco del traje, el sombrero marrón, se despedía con un beso y salía camino al trabajo. A cinco cuadras esperaba y tomaba el viejo bondi de aquella época con solo la puerta delantera, sacaba su boleto hasta Chacharita. Los colectiveros lo conocían y, más de una mañana, lo esperaban para dejarlo casi en la boca del subterráneo camino al centro, barrio de Congreso, subía a la superficie en la estación Callao, a veces ya amaneciendo, otras en plena noche. Caminaba un par de cuadras y llegaba a su lugar de trabajo. Un gran sótano, donde con la temperatura de los hornos parecía ser un verano constante. Allí cambiaba su ropa de color blanco (pantalón y camisa). Comenzaba con sus manos, que ya no tenían marcadas las huellas dactilares, a confeccionar uno a uno los caramelos que en la planta baja del edificio (o la planta de arriba para él), abría sus puertas cada mañana. La hoy mística y entrañable confitería “El Molino”. Él era caramelero, manejaba el caramelo líquido con gran habilidad, gracias a eso sus yemas estaban borradas, por la temperatura que tenían que soportar. También hacía bombones para fiestas patrias, moños, escarapelas con los colores patrios. Todo con caramelo. Al llegar las pascuas, sus manos se transformaban en chocolateras, fundiendo el chocolate para los famosos huevos de pascua que hacían que (en más de una oportunidad) diputados, senadores, ministros y gente de la alta alcurnia, le dejara joyas para que las pusiera dentro y que luego obsequiarían a su señora, esposa o amante que recibirán un regalo “sorpresa” dentro del huevo que podía ser de diferentes tipos de chocolate, todos de primera calidad. O dentro de la famosa rosca: en medio de la masa se podía encontrar alguna importante sorpresa, de valioso metal que pudiera soportar el calor del horno, sin dañarse. También podía pasar lo mismo al llegar las fiestas de fin de año con los grandes panes dulces, que eran una marca casi registrada de ese emblemático lugar. Mientras él iba y venía por la cuadra del sótano, como siempre contaba, sobre el techo que cubría el sótano, se cocinaba otra historia: allí diputados y senadores, rodeados de asesores, cocinaban lo que luego debatirían enfrente, en el recinto del Congreso… como pasó hasta el día definitivo del cierre de la confitería. Fue un sano refugio de presidentes, vices, ministros y la mayoría de los políticos de nuestra historia. Las anécdotas son interminables, yo tuve la posibilidad de formar parte de algunas de ellas en los años ochenta, sinceramente eran más picantes que las del reciento, ese salón, era fue (y ojalá algún día vuelva a ser), la verdadera cocina, donde se resolvían leyes en medio de cafés, gritos y muchas horas de conversación. En ese mítico lugar todos los días de martes a sábado, trabajaba mi abuelo Diego, a quien yo esperaba llegar, cada día, en la esquina de casa casi a las tres de la tarde, más o menos, para correr, alcanzarlo y abrazarlo. Él sacaba del bolsillo del traje, o un pedazo de chocolate o un paquete de figuritas para intentar lo imposible: completar el álbum, o por lo menos el equipo de Platense que cada domingo íbamos a alentar a la cancha de Manuela Pedraza y Crámer. Cosas, anécdotas, vivencias que pasan en Buenos Aires y nadie recoge, pero que yo recuerdo en las madrugadas, donde los ángeles me llevan a volar cada noche por algún lugar distinto, donde los afectos y la memoria juegan con la nostalgia y los recuerdos, cuando la luna baila entre las estrellas sonriendo en la rutina de los solitarios soñadores de la noche.
 
 
Blazer y corbata azul.  Km. 12,70

La tan maltratada escalera del vestuario, en el campo de deportes, quedaba justo frente a la cancha de fútbol. Ahí nos encontró muchas veces, por las tardes. Ese mágico momento donde, suavemente, se va confundiendo con la noche. Ese momento de cielo rojizo por el oeste, despidiendo otro día… Recuerdo esa tarde, porque también significó una despedida. Por aquel entonces ella acostumbraba a acomodar mi corbata azul, yo hacía lo mismo con su largo cabello castaño claro y que, con toda intención, enredaba entre mis dedos, como un juego, en cada encuentro. Era maravilloso verla soltar esa cabellera, al salir del colegio. Ella lo sabía, conocía la sensualidad de ese detalle, cuando lo dejaba caer sobre su blazer azul… Pero esa tarde no fue (ni sería) una más. Después de un rato de acariciarnos, abrazarnos y mirarnos, silenciosamente, entendimos que ese no era un día más para nosotros: era el último.
Decidimos terminar esa relación. Los dos teníamos miedos, los lógicos en la época de adolescente: el miedo al futuro, a los proyectos… miedo a crecer. Y lo mirábamos con algo de desconfianza, ya lo teníamos encima. Tal vez el mismo miedo a la libertad que se veía detrás de aquellas rejas, sobre Libertador… Nos esperaba, en pocos meses, un porvenir incierto, pero porvenir al fin y compartirlo como ella pretendía a mí no me convencía. Nos abrazamos, con la decisión tomada. Hay abrazos que son indelebles: no se borran jamás. Ese de aquella tarde fue así. Lo supe muchos años después. En ese momento me parecía que era lo lógico, terminar sin más. Nos tomamos de la mano, fuertemente, por última vez. Ella se retiró enseguida, con cara de enojada y se fue a la casa. A mí me esperaba el entrenamiento, que no cambiaba por nada. Las cosas esenciales son más importantes o no según el momento de la vida, en ese momento era el entrenamiento… Unos días después nos cruzamos en la escalera, frente al cuartito de campamento donde, con otros amigos, nos reuníamos a tomar mate, en el recreo largo. Ella estaba subiendo, se acercó y me dijo al oído, casi susurrando: "Te espero en la Cachila, en el recreo que viene”. Si me lo pedía así, no podía fallarle. Cuando volví al taller, le comenté al profe que tenía un compromiso ineludible y, como siempre, cuando le decíamos la verdad, me respondió: "vaya y pórtese bien... pero vuelva". Sonó el timbre, bajé corriendo la vieja escalera y el pasillo de talleres; llegué a la Cachila y, mientras me iba acercando, miraba su figura desde lejos, hermosa… pensé mil cosas a cada paso. Nos sentamos con la espalda sobre las rejas, mirando la calle debajo de los árboles, como lo hacíamos tarde a tarde, en cada recreo donde siempre teníamos cinco, diez o hasta quince minutos para vernos. Como un ritual, encendimos un cigarrillo y enseguida, sin darme cuenta, me entregó un papel enrollado. Era un dibujo hecho por ella, dedicado a mí. De sus ojos brotaban lágrimas, pequeñas, tímidas, suaves. Como ella. Y dijo: "Algún día encontrarás la mujer de tu vida y ojalá sea ésta que dibujé pensando en vos y para vos". Le acerqué mi pañuelo y secó sus lágrimas de a una, con algo de pudor. Me provocó una sonrisa y, enseguida, sin darme cuenta, solté una carcajada. Ella endureció su rostro y, retirándose, simplemente dijo: "No entendiste nada..." y se fue, recogiéndose el cabello, hacia el aula, antes de que el timbre comenzará a sonar. Y es cierto, no había entendido nada… Pasaron muchos años, no supimos nada uno del otro en todo este tiempo, nos “desaparecimos” mutuamente. Pero conservé ese dibujo, en medio de cartas con la tinta apenas legible, viejas estampillas y banderines que alguna vez supe coleccionar. Todo este tiempo que pasó, las vivencias, las experiencias buenas y malas sirvieron para que, con el transcurso de los años, las cosas tomaran otro valor, el que debían haber tenido en su momento. Hoy, con más de cincuenta años en la espalda, tenemos otra oportunidad y tratamos de aprovecharla. Como dice Fito, en alguna canción: “Nos encontramos sin buscarnos…”, o tal vez sí. Los dos sabemos, mucho mejor que aquel día en que me entregó el dibujo, que todo es posible sin importar la edad, ni los años que nos quedan por delante. Importan las ganas de caminar juntos, acompañados y de la mano siempre, como lo hacíamos sentados frente a Libertador, mirando pasar la vida… El dibujo lo encuadré, como corresponde, antes de que perdiera esos hermosos colores que sus manos le dieron vida. Ahora corona un rincón de mi habitación preferida. Ese lugar donde, a menudo, tomando mate o escuchando música pasamos horas interminables, tratando de recuperar el tiempo perdido y recordando, de vez en cuando, un pasado donde el arrepentimiento no tiene lugar, ya está, fue así. Sí valorar la experiencia, los hijos… la vida. Todo eso, lo bueno y lo malo, hizo que hoy nos encontremos para disfrutar de las cosas más sencillas de todos los días. Quizás con temores lógicos, no pasaron en vano los años, pero convencidos de que jamás nos podríamos lastimar. Ya no. La vida nos puso a prueba más de una vez y salimos ilesos, hubo algunos golpes y alguna zancadilla, pero nos levantamos y seguimos caminando, siempre para adelante hasta llegar a hoy, ese “hoy” que nos encuentra compartiendo un café en alguna esquina, tal vez un mate a orillas de un pequeño río cordobés o en la arena de alguna playa, disfrutando del sol. Saboreando el día a día, como un festejo de encuentro y de comprensión, hasta tanto la vida quiera seguir sacándonos una sonrisa a la luz de la luna o en la noche más oscura, pero viviendo la felicidad de una adultez compartida sin reproches ni reclamos, simplemente entendiendo, con caricias y abrazos y reviviendo esa interminable conversación de cada encuentro. Ese donde volveré a jugar con su cabello (hoy no tan largo) y ella jugueteará sobre mi cabeza ya completamente pelada, recordando los tiempos del blazer y la corbata azul, reviviendo como si fueran la primera vez, aquellos besos que nos regalábamos en los inolvidables recreos, en la semioscuridad de la Cachila, sentados contra la reja del campo de deportes y el cielo rojizo, allá por el oeste...
 
* 345 JBC.   Ruta 2.  km 149,30
 
Lunes 20 de febrero del ’84, Tigre. Día para hacer un marco y colgarlo en el medio del living. Esa tarde el calor era sofocante en Buenos Aires, la costa del río estaba hermosa; de noche había mucha gente paseando. Descansando sobre el pasto, cerca del agua, las familias o grupos de amigos se reunían a conversar y disfrutar un poco del aire fresco, aunque solo una pequeña brisa corría suavemente mientras, el reloj del viejo hotel, seguía girando sobre el mirador. En una hora más terminaría ese día tan agotador, que no olvidaría.
Unas horas antes, en Vicente López, me había reunido con mis hermanos en una escribanía. Después de la muerte del tío Julián, ese día se abría su testamento y, por pedido del escribano, nos reunimos en su oficina. Saludos fríos, lejanos. Todo estaba mal y, como se preveía, todo terminó mal, muy mal: muchos gritos e insultos por todos lados. Bueno, para todos lados no, todos apuntaban a mí. Había un sorteo de trompadas y yo tenía todos los números. La plata vuelve salvaje al que no la tiene… y más si la esperaba. Se enojaron mucho conmigo, creo que no nos veremos más, eso dijeron entre insultos. El tío dejó todo a mi nombre, eso hizo explotar la bomba. No sé por qué, si yo no había escrito el testamento, ni se lo dicté pero parecía que yo había comprado la mecha. Se había vuelto habitual el vernos cada vez menos, muy poco o nada: en cada velorio… o en cada apertura de testamento. Los cumpleaños ya no nos unían, mucho menos las fiestas de fin de año. Hacía años que estábamos distanciados, desde que fallecieron los viejos. No sé por qué se ofenden o se asombran si del tío no se acordaban ni el nombre…
Unas horas después, fui hasta la costa de Tigre, para relajarme un poco, siempre lo usaba como mi lugar para desconectarme. A las once de la noche no quedaba mucha gente paseando. Después de dar unas vueltas, pude estacionar, mirando al río… y ahí me quedé. La gaseosa que había comprado ya estaba caliente; “quizás pasé algún vendedor”, pensé. A menudo pasan, los había visto en otras oportunidades. Cada vez que podía iba seguido a ese lugar, tiene algo de magia. Aprovecho y escribo, pienso, hablo con la luna, lleno cuadernos con locas poesías de amor. Simplemente mirando, observando, imaginando. Después, algunos amigos o amigas, cuando las muestro, me adjudican romances con tal o cual, eso me divierte mucho. Primero me enojaba, con el tiempo les daba la razón, para terminar con el tema rápido… y estirar su intriga.
De pronto, caminando casi en la orilla, veo pasar a una chica que cargaba una gran mochila. Se acercó a pedirme un cigarrillo, era llamativa su actitud. La mochila parecía pesada, alta para su físico, aunque parecía llevarla sin problemas, como una extensión de su espalda. Se lo di y le ofrecí fuego, me agradeció. Siguió caminando, no mucho, unos veinte metros y se sentó en el pasto, ahí quedó mirando el río. Hice lo mismo y abrí el cuaderno, escribí algo. No recuerdo qué. La luna brillaba sobre el río en ese punto donde se encuentra con otros. Por suerte pasó el tan esperado señor del carrito que vendía gaseosas y helados. Me compré una gaseosa. La chica se acercó, conversó con el señor, pero no compró nada.
En minutos estaba a mi lado, me pidió otro cigarrillo “para el regreso”, me dijo. Le di fuego y le pregunté a dónde iba. Me dijo “de vuelta, no sé, a cualquier lado, no tengo cómo ni dónde…”. Me pidió un poco de gaseosa, yo tenía la botella en la mano y se la pasé. Me intrigó.
- ¿Cómo no sabés?
- No sé - me dijo - ¿me podés dar algo, unos pesos?
- Voy para Belgrano, si querés te alcanzo.
Los mochileros son así: recorren, recorren y siempre terminan donde quieren.
- ¿Vos hacia dónde vas? ¿Al sur, al norte? Yo fui algunos años mochilero.
- No soy mochilera – contestó seca.
- ¿Qué hacés por acá?, le pregunté.
- No sé… llegué – tenía una tonada de provincia.
- ¿Sos cordobesa? - pregunté.
- Sí, de La Falda - me dijo.
- Lindo lugar - comenté.
- ¿Conocés?, preguntó.
- Sí, claro – le contesté.
- Me llamo María del Carmen, pero me dicen Marita. Un gusto – y me dio la mano con algo de desgano. Me preguntó qué hacía ahí. Le mostré el cuaderno y, enseguida, corrigió mi ortografía.
- Linda - me dijo -. Pero tiene errores, muchos.
- Sí - le contesté - soy un desastre con la ortografía, no cambio más.
- Tenés que aprender las reglas, después es fácil.
- Estoy en contra de las reglas – retruqué, con una sonrisa.
- Bueno, sos un rebelde más - me dijo.
- ¿Vos qué hacés? - pregunté.
- Soy psicóloga, pinto, como hobby.
- Aquí es un lugar hermoso como para hacerlo ¿por qué no lo hacés?
- No. Dejé todo. Bah, perdí todo - me dijo.
- ¿Adónde vas? - repregunté.
- No lo sé – repitió - Cuando pueda vuelvo a Córdoba, aquí me pasó de todo y allá perdí todo. Ya veré… ¿qué hora es? - preguntó - ¿Me avisás a la una?
- Falta poco ¿qué pasa a la una?
- Dicen que sacan los restos en la hamburguesería. Voy a ver si consigo algo… - y siguió caminando.
- ¿Aceptás que te invite? Yo tomo algo…
- No, gracias, ustedes los porteños no hacen nada gratis, después me vas a pedir otra cosa, seguro.
Me costó convencerla, pero aceptó, con reservas. Cuando llegamos me dijo “no bajo, estoy impresentable. Nos van a echar, ya me pasó antes, en otro lado, que quise pasar al baño”. Insistí y fuimos al más cercano. Entramos, pedimos algo rápido. La miraban (nos miraban), mucho, pero nadie dijo nada. “Hace casi dos días que no como…”. Se notaba, aunque comió muy despacio mientras conversábamos. Le pregunté si quería pedir otra cosa. Dudó, “¿Sí o no?”... le pedí otra hamburguesa. No me equivoqué, con otra quedó conforme.
Luego nos sentamos en la vereda de una heladería a una cuadra y tomamos un helado. Conversamos mucho. Le pregunté si aceptaría seguir conversando en casa, ahí se podría bañar, cambiarse, tendría su habitación. Sin drama ni compromiso, a cambio de nada. En todo caso, seguir conversando. En esto también insistí y aceptó. “Pero no te zarpes”, agregó. De camino compré cigarrillos y gaseosas.
Manejé despacio por Libertador, velocidad crucero. Ella iba mirando todo y todo le gustaba. Al pasar por Libertador y Gral.Paz le mostré donde había estudiado y le señalé el escudo que tenía en el auto, en una calcomanía.
- ¿Qué estudiaste? - me preguntó.
- ¿Yo? Soy Maestro Mayor de Obras – le dije.
Me preguntó si la estaba jodiendo, “no, para nada”, le dije. Me dijo que ella también. Extendió la mano junto a “un gusto colega”. Sacó de la mochila los documentos y me mostró su matrícula. Paré, saqué los documentos y le mostré la mía. Me mostró una tarjeta y me dijo: “Toma la última, guardala”. Decía “Licenciada en psicología” con el número de matrícula. “Ah, bueno, esperá…”, y le di la mía: “Licenciado en historia del arte”.
- Ahhh, bueno - dijo ella - ¿para qué estudiamos construcciones?
- La vida es una diaria construcción - le dije.
- Es cierto, pero vos debés una materia – me sorprendió.
- ¿Cuál?
- Ortografía – me dijo y nos reímos juntos.
- Bueno, digamos que esa la robé… ¡por fin te reíste!
- Sí, la verdad. Aunque no por qué, no estoy para risas – cambió su cara.
Llegamos a casa. Entré a la cochera, subimos con su mochila al departamento. La previne del “posible” desorden del departamento, cosa que no ocurrió porque Luisa había ordenado todo. Le ofrecí que tomara un baño, mientras preparaba unos mates. La esperé en el balcón. La vista que tenía de la ciudad era incomparable: Olleros y Libertador.
Cuando salió de la ducha me pidió si tenía algo, una remera o camisa. Le di lo primero que tenía, cuando se lo puso se acercó al balcón. Cuando nos tranquilizamos pudimos compartir unos mates y empezar una conversación.
“Señorita esta es mi casa, bienvenida”, fue una manera amable de empujarla a que se sintiera cómoda y también de abrir una charla. Le pregunté qué le había pasado. Ella, con alguna carraspera nerviosa, se acomodó en su asiento y, mirando algún punto en el horizonte, como tratando de armar su relato, terminó el mate y me lo pasó.
- Yo vivía en las afueras de La Falda pero estudié en Córdoba. Vivía con mi viejo y un hermano. Ellos me ayudaron con mis estudios, como pudieron. Cuando me recibí empecé a buscar trabajo, pero nunca tuve buena ropa como para presentarme, como las otras. El día de fin de año, después de brindar con los dos al rato nos fuimos a dormir. Los dos tomaban mucho y se durmieron enseguida, al rato una cañita, o no sé qué, pegó en el techo y empezó a arder la casa. Hice todo lo que pude, los vecinos ayudaron con baldes, intentaron apagar el fuego pero fue imposible; los bomberos llegaron una hora más tarde… estaban de festejo. Esta mochila con documentación y algo de ropa la tenía preparada para irme a San Luis y fue lo único que quedó sano. Mis ahorros se fueron en el entierro y mis vecinos, otra vez, me juntaron algo de dinero; otro vecino camionero me dejó en el Retiro (¿así se dice?), cerca del puerto. Tomé el primer tren que salía y lo tomé… no sé ni dónde estoy - lagrimeaba en silencio - . Voy a salir adelante pero no a cambio de entregarme, eso no. Prefirió no seguir con la conversación, se levantó disculpándose y me dijo que iría a lavar su ropa.
Mientras preparaba otra pava de agua le fui mostrando los lugares de cada cosa. En un momento me miró y me preguntó qué era de mi vida, le contesté que no sabía muy bien.
- Yo no sé qué haré; en principio hoy, dormir o seguir tomando mate, mañana veré, pensaré… pensaremos.
Me preguntó sobre mi familia y, por los acontecimientos que habían pasado, le contesté que desde el día anterior, creía que ya no tenía. Le conté que mis viejos ya no estaban, como los de ella. Un tío que yo quería mucho, mediante un testamento, me había dejado todo a mí, lo que provocó que mis dos hermanos, en la escribanía, se enardecieran y me quisieran golpear. Dejé que siguieran gritando, me fui a caminar al río y… nada, que al otro día vería qué hacer. Quiso saber sobre mi esposa, novia o algo. Le dije que no había tenido tiempo para eso y agregué: “Estoy solo, ni compañera ni hijos. Así de simple”.
Encendí un cigarrillo, le ofrecí, los dejé sobre la mesa. Fue al lavadero, cuando volvió me pidió perdón por no pedir permiso. Entonces la tomé de la mano y le dije. “Marita, no pidas permiso o perdón a cada rato, hace de cuenta que es tu casa”.
Empezaba a amanecer, después de tender la ropa lavada fuimos a dormir. “Hace mucho que no duermo en una cama”, dijo con cierta nostalgia. Cerró la puerta y yo hice lo mismo. Dormí enseguida.
Martes once. A las diez de la mañana me golpeó la puerta. Ya estaba despierto. Al llegar a la cocina veo preparado el desayuno y le comenté que acostumbraba a hacerlo después de correr, pero ese día ya era tarde. Vi que sobre la mesa estaba abierto el diario, en la parte de los clasificados, y unos cuantos círculos marcando algunos. Aproveché que fuera a vestirse para espiar alguno de esos avisos, casi todos eran por la zona y eran referidos a “ayudante de panadería”, de lavadero o “chica con cama adentro”, todas esas cosas por el estilo. No me gustó nada y, cuando volvió de vestirse, le dije que esos avisos marcados no eran para ella. Me dio la razón, pero me confesó que no era nada fácil conseguir algo un poco mejor. Le pregunté si dejaba que la ayudara y aceptó. Mi oferta era que fuera mi secretaria por unos días, que le pagaría, que debería encontrarme con un abogado, después ver al escribano y debíamos ir al campo. Entretanto iríamos viendo algo relacionado con su profesión. Se entusiasmó, empezaríamos enseguida, debía acompañarme pero se negó a salir con la ropa que tenía puesta, a lo que le pedí que no dijera nada, que lo dejara en mis manos.
Fuimos hasta Cabildo, a una galería. Entramos a un local y Viviana dijo. “¡Cayó piedra! Tanto tiempo ¿en qué andás?”. Mientras me recibía de esa manera tan familiar, miraba a Marita de arriba abajo. Le comenté que necesitaba de su “sabia” ayuda, las presenté y le dije que, por favor, nos asesorara sobre algunas ropas para ella. Le trajo unas cuantas prendas para probarse, ella me pedía la aprobación y yo le decía que, si ella estaba cómoda, estaba bien para mí. Después cruzamos a una zapatería, donde hicimos lo mismo. Fuimos a varios lugares y se aprovisionó de lo necesario.
Para redondear ese día de compras, después fuimos hasta una concesionaria. Tenía en vista una coupé, recién salida al mercado, era un “fierro”. Hablé con el gerente (que ya conocía) y tuvimos que regañar, no el precio sino el día de entrega: él me decía “en quince días” y yo amenazaba con irme a otro lugar que me lo daban el jueves.
Finalmente, como siempre, el dinero manda y prometió entregarlo el jueves. Cerramos trato y quedamos en que me llamaría el miércoles a la tarde.
Volviendo para el departamento compramos algo para almorzar. Cuando nos acomodamos, Marita me preguntó qué era de mi vida. Y le conté.
- Mirá, trabajaba a con mi tío, iba y venía con él, me pagaba muy bien, era el tío que falleció hace poco. Como te conté, mediante la herencia, me dejó unas casas y unos departamentos, un campo en Chascomús y algo en Misiones, que debo seguir haciéndolo funcionar. Solo no puedo y a los abogados les tengo un poco de desconfianza, ni te cuento a los contadores… - hice una pausa y la miré fijo, le dije - . Pero vos me podés ayudar, si querés te voy interiorizando. Si te parece, juntos creo que podemos hacer algo lindo.
La idea la sorprendió pero no le pareció mal, al contrario, la entusiasmó. Entonces, sin tiempo a que contestara, la llevé a mostrarle la otra habitación y quedó fascinada. “Acá trabajaremos: escritorio, biblioteca, música. Todo está aquí, no oculto nada, agarrá lo que quieras”, le dije. Se detuvo en una foto, eran mis padres le dije. “Qué bueno, yo no tengo de los míos, quisiera tener de mi madre”. En un momento se puso como enojada. “¿Esa foto?”, preguntó.
- Es del treinta de octubre, el año pasado en el Cabildo, cuando asumió el presidente.
Ella lo miró con desprecio, me preguntó si era radical, le dije que sí. Enseguida dijo que se iría, había pertenecido a la Juventud Peronista.
- No creo que nos llevemos muy bien – aseguró. Le dije que tal vez los dos queríamos lo mismo, pero siguió negándolo.
- Yo primero quisiera saber dónde está mi madre, militaba y en el setenta y siete no la vimos más. No sabemos qué pasó, era montonera y dicen que se la llevaron, pero nunca no supe más de ella.
Le mostré papeles en un cajón del escritorio de la APDH y la CONADEP. “¿Sabés qué es esto?”.
Entonces le conté que yo colaboraba con ellos, y que podía averiguar qué había pasado con su madre. Se quedó callada y salió al balcón. Se quedó un rato mirando el río, aproveché para preguntarle la edad: “te dije veintiséis”, a la pregunta de cuándo su respuesta fue “el veinticinco de octubre”. Traté de cambiar de tema y seguimos hablando de otras cosas, entre ellas, de su pelo y mi barba y se ofreció a recortármela. “Me la dejé para molestar a la cana”, dije sonriendo.
Cuando fuimos a pasear, esa tarde, me comentó que no estaba acostumbrada a esos zapatos, los de tacos finos y altos. “Te vas a costumbrar…”, le dije tranquilizándola. Paramos en La Biela, en la vereda. Esa vereda, una noche de verano, debe ser el mejor lugar de Buenos Aires para sentarse a tomar algo. Para cerrar el paseo, cuando íbamos camino al coche, le pregunté si sabía manejar. Me dijo que sí, pero no tenía registro, entonces fuimos a Parque Saavedra y la dejé tomar el mando. Sabía manejar muy bien, tanto que manejó hasta el departamento, incluso estacionó. Reconozco que fue una imprudencia pero había poco tránsito. “Fierrera”, le dije. Me comentó que le encantaba manejar. La noche se terminaba, a la mañana iríamos a correr un poco, había que descansar.
Miércoles doce de febrero, ocho de la mañana. Me levanté y fui directo a la cocina a preparar mate (era mi rutina antes de salir a correr) y ni reparé en ella. Me sobresaltó su saludo, su “buen día”. Era agradable saber que estaba ahí, una fugaz sensación de bienestar me atrapó por un momento. Después de estar un rato en el balcón, conversando, se ofreció a acompañarme a los bosques para correr conmigo. Hicimos un par de vueltas y emprendimos la vuelta. Le encantó el lugar, eso hizo que pensara en comprarle la ropa adecuada para venir al otro día conmigo. Lo haríamos por la tarde, después de otra cosa que tenía pensado hacer…
Debíamos ir al centro, no era una sorpresa, pero creo que ella se había olvidado de mi promesa. Llegamos hasta donde se hacían las denuncias de la CONADEP. Ahí empezó a entender que podía confiar en mí. Mientras conversé con el grupo que trabajaba, ella se sentó a esperarme. En un momento, hago un aparte con una amiga y le comento lo de la mamá de Marita. Esa amiga era Alicia y fue muy atenta con mi pedido. Armamos el expediente, juntos, “con estos datos veremos, vamos a investigar - me dijo -. Viajo a Córdoba el lunes próximo, ahí veo; después te cuento”. Le comenté a Marita que tenía para una hora o un poco más y le dije que, si quería, fuera a caminar un poco, a conocer la calle Corrientes. Le pareció una buena idea, me dio un beso y se fue. Ese era el primer beso que recibí de ella, me gustó. Nos encontramos a la hora convenida y fuimos al aeroparque, a pasear, antes de volver al departamento.
Aún llegaban los últimos aviones, creo que salían los últimos del día. Quedó deslumbrada, luego caminamos bastante; nos sentamos a tomar café frente al río, en una cafetería muy acogedora. “Cuando regresemos debo hacer algunas tarjetas, a ver si puedo empezar a ejercer. Eso me gustaría”. Luego planeamos el viaje. “¿Llevo algo de ropa, volvemos enseguida?”, preguntó. Le dije que no sabía. “Bueno, mejor que lleve”, me dijo. “¿Sabés qué estuve pensando? Si seguimos una semana a la costa, después comenzará a cambiar el clima, aprovechamos el verano que está lindo”. Me dijo que no conocía nada, “me encantaría conocer el mar”. “Mañana, después de correr, vamos. Comprá lo que necesites”. “Sí, pero no me gusta donde fuimos, me gusta elegir a mí, soy más sencilla que ahí.” “Tengo una idea, a ver qué opinás…”, caminamos por Cabildo y “¿Ves? eso me gusta más, prefiero elegir yo o consultarte. Ahí es muy caro, te imponen, eso no va conmigo”, me dijo. Al rato volvimos caminando a buscar el auto: “Mañana debo ir a la agencia, haceme acordar”. “Dale, necesito una agenda también, eso sería lo primero”. Caminamos mucho, ya caminaba sobre tacos, le comenzaba a gustar y lo decía, “me siento muy bien, muy mujer”, “¿cuándo lo dudaste?”, le dije. “Después te cuento”. “Hoy me tomaría un trago en casa ¿vos tomas alcohol?”, “Sí, me gusta, pero no mucho, mi padre tomaba demasiado, mi hermano también, yo poco; tomaban vino, a mí no me gusta”, “tomaría un whisky, ¿te animás a tomar uno?”, “Sí, dale. Me gusta”, “vamos, después tomamos café o mate o antes como vos prefieras, le dije, nadie nos apura”. Volvimos a casa, “¿qué querés primero?” le pregunté, “así conversamos, luego vemos…” Nos sentamos en el estudio a escuchar música muy suave y matear, me dijo que era muy especial, “tengo miedo de que esto se corte, es muy reciente, tengo miedo de muchas cosas, aunque no parezca. “¿Por qué no me las decís? Decime una”. “A los hombres aquí, son muy diferentes a los de mi pueblo, allá nos conocemos todos, aquí no conozco a nadie solo a vos, se hacen mucho los vivos, acá todos, hombres y mujeres, se creen muy ‘piolas’ como dicen y son muy superficiales, sola aquí no sabría qué hacer ¿te puedo pedir algo? Si algún día me echás o decido irme, comprame un pasaje a Córdoba, nada más… el resto que fluya”. “Esto es genial, pero contame ¿qué harás vos con todo tu lío? A ver si puedo ayudarte, así lo vamos organizando. Te cuento lo que pensé, vos me decís si estoy equivocado: con respecto a los departamentos le voy a decir al escribano que se los pase a mis hermanos, que hable él (o los llamas vos), eso lo veremos. Yo me quedo con este, la casa de Martínez, el resto a ellos y me quedo con los campos de Chascomús y Misiones. Pensalo y me decís, pero cuando regresemos el auto no lo vendo, me quedo con los dos. Este lo vas a manejar vos para ir y venir a donde sea y sacás el registro, el efectivo lo pongo en una caja de ahorro para mis sobrinos y el resto… a disfrutarlo. Después me decís qué opinas, voy a cambiar la yerba y vuelvo.
- Está bien, es coherente – dijo -, pero el auto queda a tu nombre, yo solo trabajo para vos, convenimos un sueldo o algo así, como para disponer de mis gastos.
- Sí, está bien, es comprensible.
- Quisiera decidir mi presupuesto sin consultar.
Me pareció bien. Descansamos un rato, con música de fondo. Fuimos al escritorio, elegimos algo “tranqui” porque me dijo que quería conversar.
- Decime ¿por qué estás con el tema de los derechos humanos? Me interesa - me preguntó repentinamente.
- Es largo… o no – dije -. Bueno, es simple: durante la dictadura, cuando muchos festejaban el mundial, yo sabía que torturaban gente; a muchos amigos no los vi más, sabíamos que nos buscaban. Fue muy difícil, siempre me opuse al autoritarismo tanto de un lado como de otro, pero hagamos un trato no peleemos ¿ok?
- No sé por qué me lo decís. Jamás pensé hacerlo…
- Pienso que el peronismo es autoritario, es todo por Perón o Evita, me gustan las cosas más consensuadas.
- Es probable, pero no es mi fuerte - me dijo -. Te dije “peronista” porque mi vieja era peronista, nunca milité, es más, después de lo que pasó con ella, me asusté mucho y, en vez de actuar como vos, hice todo lo contrario, me dediqué solo a estudiar, a no quedarme como se quedaron ellos a luchar por mí. Después pasó lo que pasó y aquí estoy pero no pienso parar, sola, con vos o con quien sea, uno, una, o muchos seguiré adelante.
- Me parece perfecto, yo voy a acompañarte.
- Lo estás haciendo - me dijo
- ¿Por qué brindamos? A ver, decime.
- Bueno, yo brindo por haberte conocido y ¿vos?
- Yo por el rock nacional.
Me dijo “dale, bailemos”, nos paramos. Bailamos dos temas, le dije que paráramos, dijo “¿por qué?”
- Escúchame, abajo vive gente que a esta hora duerme, nosotros estamos saltando y bailando, ya tuve problemas, no quiero tener uno más.
- Uy, entonces lo que pensé hoy era acertado. Me dijiste de quedarte a vivir acá y una casa en no sé dónde, yo pensé ‘dijo al revés’. Quédate en una casa y esto lo tenés para venir cada tanto o alquilarlo, pero sería mejor vivir en la casa, tranqui. No jodés a nadie ni te jode nadie.
Tenía razón, le dije que lo pensaría. Nos acomodamos con algo para tomar, un poco de música suave, para conversar. Le pregunté, entre mate y mate, adónde iba a bailar.
- Iba muy poco, nos conocemos todos; ir a la ciudad quedaba lejos. Íbamos los sábados a la noche en barra.
Sentados en el living veíamos la ciudad, casi a oscuras, nos iluminaba la luz de la cocina, nada más. Estábamos los dos en el sillón, yo en una punta y ella en la otra, ambos con un vaso de whisky. Me levanté y encendí un cigarrillo y le ofrecí uno. Se paró y se sentó en la reposera. Esa noche nos coqueteamos mutuamente; en un momento quedamos enfrentados, cara a cara, nos acercamos un poco, de a poco, y nos besamos. Tuvimos una sensación compartida, creímos en un momento ser de nuevo adolescentes. Nos pareció que revivíamos esos besos de juventud con todas esas mariposas dando vueltas por ahí. Esa noche dormimos cada uno en su dormitorio. Eran las cuatro de la mañana.
Jueves 13. A las nueve ella estaba golpeando muy despacio la puerta, me desperté. Me dijo que enseguida volvía para desayunar. En pocos minutos, de regreso, estaba abriendo un delicioso paquete con medialunas. Me saludó con un beso. Le propuse que, mientras se cambiaba, yo prepararía el desayuno. Así fue.
Cuando se acomodó y después de contarme las cosas que había comprado me dijo, con cara un tanto tensa, que quería contarme algunas cosas sobre ella y su vida, para aclarar algunos temas pendientes.
- Si te molesta me lo decís, me cuesta contar sobre mi vida... – hizo un breve silencio con una carraspera nerviosa -. Hace unos días, cuando decidí venirme, anduve buscando alguien que me trajera, desde La Falda fui a dedo a la ciudad, ahí de nuevo a dedo a Santa Fe y después a Zarate; me tocó un tipo piola pero cruzaba a Entre Ríos, entonces ahí quedé varada algunas horas y se ofreció un hombre con un auto, me dejó el domingo en “Buena vida” cerca de Tigre, creo que por Benavidez, pero antes, sobre una ruta muy angosta; paró en la banquina y me violó, traté de resistirme lo más que pude, me ató, me tapó la boca y después me tiró del auto. Como pude llegué a una comisaría, intenté hacer la denuncia. Cuando relaté todo lo que te conté, me dijeron que yo me la busqué, por eso estaba en Tigre perdida. Esa fue toda la respuesta. Estuve todo el día sin saber qué hacer y sin comer, hasta que nos encontramos. Todo lo que te dije del tren y Retiro es mentira. Mi gran miedo era quedar embarazada, eso es todo - entre lágrimas silenciosas paró un segundo de contar y siguió -. A las seis me desperté, ya puse las sábanas a lavar, pero no tenía protectores, fui a comprar… y aquí estoy.
Me levanté y la abracé. Insulté un rato y después le propuse seguir con lo programado. Le pregunté si estaba bien o si quería descansar. Me repitió que estaba bien, que estaba por suerte indispuesta, no enferma. 
Entonces nos pusimos en marcha dispuestos para la larga lista de cosas pendientes para ese día: hablar con la agencia para retirar el coche, llamar al jardinero de Martínez, dejar en orden el banco y otras cosas más.
Lo primero que hicimos fue buscar el coche. Era hermoso. Eso fue lo primero, después fuimos hasta Martínez para ver una casa. Ella quedó deslumbrada, estaba bien mantenida, bien cuidada: el jardín, las plantas, la pileta, todo estaba como para habitarla en ese momento.
- Al regreso veremos qué hago…
En unas hojas hizo un bosquejo de la casa, rápido, observó todo, me preguntó por los planos, le comenté que los tendría el abogado o el escribano. Fuimos a verlos, nos hicieron una copia. Le avisé a la secretaria que me iría a Chascomús y arreglaría cuando volviera. Convinimos que nos iríamos el sábado. Antes de cenar nos fuimos al escritorio y planificamos algunas cosas para el viaje y para después, al regreso.
- Con esta copia te voy a hacer una distribución de la casa, luego lo conversamos – estaba entusiasmada. La acerqué hacia mí y le di un beso.
Durante la cena me preguntó adónde iríamos de paseo, le pregunté adónde querría ir ella y me dijo “cualquier lugar donde descansar, tomar unos mates y podes escribir algo…”. Cenamos, en el balcón tomamos café y dijo. “Necesito, para hacer bien las cosas, los montos de dinero. Ahí vamos viendo los gastos, qué se puede hacer, eso tenés que moverlo, en plazos fijos, consultá con alguien que no sea ese contador ni el abogado ni el escribano. Yo quiero reunirme luego con alguien neutral y que me informe a diario, creo que te están cobrando por cosas que podemos hacer nosotros, yo no las hago sin antes consultarte.
- Vemos en Chascomús – le dije.
- ¿Tenés a quién ver?
- Sí, al administrador…
- No, alguien nuevo que no tenga ningún interés por medio.
Pasamos por el banco, sacamos el extracto y luego, en Belgrano, ya cerca de las dos de la madrugada estábamos nuevamente en casa. Conversamos muchísimo, por la mañana haríamos el equipaje, ya era tarde, no había apuro. “Mejor poner los papeles y todo en orden”, tenía razón, podíamos salir a la tarde. Era una noche de mucho calor, decidimos poner los colchones en el living y dormir ahí. Nos acostamos, a oscuras, mirando a lo lejos el río. Dormimos juntos por primera vez, en pocos minutos la abracé, nos besamos un rato muy suavemente y nos dormimos.
Viernes 14, nueve de la mañana, el calor del sol me despertó, ella ya estaba haciendo el equipaje y acomodando cosas. Después del desayuno, Marita, bajó a hacer las compras de la librería.
- Bueno compré todo, pero estuve mirando estos números, aquí falta algo. Esperá, compré una calculadora. Sumé todo, esto no puede ser todo, o vos estás equivocado (y me mostró la cifra), acá faltan varios ceros ¿dónde están? Es lo que imaginaba. O el contador tiene otra cuenta que vos olvidaste, o falta mucho dinero. Llámalo ya mismo, decile que te haga una lista urgente con todo, que tenés una reunión, luego la pasamos a buscar y lo vemos.
- Me comuniqué con el contador, me dijo que me esperaba hasta las cinco después se va.
- Bien - dijo ella -, recién ahí veremos. Aquí falta mucho dinero, no quiero pensar cómo estará todo, debemos asentar todos los gastos, así en poco tiempo no tendrás nada si no controlas. Nos vamos a la noche o a la mañana, vamos a empezar a ordenar todo ¿los libros de tu tío dónde están? ¿los tiene él? Que te los dé, debemos verlos. Cuando revisemos todo, se los devolvemos. Me parece que ese es un chanta, no me gustó nada. A ver, quizás me estoy metiendo donde no debo, solo quiero cuidar tuis intereses si te molesta me lo decís - le dije que no me molestaba, al contrario, eso era lo que necesitaba -. Bueno, entonces aclaremos esto y después viajamos. Allá debe haber otro lío. Vamos despacio, iremos descubriendo todo y lo manejaremos nosotros, a lo sumo una persona que ayude, ya veremos.
Cerca de las cinco fuimos caminando despacio hasta el estudio contable. El contador me esperaba, no con buena cara. Entramos los dos, ella también. Le dije que era mi socia, en todo.
Se sentó y sacó una planilla, “mirá el detalle, este monto está en este banco, este en otro banco, estos dólares están en ésta caja de seguridad; la llave la tenés vos o no sé quién, tu tío dijo que la tendrías vos, sino vas y la cambiás, total la caja está a tu nombre en este banco; puede que haya más dólares, o menos, pero yo nunca fui. Eso lo dijo tu tío, averigualo, averígüenlo. Yo te diría que los saques, los escondas. Aquí no se sabe qué puede pasar y ahora viene esto, que no está declarado. Aquí tenés, una cuenta en Uruguay de muchos dólares, eso debías averiguar, todo esto está en Estados Unidos y lo manejaba el administrador de Chascomús. Si van para allá que te diga cómo, resuélvanlo ustedes, tu tío no viajó con esto. Viajás o que lo maneje alguien desde acá pero ojo, con cuidado, vos para la DGI tenés estas dos cuentas. Yo te hice las declaraciones juradas con eso, vos seguí con mis declaraciones - le dije que nos reuniríamos cuando volviera.
Salimos y Marita dijo: “Ahora me empieza a cerrar, pensé muy mal en un momento, tomamos un taxi o vamos caminando así trabajamos en casa”. Nos tomamos el primer taxi en quince minutos estuvimos en el departamento. Ya en el escritorio dijo “ahora sí, cierra, tendremos mucho trabajo, pensé mal pero ahora cierra todo. Te cuento que, primero, pensé que el contador te estaba cagando, igual me quedan dudas del tipo de Chascomús, pero si manejamos todo nosotros, como debe ser, no pasará; segundo, pensé que vos mentías, pero algo no cerraba, ahora sí. Sos desordenado, con los números y las cuentas, pero acomodaremos todo eso, nos encargaremos juntos. Ahora voy a anotar todo esto, mañana si querés viajamos.
A las seis de la mañana partimos. Ya en la ruta me dijo “estamos funcionando bien ¿te parece?”, “sí, muy bien, solo espero que esto siga así…”
- ¿Qué más esperás?”
- Que nos pasen cosas…
- ¿Qué cosas?
- Que te pasen a vos conmigo y a mí con vos, hace cinco días que nos conocemos y ya hicimos de todo.
- Haremos muchas más, no paremos – dijo ella, entusiasmada.
- Si lo decís por mí, ya me están pasando.
- Y a vos ¿qué te gusta de mí?
- Todo - le dije - ¿a vos?
- Muchas cosas, todo es muy genérico, puedo detallar, pero lo voy a hacer en otro momento.
- Bueno, pero decime una cosa ¿qué te pasó anoche?
- Nada - me dijo -, estaba re bien.
Le dije que estaba sobresaltada y que después, me abrazó y se durmió.
- Ya sé – dijo - . Tengo un pasado, no resultaron algunas cosas, traté pero volvieron. Es complejo, ya me va a pasar. No tengo problemas, te lo cuento después, ahora mirá adelante.
En Atalaya bajamos y desayunamos, estábamos cerca. Llegamos al campo por un camino de tierra al costado de la laguna, el frente del campo da para ahí, si el agua sube mucho hay que entrar por otro lado. Abrí el candado de la tranquera, seguimos doscientos metros. En la casa del casero, que ya estaba esperando. No conocía el auto, por eso llegué muy despacio, lo saludé, nos abrazamos. Él y su familia me querían mucho. Le presenté a Marita, nos acompañó con la camioneta hasta la casa, a unos mil metros más o menos. “Está todo en orden”, me dijo. Me dio la llave, “cualquier cosita me llamás”.
Abrimos toda la casa, nos faltaban algunas pocas cosas para cocinar, pero iríamos al pueblo. Marita, primero la recorrió toda, “es hermoso esto, es un sueño”, dijo. Le comenté que la había hecho mi tío hacía mucho tiempo atrás, era un lugar donde veníamos todos. “Para dos es inmensa, podemos usar la parte de abajo ¿te parece?”, pregunté, le pareció bien. Abajo estaba la cocina, el living y dos dormitorios. El baño completo. Todo estaba impecable.
- Propongo algo – dijo -, tomemos mate y vayamos a hacer las compras, nos quedamos acá.
- Esa es la idea…
- Pero mirá, mirá allá, ¡uy nooo, enorme pileta! ¡El quincho, la pileta limpia! Sí, aquí nos quedamos – dijo y enseguida agregó - Pero también vamos a trabajar, y mucho.
Después de acomodar el equipaje y matear caminamos un poco por las cercanías de la casa, fuimos al centro, compramos lo necesario como para cocinar algo rico. Pasamos por la casa de don Juan Portela, el administrador, que se alegró mucho al verme; estaba esperando que llegara. Quedamos en encontrarnos al otro día, después de las diez vendría al campo. Almorzamos por ahí y volvimos.
El calor rajaba la tierra, literalmente, se veían grietas provocadas por muchos días de sol ardiente. Nos quedamos dentro de la casa, a resguardo. Recién llegábamos y Marita ya quería hacer modificaciones en la casa. Aproveché a descansar un rato y, pasados unos pocos minutos, me despertó: quería ir a la pileta. Le pedí que me diera un rato para despejarme. Cuando fui a la pileta estaba sentada en el borde, parecía una sirena (luego escribí algo así sobre ella): su largo cabello apoyado en el borde, era largo y abundante. Insistí para que se metiera a la pileta. La miré, mucho. Verla así, en el agua, era emocionante. Por primera vez la empecé a observar detenidamente, de lejos, era realmente bella…
Cuando salió del agua se quedó adormecida mitad al sol, mitad a la sombra de un árbol. En el momento en que empezó a bajar el sol, me acerqué y noté que su cuerpo estaba medio colorado: “Se me fue la mano me parece ¿trajiste crema o algo así? Deberías ponerte”.
- Sí después vamos, algo encontraremos, para vos también, me dijo, ¿sabés? Nunca tuve una malla, jamás pensé esto, nunca, ni se me ocurrió.
Le pregunté si no había ido a alguna pileta y me dijo que jamás lo había hecho.
- Me gusta mucho el agua, pero no sé nadar, de chica iba con mis amigas al río, con un pantaloncito, luego un pantaloncito y una remera, hasta que comencé a tener tetas, era chica. Me cargaban, pero no tenía corpiño, mis padres no podían comprarme entonces de vergüenza no salí más; tuve mi primer corpiño cuando me lo dio una amiga. Caminé mucho tiempo encorvada. Todavía hoy, a veces, lo hago; me tapaba con el pelo, por eso nunca me lo corté. El poco tiempo que estuve en casa, mi viejo se burlaba de mí, después se sumó mi hermano. Me cargaban mucho con el tamaño, siempre dije si algún día pudiera me quitaría, pero ya dejó de importarme – se le llenaron los ojos de lágrimas -. Es la primera vez que voy a una pileta, la primera vez que uso malla y la primera vez que me siento respetada, me da mucha vergüenza todo esto pero quería que lo supieras – aproveché el momento para preguntarle qué le había pasado mientras dormía -. Bueno… en mi casa dormía a medias, siempre con temor a mi padre y mi hermano, los dos quisieron sobrepasarse más de una vez, la terapia me ayudó mucho, por eso seguí esa carrera, creía haberlo superado pero, bueno, sabés lo que me pasó hace días, tengo temor o tuve temor. Ahora con vos es diferente, creo que lo perdí, estuvimos en el departamento cómodos, nunca te sobrepasaste, me gusta estar así como estamos, pero el temor a veces vuelve. Hay que trabajarlo, como todo. Cuando compré las mallas no quise probarlas, vos estabas y tenía miedo, no por vos, sino por todos. Alguna vez, si puedo, voy a ayudar a esa gente que, como yo, pasó o pasa malos momentos.
La escuché, la abracé fuerte un rato largo. Para relajar le cambié el tema, le propuse planear qué haríamos para la cena, me dijo que tenía ganas de unas pizzas. Me gustó la idea, y planeamos cenar en la galería.
Yendo para el pueblo le dije que manejara: llegó perfecto, aprendía rápido. Hicimos unas cuantas compras y volvimos. Fue una cena genial: ella estaba hermosa, preparó todo y descansamos un buen rato, en la noche fresca del campo. Me acordé de que debía avisar para que me llamaran a la mañana, tenía miedo de no despertarme a tiempo. Marita se ofreció a despertarme y acepté pero igual le pedí que avisara. Justo cuando íbamos a avisar llegó la camioneta, “escúcheme, a las diez viene Portela, me avisó, hoy me llamó”, le pedí que me llamaran a las nueve, por las dudas. Cuando se estaba yendo le comenté a Martita que había dos puesteros más, en otros lugares y que a la mañana los iríamos a ver, se sorprendió lo grande que era el campo.
“¿Acá vendremos seguido?”, preguntó. Le dije que cada quince días, por lo menos, no más. Había que organizar todo. Enseguida Marita me comentó, muy entusiasmada, lo que había pensado durante el día.
- Te cuento lo que pensaba hoy ¿viste el dormitorio de al lado?, ahí deberíamos tenerlo como oficina-taller y concentrar todo ahí: trabajo, dibujo, escritura, tiene una vista que abarca todo. Me gustaría armarlo ahí ¿dónde está ahora?
- En el pueblo – le dije - , en una casa que ya te voy a mostrar. Era de mi abuelo, el padre de mi padre, y mi tío, pero murió siendo yo muy chico, tengo pocos recuerdos de él. La idea es muy buena, pero luego debemos pensar que hacer ahí, en el pueblo. Mi abuelo dijo que ahí se debía hacer algo para el pueblo, algo social, tenemos que pensar qué y cómo. Trabajo tenemos mucho, lo haremos juntos, esto va a crecer ¿tomamos un café? – el comentario fue como un pedido de descanso, para seguir en otro momento.
Después aprovechamos y nos metimos en la pileta un rato más, la noche estaba ideal para que estemos juntos en el agua, bajo la luna. Al salir se sentía fresco, nos duchamos y fuimos a descansar. Volví a pasarle crema y al rato nos acostamos, nos levantaríamos temprano. Nos abrazamos mucho, el tiempo corría, los besos también, nos acariciamos muchísimo. Dormimos abrazados hasta las ocho de la mañana.
Domingo dieciséis. Me despertó un ruido de la cocina, miré el reloj de la mesa de luz: eran las seis de la mañana. Marita estaba en la cocina preparando café y mate, me dijo que no podía dormir, que la disculpara por el ruido de la tapa de la azucarera que se le había caído. Le comenté que se notaba en su cara la mala noche, lo había notado. Llevé el mate del desayuno a la galería. Ella no podía disimular su preocupación o dolor, su angustia pero dijo que era lo mismo que me había contado y que, pronto, estaría mejor, que lo estaba trabajando; tenía ciertos temas que de a poco resolvería. Me abrazó mucho, como atemorizada de algo o por algo. Después del desayuno se metió en la pileta un rato, se quedó al sol…
Después hicimos el recorrido por los puestos que le había dicho la noche anterior. Quedó alucinada del extenso recorrido, de los animales. José nos estaba esperando, hacía unos meses que no lo veía, “todo en orden”, me dijo. Los presenté y ella fue directo a los caballos, y ahí le hablaba. “Mirá cómo lo domina sin montura, a ver esperá”.
- Venga señora, venga, se lo preparo, se lo dejo allá.
Volvimos porque se hacía la hora, esperamos tomando mate en la galería. Ahí es como en La Falda: el mate debe estar listo todo el día; ya vería cómo hacer para mantener el agua siempre a punto…
En pocos minutos llegó Portela, con su auto. Nos quedamos conversando hasta el mediodía, arreglando todo, el martes nos reuniríamos, ahí le pasaría todo a Marita, él iba a quedar dos meses más, se retiraba. Menos mal que lo consulté, mientras iban viendo todo, le pregunté por la hija, me comentó que estaba en la farmacia que ahora iba para allá, Marita dijo “tengo que ir”, aprovechamos y fuimos detrás de él. El martes nos encontraríamos en el pueblo.
Ya en la farmacia, después de saludar a la hija y a los nietos, nos quedamos en la vereda. Salió la nieta y nos dijo: “dice mamá que vayan al bar, me dijo que va a charlar un rato con su señora…”, le pregunté si había pasado algo, contestó que nada de importancia, era solo una consulta. Me preocupé, se lo dije. Con él tengo mucha confianza. - Escuchá - me dijo -, mi hija es médica, lo sabés, es ginecóloga, quizás la revise, acá vienen todos y consultan. Si pasa algo te lo dirá tu señora o mi hija, vamos a tomar algo.
Como a la hora vinieron las tres, conversando tranquilas. Marita tenía una bolsita en la mano como de remedios y cremas. Quiso pagarle algo a la hija de Portela pero no aceptó, insistió hasta que cedió.
Después de los saludos de ocasión, le comenté a Marita que estábamos cerca de una casa que quería ver. Fuimos caminando, ya el sol del mediodía estaba fuerte.
- Es ésta, abrí. Esta casa debe tener cien años, o más. Por ahí tengo todo.
No salía del asombro: el escritorio, la biblioteca, esas grandes piezas, altas, el fondo con césped, le comenté que ahí trabajaba Portela. Nos quedamos un rato y fuimos a comer algo, con la promesa de volver pronto para organizar el lugar.
Mientras comíamos le pregunté qué había pasado en la farmacia, estaba medio preocupado y me dijo que, en la casa, café de por medio, me contaría.
Después de cambiarnos, nos sentamos afuera y la apuré para que me contara a qué se debía tanto enigma. Antes de sentarse fue a buscar la bolsita que tenía cuando salió de la farmacia: eran pastillas anticonceptivas y una crema íntima. Me dijo que había conversado con la doctora sobre su “problema”, que le había contado lo que le preocupaba.
- Me dijo que lo intente, que me cuide con esto, de a poco venceré el temor, seguro vos lo comprenderás…
- ¿Qué debo comprender que no sepa?
- Algo no conversamos todavía - encendió cigarrillos y me dio uno - . Vos tuviste novia, pareja, saliste con alguien – asentí, dando lugar a lo obvio- . Bueno, ahí está la diferencia, por mi edad es lógico lo que pensás pero yo nunca salí con nadie, por lo que me pasó, por lo que me hicieron, ahora tengo miedo, pero miedo, no es que no quiero - comenzó a llorar -. Es que no puedo, por eso debes saberlo así juntos podremos, yo sé que es así, psicológicamente lo sé, la doctora me dijo que es así pero vos no lo sabías, ahora sabés todo, es más me revisó, estoy bien. Cuando regrese me hará algún estudio… pero bueno, ya está. Me desahogué, eso me tenía mal.
Para terminar el tema que, para ella, era muy incómodo, ofreció hacer unos mates. Cuando me quedé solo, mientras esperaba que viniera, me quedé pensando. Encendí otro cigarrillo, al rato volvió, los puchos al suelo: no trajo un cenicero. La pava, el mate. Se había cambiado.
- ¿Así te gusta?
- Sí ¿dónde sacaste esa?
- La compré el otro día amor, no la habías visto ¿no? ¿Sabés? nunca tuve una, imaginate tener tres es un montón, las disfruto, espero que te gusten. Disfruto soltarme el cabello, estar así con vos, estoy descubriéndome, ¿me entendés? Todo esto lo dije más de una vez, a más de una persona, pero nunca lo hice, por un montón de motivos, como te conté hoy, lo estoy haciendo. Si seguimos juntos haremos todo lo que nos propongamos.
Luego fue a galopar con el caballo un rato, le hablaba, le dio de comer, lavamos el auto, era una pena usarlo en el campo, le sacamos todo el barro. Ella lo limpió por dentro y volvió a quedar nuevo. Cenamos, dimos una vuelta con la camioneta por el pueblo y al volver nos encontramos en el dormitorio por primera vez; nos vimos ambos desnudos por completo y luego de un largo rato muy intenso con mucho cariño, ella lloró de alegría.
Siete de la mañana, lunes diecisiete de febrero. Ella dormía plácidamente, preparé mate y me fui afuera. El campo me gustaba, ahora mucho más. Pasó Ramón y conversamos un rato, le comenté si él se podía hacer cargo de traer el escritorio desde el pueblo. “Cuando la Señora lo decida me avisa y lo hacemos. Sí, con la camioneta con tiempo y despacio se hace, le gusta el campo parece, pero tenés que ir al tambo, ahí falta organizar un poco mejor, está medio descuidado”.
Cuando Marita se levantó, me tomó de sorpresa y me abrazó. Emocionada me agradecía la paciencia y el cuidado. Nos abrazamos. Después de un rato, cuando volvimos a la realidad, le comenté lo del tambo, ella fue anotando todo.
- Acá tenemos para unos cuantos días, amor. Esto es un desastre, pero lo vamos a dejar increíble, ya vas a ver.
Mientras almorzábamos organizamos más o menos todo, pero nos faltaba alguien para dejar a cargo que se ocupara, cuando nosotros viajáramos. Algún amigo o amiga de ella. Alguien a quien pudiéramos ayudar, pero que entendiera de todo un poco. Me dijo que conocía a alguien que podría hacer eso, pero estaba “allá”, y no sabía si querría viajar. “Es contadora e ingeniera, estudió en la escuela agropecuaria, sabe mucho de campo, no sé en qué andará…”. Le pedí que la ubicara, me dijo que trataría de llamar a la panadería del padre. Me fui a dormir y, cuando desperté, ella estaba hablando por teléfono. Apenas me vio le dijo a quién hablaba que esperara un momento.
- Rosi (así se llamaba), está en Las Toninas, se vuelve en unos días a Córdoba ¿qué le digo?
- Decile que te pase la dirección, el sábado o el domingo pasamos; nosotros vamos por allá.
- Ya está pero si viene ¿dónde la ubicamos? Acá no; quiero estar sola con vos, no con empleados.
- Bueno, pensemos cómo lo organizamos, esperemos hablar con ella primero. Portela me dijo que Ramón se quiere ir también así que vamos a armar todo; pero antes quiero ir unos días al mar, después seguimos con esto, y ya nos vamos a quedar acá hasta que esté todo encaminado, de última se queda acá; nosotros vamos a viajar a Buenos Aires para ir acomodando las cosas. Descansá un poco, tomá sol, disfrutá la pileta. Vamos viendo de a poco.
Esa semana pasó volando: organizando cosas, hablando con el casero, el administrador, trabajando, intentando encaminar todo. Marita ya tenía registro, el sábado por la mañana nos fuimos para la costa. Ver la emoción en su cara de conocer el mar fue magnífico, nos quedamos un largo rato en las afueras de Mar del Tuyú, conseguimos alquilar una linda casita frente al mar. Se quedó mirando el mar mucho tiempo, extasiada, emocionada, feliz.
Un rato después fuimos a ver a Rosi cerca, en Las Toninas y la encontramos rápido. Hubo un abrazo entre ellas que fue emotivo, se notaba que se querían y hacía tiempo no se veían. Lloraron las dos. Cuando las emociones se calmaron, Marita le fue contando, algo resumido, todo lo que estábamos necesitando, no fueron necesarias tantas palabras. De todas maneras las dejé a solas, necesitaban conversar tranquilas. Quedamos que vendría por la noche a cenar a la casa.
Después de esa charla volvimos a Tuyu; yo me quedé y ella se fue a la playa; estaba obnubilada con el mar, contemplando todo. Dejé que disfrutara. Entró y salió del agua cuantas veces quiso y volvió; yo preparé la cena. Ella se cambió para recibir a su amiga y, cerca de las diez, llegó.
Durante la cena fuimos entrando en conversación, de a poco, sobre lo que estábamos necesitando, lo que debíamos planificar, hasta cerca de las dos de la madrugada, la seguiríamos al otro día, por la tarde. Rosi volvería y ahí nos daría una respuesta, decidiría si sí o no y cómo. A mi entender estaba entusiasmada; el “sí” estaba casi dicho.
Al otro día, Marita comenzó, de a poco, a sentirse con más libertad, a disfrutar sin culpa. Esa tarde no fuimos a la playa; nos vestimos cuando Rosi avisó que estaba viniendo. Fue realmente muy tierno y hermoso, lo necesitábamos.
Nos encontramos en la casa y, cuando íbamos rumbo a la playa, le pregunte qué había decidido, dijo:
- Estuve pensando toda la noche, dudaba un poco pero, al fin, decidí que sí; aunque tengo algunas consultas: primero, lógicamente, tengo que conocer el campo, un día por lo menos; el martes me voy, me gustaría ir, como para no ir y venir. Después tengo que ir a Buenos Aires y, de ahí, a Córdoba. Vuelvo en unos días, si no les parece mal.
Le dije que lo conversaría con Marita, aunque no creía que hubiera problemas.
Fue llamativo que Rosi nos contara que no se había metido al mar ningún día y que malla no tenía. En realidad era lo de menos, los problemas en Córdoba la agobiaban, salir unos días le había hecho muy bien. Terminó contándonos todo, se sentía avergonzada, cuando entramos nos sentamos en el comedor y comenzó a dar detalles: volvería a La Falda, donde dejó sus ropas, el resto lo había perdido; tenía una pareja, que había ganado mucho dinero con las inversiones que ella hizo, la dejó por una jovencita que ella encontró en su casa de la ciudad de Córdoba con él; después de una gran discusión, ella había agarrado algo de ropa, se fue a la casa de sus padres y, en ese momento, estaba viviendo ahí. Con algunos pocos ahorros se vino donde alquiló, era una habitación compartida, donde le robaron, conclusión: contó todo, un verdadero drama, todo mal. Aceptaría el trabajo a prueba tres meses, como le ofrecí y, si no resultaba, se volvería pero debía viajar antes, traer algo de lo que tenía y hablar con sus padres.
Marita me dijo que decidiera yo y, si salía bien, se quedaría, sino veríamos. Un par de días después, iríamos al campo para quedarnos un tiempo.
- Que hable con Portela, yo hablaré con Ramón, si estamos todos de acuerdo volvemos; viaja a Córdoba, regresa lo antes posible y, si acepta, se instala. Ir y venir a Chascomús no me preocupa si todo sale bien ¿qué opinás?
- Que está bien, pero si la cosa no funciona, se lo decimos y listo.
- Dale algo de ropa, después vemos y si se quiere quedar, mañana mismo nos vamos.
- Sí, cuanto antes resolvamos mejor.
- Cuando llegue se lo decís o llamala. Andá, está sentada en la playa.
- Bueno, voy y hablo con ella; espero no me defraude, si lo hace yo también me voy.
- Manejá vos el tema de cuándo viajamos: mañana o pasado, si quiere que se quede hoy, ahora mismo.
Volvieron de la playa enseguida: “Listo, mañana viajamos, está todo claro. Me voy a bañar y cambiar”. Marita le dio un vestido; cenamos y nos quedamos conversando mucho sobre inversiones, política y muchos temas. El martes a las diez de la noche tenía viaje de regreso, haríamos todo o cambiaría el pasaje, eso lo veríamos, pero al otro día viajábamos.
Rosi se fue a dormir, nosotros fuimos a la playa a conversar, ahí Marita me contó todo, cómo la conoció, dónde, cerraba todo: había sido profesora en la secundaria de Marita, ya se había recibido en aquel entonces en la universidad de Córdoba, trabajó unos meses con ella en un estudio propio que abandonó para poder estudiar pero la había ayudado mucho, administraba campos en la zona, “tiene diez más que yo, cumple años el veinticinco de febrero, eso lo sé porque la saludé siempre y ella a mí; tuvo pareja, no pudo tener hijos, al hombre lo conocí, la dejó, cuando supe de ella estaba con éste que nos contó; conozco a los padres, en la panadería me daban factura y pan desde chica”.
- Bien, mañana vamos y vemos, me da bronca, arruinar estos días aquí…
- Vamos y venimos, todo saldrá bien; quizás se quede con nosotros.
- ¡Con nosotros, no! - dijo rápido -. Que sea en otro lado, quiero que estemos solos.
- Sí, más bien, “trabajando” dije, vamos. El que se despierte primero prepara algo para tomar y nos vamos. – “dame un beso”, me dijo; nos dimos un beso camino a la casa, nos acostamos, nos mimamos un largo rato. Marita de a poco se iba soltando luego, abrazados, descansamos.
Lunes veinticuatro, siete de la mañana. Marita me despertó, ya estaba cambiada. Fuimos a la inmobiliaria a ver a qué hora abría, estaba como enojada, “tranquila, volvemos aquí o a otro lado”. La inmobiliaria estaba abierta, hablé con el dueño que comprendió, le consulté por el pasaje, habló por teléfono y me lo compró.
A mediodía estábamos en la casa, Rosi cocinaba unos fideos con una rica salsa, luego recorreríamos todo. Bajé el equipaje, Marita acomodó todo, el martes veinticinco festejamos su cumpleaños número treinta y ocho, se emocionó mucho. Marita le compró ropa, almorzamos en el ACA, por la noche pizza y brindamos, en tres días quedó todo resuelto, demostró (hablando con Portela) todo lo que sabía de inversiones y campo, conocían gente en común de varios rubros, Portela me dijo “ni lo dudes”. Ramón me pidió un mes para irse, viajaría a Dolores, a su casa, se jubilaba, Rosi viajó de Chascomús directo a Córdoba el veintiocho, por una semana más o menos, nosotros volvimos al mar. Ese año era bisiesto, de madrugada cuando nos instaláramos la llamaríamos por teléfono, le diríamos dónde estábamos y ella iría a Dolores, o al mar, para viajar juntos.
Alquilamos muy cerca del mar: calles de arena, todo muy natural, casa completa, no como la anterior. Cinco y seis de marzo, era Carnaval, dejaríamos la casa el jueves ocho por la noche, una vez alquilado le avisaríamos a Rosi, vendría directo a Chascomús, el ocho la iríamos a buscar. Marita quería que estuviéramos solos. “Así será”, le dije.
Marzo, lunes cinco. Mar azul, “una casa soñada” dijo ella. Y era algo así, por la vista al mar desde el living y dormitorio, el mar parecía música que entraba por todos lados, un poco agreste, medio desolado, pero hermoso, entre árboles, con el mar al lado. Apenas llegamos ella se fue a la playa y desde el living yo la miraba. Pasamos unos días barbaros, mucho sol, mucha playa. Marita pasó horas jugando con las olas, más de una noche fuimos a Gesell. De a poco se fue soltando, contando cosas de su vida algunas muy feas, otras divertidas; trágicas en algunos momentos, pero todo había sido muy loco, impensado: en menos de veinte días hicimos lo que yo no hice en diez años. Se lo comenté y me dijo que ella tampoco, por eso pedía este descanso porque recién comenzábamos.
- Ni vos ni yo tuvimos tiempo de pensar lo que estamos haciendo, ojalá sea el comienzo de algo maravilloso. No te voy a fallar - dijo con los ojos llenos de lágrimas, yo tampoco le dije.
En cuarenta y ocho horas nos iríamos, pero pasamos momentos inolvidables. Ahí nos quedamos hasta el jueves a media mañana, cuando volveríamos a Chascomús, para seguir. El miércoles lloviznó todo el día; estuvimos sentados mirando el mar durante horas, conversando y planeando muchas cosas.
- Siempre soñé que esto se podía hacer me dijo, hoy lo estoy haciendo, estar como estamos especialmente así vestidos, sin morbo, sin nada a cambio, como me propusieron más de una vez, sin presiones: Siempre aconsejé a los pocos pacientes que tuve, siempre me lo contaron, cuando hice terapia, lo escuché, lo estudié, lo leí y hoy lo vivo. ¿sabés cómo se llama esto?
- Amor - le dije.
- No, eso será luego, nosotros estamos en la bella etapa del enamoramiento, por lo menos yo, vos, lo veo en tus ojos, también, creo que primero te intrigué, luego comencé a gustarte, a vos ¿qué te pasó? – continuó - . La primera noche no sabía por dónde me iba a escapar, pero sabía cómo defenderme, donde estaban las llaves. Cuando me dijiste “ahí tenés un cuarto”, me asombró, pero casi no dormí, tenía miedo de que entraras; al otro día la ropa, tu respeto, tus cosas, fuiste muy trasparente; se fueron dando las cosas. Bueno aquí estamos, siempre quise estar así, hoy se dio, alguna vez pensé que no se podía, así sentados conversando de todo y sin tabúes - se emocionó, lagrimeó, se levantó, fue a preparar el mate
- ¿Sabés qué pensaba recién en la cocina?
- No, le dije, contame.
- Por la yerba ¿me contás algo de Misiones?
- Hace meses que no voy, ahí es un despelote grande, manejado por un tipo que nunca me cayó bien; creo que ahí hay un gran negocio, ya veremos cómo hacemos. Quiero que funcione primero el campo y, cuando esté bien encaminado, vemos lo otro ¿viste la hora? - le pregunté - Tendríamos que almorzar.
- No la vi ni la quiero ver, si tenés hambre te traigo algo, sino nos quedamos acá. Quedémonos acá, no hay nadie, no pasó nadie, mirá cómo sigue la llovizna…
- Sí, pero el mar todavía algo se ve y se escucha, la niebla tapa casi todo…
Comencé a acariciarla, ella de arisca pasó a ser un poco más accesible, dejaba que la acariciara. Ella, temblorosamente, comenzó a acariciarme. Ese mediodía se quitó ella sola la camisa, que comenzó a mantenerla sin cerrar, no como los primeros días que cerraba casi hasta el último botón; se quitó sola el corpiño, echó su brazo hacia atrás, cayó la camisa, se sentó pegada a mi lado de rodillas en el sillón y comenzó a besarme. Así estuvimos un largo rato, yo notaba su excitación y ella la mía, pero no la toque más de lo necesario, y ella hizo lo mismo conmigo. Cuando miré hacia afuera y no a ella, el mar se veía un poco más; pasó un largo rato, comenzó a divisarse mejor, más nítido, un suave reflejo de sol giraba entre las olas; en minutos el arco iris completó el paisaje. Quiso meterse y salió así como estaba a jugar con las olas, fui a buscar su salida de baño. La esperé, parecía una nena que no quería salir, terminé jugando con ella. Se soltó el cabello que había recogido para meterse y así nos quedamos abrazados, jugando con las olas. El cielo se limpiaba, la playa se bañaba de sol y, después de un largo rato, decidimos salir. Le alcancé la salida, se cubrió y fuimos corriendo hasta la casa a secarnos. El viento se notaba fresco, nos secamos bien, nos cambiamos secándonos lo mojado; secar ese cabello era toda una tarea, pero ella estaba acostumbrada a dejarlo secar solo. Después de comer algo fuimos a caminar, caminamos mucho todos los días pero ese era el último.
- Mañana nos vamos - me dijo.
- Sí, pero volveremos pronto.
- Sí, pero hará frío, se está yendo el verano. A mí me gusta el verano, el agua, en invierno es imposible. Nunca pensé que me iba meter así y lo hice, me falta solo una cosa – dijo pícara -. Algún día lo haremos – la miré extrañado –
- ¿Qué? - le dije.
Tenía ganas de hacerlo, pero llegó Rosi.
- Todo es posible, seguro se podrá, ¿ves que hacemos todo: caminamos mucho, conversamos mucho? Juntos podemos hacer todo…
Nos quedamos abrazados hasta que oscureció. Era temprano para cenar entonces decidimos hacer una caminata, lenta, en la noche estrellada. El equipaje estaba casi listo, solo faltaban ordenar alguna cosas. Fuimos caminando hacia el sur, hacia la nada; las casas empezaban a alejarse y ser menos… ya casi no quedaban. Pocas luces se divisaban a lo lejos. Decidimos volver desde muy lejos. La vuelta… la caminata estuvo repleta de besos, abrazos y corridas, fue genial. Cuando no acercamos, la única luz que se veía era donde parábamos; nos sentamos en el escalón de la puerta a fumar. El mar estaba a metros, había crecido. Marita dijo “¡Ahora!”, se quitó la bombacha y la musculosa, en un segundo estaba adentro del agua; comenzó a llamarme, nos quedamos un buen rato, fue genial. El problema era salir, pero lo hicimos. La puerta estaba sin llave y corrimos, nos metimos bajo la ducha. Cuando salimos a secarnos me abrigué, me miró y dijo: “Sueño cumplido…”… El amanecer nos encontró durmiendo en el sillón del living, la alcé y nos acostamos en la cama, ella solo dijo “la noche fue inolvidable”, la besé y seguimos durmiendo.
Jueves ocho de marzo. “Feliz día amor, son las nueve”, y le di una flor silvestre, que encontré cerca de la casa, unos minutos antes. “Gracias amor - se emocionó mucho- . Es la primera vez que alguien me saluda así, alguno me ha dicho “feliz día” en la facu, pero nunca así, menos con una flor”.
- ¡Bueno, estamos con la primera vez en un montón de cosas! Una más… - y la abracé.
Desayunamos, cerramos las valijas y esperamos, tomando mate, a que viniera el empleado de la inmobiliaria. Miró todo, le entregué las llaves y salimos.
En tres horas estábamos en el campo, comimos algo rápido que compramos y dormí la siesta, mientras Marita llamó a Rosi. Descansó un poco, pero al rato comenzó a organizar todo, cuando me levanté salió a hacer unas compras, llegó con bolsas de supermercado y acomodó todo y siguió haciendo llamadas.
- Ok, bueno, mañana estoy ahí. Amor, mañana a la diez llega Rosi, hay que ir a buscarla; vamos los dos o uno de los dos, nos espera en la terminal. Estoy pensando donde trabajará mientras no quede la casa vacía…
- Que vaya a la oficina del pueblo y camine todo el campo, veremos. Esperá a mañana
- No quiero que duerma muchos días aquí - a los pocos minutos llamó Ramón, que nos pidió que fuéramos.
Fuimos con la camioneta, la casa ya estaba vacía. “Cuando venga la señora me voy, así que quería que vieran cómo había quedado todo; mi esposa ya está en Dolores”.
- ¿Qué pensás hacer ahora? - le pregunté
- Seguir viniendo, por si precisan algo.
- Tengo que pagarte.
- ¡No, ya me pagó! Me paga a fin de mes, asunto terminado, mañana cobro la jubilación. Voy a venir, pueden contar conmigo.
- ¿Mientras tanto..?
- Descansar, disfrutar de los nietos, me iré unos días al mar, ya era hora: hace casi cincuenta años que estoy acá, ya tengo mi casa, mi auto y mi familia, vine como peón. Bueno, paso mañana o pasado, cuando quiera - se subió al auto y se fue.
- Amor problema solucionado, se nos vienen dando bien las cosas, sigamos, no nos detengamos. Necesito el tablero, voy a proyectar algo. A Ramón creo que deberías pagarle mañana mismo, darle algo más.
- Sí, me quedé pensando eso, mañana veo, ahora descansá un poco.
Viernes nueve, marzo de mil nueve ochenta y cuatro, siete de la mañana. Marita me despertó con el mate, me levanté enseguida, era un hermoso día. Nos quedamos conversando, las mañanas de campo tienen algo particular, difícil de contar o describir y mucho más cuando son compartidas. La mesa era lo suficientemente grande en la galería, pero nosotros nos sentamos en una esquina muy juntos, mientras jugaba con su pelo o ella con mi barba, entre mimos, conversábamos todo. Por debajo de la mesa le acaricié las piernas sin que se sobresaltara; cada día era una fiesta. En un rato iría a buscar a Rosi. Comenzaríamos a compartir, ya con otra persona, más tiempo. Marita estaba celosa, quizás incómoda, pero nos prometimos que siempre tendríamos el lugar para nosotros, ahí recordó el tablero, la urgencia con lo que lo necesitaba. Cuando llegó Rosi la ubicamos, “que comience a trabajar mañana”, le pregunté adónde.
- En el pueblo. Arreglamos la casa que quedó libre, la ampliamos.
-  Eso mismo pensé - le dije -. Y tengo el proyecto en la cabeza.
- Yo igual, ¿ves? pensamos lo mismo, por eso quiero dibujar. Lo ponemos en la habitación de arriba, ahí trabajaré por ahora yo, solo debo sacar algunas cosas pero comenzaré hoy, buscaré a alguien que me ayude.
- Sí, el hijo de José, lo vamos a buscar cuando quieras.
- Ahora, y que venga a la tarde, quizás él conoce gente para la obra, tenemos que ir a conversar.
- Dale, vamos ahora.
- Pero hoy Rosi ¿dónde se queda?
- Por hoy, aquí arriba. No más de dos días.
Roberto, el hijo de José, a las cinco estaría en la casa y nos contactaría con unos contratistas que presupuestarían las obras una vez proyectadas. Marita, con el auto, fue buscar a Rosi; yo compré dos lindos tableros más modernos, se podría hasta trabajar sentado en una silla, no tan altos como el que tenía en capital.
El micro llegó puntual, diez y media estaban en casa, conversamos hasta el mediodía en la galería; después de almorzar recorrimos los puestos, le gustó la casa: “si me traen algo ya me quedó aquí”, dijo Rosi. Solo faltaba una cama, llevamos la que sacamos de la habitación que usara Marita; agua, luz y gas tenía, un placard y luego la iríamos armando, trabajaría por ahora en el pueblo. Iría caminando o con Marita cuando fuera con la camioneta, recorrería a diario el campo. En la mañana siguiente comenzarían a ver todo, luego iría yo.
Todo estaba funcionando muy bien como para ponerlo en marcha. Aquel día comenzó una nueva etapa en el campo, pasadas las veintitrés con Marita nos fuimos a descansar, muy conformes con el proyecto que pensábamos. Funcionaría bien, como veníamos planeando.
Vienes treinta de marzo, por la noche cenamos en casa, después de reunirnos con Rosi, en el improvisado estudio del primer piso, de la casa que montamos con Marita. Estaba lleno de planos sobre las paredes, algunos en escala grande, otros ya para presentar en la municipalidad, con copias para ser presupuestados una vez aprobados; sobre otra pared el diseño del nuevo tambo estaba casi listo, pero llevaría un tiempo más. Esa tarde se habían pagado todos los sueldos, pero con una pequeña venta de granos, lo que venía dejando el tambo no se tocó. Rosi venía organizando todo prolijamente; Marita no le perdía pisada, yo pasaba dos veces al día y estaba al tanto de todo. En seis meses si eso seguía así se duplicarían las ganancias, tendríamos las obras terminadas, según las proyecciones por ellas dos presentadas, pero necesitábamos alguna inversión extra que autoricé esa misma tarde y la de un o una empleada más, que sugerí fuera de la escuela de la zona y Rosi me dijo “mejor no, pueblo chico infierno grande, busca o traé alguien de Buenos Aires, sería mejor, si quiere vivir aquí, mejor todavía”. Le pregunté qué especialidad. “No importa, lo formamos nosotros a nuestra necesidad, con que escriba a máquina, tenga voluntad y haya alcanzado a perito, bachiller o maestro mayor de obras. El proyecto es grande, deberá seguirnos, un técnico sería ideal, para lo que pienso, pero si lo traen cuéntenle el proyecto antes; esto va a empezar a crecer, pronto necesitaremos un empleado más. Le dijimos que quedaba a cargo, hablaríamos a diario, en una semana volveríamos, a lo sumo diez días. A las dos de la madrugada se fue Rosi, nosotros nos iríamos apenas nos levantáramos; Marita tenía las valijas listas, desayunamos y nos vamos. “A qué hora piensan levantarse ¿los llamo?”, preguntó Rosi por teléfono, le contestamos que cerca de las ocho.
- Ok, si no les molesta paso a las ocho con factura. Desayunan y se van; los llamó antes. Estaré trabajando - nos fuimos a descansar.
Sábado treinta y uno de marzo, salimos después de un buen desayuno. La ruta estaba bastante despejada camino a Capital; a mediodía estuvimos en el departamento; abrimos todo, ventilamos, almorzamos, conformes con lo que veníamos haciendo, con ganas de seguir, pero de estar solos unos días, esa tarde dormimos como en el campo algo de siesta, pero aislados de todos. Disfrutamos del balcón, la vista. El departamento, por suerte, estaba en perfectas condiciones. Ese sábado fuimos al centro a cenar y pasear un poco, Marita lució como nunca, su seguridad, había cambiado un cien por cien, estilizó su andar, lució como nunca su escote y sus piernas. Cenamos sobre Corrientes y volvimos a Recoleta a tomar café. Sus mimos eran constantes, al llegar al departamento tuvimos lo más parecido a la noche de luna de miel esperada… Cerca de la cinco de la mañana decidimos dormir, pero hubiésemos seguido una cuantas horas más.
Después de esos días de trabajo tener un despertar así fue genial y a las trece nos fuimos caminando a comer por Cabildo, con la idea de no salir hasta el lunes, compramos sándwichs de miga para la noche, factura para el mate de la tarde. Llegamos, nos quedamos en el sillón mirando el río, descansando solos un domingo primero de abril, al otro día el mes comenzaba laboralmente; esa tarde noche disfrutamos el departamento como nunca antes, nos fuimos liberando y todo fue muy sensual, verla a Marita de esa manera me causaba un gran placer, ella estaba segura de sí misma y se notaba. Todo lo que fue haciendo, de a poco lo fue consiguiendo: su cuerpo, sus expresiones, sus actitudes. En poco tiempo iba logrando lo que muchas veces comentaba pero no podía llevarlo a cabo. Mientras cenamos programamos la semana, ya en el descanso sabíamos a qué hora comenzaríamos el lunes.
Dos de abril, siete de la mañana. Mientras desayunábamos, fuimos programando el día: primero llamé a la escuela donde estudié, el director volvería cerca del mediodía, decidí dar una vuelta; Marita quiso ir a Cabildo a comprar cosas de librería, pero no estaba muy segura así que la acompañe, ahí compró todo lo que necesitaba. Luego unos suéters, ya el calor se iba yendo y no tenía nada de abrigo, aprovechó y compró todo; de ahí a la escuela donde encontré amigos de siempre, les comenté que buscaba al dire, buscaba su opinión, él  siempre da esos consejos tan acertados. “Te llamo mañana, déjame ver”, me había dicho.
De la escuela al banco, a ver si podíamos sacar otra tarjeta lo antes posible. El gerente me atendió y resolvió el tema “el jueves vení a buscarla”; abrimos un cuenta nueva a nombre de Marita y una tarjeta; después solo faltaba pasar por la agencia y lo hicimos sin perder tiempo. Por suerte estaba el amigo, arreglamos para una camioneta. “Me quedan dos, dijo, pero doble cabina, sino tenés que esperar”. Le dije que la necesitaba lo antes posible; Marita dijo, “Mejor doble cabina pero ¿para cuándo está?”
- El miércoles la pueden pasar a buscar.
Aquella tarde, después de la siesta, conversamos en el escritorio sobre todo el tema campo y organizamos tareas, hicimos un cronograma de actividades. Llamé al escribano y, al otro día por la tarde, lo vería por lo que quería dejarles a mis hermanos o sobrinos; Marita pidió cortar a las ocho y dedicarnos a nosotros. Minutos antes había llamado una señorita interesada de parte del dire, le comenté si mañana podía pasar, quedamos que venía cerca de las diez, ahí terminamos, cenamos y cambiamos de planes: fuimos a dar una caminata, dimos una vuelta al lago, muy despacio, llegamos cansados a dormir. No sé a qué hora me despertó, pero esa madrugada fue increíble: a las cuatro tomamos un café con leche en la cocina muy juntos pusimos el despertador, a las nueve nos despertamos con ese odioso sonido, me duché rápido, preparé el mate, en poco tiempo tocarían el timbre, ella dio vueltas pero hizo lo mismo. A las diez estábamos en el escritorio; cuando llamaron ya estaba arriba, Sol, veinticinco años, recién recibida de arquitecta, pero había trabajado en un estudio contable para poder terminar de estudiar; volvería a su casa porque no conseguía trabajo, era de Casalins, sus padres la mandaron a estudiar a Capital pero buscaba estar más cerca del campo; nació y se crió ahí, fue a Capital a los trece años a vivir con su hermano mayor, pero intentaba regresar al campo, nunca se adaptó a la ciudad, solo estudió. Viajaba los fines de semana a ver a sus padres. Los datos eran interesantes; Marita me llamó a la cocina, me dijo que aceptara, le dije que lo conversaríamos. “Mañana la llamo o a la noche”; volví al escritorio, sonó el teléfono y era otra chica que me recomendaba el dire, que podría llegar en media hora me dijo. Se llamaba Daniela. Entretanto, Sol dijo “mejor me voy, si va me llaman, conversen tranquilos”.
Marita ya sabía y la acompañó, en el hall se encontraron, ambas se conocían. Conversaron un rato, hacía tiempo que no se encontraban; Sol la esperaría en el bar de la esquina para reunirse un rato. Daniela tenía la misma edad y profesión, de Dolores, sus padres se exiliaron en el setenta y cuatro, ella quedó con diez años con un hermano, luego de dos años fue a vivir con sus abuelos a capital, ahí estudió y se recibió; al campo va seguido y conoce el tema. Marita preguntó por sus padres, comentó que volvieron en el setenta y siete pero cuando viajaban de Ezeiza a buscarla murieron en un trágico accidente; eran investigadores, fueron perseguidos por la triple A, aún quedaban dudas de aquel accidente. En ese momento vivía en Palermo, el pequeño campo estaba alquilado y vivía con ese ingreso; daba clases de Yoga, quería irse de la ciudad; a Dolores iba de visita, sus abuelos también fallecieron; allí vivía el hermano. Le pregunté dónde la ubicaba y me dio el teléfono de su casa, es muy cerca del departamento, había ido caminando.
- ¿Estás de acuerdo en hacer parte de contabilidad?
- Sí, totalmente. Ningún problema.
Se fue con Marita, que subió enseguida, me dijo
- ¿Qué pensás?
- Hacela hablar con Rosi, pero primero quiero saber qué opinas vos - le dije.
- Yo les diría que sí a las dos, por tres meses o dos, después vemos. Podemos hace un buen equipo.
- Bueno, llamá a Rosi y contale.
Me fui al balcón, tomé un mate, Marita salió y me dijo que sí, pero que no hagan dúo, cree que puede ser una ventaja o una contra, eso lo veríamos más adelante. Se solucionaría. Le pedí que las fuera a buscar para arreglar.
- Bueno, decidimos que vengan las dos, hay mucho por hacer. Cuando vayamos se vienen con nosotros, todavía no sé si el sábado o la semana que viene, les aviso; Marita las va a llamar y les confirma por dónde las pasamos a buscar, ya se quedan allá - conversamos un buen rato luego y se fueron.
Esa tarde, a las cinco, nos esperaría el escribano. Cuando lo vimos, le comenté lo que había decidido, estuvo más o menos de acuerdo, pero respetó mi posición: él no lo hubiera hecho. Quedó en comunicarse, yo iría a firmar si ellos aceptaban, le dejé mis teléfonos, solo me pidió tiempo para conversar con ellos, le comenté que, por veinte días, no creía que regresara pero que lo hiciera con tiempo.
A pesar del cansancio de ahí fuimos a Olivos a pasear y que conociera. Regresamos cerca de medianoche, nos quedamos en el balcón tomando algo, conversando. El amor rondaba cada día más, por lo menos en mí y lo notaba en ella, sus besos, sus caricias. Nos complementábamos bien, me dijo: “¿Te diste cuenta de que vas a estar rodeado de mujeres?”, le pregunté si estaba celosa, me dijo no, pero... fue un “no” no muy convencida. Le dije “voy a intentar que esto funcione, que crezca y mucho… y vos a mi lado. Vas a controlar todo, las mujeres cambiarán el campo y al mundo con los años; eso de sexo débil no va conmigo, ustedes son débiles por la fuerza del hombre, pero no emocionalmente, son astutas, inteligentes, audaces. En años las mujeres dominarán el mundo, quizás llegue el día que la presidente sea una mujer, los diputados sean más mujeres que hombres, serán ministros, gerentes todo, acordate lo que te digo hoy”. Me contestó que tal vez tuviera razón y me preguntó cómo haría en el campo para ubicar a cada una, le comenté que debíamos terminar el proyecto y después edificaríamos, ahí entonces nos acomodaríamos, por lo pronto habría que hablar con Rosi para que, entretanto, alquilara una habitación. Dimos por terminado el día “laboral” y nos quedamos un rato descansando…
Miércoles cuatro de abril, pasamos la mañana en casa a las seis recién tendríamos que ir a la agencia, llamé al Dire para agradecerle, me dijo “no te van a fallar”. Le avisé que nos veríamos al regreso. Marita me comentó que había arreglado algo con la leche, necesitaba urgente la obra del tambo.
- ¿Cuándo volvemos? Quiere confirmación, nada más. Ahora busca habitación y me llama ¿vos cuándo querés viajar?
- Si hoy está la camioneta, el sábado podemos viajar por la mañana, que las chicas se acomoden. El domingo nos reunimos en casa; llamalas, que vengan mañana por acá, arreglá por teléfono; sino las pasamos a buscar por la casa, tendrás que llevarlas vos ¿te animás?
- Más o menos, me animo pero salgamos temprano, hay menos tránsito.
- Arreglalo vos con ellas.
- ¡Menos mal que hoy no hacíamos nada! - me dijo y sonrió.
Al otro día las volvería a llamar, en principio el sábado nos íbamos, tenían que terminar de armar las valijas, comprar algunas cosas. El domingo habría asado.
- Usen la pileta si quieren y tomen sol, pero el lunes arrancamos ¿qué te parece?
- Buena idea, se lo digo a Rosi, cuando las chicas confirmen.
- Ya, decíselo y comentales dónde dormirán por unos días. Cerrá así no hacemos nada más.
- Almorzamos acá amor ¿sí? Sin apuro, pero iré prendiendo el horno.
Me acerqué, la besé y le solté el cabello…
- Uy, ya vengo - fue hasta el dormitorio y cuando volvió estaba casi desnuda; se tapaba con el cabello, parecía Lady Godiva. “Esto me está gustando - dijo y comenzamos a seducirnos mutuamente, mientras pelaba las papas y la cebolla, condimentó el pollo y lo puso al horno; pasamos por el lavadero el living y el escritorio. Almorzamos de igual manera, yo levanté los platos y los lavé; ella jugó con su cuerpo sobre el mío; la mojé y ella a mí, el detergente fue parte del juego, pasamos por la ducha y seguimos. Marita ya había perdido el miedo. En el dormitorio quedó el fuego que a diario alimentábamos. A las cinco me despertó, nos quedamos conversando hasta que, cerca de las seis, nos cambiamos y nos fuimos. Ella ya se sentía segura, su vestido (con su cierre a mitad de camino) dejaba ver hasta el límite; arriba de unos hermosos zapatos arrancamos a la agencia.
El trámite fue rápido. Volvimos, dejamos el auto y dimos una vuelta, me preocupaba dónde dejar la camioneta; la dejé en la estación de servicio de la esquina. Esa noche fuimos a la costanera y caminamos mucho; Marita quería caminar con los tacos, ya se sentía segura; caminamos mucho, le gustaba que la miraran y, cada vez que la miraban, me besaba. Pasamos un hermoso momento cerca del río, pero nos fuimos a casa: nos acostaríamos tarde, seguimos este juego de seducción que, en el campo, era más difícil. Cerca de las tres nos quedamos dormidos.
Jueves, diez y diez de la mañana, nos despertó el sonido del teléfono. “Hola, soy Daniela, ando cerca; si están, paso”. Le dije que no había problema, que pasara. Desperté a Marita y me cambié, en quince minutos llegó mientras preparábamos mate.
- Nos vamos cuando quieran, Sol me espera; por aquí ya tenemos todo listo, son tres valijas.
- Comentale - le dije a Marita y le habló sobre la habitación.
- Ahora me confirmarán si consiguieron, hoy Sol me espera; iremos a comer algo.
- No, no - dijo Marita -, tenés como ubicarla.
- Sí, bueno almorzamos los cuatro, que venga para aquí y de paso conversamos.
Cerca del mediodía llegó Sol, quedaron las tres en la cocina, luego tuvimos un almuerzo con una larga sobremesa. Llamó Rosi y le confirmamos a qué hora salíamos. Las chicas tenían las valijas listas, se fueron cerca de las cinco. A las siete del sábado Marita las buscaría, las valijas las llevaba yo, por el viaje no había problema manejarían las dos que conocían el camino. Quedó solo pasar por el banco, nada más.
- La camioneta la dejo en la estación de servicio, saco el auto, guardás el tuyo y nos vamos. Mañana vamos al banco retiramos la tarjeta tuya y listo, cenamos y almorzamos aquí amor así dejo todo ordenado. Cuando pasemos por el banco vamos a la librería, ahí hay mejores precios, mejor calidad y más variedad.
- ¿La librería que fuimos el otro día? Listo, vamos mañana.
Sábado, siete de la mañana, cerramos el departamento. Quedó todo en orden, cargamos la camioneta, valijas, todo lo que compramos de librería: un tablero grande para Marita con un brazo articulado, una banqueta cómoda, tres lámparas de tablero muy modernas. Llegaríamos rápido, fuimos a buscar a Daniela, eran solo quince cuadras; Marita guardó su auto, sacó la cupé. Llegué yo más rápido, Daniela bajó, subió al lado de Marita y partimos a buscar a Sol, que era cerca de la General Paz. Tomamos para Camino negro, después la veintinueve a Brandsen; Sol conocía el camino pero fuimos siempre cerca uno del otro, a las diez estábamos sentados en la galería y Marita con Sol preparaban el mate y traían la facturas. Rosi conversaba con Daniela, después de un buen rato se fueron las cuatro al hotel a dejar el equipaje. Conversamos mucho, luego recorrieron todo junto a Marita, nos encontraríamos el domingo cerca del mediodía. Marita volvió cansada pero feliz, a las diez del domingo primero vendría Rosi, después Sol y Daniela.
Domingo ocho de abril, desayunamos temprano; Marita se quedó a tomar sol; nos quedamos en el quincho reunidos con Rosi, el alojamiento estaba resuelto, trabajarían en el pueblo hasta terminadas las obras, pero pondríamos plazos de cada obra con prioridad. Ella anotaba, al rato se incorporó Marita, cuando llegaron las chicas ya teníamos el cronograma. Se quedaron sobre la misma mesa donde explicamos todo, después lo repasaríamos nuevamente. Después del almuerzo descansé un buen rato, cuando desperté escuché murmullos, ya se habían metido en la pileta y tomaban sol. Por la tarde dejamos los tableros y útiles en la oficina del pueblo y a las chicas en el hotel. Volvimos con Marita a descansar y terminar solos el domingo. A las ocho del lunes comenzaría el trabajo, Rosi ya tenía la camioneta a disposición para movilizarse.
Hasta terminadas las obras quedaba montado en el centro del pueblo todo lo que fuera oficina y estudio de arquitectura, trasladamos lo que Marita tenía en la habitación de arriba al centro y en quince días teníamos todo más o menos resuelto. Se trabajó sin horario más de una vez, hasta las diez o más tarde de la noche. Los domingos asado, reunión sobre todos los temas. Al tercer domingo estaba todo listo, si en la semana nos aprobaban los planos comenzaríamos pronto las obras. Las chicas irían a ver sus familiares, era el feriado largo de Semana Santa y volverían el domingo, Rosi lo haría más adelante. El miércoles salió todo aprobado, compraríamos materiales, nos reuniríamos con el contratista que ya teníamos apalabrado. Marita ya tenía el manejo de todo, apuraba los trámites con Sol en la municipalidad, Rosi y Daniela hacían un buen equipo en números, yo intercambiaba opiniones con la cuatro.
El miércoles reunión, las chicas viajaron y nosotros también; Rosi quedó a cargo de todo, tenía vehículo, se podía quedar donde quisiera y eligió el centro; durante el día se daría una vuelta por todos lados, el lunes a las siete nos encontraríamos en la oficina, pero el domingo nos comunicaríamos. A las veintitrés del miércoles cenábamos en la costanera, contentos por el avance, pero con reclamos de Marita del poco tiempo para nosotros. Tenía razón, pero pronto acomodaríamos todo, una vez en marcha las obras ya tendríamos más tiempo. Nos fuimos luego al departamento y nos quedamos juntos mucho tiempo, paseamos e intercambiamos muchas ideas. Caminamos por Cabildo, mirando vidrieras. Por la noche ya estábamos en el departamento, nos quedamos hasta el sábado, el domingo de Pascuas, por la mañana, partimos a almorzar con Rosi, que nos esperó en el campo con un buen almuerzo; Daniela llegó también, pidió hablar a solas después del almuerzo con Marita y estuvieron reunidas un largo rato en el quincho, con papeles. Cuando volvieron, Marita dijo: “tenemos algo nuevo para comentarles”, cuando salíamos sonó el teléfono, Daniela estaba en el hotel ya, la ansiedad era de todos. La fueron a buscar se puso muy contenta, pero la intriga crecía. Marita dijo: ”Que muestre, luego ampliamos…”. Desplegaron unos dibujos sobre la mesa (ya estábamos en el comedor), donde Daniela proponía hacer las casas para las tres, con contenedores. “Aquí hay mucho arrumbado, en Europa se usa esto así”. Desplegó varios dibujos y fotos, desarrolló todo el tema. El proyecto gustó, votamos y todos estuvimos de acuerdo. “Mañana lo dibujo en el tablero”, Marita dijo que la ayudaría. Y me dijeron a mí que me fijara si los conseguía para ver el estado. Terminamos Pascuas trabajando, pero no siguió así. Volvimos a la casa con Marita y ellas se quedaron dibujando hasta altas horas de la noche; me llamó Rosi a las once pasadas, se quedarían trabajando.
Martes diecinueve de junio, viajamos a Buenos Aires por el feriado del veinte y nos quedamos unos días. Todo estaba en marcha, en días comenzaríamos a instalarnos y en un mes se terminaría el nuevo tambo. El jueves pasé por la escribanía, mis hermanos aceptaron y dejé todo firmado, no los vi, no nos encontramos. Con Rosi manteníamos contacto telefónico constantemente, me comentó que tendría todo para fin de mes. 
Estar solos de vez en cuando era muy lindo, la noche del sábado duró hasta muy tarde pero teníamos todo listo para salir. Cuando nos levantamos prolijamos todo y, cerca del mediodía, partimos. Llamamos a Rosi y le avisamos.
Nos esperó con una picada en la casa. Al llegar estaban las tres, picamos y      tomamos, la sobremesa se hizo larga pero todo estaba encaminado: el martes comenzaríamos la mudanza, ya estaba la gente contratada; el estudio del centro, desarmado; a cincuenta metros de la entrada, vigilancia. Luego, donde vivía el casero, oficinas todas a nuevo, barrera de control de acceso, un camino hacia atrás de la casas como para que pase tranquilamente un auto, con vista a la ruta. 
El campo seis módulos habitacionales en dos niveles con tres container cada uno, uno para Rosi, al lado Daniela al lado Sol y tres más. Uno sería el estudio de Marita, uno para mí y el otro veríamos, por el momento quedaba vacío. Donde era la casa del casero había dos oficinas, un privado, una sala de reuniones, un baño y una pequeña cocina. La oficinas con estacionamiento de cinco autos y cada unidad con un espacio guardacoche, pintadas de colores muy vivos que, desde la ruta llaman mucho la atención. Marita se encargó de equiparlas junto con Sol, camas, mesas, silla, heladera, ropa de cama, todo lo necesario, montó su estudio en el segundo nivel y una gran sala de estar abajo, solo para reuniones de fuera de trabajo; en la casa hizo algo similar pero montó estudio por un lado y un gran espacio tirando una pared donde realizó una biblioteca y discoteca, para traer mis libros y discos; al dormitorio lo convirtió en suite con hidromasaje abajo y arriba lo mismo, quedando cuatro dormitorios más con sus baños, uno cada dos dormitorios; dio vuelta la cocina a nueva y se pintó todo: desde la casa a todo lo que estaba por pintar. El tambo era modelo a nuevo y todo pintado, señalizado e iluminado; las topadoras en unas semanas cortaron el camino de acceso a la casa y se modificó el recorrido al campo. La casa quedó sola para nosotros, se entraba solo con el auto o camioneta y nadie veía la pileta o el quincho, la inversión fue muy grande. Marita tenía previsto recuperarla antes del año, quedaba sólo pendiente dejar en condiciones la casa del pueblo.
El veintiuno de septiembre quedó todo inaugurado, con tres puestos nuevos diseñados con módulos en lugares estratégicos y de colores vivos donde, con la altura, teníamos más control y telefonía donde estábamos todos conectados. El campo estaba preparado: el primero de octubre se comenzaba a sembrar el trigo; la cosecha de maíz fue un éxito, recuperamos la inversión, pero esta vez destinamos un gran predio para la soja.
Del cinco al catorce de octubre nos fuimos a Mar del Plata, a descansar unos días. El calorcito llegaba de a poco y después de recorrerla y pasar una noche en un hotel decidimos volver a Mar del Sur, a ver si la casa en que habíamos estado se encontraba en alquiler; a Marita le gustaba más estar al lado del mar y lo conseguimos.
Caminamos mucho, almorzábamos en la casa y cenábamos en Gesell; ella lucía cada vez más hermosa, estaba contenta de pasar unos días a solas. Antes de cenar compramos ropa, tenía ganas de hacer un guardarropas para ambos, las mallas ya eran de la nueva temporada y compró. Dentro de la casa era una fiesta cada noche, tarde o mañana. Sexualmente no teníamos horario, nos acostábamos muy tarde, volvimos a correr a diario, su cuerpo había engordado, según ella y algo de razón tenía: no estaba tan delgada, pero su forma era muy bonita y, corriendo, recuperaría sus formas, sus curvas se tornaron más voluptuosas, le molestaba que la miraran más de una vez, pero comenzó a mostrar más las piernas, sin tanto jean o calzas y abrió su escote unos botones. Se sentía más segura, cuidaba mucho su largo cabello, una mañana fue a Gesell a la peluquería, yo me quedé en la casa para escribir: comencé a hacerlo a diario, nuevamente. Cuando llegó me dijo: “Comemos y te muestro, después de almorzar”, me dijo. Levantamos la mesa y preparé café, ella armó conjuntos sobre la mesa, jeans y camisa azul con pintitas blancas, al tono con el vaquero para ella y las chicas, zapatos bajitos sin taco, azules también.
- Así estaremos las cuatro ¿qué opinas?
- Bien - le dije -, no sé qué dirán ellas.
- Allá las puedo cambiar por talle, vamos a dar una buena imagen. Esto recién comienza y crecerá mucho más. Tengo una idea que conversé con Sol y puede funcionar - nos sentamos mirando desde living el mar y comenzó a dibujar, a comentar.
- Cuando lleguemos lo hablamos con Rosi.
El tema quedó ahí y nos fuimos a caminar, el sol estaba lindo para hacerlo, caminamos mucho hacia el sur hacia la nada. Caminamos muchísimo hasta dar la vuelta, era realmente un lindo atardecer de primavera.
- Siempre pensé que esto nunca lo podría hacer, lo estoy haciendo sin darme cuenta: caminar así, en realidad las dos cosas: caminar así y estar vestida así ¿me miraste? – me preguntó y se puso delante de mí, de frente: estaba con la tanga, una camisa solamente y con un solo botón.
- Parece una malla, no me di cuenta – me dió la camisa y salió corriendo hacia el mar, se quedó un largo rato mientras yo la esperaba con un toallón pero seguía, como una niña por el agua; hasta que salió, se envolvió y la sequé pronto.
Luego de cenar y esperar un rato, lo hicimos juntos hasta el último día, y lo repetimos cada noche. Durante el día se ponía una malla diferente (de las que había comprado), yo le decía que eran muy chiquitas esas piezas y ella se reía: “Así son, con el tiempo nos bañaremos desnudos”; me decía “celoso” y nos reíamos mucho. La pasamos muy bien esos días. El trece avisamos en la inmobiliaria que nos íbamos de madrugada, tipo seis o siete. A las diez y media estábamos entrando al campo, bajamos las valijas, llamamos a Rosi para avisarle y nos recibió con unos mates. Después de eso me fui a dormir una siesta. La pileta estaba recién preparada, lista, con el agua limpia. No hacía tanto calor pero igual Marita y Rosi se metieron y se secaron al sol. Cuando me levanté las cuatro tomaban mate al lado de la pileta, me gustaba que se llevaran bien, estaban organizando algo para el sábado veintisiete. El veinticinco cumplía ella y yo el veintiséis pero lo festejaríamos solos, en tanto el sábado haríamos algo para todos, tal vez un asado, veríamos.
Quince de octubre, siete de la mañana. Marita se estaba duchando, ahora con el nuevo dormitorio se escuchaba, salió ella y entré yo. Al salir me esperó con un mate mientras me cambiaba y luego se cambió ella. A las ocho, después de un café con leche nos fuimos a la oficina, las chicas estaban reunidas mateando. Sol recibió el remito del camión de leche y luego archivó, ya eran dos, y completos. “Ahora vuelvo, voy a controlar allá, por si falta algo”; Daniela fue a la oficina, Sol vendría entre la cuatro y las cinco, luego yo y después, Daniela. “Tenemos quince en el tambo, aquí nos hace falta una persona más, ahora para la cosecha y siembra, que maneje ese tema; los puesteros son cuatro, están vigilados y en vigilancia tenemos tres para cubrir turnos: ya somos veinticinco, con uno o dos más estamos completos, pero tenemos un gasto elevado en alquileres de máquinas, van a faltar esas máquinas”. Me pasó la lista.
- Si las comprás, quizás de cuota pagás menos que el alquiler que pagamos – me aconsejó.
- Averiguo, lo conversamos. Yo buscaría en la escuela agro técnica y vemos. Listo hoy lo veo, ahora te comento el nuevo proyecto - Marita trajo el plano.
- Esta punta que tenemos aquí, es cerca de la laguna, son cuarenta hectáreas, aquí está el puestero, ok, agarrate, te cuento a ver qué opinas: lo alambramos, lo separamos del campo, hacemos un acceso con salida a la laguna, creamos un country con tiempo - sonrió y dijo “lo pensé hace un tiempo, pero será más trabajo extra, no en las mismas horas, lo vamos diagramando, con cuatro en la construcción lo podemos hacer
- Fenómeno, el campo, te traigo dos más cuando iniciemos esto y de la agro técnica. Hacemos un trato, lo hacemos, les doy algo a cambio, a los dos: terminemos la casa vacía, así nos visitan nuestros padres.
- Sí, seguro y la dejamos para visitas.
- Segundo, te digo lo que pensé de entrada: los lotes (ustedes saben de calles, diseño y todo eso), del total, tres lotes: uno para Sol, otro para Daniela y uno para Rosi, le metemos pata.
- Hecho - me dijo –
- Fijate si llegó Sol y lo comentamos.
Mate por medio les comenté el proyecto, las dos estaban muy contentas, “tendremos obra”. Marita les dijo “y tendrán un terreno cada una”. La alegría inundó la reunión; pronto se pondría en marcha el proyecto, yo quería pasar por la municipalidad, les comentaría, me fui a recorrer con Marita el campo, luego volvería por la tarde.
Al rato me llamó Rosi, me encontré con ella en su escritorio.
- Económicamente estamos mal, como el país, tratá de comprar en cuotas, si podés, pero ese dinero en el banco es mucho, dolarizalo; acá tendríamos que tener un caja fuerte, cerca de casa de vigilancia y otra en tu casa, pensalo.
- Sí, pongo un lugar con alarma, mejor, me voy y averiguo todo, Marita ¿venís o te quedas?
- No, trabajo aquí – le dije que me iría y volvería al mediodía.
Primero pasé por las maquinarias, me dio un presupuesto y quedamos en encontrarnos; después pedí audiencia con el intendente; fui al banco, me atendió el gerente y le conté qué inversión haría, me dijo que podría darme a diario dólares y, en una semana, me cubriría el pedido; también me ofreció un crédito, le dije que lo consultaría. “Mañana vengo y lo conversamos”, le dije. Volví a la Intendencia, le conté el proyecto al intendente y me dijo que debía consultarlo en el Concejo Deliberante, que lleve un proyecto. Almorzamos con Marita en casa y nos fuimos a Dolores a buscar un presupuesto, volvimos y arreglé con Rosi el préstamo: “Tomalo, pero cuando te lo dé, todo este monto dolarizalo. Sol mañana se encarga de las cajas, conoce el tema”.
Viernes doce de octubre, las dos cajas fuertes estaban amuradas, una la manejaba yo, otra Rosi, la de la casa solo tenía una copia Marita, yo de las dos, las dos con alarma; pusimos alarma en toda la casa; las máquinas las compramos con doce cheques, en días llegaban, pasé por la escuela y vino Nora, veintiocho años: es Técnico Agropecuario, nacida en Chascomús, recomendada por el director, ella iba y venía en moto, desde su casa vivía con los padres; Rosi consiguió una ayudante administrativa contable, Marta 26 años soltera, también de Chascomús, Contadora recién recibida que la ayudaría ella, muy hábil; Rosi la mandó enseguida a matricularse, todo funcionaba menos la economía del país, Rosi hacía piruetas en los bancos y con los cheques a diario.
El jueves veinticinco festejamos el cumple de Marita en la sala de reuniones de la oficina, a la noche solos los dos. Daniela me acompañó, compramos un camperita, una pollera de cuero, un pantalón negro (también de cuero) muy lindo y cuando amaneció se lo di. Por la noche cenamos juntos a media luz y fue un lindo encuentro que duró horas: ella me regaló camisas y jeans. Pasamos una noche genial hasta altas horas, nadie nos molestó.
Fuimos a la oficina a las diez. Rosi me dijo “andá al banco, tratá de dolarizar todo, esto en poco tiempo se lo come la inflación, no hagamos nada nuevo, tratemos de movernos con lo que producimos”.
Les dije a Marita, Sol y Daniela, “métanle con ese proyecto”; Marita acompañó a Marta y Nora a comprar la misma ropa. Ya estaba faltando lugar: pusimos en el salón de reuniones la sala de proyecto, donde estaban Sol y Daniela, quedaron Nora y Marta; Rosi sola manejaba todo.
El viernes, día de mi cumpleaños, el Intendente me confirmó que no tendría inconvenientes, había hablado en la parte obras y que presentara el proyecto, todo estaba encaminado. El lunes llegaban las máquinas, solo nos faltaba quién la manejara, pero teníamos unos días. Rosi puso un aviso en el diario local y quería que fuera urgente a Dolores a firmar un papel para Uruguay. A las seis fuimos, Marita me dijo “andá amor, cuando lleguen estará todo listo”.
En Dolores nos reunimos con un economista un largo rato, iría el martes a ver todo. Por su opinión no cobraba, lo hacía por ser amigo de Rosi, hoy radicado en Mar del Plata, con negocios en cada pueblo, pero vendría.
Al llegar Rosi me dijo que Marita tenía una sorpresa, que me tapara los ojos. Vino Marita, manejó hasta la casa y, al llegar, encontré que estaban mis hermanos, cuñadas y sobrinos, habían venido a saludarme, fue muy lindo. Marita había organizado todo con la ayuda de las chicas, fue una noche soñada que terminó tarde, se quedaron hasta el domingo. Recorrimos todo, estaban asombrados por lo que vieron y nos felicitaron. Al mediodía Marita se cambió y llegaron la chicas, todas vestidas igual, con empanadas que hicieron ellas, las hornearon y frieron; después pastelitos y mate. Más tarde fuimos a las oficinas con mis hermanos y les conté con detalle cómo eran las cosas. No faltaron los chistes acerca de estar rodeado de tantas mujeres. Les conté cómo dimos vuelta todo, estaban asombrados. Me preguntaron por Marita y les dije que con ella hice todo, “¿cuándo te casas?”, les dije que no lo habíamos hablado. Les avisé que seguiría con el tema de Misiones y el departamento en Belgrano…
Cuando salimos vimos que Marita les mostraba todo a mis cuñadas; después seguimos juntos caminando. Cuando comenzó a bajar el sol se fueron. Les agradecí a las chicas, ella estaban muy contentas también. Después de acomodar todo, quedó como si no hubiera pasado nada y cada uno se fue a su casa.
Entramos y nos cambiamos, Marita dijo: “Ahora vos y yo…”, y tuvimos una noche hermosa. Pensábamos descansar, nos dormimos después de las dos de la mañana hasta las diez, sin que nos molestaran.
A las diez y media volví a la oficina. Marita quedó arreglando la casa, Mabel había contratado a una señora que vendría a hacer la limpieza de todo, también de la casa. Llegaron la máquinas, faltaba quién las manejara, pero una semana después ya tendríamos dos conductores, un mecánico (que a la vez conducía) y los otros dos lo ayudarían; Sol y Daniela diseñaron un galpón con parabólico que se hacía rápido, con una fosa para guardarlas y en poco tiempo estaría listo. Me reuní con Rosi: “Ya somos treinta, así tiene que funcionar por lo menos un año, después vemos. En el banco dejá solo el dinero que movemos acá, vos tenés que ir a hablar con el gerente, por la firma”, le dije que firmara ella: “Bueno lo hablamos con él, no quiero problemas”. Nos atendió rápido, ya sabía del country y nos ofreció otro crédito.
- Una pregunta – le dije -, si me voy ¿cómo hacemos para que ella entregue cheques? No quiere pero yo le tengo plena confianza.
- Que firmen dos: ella y otra persona, eso lo deciden ustedes. Convérsenlo y me dicen. Vienen, registran la firma y listo.
- Ok, ahora necesitamos esta cantidad de dólares.
- Mañana los retira, hoy no tengo. Ya se los pido.
Retiramos casi todo y los dólares (que los guardé en la caja fuerte); solo tenía dinero necesario para compras chicas y el de la leche, que se iría depositando. Sol y Rosi registraron la firma, todos quedaron en blanco con su obra social: ya estaba todo en orden.
- Anotame a mí y a Marita por alguna urgencia. De eso quería hablarte: Marita, de un ojo no ve bien y en el tablero se nota.
- Apenas esté todo la acompaño.
- Listo ¿qué día viajan?
- Quiero viajar el dieciséis a Buenos Aires y de ahí a Misiones, no sé qué pasa allá. Vuelvo en un mes ¿te arreglás?
- Sí, tranquilo.
- Bueno, si te llaman del sanatorio avisale a Marita que saqué turno.
Marita estaba en la pileta, apenas me vio, salió. A la tarde trabajaría en el proyectó con Dany.
- Falta algo: que por aquí se corte el pasto.
- Hablalo con los chicos y los que manejan la máquina que se encarguen de esto, cuando nosotros no la usamos. Vos así adelante de ellos no, a mí no me gusta.
- A mí tampoco – dijo
Mientras almorzábamos la puse al tanto de todo, más el viaje y que le había pedido turno en el oculista. Estuvo de acuerdo, se cambió y se fue con el uniforme que eligió. Fui para adelante, el proyecto funcionaba, les hice algunas modificaciones de trazas, cantidad de lotes, precisaban material, calcos, minas, portaminas, goma, otras cosas más y algo para hacer copias, que sabíamos que ya existía, pero no ahí, como los Rotring que debían comprar. “En Dolores hay, dijo Daniela, voy el finde y las compro”.
- ¿Pensás quedarte el finde allá? – dijo que no.
- Bueno, vamos mañana. Si querés pasás a saludar.
- Listo hecho cuando venga nos vamos. Regresaremos al medio día, son cien kilómetros entre una cosa y otra.
- Bueno, a las ocho más o menos nos vamos, a ver si conseguimos un tablero más grande.
- Sol ¿arreglaste el horario?
- Sí, Nora ya hace lo que hacía yo, la asesoro y a veces la acompaño, hasta que esté bien al tanto
- Marita ¿arreglaste lo del pasto?
- Sí, se encargarán los de las máquinas, ahora deben estar por ahí; hay que comprar una cinta métrica, para medir allá, para hacerlo lo más exacto posible y luego contratar un agrimensor, si se aprueba.
- Lo pensé, veremos quién, ya averiguaremos.
- Mi prima – dijo -, la que está en el campo.
- Nosotros nos vamos el dieciséis, me gustaría saber cómo va quedando. Falta todavía.
- Si yo me quedo hasta tarde, todos estos días y, si le meto, lo terminamos - dijo Daniela y Sol dijo “yo también me quedo”.
- Bueno, manéjense ustedes.
Viernes dieciséis el proyecto quedó en la municipalidad. Sol lo seguiría a diario con Daniela, terminarían las dos casas que faltaban y agregamos cuatro más; se encargarían de la parquización también. Le dejé las dos camionetas, traeríamos luego el auto de Marita. Compramos un ciclomotor que usaban todos. Todo estaba funcionando.
- Con las cuentas llegamos re bien, por suerte – dijo Rosi -. Es más, crecimos pero nos come la inflación.
- Veremos, llamame a diario en lo posible. En quince días, más o menos, quiero estar de regreso, antes de las fiestas. Fijate si la pasamos juntos o se van, yo arreglo y les voy contando, controlá la casa, dormí allá si querés.
- No, doy una vuelta solamente. Acá estoy re bien.
El sábado diecisiete, a las ocho partimos hacia Buenos Aires. Paramos antes de llegar al departamento a comprar en el súper y a las once ya estábamos en él, abrimos todo, ventilamos, y preparamos unos mates, no estaríamos mucho tiempo. Ese fin de semana nos quedamos adentro, salimos muy poco, Marita abrió valijas, lavó ropa, preparó el equipaje nuevamente, buscamos todos los papeles de Misiones, la puse al tanto de todo. Por la noche llamé a gente del partido para comentarles dónde estaba y me comentaron que me estaban buscando con información, llamé a la persona que me dijeron y quedamos en encontrarnos el domingo, a desayunar en un bar cerca de casa.
Ahí estuve, era una amiga de muchos años, encontró a la madre de Marita, estaba en Corrientes, me dijo más o menos dónde, me pasó una dirección, aparentemente estaba escondida de alguien, nada más. Se habían contactado con ella, trabajaba por ahí pero tenía un paradero incierto. Hasta no viajar y verla, mucho no quiso hablar; estaba con miedo. Me pasaron todos los datos y una foto. Volví y le comenté a Marita, reconoció la foto, lloró mucho, le dije que haríamos como ella quisiera, pero sería bueno que la encontrara y, después, que decidiera cómo seguir la relación, ella la única que decidía.
Ese domingo descansé, ella solo preparó equipajes, a la madrugada muy temprano nos fuimos, directo a la ciudad de Corrientes. Nos hospedamos en un hotel céntrico, descansamos un rato y nos cambiamos. Marita se vistió con todo, se maquilló y nos fuimos: “Quiero verla, después veré”. El conserje nos guió bien, dimos unas vueltas, era cerca. Comenzamos a preguntar y encontramos la casa. Después de un rato salió alguien y le pregunté, me dijo que la llamaría. Salió una señora y le pregunté si tenía familia en La Falda, quedó muda. Marita bajó, la abrazó, le dijo “mamá”; la señora lloró mucho, le pregunté si podíamos conversar. Pasamos, habló poco. Se abrazaban, la señora pedía disculpas, quedamos en pasar a buscarla en una hora para almorzar, ahí no estaba cómoda, no podía hablar, nosotros tampoco. La señora estaba muy descuidada, parecía mucho mayor, evidentemente no la pasaba bien, esa tarde almorzamos en la costanera. Hablamos mucho, siempre quiso volver pero por miedo, temor o vergüenza no lo hizo; tampoco podía económicamente, estaba asombrada de Marita y pedía disculpas constantemente.
Quedamos en volver en dos horas, la dejamos donde la encontramos- Le pregunté a Marita si la quería llevar, me dijo que sí, pero quería hablar a solas con ella, me quedé en el hotel. Fue sola y volvió a las dos horas, me pidió alquilar una habitación, compraría algo de ropa, nos tendríamos que ir rápido: un hombre la buscaba, eran (o fueron) amantes y vivían juntos en esa pensión, le dije que la fuera a buscar, que trajera lo que pudiera que nos iríamos a Posadas, que comprara lo necesario. Pagué y esperé, llegaron pronto y seguimos viaje, casi en silencio hasta Misiones, donde conseguimos dos habitaciones y ellas dos hablaron mucho, horas. Marita venía a verme, le dije que estuviera con la madre. Más tarde, ya más tranquilas, con las dos tomamos unos mates, salieron a comprar algo de ropa. Marita volvió dejándola en la peluquería, contenta pero con algunas dudas, reproches, le dije que mirara para adelante que siga con nosotros, que compre lo necesario. “Estamos haciendo lo mismo que me pasó a mí”, lloró un rato, luego fuimos caminando a buscarla. Almorzamos y conversamos toda la tarde: contó y le contamos, al otro día vendría con nosotros al campo. Marita me dijo “la llevamos a Chascomús, ahí estará segura”. Ester, de cincuenta años, mamá de Marita, ya estaba más tranquila. Fuimos conversando todo el viaje, de Posadas a 25 de Mayo en dos horas y media llegamos, no pasamos por el pueblo, fuimos directo al campo. A pocos kilómetros de la intersección de las rutas 14 y 103, por camino de tierra, a metros de la ruta, entramos. 
En la primera impresión estaba todo muy descuidado; llegamos a la casa, estaba cerrada. Entramos, estaba más o menos en orden, le faltaba una buena limpieza, dejé a Marita y la madre arreglando todo. Fui a ver cómo estaba el campo: la plantación estaba muy mal, había solo cuatro hombres, los ubiqué enseguida. La yerba mate se cosecha de la segunda quincena de enero hasta abril, en poco tiempo hay que trabajar duro. Según ellos el administrador iba una vez por semana, si lo hacía. Todo estaba en mal estado, sin mantenimiento, plantas descuidadas, zonas que ya ni se tocaban. Ellos hacían lo que podían, el resto de la gente se había ido a otros establecimientos. Les dije que pasaran por la casa antes de irse, anotaríamos sus nombres y que, en poco tiempo, comenzaríamos de cero.
Fui a la casa y le comenté a Marita, le dije que en dos días nos íbamos y que traeríamos a alguien. Mientras recorríamos todo el campo, la madre quedó cocinando. Al volver nos reunimos con los cuatro que estaban comiendo algo.
- Con todas estas hectáreas, si lo ponen en marcha, es negocio. Así es todo pérdida, este tipo la tiró abajo para comprársela, él trabaja para otro – dijo uno de ellos.
- Ok, no le digan nada - dijo Marita -, nos haremos cargo. En un mes esto cambiará.
Seguimos hasta la casa, decidimos volver por la mañana a Chascomús.
- ¿Cómo hacemos?, con tu vieja ¿cómo hacemos?
- Vamos directo sin parar, le damos algo allá pensé - me dijo - ¿y vos?
- Pensé lo mismo. Ok, vamos comer y le decimos.
A Marita le costaba decirle “mamá”. Le dijo: “Mañana temprano nos vamos a Bueno Aires, volveremos con gente.
- Yo me quedo, dijo Ester.
Marita me miro y le dije “lo pienso y le digo”. Dormimos una linda siesta y recorrimos el campo hasta las orillas del rio, ahí decidimos que se quedara. Las dos fueron a comprar alimentos, en la madrugada nos íbamos. Marita pasó por la oficina de teléfonos, preguntó por qué no funcionaba: era por falta de pago. Pagó por tres meses, por las dudas, así estaremos comunicados y le dejamos algo de dinero a la madre. A las cinco nos levantamos, Ester se levantó nos hizo mate, conversamos un rato y nos fuimos, teníamos un largo camino.
El viernes veintitrés de noviembre, a las tres de la tarde, parando a descansar y dormir un poco en medio del camino, en un motel, entramos a Chascomús. Fuimos directo a la casa, en minutos llegó Rosi. Abrazos por el regreso y nos preguntó por qué habíamos vuelto tan temprano. Le contamos todo, lo de la madre, lo que encontramos allá, charlamos un largo rato, me dijo. “Nos reunimos todos, con Daniela, Sol, Marta y Nora aquí o en la sala, y vemos ¿Qué idea tenés?”, le dije de hacer lo mismo que ahí. “Dale organizamos un equipo y vamos, mañana a las diez ¿les parece bien?”
- Sí, dale a las diez, las invitamos a comer, compro asado y conversamos. Lo hacemos entre todos y conversamos.
- A las diez estamos por aquí, descansen. Nos vemos mañana.
Esa tarde dormimos una siesta, luego el hidromasaje vino ideal, estamos por ver qué comíamos cuando llamó Rosi: “¿Les llevo una pizza?”, preguntó. Le dijimos que sí, vino y terminamos cenando los tres, fue a buscar la otra que había hecho y conversamos mucho, quería saber más sobre la madre de Marita, para no hablarlo delante de otra gente. Le contamos como la encontramos. Rosi sabía el porqué y cómo se había ido, se lo dijo, “siempre lo supuse”.
- Creo que ya no me importa, mi padre decía que se fue y no supimos más nada, si la puedo ayudar lo haré, es mi madre aunque no lo sienta así pero suponía todo, mi temor es que se repita.
- El mío también - dijo Rosi mientras le agarraba la mano - , yo no la hubiera dejado sola, es mi opinión, pero pronto iremos y la incorporaremos de alguna manera.
- No quiero que viva con nosotros, que haga su vida como quiera – dijo Marita.
Le pregunté cómo se sentía. “Bien”, me dijo.
- Es como que todo lo sabía, no quiero que me joda, que haga su vida, la ayudamos hasta dónde se pueda - preparó un whisky, llenó el hidro - ¿querés? ¡mañana habrá pileta! - fue una noche que veníamos buscando juntos solos y con mucho juego erótico y luego descanso.
Domingo veinticinco, a las ocho Marita en la cama con el mate me despertó ahí nos quedamos, hasta pasadas las nueve, yo me cambié y ella se fue a tomar sol; a las diez llegaron las chicas, se metieron un rato en la pileta. Con Rosi preparamos la carne, encendimos de apoco el fuego, me dijo: “¿Vos sabias que la madre era un poco ligera, lo supuse cuando la vi, no me gusta nada?”
- Me di cuenta - le dije -. Ojalá no traiga problemas.
A las once nos reunimos en la mesa del quincho, les contamos la situación y comenzamos a organizarnos escuchando la opinión de cada una, debatimos mañana y tarde con descanso con pileta, yo les dije “hoy tiene que salir una conclusión, mañana seguimos aquí, esto está caminando, no podemos descuidar nada”. Rosi anotaba, Sol también, Nora anotaba mucho y al final decidimos: el martes, bien temprano viajaríamos; Rosi seguiría con la parte financiera, bancos y anotar la gente; Daniela y Marita en la infraestructura y Nora el lunes se encargaría de buscar una amiga especialista en yerba mate y té. Esa misma noche la intentó ubicar, pero el martes nos íbamos. Daniela dijo. “Voy a hacer un comentario ¿se fijaron si hay pista en el campo?”
- No ¿para qué?
- Les comento: en el Aero club de aquí guardan avionetas, muchos que tienen campo bajan ahí, otros tienen su propia pista; no podés manejar tanto, salís de aquí para allá, conozco el tema hice el curso y muchos hacen eso.
- Es buena - dijo Rosi.
- A veriguá todo y si camina lo hacemos – le dije.
Lunes veintiséis. A las ocho desayunamos y fuimos a la oficina, mañana linda, movida, Nora llegó a las nueve con una especialista como había dicho, nos habló un largo rato sobre yerba mate, siembra, cosecha y algo de té. Dispuesta a viajar con treinta años, sin trabajo; se llamaba Ivana y era ingeniera agrónoma, nos reunimos mañana y tarde, ya éramos cinco. Marita dijo. “Yo llevaría a Roberto, es mecánico y electricista, si se queda que lo decida él pero que mire todo”. Le dije a Sol que lo fuera a buscar. Volvieron juntos y le contamos el proyecto.
- Si vamos acá los muchachos se arreglan, a lo sumo si estoy mucho allá precisan un ayudante, nada más, como para el pasto, que ayude nada más.
- Bueno, salimos a las cinco de la mañana, con la camioneta y el auto - quedamos todos de acuerdo.
- Vamos a casa, a preparar sus cosas. Nos encontramos aquí a la madrugada, listo - se fue Rosi; Marita y Sol quedaron preparando papeles y fueron a comprar libros, cuadernos de todo y un tablero. “Nos turnamos para el manejo”, dijo Roberto.
Cinco de la mañana, ya amaneció; Ivana, Rosi, Roberto, Daniela, Marita y yo en el auto, el resto en la camioneta y todo el equipaje, paramos en Zárate a tomar un café, Rosi pasó un rato con nosotros; le pegaríamos hasta Pasos de los Libres, ahí manejó Marita, Daniela, la camioneta, el último tramo volvíamos Roberto y yo. A la seis ya estábamos en el campo, la casa estaba ordenada, habitación para todos, las camas armadas y todo limpio; Marita había hablado con Ester, las pizzas y las empanadas estaban esperando para ser horneadas. Nos fuimos duchando todos y cenamos, Ester se encargó de todo, nos fuimos a dormir, a las seis o siete debíamos estar arriba; teníamos una semana a full. Organizamos todo, nos volvíamos Rosi, Marita y yo, Ester seguía manteniendo la casa y cocinando; Nora, Daniela, Ivana y Roberto se quedaban, ellos tomarían la gente. Marta, que quedaba en Chascomús, viajaría para allá en micro, cuando llegáramos nosotros.
El sábado cinco volvimos y el domingo hablamos con Marta, llevó todas las autorizaciones de bancos que teníamos. De ahí le giraríamos al Banco Nación. Rosi manejaría todo por teléfono, para el veinte de diciembre estaba todo en marcha. Decidimos pasar las fiestas ahí, entre todos, en Misiones, los que estaban allá. Solo regreso Daniela para ver a sus padres.
Hablé con mis hermanos y les comenté del trabajo, nos veríamos en otro momento. Si nos apurábamos compraríamos o alquilaríamos una avioneta y Daniela nos llevaba; se vendía una que nos recomendó un pariente de ella, ya la había piloteado y el tres iríamos volando. Ella la estuvo probando días antes; actualizó permisos y tenía cómo bajar allá. Sacamos dos créditos: uno para la avioneta y otro destinado a Misiones, por seis meses no deberíamos tener más gastos.
Pasamos la primera fiesta juntos con Marita y fue genial, hasta tarde, con amigos comiendo asado y bailando, tomando y divirtiéndonos. El amor rondaba en nosotros cada día, cada noche, cuando la vi vestida el veinticuatro estaba maravillosamente hermosa. Llamó la atención su vestido, todas las chicas se pusieron todo. Después de medianoche llamamos a Misiones, ellos también estaban festejando. Terminamos todos en la pileta, cerca del amanecer. El veinticinco la pasamos solos.
La tarde y la semana siguió movida. El treinta y uno juntos otra vez; el primero solos y enamorados; el dos, al trabajo nuevamente, nos quedamos unos días más y el lunes nos iríamos.
Lunes, seis de enero de mil novecientos ochenta y seis. Después de una noche con algunos reclamos, a las ocho estábamos en la oficina y Rosi nos llevó al Aero club; llevábamos tres personas más: una arquitecta recibida recientemente con experiencia en obras: primero fue como nosotros, maestro mayor de obras, compañera de Sol y, a la vez, de su pueblo, como dos chicas de la escuela técnica especializadas en yerba y té.
La idea de crecimiento no paraba, los celos de Marita tampoco, llevamos un mecánico que era, también, tornero. El promedio de edades no superaba los treinta años. Despegamos ocho y media y, antes de las once, en un vuelo sin inconvenientes bajamos en el aeroclub del pueblo donde Roberto nos esperaba.
Ya al entrar al campo la vista era otra, la casa estaba convertida en estudio y oficina, dimos una vuelta y mucha gente recogía la yerba de las plantas; el camino lo estaban haciendo con una topadora alquilada. Estaba quedando bien. Otra máquina hacía surcos para nuevas plantaciones y, al fondo, sobre el límite del campo, estaba terminándose la pista de aterrizaje donde, en el mismo tinglado de futura máquinas, dejaríamos la avioneta para seis personas. Todo marchaba bien, había algunos convenios que podíamos llegar a firmar pero había dudas de si comercializarla nosotros o no, ese era un tema que debía manejar Marta con Rosi; hablaron mucho telefónicamente y los números daban para que lo comercializáramos nosotros; después Rosi me dijo “cierra todo, hasta quién nos envase; las chicas harán algo nuevo, necesitamos una inversión más ¿cuándo regresás? ¿en una semana? Ok, de aquí arreglamos que se quede Daniela y vuelvan con ella, en una semana lo cocinamos.
En febrero nos iríamos quince días al mar; Marita administraba y ella derivaba responsabilidades; Sol se encargaba de las obras nuevas y mantenimiento en general, pero lo seguiría la nueva arquitecta, Rocío, ella la pondría al tanto de todo y trabajarían en contacto a diario.
Los volví a reunir a todos, les comenté que regresaría en marzo, dudas estoy tres días más, pero dijeron haberse reunido, estar conformes, cualquier duda llamarían; Roberto sugirió si podíamos pedir una línea más y le pondría luego una central, el campo es grande. Marita dijo: “yo las consigo, ya los conozco”. Llamé a Rosi y le comenté.
- Por todo lo que estamos haciendo quiero tener un abogado con nosotros ¿qué opinás?
- En marzo te lo iba a pedir, pero no sé en qué especialidad, tenemos temas de comercialización y posibles laborales, me voy fijando aquí y luego te comento.
Dieciocho de enero. Al medio día almorzamos con Rosi en la casa y nos pusimos al tanto con todo el viaje: fue rápido y con éxito, volveríamos en un mes. Fue un lindo domingo de pileta y Marita disfrutó mucho esos días. El amor seguía creciendo a diario.
Con los días fuimos incorporando una abogada que nos había recomendado Daniela; después de algunas reuniones vino a trabajar con nosotros: se llamaba Julia, recién recibida. También una veterinaria de la zona, Mirta, para incrementar las cabezas de ganado y se dedicaría al cuidado de ellas, con un plan de fertilización donde las expectativas eran muy buenas, solo necesitábamos un pequeño laboratorio que Daniela y Marita proyectaron en otro lugar del campo dejando el country por unos días. Al finalizar enero, sumando Chascomús y Misiones éramos casi cien trabajando.
Del primero al veintidós de febrero nos fuimos de vacaciones, para estar solos unos cuantos días al mar y regresaríamos el cinco de marzo. Como administradora general quedó Rosi, con base en Chascomús, pero viajaría de vez en cuando; con Marta la contadora, Daniela y Sol manejaban el departamento de arquitectura, obras y proyectos, Nora administraba Misiones con sus departamentos; Roberto estaba a cargo de todo el mantenimiento de Misiones e Ivana era la responsable de toda la siembra y cosecha de yerba mate. Los proyectos de obras de Misiones, que involucraban oficinas, viviendas y muchas cosas más se realizaban en Chascomús y se mandaban hacia Misiones. Ahí ya estaba Jimena a cargo de las obras y Juan (el capataz que manejaba los peones que cultivaban la yerba), de cuarenta años y mucha experiencia en ese campo; ochenta personas trabajaban en diferentes turnos, solo en la cosecha, se les pagaba por día, iban y venían. Nunca eran los mismos, el resto era fijo, con todos los beneficios de la ley, entre otras cosas todos vestidos con la ropa que, al inicio, compró Marita.
Cinco de marzo de mil novecientos ochenta y seis, nos reunimos con Rosi en casa. El balance era positivo en todo aspecto. Teníamos algunos temas pendientes que resolveríamos en esa semana, el sábado ocho nos juntábamos en casa, pileta y asado era la idea. Rosi y Marita lo organizaron. El lunes a las diez teníamos una reunión importante y vinieron unas personas que querían poner una estación de servicio de GNC, sobre el campo, comprar el espacio o alquilarlo.
Ese sábado la pasamos muy lindo en el asado como en la pileta y, al caer la tarde, se fueron. Con Marita pasamos una hermosa noche, nos fuimos a tomar algo al pueblo, nos encontramos con Rosi, Daniela, Sol y algunos amigos de ellas con quienes se reunían a menudo.
Esa misma noche conocimos a la abogada que Rosi decía que nos presentaría. La pasamos muy bien, el domingo fue a puro sol y pileta y mucho amor. Marita estaba cada vez más linda, ya se manejaba segura de todo y seducía con su sola presencia; muy pocas veces se recogía el cabello y era una fuerte arma de seducción en casa, siempre estaba de buen humor, pero el reclamo de salir más seguía, tenía razón. Esa misma tarde planeamos un viaje y esa noche fue una linda noche. Juntos, muy juntos y solos.
Lunes diez de marzo. Desayunamos en la cama con muchos mimos, luego fuimos a las oficinas. La construcción para refaccionarlas estaba en marcha, la segunda etapa de viviendas también. Sol seguía con todo, metiéndole antes del invierno; Marita acompañaba. A las diez llegó la gente de la estación de servicio, antes le había pedido unos datos a Sol y negocié: dos estaciones de servicio, una a la entrada de Chascomús, sobre la ruta, en una punta del campo y otra casi al finalizar el pueblo, doscientos metros antes de la entrada de lo que sería el futuro country a cambio de gas a la casa de campo, casas y oficinas en la primera y la red de gas en el country, dejando el caño con salida a cada lote. Si lo pensaban era negocio, pero contestarían a la brevedad, luego vinieron a alquilarnos para poner carteles de propaganda en el campo sobre la ruta y negocié lo mismo: propaganda para el nuevo emprendimiento luego, ya terminado, renegociaríamos y aceptaron de inmediato. Les comenté a Marita y Sol; Rosi estuvo en las reuniones a mi lado y ella seguiría el tema. Me fui a la municipalidad para ver si empezábamos o no la obra, me crucé con el intendente, “mañana te llamo - me dijo -, veo como está el tema”. Llamó por la tarde: “Listo, presenten todo, lo vemos y aprobamos. Es una buena idea de crecimiento para el pueblo, ojalá hagan otro”. Por la noche con Sol, Daniela y Rosi festejamos. Esa misma noche llamamos a la agrimensora, la prima de Daniela, en tanto Sol, esa misma noche, quedó a cargo de todo: mudarían algo a una oficina en el lugar, estaría abocada a eso, siempre con Marita que la acompañaba y Daniela de consulta y apoyo. Seguidamente les comenté que “en una semana nosotros nos vamos, cualquier duda consulten el lunes diecisiete. Nos vamos por casi un mes, así que vemos todo, tenemos unos días por delante”.
Esa noche festejamos: Marita estaba feliz, recorreríamos Entre Ríos, Corrientes, Misiones y terminaríamos en Cataratas; después pasaríamos por el campo y volver por Santa Fe. Esa noche encendimos el hogar por primera vez, ya había leña en la casa. Terminamos la noche muy tarde.
Por la mañana del miércoles doce, cerca de las diez, llegó Alicia, la agrimensora que trabajaría a full en los proyectos de country. Si aceptaban, lotearía para el terreno de la estación de GNC; viviría ahí, pero tenía un hijo de cinco años, “lo aclaro, porque si lo tengo que dejar, no puedo aceptar el trabajo, todo lo hago con él”, le dijimos que no había problema, por el momento viviría en esa casa, con el tiempo veríamos y “escolaridad tiene cerca”. Aceptó muy conforme, en cuarenta y ocho horas volvería con todo desde Casalins, a más tardar el lunes. “Bueno avisame, te espero. Luego me voy”. Llamó por la tarde, llegaría el sábado a la tarde, con el hijo y su valija. La casa estaba equipada. Ese mismo día confirmaron la reunión los de la estación de servicio para el viernes por la mañana, donde cerraríamos trato: gas por diez años a la estancia y la red en el country por dos hectáreas en cada lugar, el trabajo de mensura que comenzaría Alicia para delimitar el terreno y cuando estuviera instalada la estación nos conectarían el gas a las casas. El sábado quince llegó Alicia con el hijo y el auto cargado de cosas, le comenté lo que había arreglado. Ella se encargaría y quedó en su casa acomodando todo.
El domingo nos fuimos cerca de las ocho de la mañana y desayunamos en Atalaya; a las nueve nos fuimos de Chascomús, almorzaríamos en el departamento. Antes de llegar compramos comida, pastas y haríamos la salsa; ventilamos todo y, luego de almorzar, cerramos y descansamos un poco, mucha música. Habíamos vuelto a la intimidad, como nos gustaba; Marita era friolenta, como teníamos calefacción la puso. Por la noche salimos a cenar; me cambié y luego ella. Cuando la vi estaba hermosa, con una pollera muy ajustada, bastante larga, una camisa hermosa sobre unos tacos altísimos al tono; el cabello suelto y muy maquillada. Pasamos una hermosa cena y luego recorrimos Buenos Aires por varias avenidas, había refrescado bastante. Cuando volvimos al departamento volvimos a calefaccionarlo… nos encontró el amanecer bailando en el escritorio con música muy suave, noche de muchos mimos, café, whisky y mucho amor, luego a dormir. Eran las cinco, descansaríamos.
A las once me despertó con mate: “Amor, hoy no salimos”, y así fue. Por la tarde no nos despegamos uno de otro, no cenamos; solo fueron mates, mimos y nos quedamos hasta tarde. Saldríamos cuando nos despertáramos. Me desperté con la voz de Marita que hablaba por teléfono. Hablaba con mi hermano y arregló que pasaríamos por la noche, me comentó. Nos besamos un buen rato en la cama, ella estaba casi desnuda… A la tarde se fue, yo me quedé en el escritorio, debía pasar por Martínez. Cuando volví ella no había llegado todavía y cociné algo rico, al rato llegó: estaba hermosa, se había hecho rulos en todo el cabello y le quedaba muy lindo. Se fue a cambiar y volvió solo con esa bombacha que le había regalado y una pequeña camisa, bien sensual. “Ahora sí - me dijo -, me siento mejor”. La comencé a acariciar, pero decidimos almorzar y seguir luego. Pasamos una bella tarde, a las veinte nos duchamos y nos cambiamos, estaba infartante. Cenamos con mis hermanos fue una linda noche, volvimos pasada la medianoche. Al levantarnos nos iríamos.
El martes dieciocho partimos hacia Entre Ríos despacio, paseando. Almorzamos y seguimos camino. Pasamos algunos días en unas termas; fuimos recorriendo ciudad por ciudad, hasta Paraná, y ahí estuvimos tres días; en Corrientes alquilamos una casita, por cinco días. Ella lucía cada vez más linda, muy sensual, cambiaba de ropa constantemente. En la intimidad también pasábamos días geniales. Así fuimos llegando a Iguazú; ahí estuvimos ocho días en un casa sobre el río, conoció las cataratas. Al regreso pasamos por el campo: todo funcionaba bien. Marita habló mucho con la madre, eso también estuvo bueno; Ivana me mostró su proyecto y, si lo aceptaba, necesitaría alguna persona más. Probé yerba saborizada, luego probó ella, el resto ya la habían probado: nos encantó. Le pedí muestras, las haría patentar y aprobar en Buenos Aires. Si todo salía bien montaríamos el envasado y así, terminaríamos con la cadena, para ponerla en el mercado. Me traje muestras en algunos kilos de cada sabor; seguimos viaje. Volvía con la idea de llamar a un amigo, cuando llegamos a Buenos Aires me comunique y vendría al otro día.
Marita estaba re contenta con el viaje, ese día se vistió brutal para recibir a Pablo, químico industrial, de treinta y cinco años, un bochito muy hábil, que pasó por el departamento a las diez de la mañana, venía de la facultad ya que también era docente. Le conté el proyecto mientras Marita cebaba los mates; los fue probando de a poco: quedó encantado. Le consultamos y él se dedicaba a hacer esos trámites.
- Lo veía probable por eso te llame.
-¿Pensás industrializarlo?
- Sí, esa es la idea - le dije -. De Chascomús a todos lados.
Le ofrecí trabajar con nosotros, dijo “si lo aprueban, el proyecto me gusta. Podría ser, dame un mes por lo menos, no antes. Son muchas planillas y análisis. Tengo que ver, anotar como reunirme con quién lo hace”.
- Listo, me decís. Venís a Chascomús, yo traigo gente de Misiones, voy este fin de semana o el otro. Confirmame porque tiene que viajar gente.
- Hoy es lunes, mañana te confirmo, te llamo.
- Necesito confidencialidad.
- Esperá - sacó un texto ya impreso y lo llenamos, me lo dejó firmado -. Esto hacelo siempre, yo me puedo ir y robarte la idea. Mañana te llamo y confirmo.Con Marita charlamos mucho, me preguntó dónde viviríamos, le dije dónde pensaba ella, me dijo que le gustaba Martínez aunque, ahora, Chascomús. Me pidió que no trabajáramos tanto, que ella pensaba agrandar la familia, le dije que sí, cuando termináramos todo.
- No – dijo -, siempre se te ocurrirá algo más.
- Tenés razón. Bueno… en dos años como máximo – estuvo de acuerdo.
Le dije que nos casaríamos en febrero, en el campo. Me abrazó y se puso a llorar. “¿No queres?”, le dije. “Sí, tonto, estaba esperando eso”. Brindamos y comenzamos a besarnos, cuando sonó el teléfono, era Ivana: le dije lo que quería, lo prepararía enseguida.
- ¿Te mando a buscar?
- Sí, no hay problema.
Llamé a Rosi y le dije “Ok, hablo con Dany, va para allá, el sábado las preciso a vos, Dany, Jimena y Sol”.
Cuando corté nos amamos locamente hasta quedar dormidos. Cerca del mediodía recibí la confirmación de Pablo, a media mañana estaría ahí, le comenté que venían con bolsas y muestras.
- Mejor voy con la camioneta.
Le indiqué el camino. Nos veríamos el sábado veinte de abril, nosotros volvíamos a Chascomús.
Viernes dieciocho. Ya estaba Ivana con todo: pusimos las cosas en la galería de casa y, por la noche, nos reunimos a comer un asado. Había muchas expectativas.
- Con dos personas más allá, me arreglo. Si sale aprobado, podemos comenzar con dos variedades.
- ¿Por qué dos? - preguntó Rosi.
- Necesito sembrar frutales, un especialista en ese tema.
- Ok - dijo.
Rosi contó: “El parcelamiento que cedés ya está terminado, se están presentando los planos: lo hace gente de la petrolera; la pista está terminada y solo falta habilitarla; nos está faltando el abogado. Alguien para reproducir más ganado”. Le dije que llamara a la abogada y nos fuimos a dormir.
Sábado diecinueve, a las diez estaba Pablo en la casa; probó y analizó todo en un pequeño laboratorio portátil que trajo, quitó algunas cosas y agregó otras; llenó muchas planillas, nos dijo cómo debía ser el laboratorio que deberíamos tener y preguntó por el abogado. “Para hacer todos los trámites se precisan unos cuantos papeles, yo te hago una parte, la otra es la legal, marcas y algunas cosas más”. No habíamos creado una sociedad, una srl o como fuera. “Eso entre el abogado y el contador lo tenés que hacer”, Rosi le daba la razón yo le echaba la culpa a ella, pero no discutimos. Pablo dijo “todo tiene solución, yo me llevo esto”. A Ivana le dijo que buscara la fórmula con eso y se la mandara; quedó asentado y guardado. Cerca de la seis de la tarde se fue. Nosotros nos quedamos reunidos hasta la noche, el lunes viajaría Ivana y Daniela se quedaba allá unos días a montar el laboratorio, Rosi se fue y volvió en un rato, dijo conseguir la persona que buscábamos, que vendría luego y pasadas las veintidós llegó. “Hoy nos quedamos hasta tarde”, dijo y todos estuvimos de acuerdo. En el living de casa durante tres horas nos reunimos, mientras Carla (abogada de cuarenta años) nos preguntaba todo y le contábamos que en cuatro o cinco días comenzaría, pero necesitaría una oficina y una persona más, por lo menos, que se encargaría de todo. Decidimos volver a juntarnos el domingo a la tarde donde incorporamos a Julia (que ya era abogada pero hacía trabajos de oficina junto Rosi), así la pegamos a Carla. Ya teníamos dos abogadas. “Esto, en seis meses, cambia por completo. Se nos escapa abril de las manos, esto tiene que funcionar antes de fin de año”. Todos estuvieron de acuerdo.
Marita explotó, estaba enojada y algo de razón tenía. Trabajamos sin descanso los fines de semana y ella los quería para nosotros, no le incomodaba compartir la pileta con amigas, pero no todo el día, más el trabajo. La invité a cenar al pueblo y aceptó.
- Mañana hasta las nueve no vamos, haré un cronograma de la gente, que cada uno se haga responsable, una vez que cada quien tenga asignada su función – dijo y agregó -. En el pueblo pondría el estudio ¿qué opinas? Traigo el escritorio aquí y comenzaré a dibujar, vos a escribir: no todo es trabajo.
Nos preparamos para salir, solos.
- Vamos donde quieras - me dijo -, pero un lugar tranquilo, así conversamos de nosotros.
A las veinte nos fuimos a Dolores, la noche estaba hermosa y Marita mucho más; al restaurante lo conocimos solo por referencias, era el casco de una estancia muy agradable y lo más importante: muy tranquilo. Marita lució como única en aquel lugar por su cuerpo, su ropa y su largo cabello. Cenamos y conversamos mucho, comprendí que momentos como ese deberíamos tener más seguido, lo íbamos a seguir haciendo. Pasada la una de la madrugada regresamos, pasamos a comprar algo de helado y, luego en casa, nos acostamos muy tarde. La música, el helado, el café y los besos fueron un gran momento. Por la mañana, cerca de las nueve, desayunamos juntos y fuimos a la oficina.
Entre el veinte de abril y el quince de mayo Sol, Daniela y Marita dejaron listo el estudio de arquitectura y de legales en el pueblo, y mudaron completo el escritorio con toda su biblioteca a la casa de campo, donde en dos habitaciones (tirando una pared y uniendo grandes habitaciones) crearon nuestro estudio privado, con la ayuda del puestero y la camioneta.
El sábado diecisiete de mayo bridamos por la tarde en el nuevo estudio; el sábado treinta de mayo el estudio de la casa quedó terminado y todas las obras del campo también; el dos de junio comenzaron las obras de la estación de servicio que, por licitación, ganamos nosotros en un trabajo contable y técnico que se hizo en tiempo récord.
Un mes más tarde teníamos todos los papeles para comercializar la yerba, proyecto que comenzaríamos en septiembre, ya que en agosto nos íbamos unos días. Esperábamos que todo funcionara bien a nuestro regreso; del tres a fin de agosto recorreríamos parte del sur y el domingo tres, a media mañana salimos hacia Capital Federal.
Pasadas las trece horas del domingo almorzamos en la costanera y nos fuimos al dpto. Marita allí era muy feliz, le decía “nuestro nidito” y realmente lo era; después de dormir la siesta hicimos unas compras y ahí nos quedamos hasta el jueves, hicimos compras de ropa y renovó algunas cosas. Por las mañanas caminamos mucho y por la tarde descansamos; fuimos al cine, pasamos horas de mucho amor, donde todo lo impensado de a poco se fue dando y la naturalidad entre nosotros paso a ser algo normal que costo, pero se logró, con tiempo y con paciencia como dice ella, verla casi desnuda en casa pasó a ser algo normal y así pasábamos horas; ella sabía bien cómo y cuándo seducir. Conversábamos mucho y aprovechamos a actualizar su documento. Antes de partir decidimos poner fecha de casamiento: sería al regreso del sur. Ese jueves, antes de salir, hicimos un recorrido en un mapa y, por la noche, partimos. Manejamos toda la noche, despacio, parando a matear o tomar café. Marita ya era otra, su elegancia se notaba hasta cuando viajábamos, pero creo que había adelgazado demasiado. Nos turnamos en el manejo, ella cuando lo hacía, dejaba sus tacos a un costado y manejaba descalza, siempre sonriendo. Su humor era muy lindo, nos divertíamos mucho juntos. Al mediodía ya estábamos por Rio Negro, donde descansamos en el ACA, para seguir viaje al otro día, para Bariloche, donde pasamos una semana y, después, seguimos más al sur.
Fueron realmente todos días de fiesta. Cruzamos de la cordillera al mar, volvimos por la ruta tres, directo a Buenos Aires, donde sacamos fecha para casarnos, lo conseguimos para la fecha de nuestro cumpleaños, pero no diríamos nada. Volvimos a Chascomús, sabiendo que el veinticuatro de octubre nos casábamos, el veinte volveríamos a Buenos Aires. En Chascomús todo funcionaba bien, el estudio donde estaba Carla ya tenía todos los papeles, formada una sociedad anónima con un directorio, solo firmamos algunos papeles. Sol tenía casi listas las estaciones de servicio y el country ya podía salir con sus lotes a la venta.
Alicia tenía todo el trabajo de mensura controlado; los sembrados funcionaban bien al igual que el ganado; Rosi quedó a cargo de todo en los papeles de lo que era Chascomús; Julia viajó a Misiones como abogada y Daniela quedó a cargo de todo. Mantuvimos todo como cuando comenzamos, pero le dimos un porcentaje de las ganancias a las tres que comenzaron con nosotros y eran de suma confianza. Como administradora del country quedó Sol a cargo de todo, el tema de la yerba mate (que era nuestro próximo paso) quedó en manos de Ivana, que fue la precursora en ese tema.
Organizamos una fiesta para el cumpleaños, con la ayuda de Sol y Rosi (como el año anterior, pero más importante). Les dijimos que íbamos realizar anuncios importantes, que llegaríamos horas antes, que ellas organizaran todo. El quince de octubre nos vinimos, cambiamos el auto por otro cupé, compramos uno para Marita, que se lo entregarían allá en Chascomús.
Marita compró ropa, un súper vestido para esa noche, impagable, no lo puedo describir: su espalda estaba totalmente descubierta pero no se notaba el cabello, pasaba su cintura ampliamente. Yo me compré un traje, pero no usé corbata, nos casamos a las diez de la mañana y nos fuimos directamente al campo, desde el Registro Civil de la Capital Federal. En cuatro días Sol hizo en nuestro dormitorio (que era muy grande) un gran guardarropa para Marita; con la ayuda de las chicas acomodó toda la ropa, zapatos, todo de una manera espectacular. Al verlo quedó alucinada.
El sábado recibió saludos todo el día, a las veintiuna más de cien personas comíamos asado incluyendo a mis hermanos. Faltando minutos para las doce me cantaron el cumpleaños y siguieron con el de Marita. Les pedí que me escucharan, que nos escucharan: les conté que en seis meses estaríamos comercializando yerba, ya nos poníamos a trabajar en ese emprendimiento. Marita les dijo que tenía que mostrarles algo más, sacó de mi bolsillo los anillos y la libreta de matrimonio y ahí explotó todo, aplausos, felicitaciones, abrazos. La noche terminó en el amanecer con muchos invitados en la pileta, pero mucho amor entre nosotros, que siempre fue lo más importante.
A las diez de la mañana volví a saludar a Marita por el cumple y traje mate, pasamos un largo rato en la cama conversando de la fiesta y luego recibió algunos llamados. Mis hermanos habían vuelto a Capital. Quedamos solo, después nos metimos los dos en la pileta un rato; Marita llamo a Sol y a Rosi que vinieran y disfrutaran de la pileta, juntos almorzamos algo, preguntando sobre el casamiento, si nos había gustado la fiesta. “Mañana limpian todo dijeron”. Marita salió y se puso otra malla, parecida a la de Sol, pero más pequeña. Tomaron sol hasta que se bajando, las chicas se fueron, al otro día reuniríamos en la oficina. Marita estaba molesta porque dijo que yo miraba a Sol, por eso se cambió la malla, para que la mirara a ella.
- La verdad no fue así, es más pensé otra cosa - le dije.
- ¿Qué?
- Me parece que son pareja…
- No... no creo - me dijo, pero quedo ahí. Nosotros volvimos a la pileta, la noche era muy cálida y la terminamos de la mejor manera.
El lunes Rosi llamó temprano preocupada quería venir a casa, le dije que viniera en media hora, nos reunimos los tres en el escritorio: las cuentas comenzaban a andar más o menos, el dólar se comía al austral, el camino era una hiperinflación galopante, estábamos en peligro y ella recomendó no invertir más, tratar de sobrellevar la crisis, sacar toda ganancia fuera del país, pero no agrandarnos más. “Aprovechemos la venta de lotes, el dinero que agarramos mandalo afuera. Intentemos mantenernos”.
- Es complicado, mejor lo consultamos en el estudio, con Marta, y vemos cómo zafamos, o empezá la obra, pero con lo que quede de la venta y dolarizamos los terrenos.
Por la tarde lo conversamos con Sol y Marta, todos veíamos un panorama fulero, por lo menos en los próximos meses; en Misiones vería la forma de acopiar, ahí con los granos también.
_ Vemos cómo va la venta de terrenos, démosle manija a eso y esperemos; no tomemos más gente y si se van mejor. El único problema es donde guardamos tanta semilla; encontraremos la vuelta, estoy estudiando eso.
Marzo de mil novecientos ochenta y siete, económicamente zafamos al límite, tanto en Chascomús como en Misiones, pero achicamos algo el personal. El estudio de arquitectura lo abrimos como para tomar obras de terceros; los lotes se fueron vendiendo bien, fuimos recuperado algo de lo invertido, pero era una carrera a diario, donde más de una vez, no dormíamos. Nos achicamos al máximo, solo seguimos plantando en Misiones: completamos todas las hectáreas y ya tuvimos los frutales, empezamos a acopiar mucha yerba, hicimos silos, llenamos muchos galpones con bolsas y bolsas que el personal que había quedado se dedicaba a cuidar y, el resto, a seguir cultivando. Nos redujimos lo más que podíamos hasta en el personal, quedando siempre la misma estructura con la gente que comenzó con nosotros de entrada; algunos decidieron irse, otros emigraron a otras provincias o a la Capital, pero Marita, de fierro, quedó a mi lado a diario; viajábamos cada tanto, unos días, a Buenos Aires. Un largo tiempo estuvimos así hasta que comenzamos a exportar, tanto semillas, yerba mate como carne. De a poco comenzamos a recuperarnos económicamente, con la venta de gran parte de los lotes, pero no crecimos nada; el dólar se fue a las nubes, entramos en una bicicleta financiera que, de casualidad en una ganamos, y con eso compramos el campo lindero, ya en las afueras, pero sobre la ruta. En Misiones hicimos algo similar, teníamos más terreno nada más, una vez por semana nos reuníamos Marita, Sol y Daniela (que ya viajaba en micro), Rosi y Marta.
Así estuvimos hasta mil novecientos noventa y uno. Nos jugamos la última carta, con un solo fin: poner la envasadora de yerba saborizada, vender todo el ganado (menos las cabezas que estaban destinadas al tambo), hacer otro country al lado y sacar cualquier tipo de ganancia afuera y dolarizar rápido, si salía zafaríamos. Así fue como el equipo trabajó en el nuevo proyecto, ya que el primero estaba casi todo vendido. Comenzamos uno igual, con un paseo de compras en el medio, con acceso a todo el público, al costado de la laguna. El tambo, el campo con su siembras y cosechas, los dos country estaban funcionando relativamente bien; en Misiones la producción de yerba mate crecía cada vez más, como la de los frutales. A Capital veníamos bastante seguido a pasar unos días y eran nuestros mejores momentos de encuentro. En marzo lo pude ubicar a Norberto, después de ver el proyecto, se vino con su esposa a Chascomús. Se radicaron en el country, él sería el jefe de la planta y también se metió en el proyecto de la construcción.
Todo comenzó a funcionar mejor, en casa nos reuníamos a menudo los sábados por la noche, y Marita presentó su proyecto sobre remodelación de la casa, que realizó con Sol durante casi un año. Terminamos aprobando la creación de un jardín y una escuela para el pueblo, los nuevos habitantes de country y las parejas que ya se fueron formando en el campo. Sol ya tenía pareja y otras chicas también; para los asados de sábado o domingo ya éramos un grupo lindo de amigos. Cuando comenzó la obra, nos fuimos por tres meses a Capital.
La idea era en septiembre tener todo listo, el proyecto de Marita (con el que yo en principio no estaba de acuerdo) quedó finalizado y me gustó; la casa quedó ampliada y reformada como “casa de familia”, como decía ella: cuatro dormitorios, uno muy grande para nosotros con acceso al estudio, una cocina muy moderna, un living, un comedor amplio y un pequeño lugar de estar entre el dormitorio y el estudio, muy íntimo, separado del resto hasta con una pequeña cocina muy completa, como para tener siempre algo caliente y no usar la cocina principal. El predio se cercó con una pared, quedando un parque muy grande de unos ciento cincuenta metros de largo por ochenta de ancho, con tres cocheras y un gran quincho en el fondo, donde nos reunimos con amigos; un sistema de cerramiento donde estaba la pileta que usábamos durante todo el año, calefaccionando todo, casa incluída.
Costó, pero quedó como ella quería: que ahí estuviéramos solos, si llamaban decidíamos ir a la oficina. Marita quería lograr la privacidad del departamento en la casa y lo consiguió, ahí pasamos momentos inolvidables, donde el parque se llenó de flores y el mantenimiento lo hacía una sola persona, nadie más; solo venia una señora día por medio que mantenía la limpieza, ya teníamos treinta años y era hora de ser padres algo que conversábamos seguido, y veníamos postergando.
El treinta de octubre de mil nueve noventa y uno quedó inaugurada la planta, Elena una amiga de años, se encargó de todos los envases del diseño de colores, la publicidad estaba todo lista y Norberto, con diez personas, comenzó ese día a envasar. Un gran cartel sobre la ruta decía “Yerba mate saborizada Marita”, el logo era un perfil de Marita, con su largo cabello.
Quedó todo muy lindo, comenzamos a trabajar con un camión; pronto sumamos dos más, lo envasado lo pusimos a la venta en el corredor de la costa y pronto los pedidos se sumaban con mucho éxito. Esas fiestas de Nochebuena y Fin de año la pasamos en casa con un grupo de amigos, los de siempre, más Norberto y su señora, que vivían casi adentro de la planta trabajando. Nosotros volvimos al mar, quince días.
Marzo, creció Misiones por la demanda y al personal hubo que reforzarlo. En abril ya envasábamos en dos turnos. Con Marita disfrutábamos mucho la casa y, por la tarde, recién veíamos todo. Las cosas comenzaban funcionar cada día mejor, aunque ella no quería, todo llevaba su nombre y, en abril, un domingo hermoso de asado le contamos a nuestros amigos que pronto llegaría nuestro hijo. Un mes más tarde le confirmamos que eran dos, todo venía bien, especialmente la venta de lotes, más de lo que teníamos proyectado, la demanda de yerba, donde luego de unos meses solo entregábamos a un centro de distribución tercerizado.
Marita disfrutaba de la pileta a diario, normalmente sola, o con alguna amiga, los fines de semana. Al estar separada también la casa, ella volvió a sentirla como el departamento y, después de cabalgar un rato, que lo hacíamos juntos, llegaba y se ponía cómoda en la casa. Los primeros tres meses fueron de mucho cuidado, con varios controles. Todo estaba bien, su pancita comenzó a crecer y verla sola con una camisa y en bombacha disfrutar dibujando o paseando por el borde de la pileta que era lo que siempre quiso la hizo muy feliz, fue comprando ropa de futura mamá mostrando su pancita sensualmente, la pasamos muy lindo por toda la casa. Las noticias llegaban de la planta de Misiones y de la venta de lotes muy alentadoras, todo funcionaba bien y dos varones llegaban para agrandar la familia. Mientras Marita llevaba, mes a mes, los controles con éxito, el ocho de enero del noventa y uno nacieron sin inconvenientes Diego y Daniel en el sanatorio de Chascomús y, en cuarenta y ocho horas, llegaron a casa.
Marita y Sol habían preparado el cuarto para recibirlos. Fueron meses de poco dormir y mucha felicidad donde todo se encaminaba en crecimiento (tanto de los hijos como de las empresas), y nosotros pensábamos que ya teníamos quién siguiera con todo, mientras nosotros, algún día, descansaríamos. A los chicos luego los cuidaba una chica y nosotros, de a poco, reanudamos el trabajo de recorrer todo a diario. Cuando nos quisimos acordar ya iban medio día al jardín. Con Marita seguimos disfrutando la casa, la pileta, las reuniones del domingo al mediodía o sábados por la noche. Decidimos quedarnos a vivir definitivamente ahí, que los chicos crecieran ahí, dejamos el departamento en Capital y la casa de Martínez para ver qué haríamos algún día, más adelante, pero trasladamos casi todos los libros y discos. Pasábamos muchas horas en casa dibujando, escribiendo y compartiendo con los chicos a diario.
La demanda de la yerba fue creciendo cada vez más, decidimos agrandar la planta, la producción de Misiones podía abastecer tranquilamente la demanda que nos solicitaban. Los dos camiones iban y venían constantemente, nuestros productos se multiplicaron en variedad de gustos y luego incorporamos los tés que Ivana venía probando y que, después de muchos trámites, pudimos comercializar. Dos años más tarde comenzamos a exportar, así el crecimiento fue mayor y nos estabilizamos, con todos los papeles en regla.
En mil novecientos noventa y siete la tecnología llegó a Chascomús, comenzamos a invertir en ese tema, a nosotros nos vino de gran ayuda estar conectados a diario con Misiones, más la telefonía celular, todo fue un gran avance. Los chicos ese año comenzaron la primaria y nosotros dos (yo con cuarenta y Marita treinta y siete años) seguimos igual, o mejor, que cuando nos conocimos. Todo funcionaba a las mil maravillas, a diario el amor nos abrazaba en cada amanecer. Más de una vez hablábamos del destino, de aquella noche en Tigre, todo lo que vino después, comenzando a planear viajes, volver a lugares donde habíamos pasado momentos inolvidables.
El viernes treinta y uno de enero de mil novecientos noventa y ocho, Marita quería que saliéramos a cenar solos, lo venía programando durante la semana; lo organizamos esa noche: los chicos se quedaban con Sol a dormir y a jugar con los jueguitos de la computadora. Ella se vistió como lo hacía antes: con su espalda al aire tapada con su cabello. Pasamos una noche genial en Dolores, en el mismo restaurante que normalmente frecuentábamos. Fue un anoche de mucha sensualidad y amor, hasta cerca de las dos de la mañana, cuando decidimos regresar. Teníamos la casa para nosotros solos cuando, al intentar entrar en la ruta para retomar camino a casa, sentí un impacto y lo último que escuché fue una sirena de ambulancia.
Desde aquí, donde los espío a diario y trato de protegerlos, sé que Marita se recompuso bastante rápido y los chicos están muy bien. La escribana abrió el testamento donde dejé todo organizado, por si me pasaba algo: Norberto y Sol, junto con Marita, se hicieron cargo de todo. Ella vive con los chicos en la casa de campo y comparte muchas horas con amigas, casi a diario; Norberto viaja, se encarga de todo y la mantiene informada; se reúnen contantemente y todo lo tiene bajo control. Entretanto yo los espío, desde la estrella 345 JBC donde, de vez en cuando, intento mandarle señales y creo que Marita las recibe, como yo sigo recibiendo su amor incondicional a diario, cuando mira hacia el cielo, me tira un beso en la soledad de las noches al lado de la pileta y pienso en aquella noche de febrero del ochenta y cuatro, cuando la conocí, cuando nos conocimos, en el destino y sobre todo en el amor incondicional que nos mantuvo unidos siempre y nos sigue uniendo sin que ella sepa más de mí.
Ojalá rehaga la vida y sea muy feliz, pensar lo contrario sería muy egoísta. Tal vez nos encontremos en algún otro momento, cuando sus lágrimas se confundan con las mías y, sin abrazarnos, nos comencemos a sentir, volando por el cosmos en busca de los sueños perdidos a la luz de la luna. Chau Marita, secá tus lágrimas y viví.
PD/ El aspecto de las personas por su vestimenta es simplemente el envase que puede contener, lo más preciado de tu vida o la nada, no juzgues a nadie por su ropa o aspecto físico, quizás ahí dentro de su cuerpo donde no se mira está la persona que buscás, que te busca y juntos lograrán conocer el amor y la felicidad, que no están ni en una camisa ni en un pantalón.
 
 
* María. Km. 21,60.
 
La mañana estaba muy fresca sobre Buenos Aires; el sol comenzaba a aparecer suavemente y, en la esquina casi desierta del barrio, entre mates, esperábamos que sonara el teléfono sobre el escritorio de la desprolija y triste agencia de remis.
Apenas sonó el teléfono, la atenta telefonista dio los “buenos días” tomó nota de la calle, altura, destino y todo lo necesario para armar el viaje y estimar el costo. Unos segundos después le pasó el precio, qué auto pasaría a buscar al pasajero y el nombre del chofer. Le aconsejó que esperara dentro del domicilio pues, por cuestiones de seguridad, era conveniente. El chofer se comunicaría por celular.
Estaba tomando unos mates con Pablo, pero prestando atención. “¿Te toca a vos?”, le consulté. Pero la telefonista ya tenía el listado de a quién le correspondía: a mí. Me dio los datos del viaje y los del pasajero. En la nota que me pasó tenía todo lo necesario. Cuando le comenté lo de la cantidad de pasajeros me dijo que eran dos, una pareja y comentó: “... por la voz, parece muy joven y, por la dirección, creo que son los chicos que llaman los sábados por la noche, que viajan a San Martín, los que van al bingo, si no recuerdo mal... se llaman Oscar y Adriana”.
Como experimentada telefonista, reconoce el timbre de voz de cada cliente y ya sabe, al vuelo, dónde viven y cómo se llaman. Hace casi un año que trabaja con nosotros y, más o menos, a los clientes ya los conocemos a todos. Como decía, el viaje me tocó a mí. Después de tomar el último mate, partí hacia el domicilio.
Puse el auto en marcha rápidamente, estaba muy frío. En junio se hace sentir, el invierno está en su mejor momento. Siempre se necesita entrar en calor, no solo nosotros, también los fierros. Un previo calentamiento de pocos minutos antes de partir, para que comiencen a circular el agua y caliente de a poco la calefacción. De esta manera, los pasajeros y yo viajamos más confortablemente. Inicié la marcha, lentamente. A no más de diez cuadras se encontraba el pasajero, iríamos a Becar. En pocos minutos llegué, el muchacho (muy joven) ya me esperaba en la puerta. Su cara denotaba un poco sueño, todavía. O tal vez preocupación. En segundos salió la chica, muy abrigada y con la cara tapada, casi por completo: solo dejaba ver sus ojos.
El sol comenzaba a bañar las calles del barrio, pero todavía era temprano, tanto como para evitar el congestionamiento que, un rato después, habría con toda seguridad, con la entrada de una multitud de coches que generalmente es entre las siete y las diez.
Los saludé apenas ingresaron, respondiendo con un “buen día” que casi ni se les escuchó. Seguidamente les consulté, para corroborar, a dónde íbamos. Me dijeron “cerca del mercado” y hacia allí partimos. La mujer muy joven, de no más de diecisiete o dieciocho años, comenzó a llorar tapándose con la bufanda, pero el muchacho la abrazó fuertemente. Les pregunté si precisaban algo, él me respondió “no, todo bien”, y seguimos viaje casi en un silencio absoluto. Cada tanto se cortaba con el sonido de un pequeño llanto, ellos se confundían en un profundo abrazo. Pensé que iban a un velorio y no dije una sola palabra hasta estar apenas dos cuadras del mercado. Ahí fue cuando el muchacho me pidió si los podía esperar, para volver otra vez al barrio.
Estacioné frente al gran mercado como pude. Muchas camionetas y camiones salían y entraban, llenos de cajones y bolsas de frutas y verduras. Me comentó que caminaría una cuadra y me llamaría cuando estuvieran listos para el regreso. Ya nos habíamos intercambiado los números de celulares y en menos de una hora seguro recibiría un llamado. Partieron lentamente, por más que no los siguiera con la mirada, fue imposible dejar de escuchar el llanto de la chica que, muy contenida entre los brazos de su acompañante, se alejaban del auto.
Retrocedí para estacionar correctamente y bajé en el bar de la esquina a tomar un café, mientras esperaba el llamado, y me encontré adentro con José, el verdulero de la esquina de casa, que estaba desayunando, pues ya tenía la camioneta cargada y en minutos partía. Me invitó a su mesa y conversamos un rato. “¿Qué haces por acá?” - me dijo – “¿te trajeron para este lado?”. “Así es”, le comenté que había traído a una pareja. “¡Ufff - gruñó - otra más!”. No entendí el “otra más” y le pregunté a qué se refería con eso, y me dijo: “No sabes, ¿nunca viniste?, vienen a ver a la vieja que hace magia con las agujas”.
- No sé por qué, pero estoy casi seguro. Ojalá te equivoques - le dije.
- No te avivas más… - me comentó, palmeándome la espalda. Pagó todo: su café con leche, las medialunas, mi café y se fue. Antes me previno: “Ojo con la zona, acércate a la otra esquina con el auto, que te vean del destacamento. No te quedes parado acá. Chau, cuídate”, y se fue.
Corrí el auto cerca de cien metros y me estacioné a la vista del control, por las dudas le hice caso, nunca está de más. El frío ya era bastante. No se veía a ningún oficial fuera de la oficina, pero me sentía más seguro ahí, adentro del auto estaba cómodo y escuchando radio. Miré la hora y faltaban pocos minutos para cumplirse la hora de espera cuando me llamó el muchacho y me dijo: “Estamos caminando, lo veo, puede adelantarse”, miré y los vi. Les hice una seña con las luces y rápidamente los alcancé. Subieron y partimos.
En camino de vuelta al barrio, llegando a la Panamericana, la chica comenzó a quejarse de un fuerte dolor, con un llanto quebrado. Mientras el muchacho la abrazaba. Intenté apurar la marcha, pero ya el tránsito no me lo permitía y en minutos más, ya cerca de Vicente López, la chica gritó y comenzó a desmayarse. Como pude subí en la Av. San Martín, paré y en el asiento trasero vi como una hemorragia manchaba sus pantalones y  llegaba al tapizado. Todo se convirtió en un caos. Decidí tomar por la avenida camino al hospital, él se negó, pero ella aceptó y rápidamente estacioné en la guardia del hospital, tocando bocinazos. Salieron rápidamente con una camilla y en segundos ya estaba siendo atendida, mientras un agente de la policía local me interrogaba para, luego de pedirme todos mis datos, permitio que me fuera, sin dejarme ingresar a ver qué sucedía.
Volví a la remisería lo más rápido que pude, muy alterado, y les comenté lo que había sucedido. Enseguida me dijeron lo que ya suponía, casi seguro. Me fui casa a desarmar el asiento trasero y limpiar, con mucha agua y jabón, toda la sangre que la chica había perdido. Dejé en la terraza los asientos y las alfombras, secándose al sol.
Volví al hospital unas horas más tarde, pasado el mediodía y encontré al muchacho, solo, muy solo de cualquier punto de vista. Me contó con medias palabras lo sucedido. Su compañera estaba internada, muy delicada. Le hice de compañía un rato, fumando en la puerta y fuimos a tomar un café. Estaba quebrado y no dejaba de culparse por todo lo sucedido. Nos despedimos y quedé a su disposición diciéndole que lo llamaría luego y pasaría por la noche.
Pasaron ocho días, la chica por momentos mejoraba y en otros aparecían serias complicaciones, en un péndulo anímico insoportable. Hasta que, ese viernes por la noche, un tío de la menor me contó el trágico desenlace de aquel día, pasadas las seis de la tarde: “María tenía diecisiete años cuando murió. Nosotros no sabíamos nada de su embarazo hasta que nos llamaron del hospital… de haberlo sabido, tal vez, esto no hubiera pasado. Hoy ya es muy tarde… para todos”. Repitió en más de una oportunidad durante la conversación y agradeció mi preocupación. 
Hoy cuando lo veo, de vez en cuando por las calles del barrio, nos saludamos, recordando aquel episodio, y comentando que seguramente pasa a diario en muchos lugares y no nos enteramos.
 
* MONICA   Km 25,4
Más o menos ochenta centímetros de largo, no mucho más, tenía la vieja tabla de madera que separaba las dos sillas; media luz interior; velas; jazmines y música de los ochenta. Esos dos gatos que fueron testigos obligados, acurrucados sobre dos sillas, en el rincón, debajo de la barra y parecían mirarnos: el blanco casi dormido, el negro atento a cada ruido. Los cafés en jarrito, vos, tu conversación, mis oídos, mis confesiones, tu sonrisa. A tu espalda el reloj que giraba una y otra vez en la noche nebulosa y fría. Afuera, sobre el río, la bruma que, a cada vuelta de las agujas, era más espesa, pero vos seguías sonriendo. La niebla sobre el río parecía una pared gigante, blanca, que cada tanto se movía. Entonces, sobre el vidrio, escribí tu nombre con mi dedo índice. Sonreíste y te acercaste. Ahí, sin dudar, hice lo que debería haber hecho antes y nunca me había animado, pero me daba confianza. Lo logré, te tomé la cara con mi mano izquierda suavemente y, sin mediar palabra, te di el primer beso. De ahí en más, no pudimos separarnos nunca más… hasta el día aquel.
Después de muchas horas compartidas de paseos, inolvidables amaneceres de mate y música, café y de intensas conversaciones, un día recuperaste la memoria, cosa que me alegró mucho, pero en mí dejó un vacío difícil de poder volver a ser ocupado por alguien.
Hoy pasados los años, cada vez que nos cruzamos por la avenida camino al río, vos a caminar con tus nietos, yo a pasear con el perro, nos saludamos como con una mirada cómplice, sonriente, porque de aquellos días, los dos no tenemos memoria pues la palabra que nos dimos en aquel secreto lugar, la cumpliremos hasta el día final entre los dos. Apenas recuerdo aquella almohada celeste con rayas azules, donde después de algún rato nos quedamos dormidos, abrazados… la noche de la despedida.
 
* SIN COMPROBANTE.   Km. 11,20.
 
En pocos minutos, el agua para el mate estaba en su punto justo, ni un grado más ni uno menos. A punto de caramelo o, mejor dicho, “a punto de cimarrón”, aunque ya no quedan muchos gauchos por estas pampas. Por allá, sobre Balbín, la esquina estaba adormecida y de lejos se escuchaba pasar, de vez en cuando, algún auto en la fría madrugada. En alguna ventana encendida trasnochaba alguien también. Una noche más, como tantas…
La telefonista apoyó el cigarrillo sobre el marco de la puerta. Por unos minutos dejó, por fin, la extensión de su brazo (el teléfono móvil) para salir a fumar a la vereda, con frío incluido.
- Ya vengo - dijo. Mientras seguía tamizando la yerba para sacarle todo el polvillo.
- Apúrate - le dije -, el agua ya está.
Llenó el mate, le puso un poco de azúcar y comenzamos a conversar y matear, pero adentro, afuera estaba demasiado fresco. De pronto, como se da la lógica para estos casos, después de esperar un largo rato por algún cliente, es suficiente que tratemos de empezar a tomar mate que es ahí cuando suena el teléfono.
- Agencia… – atendió, con la misma monotonía de un mate más - Sí, sí. Está, pero no le toca salir a él – escuchó un poco y dijo -. Bueno voy a consultar – la telefonista dejó el teléfono de lado y me dijo -. Piden por vos, van al centro.
- Andá - me dijo el flaco, como que le era indiferente. Asentí con la cabeza.
- Ya está saliendo para allá - contestó la telefonista – Dígame la calle… ah, bueno, sí del chino. Ya está yendo ¿por quién pregunta?... bueno.
Cortó y me dijo: “En la puerta del chino hay un señor con una valija, te espera. Decile quien sos, le van a pasar tu nombre”.
Tomé un mate apurado, el del estribo, y salí para allá, eran apenas cinco cuadras. En la esquina del Chino estaba el hombre. Pude atisbar una figura bastante redondeada, rellenita, con un hermoso poncho y una valija de esas duras, como las de viaje, parado casi sobre la calle, esperando.
- Buenas noches.
- Buenas ¿usted es?
- Sí – le dije. Se sentó en el asiento trasero, a mi derecha, y mientras acomodaba toda su humanidad, me indicó enigmáticamente adónde íbamos.
- Vamos al hotel de la “señora” – no sé por qué, pero supuse de quién hablaba. Parece que por acá hay una sola “señora”, enseguida sabemos a quién nos referimos, aunque no todos la llamamos de esa tan respetuosa manera…
- Ah, ¿vamos al sur? - le dije en tono de chiste.
- No, mi amigo, enfrente del Obelisco – respondió seco.
- Ah, no sabía. – alcancé a comentar - Entonces vamos por General Paz, Lugones y…
- Nooo, por Libertador, paseando, tranquilo.
- A esta hora no hay nadie por la calle – comenté al pasar.
El hombre tenía un marcado acento provinciano. Empezó a contarme que era de una provincia, que viajaba solo a dejarle esa valija a “la señora” (remarcaba esa palabra cuando la pronunciaba), que hacía un par de horas había cobrado un dinero y que, por la mañana, se lo debería dejar a la esposa del ministro, en Casa de Gobierno, en el despacho que está al lado de presidencia.
- Ella lo cuenta y, si todo está bien, comienzo la obra… - y siguió hablando como con bronca - Los milicos pedían el tres por ciento. Yo comencé con ellos, del ‘83 al 2003 el arreglo era local, con unos mangos al intendente o al gobernador estaba todo solucionado, pero llegaron estos, comenzaron pidiendo el diez y ahora el veinte o el veinte cinco, sino no trabajamos más.
Inocentemente le dije: “Pero… así pierde plata. Si le deja eso a ellos… - no me dejó terminar.
- No, amigo, yo gano la mía y muy bien. Arriba de mi número ellos me dicen cuánto más debo certificar, eso se cobra primero. Y es para ellos.
Seguimos por Libertador como paseando, pero él miraba a todos los costados. No era tan de paseo el viaje. Solo me pedía no pasara muy cerca de las motos, como si yo pudiera adivinar por dónde pasaría una moto. Se le notaba una leve paranoia. Y bueh…
Entre por Cerrito y fui hasta Alsina, giré a la izquierda, crucé la Nueve de Julio y volví hasta la puerta del hotel. Al llegar me dijo que entrara a la dársena. “Acá no puedo estacionar mucho tiempo”, le comenté.
- Tranquilo. – me dijo - En todo este gran hotel somos ocho pasajeros. OCHO y nada más, amigo – remarcó-. Acá paro solo cuando traigo la valija. Este hotel se lo compraron a… - me dio un nombre que no recuerdo y prefiero olvidar - Está vacío, es la mejor manera de lavar dinero. Si se fija en los libros siempre está lleno, rebosante de pasajeros. Ja. Llame y le van a decir que no hay habitación disponible – y me hizo un además como para que fuera a preguntar.
Antes de bajar a retirar la valija me preguntó cuánto me debía. No solo me pagó, me dejó el doble de propina. “Con el resto, tómese un café…”.
Bajamos, abrí el baúl y dijo “esperé”. Abrió la valija, estaba llena de fajos de dinero, sellada con la faja del banco. Todos billetes de moneda nacional. Nunca entendí esa ostentación tan innecesaria.
- Mañana, cuando lleguen, me hacer volar por los aires: ellos solo quieren dólares, pero llegué tarde y no conseguí cambiarlos. – me dijo con un tono molesto, no tan preocupado.
En algún momento del viaje le pregunté si conocía a la “señora”, como él la llamaba o “la esposa del loco”. Por toda contestación abrió su porta documentos y me mostró, de lejos, las tarjetas de todos, aunque a la distancia solo pude reconocer el escudo argentino en cada una, grabado en relieve, como debe estilarse.
Sobre la dársena del hotel hablamos un buen rato, le pregunté más de una vez el nombre, por si viajaba para allá. Nunca me lo dijo, solo repitió más de una vez que era “el empresario de todas las obras viales de una provincia”, mucho título, no cabría en una tarjeta… y que en ese momento estaba intentando que les dieran la obra de gas… pero eso tenía OTRO PRECIO, remarcando esas dos palabras. Me saludó muy cordialmente, mientras que, con la otra mano, sostenía su poncho multicolor, de gran tamaño. Me fui.
Apenas pude giré a la izquierda y retomé la Nueve de Julio, camino a la autopista, para volver al barrio a contar lo sucedido. Pensando, una vez más, lo que me comentaron en el sur de cuando eran el matrimonio de las coimas en la intendencia, después en la gobernación y ahora el premio mayor: la nación. Siempre lo supe sin saberlo, intuición correcta le podemos llamar y siempre lo sospeché, por eso nunca los quise y así de mal me fue. Pero esa noche me lo contaron en directo, por primera vez vi todo ese dinero junto y, aunque a mí me temblaban las piernas de ver tanta cantidad, el gaucho enigmático, el del poncho coloreado que llevé al hotel, me decía: “Esto para ellos es una propina...”.
Dudé en contarlo, no era una historia “de manual”, se parecía a una de ciencia ficción. Un loro incontinente, charlatán y coimero que decide, en un trayecto corto, contarle a un desconocido un pequeño entramado de la ruta coimera, del que él era protagonista desde la época de los militares, alertando que estos últimos fueron menos salvajes con los retornos. Que la “señora”, que “el loco”, que la “señora del ministro”, que “no quieren pesos, quieren dólares”, y bla, bla, bla. Mucha información porque sí y ¿para qué? Todavía me lo pregunto. Es como un asesino que le cuenta a un tipo que se le cruza en la calle que mató a alguien y, automáticamente, uno no sabe si pegarle, llevarlo en cana o no creerle. Creerle fue lo mejor que hice, pero no lo llevé en cana, no sea cosa que… Después el tiempo corroboró esa historia y mi odio con esa gente estaba respaldado en una realidad.
Pensándolo bien, no sé por qué me puse contento con la propina, viniendo de ese tipo, era plata mía. Es decir: ME DI una propina por llevar a un cómplice coimero… lástima que no lo tengo en mi ADN porque si le hubiera robado tendría cien años de perdón… y la “reina” un poco menos...
 
 
* LA TURCA.   RN 9. Km  21,70.
 “Hay equipo”, dijo Marcelo. Nos acercamos rápidamente a la mesa, “¡Lisas!”, cantó primero Alberto, mientras elegíamos los tacos. La tiza comenzaba a ensuciar de celeste nuestros dedos. Llegó Adolfo con el pedido de cafés y whiskies. La noche se presentaba divertida. “Salí vos”, me apuró Marcelo. Rompí el hielo con mi primer tacazo, solo embocando tres bolas y perdiendo el turno. Alberto, en pocos minutos, anotó su primer tanto para el equipo, sin perder una sola bola. Enseguida empezamos la segunda partida de la apretada hora que teníamos para jugar. Últimamente por la demanda de gente, no nos dejaban jugar más de este corto tiempo, después de ese plazo, debíamos esperar turno nuevamente. No valía la pena, decidimos partir sin rumbo fijo en un solo auto y terminamos, como de costumbre, en “Aquelarre”, una vez más. 
Este pequeño boliche (o pub como le dicen ahora), nos viene acompañando hace años. Aquí comenzamos a parar cuando en su vereda, noche a noche, llegaban decenas de motos de todo tipo de cilindrada, con habitúes de grandes barbas y tatuajes, vestidos totalmente en cuero, igual que su compañera. El aroma a “fierro” se confundía con las conversaciones de rock. Los minutos pasaban amablemente. Aquí nos reuníamos mientras, a metros, los tres boliches bailables hacían la historia de los años setenta, donde la revolución se hacía en cada esquina, tanto en lo musical como en lo político.
Mesa libre no había, pero sí la barra. Ahí nos instalamos. Entre los altos butacones en círculo, el gran debate entre una medida y un café más, las canastitas de papa fritas, maníes que iban y venían, la noche se trasformó en una más. Hasta que en un momento me di vuelta y la vi: en la mesa del rincón, sobre la pared de ladrillos a la vista, estaba ella con dos amigas. Me miró, la miré, entonces movió su mano izquierda saludándome. Yo hice lo mismo.
Después de dos años nos volvimos a encontrar en el mismo lugar que terminamos una linda relación de casi tres meses. Mientras pensaba en décimas de segundo, Marcelo me hablaba y yo no contestaba, según él. Mi mente recordó una historia rápidamente, intensamente vivida de la que guardo hermosos recuerdos. Marcelo seguía hablando, me tocó el hombro. “Te buscan”, me dijo. Giré sobre mis pies, ella estaba a mi lado, ya saludándome con un fuerte abrazo y un “hola” muy agradable.
“La Turca”, como le decían los amigos, una bella dama que se jugaba la vida noche a noche tras un ideal que yo no compartía, es más: estábamos en veredas opuestas políticamente, pero como dicen algunos, los polos opuestos se atraen. Y una maravillosa noche, de mucho rock, a orillas del río (en El Águila para ser más exacto), comenzamos a intentar lo imposible y que duro más de lo previsible aquella noche, de las que los dos teníamos un gran recuerdo, por lo que la charla del reencuentro fue muy entretenida. Comenzamos a hacernos muchas preguntas, sabíamos el clima estaba espeso que había para la militancia. Tanto ella como yo nos camuflábamos por diversos lugares, donde la política casi no pasaba… Lo que sí pasaba (y el dueño del boliche tenía bastante bien controlado), era el autito verde que, de vez en cuando, venía a pedir documentos y, en más de una oportunidad, se llevaba a más de uno de gira. Debíamos cuidarnos de algunos “buches”. Siempre nos avisaban para rajar del lugar, lo más rápido posible hacia el bajo, para después volver o, directamente, irnos a dormir.
Esa noche de febrero el clima estaba ideal, decidimos caminar hacia el río, desde la esquina del boliche, que tenía todas sus mesas completas. Caminamos para conversar un poco más tranquilos, allí quedaban amigos a la espera. El auto, por suerte, lo dejé bien estacionado.
Fue una caminata muy lenta, para disfrutar, divisar el río y admirar la luna llena de esa noche, que brillaba como nunca. Si bien hablamos de todo un poco, la mayor parte se la llevaron los recuerdos. El tiempo pasó muy rápido, como pasa siempre con los buenos momentos, y volvimos a buscar el auto, abrazados como adolescentes, riendo y jugueteando la noche, entre grandes árboles, volviendo lentamente hacia la avenida.
Nuestro destino ya era otro. Mis amigos me esperaban para volver al barrio. Al acercarnos nos intuimos que algo raro sucedía en la esquina. Media cuadra antes estaba mi auto estacionado. Un papel en el limpiaparabrisas y otro donde se pone la llave para abrir la puerta, me sacaron enseguida la duda: “¡RAJÁ¡¡NOS VAMOS! Evidentemente el “autito” estaba más pesado que otras noches. No era la primera vez que sucedería. Se habían ido todos, tal vez alguien alcanzó a mis amigos. El boliche había cerrado. Quise ir hacia la esquina, pero la Turca me agarró del brazo, me tironeó y me dijo: “¡Ni loco, vayámonos ya!”. Tenía razón, por las calles internas nos fuimos acercando al cruce de vías, buscando calles internas para poder llegar a la Panamericana, tomar hacia el norte sin pensarlo mucho.
Durante varios minutos el silencio fue absoluto, solo el ruido del motor nos acompañaba, pero teníamos que tomar una decisión, queríamos pasar el resto de la noche y el domingo juntos, pero ¿dónde?
Paramos en un motel, pasando la bajada de San Pedro, que cumplía la doble función de albergue transitorio y hotel de pasajeros. No tuvimos necesidad de registrarnos y ahí nos quedamos hasta el anochecer del domingo, donde planeamos desde ese día en más compartir los días, a pesar de nuestras diferencias ideológicas, pero con una condición que puse y que la turca aceptó. Abrió una pequeña cartera que traía con cigarrillos y otras cosas que tenía guardadas. Sacó una pequeña arma, le sacó las balas y me la entregó. Desarmé el depósito del inodoro del baño, después de limpiar toda huella y la dejé caer al fondo. Las balas las puse dentro de una botella de gaseosa. Al oscurecer la tiré al zanjón que pasaba detrás del motel, en medio de altos pastizales.
Después de una larga charla entre caricias y besos, promesas y nuevos proyectos, decidimos tomar camino a nuestras casas, para comenzar una vida juntos. Teníamos algunos objetivos en común, en principio concientizar a muchos que en meses comenzaría el mundial y no deberíamos permitir que se realice: a metros de la sede más importante, el monumental, sabíamos que se estaba torturando gente y, así como esa noche nosotros nos salvamos de ser llevados por un falcón verde, ya teníamos ambos algunos compañeros desaparecidos, a quienes buscábamos sin ninguna suerte. La cifra día a día iba aumentando, tanto de los conocidos por la Turca como de mis allegados.
Cuando emprendimos la vuelta, mantuvimos los ojos alertas, divisando todo. Nos sentíamos perseguidos y asustados. Con temor, pero con mucho amor, volvimos hacia Capital. Me pidió que la dejara en Ugarte y Panamericana, que no fuera hasta la puerta de su casa, eran solo doscientos metros y quedamos en encontrarnos al otro día, en la pizzería que había camino al norte, del lado opuesto al que veníamos. Bajé en Ugarte, nos abrazamos, nos besamos una vez más. Esta vez el abrazo fue muy fuerte, ambos nos despedimos hasta el otro día, con la misma palabra: “Cuídate”.
Esperé que cruzara la calle. Apenas lo hizo, mientras yo esperaba verla caminar por la calle de costado, la interceptó un auto y, en menos de lo que yo intenté gritar, la levantaron, la agarraron y, de un empujón, la metieron adentro, en la parte trasera…
Cuando volví en mí, estaba en la guardia del hospital de Vicente López. Al despertar vi a mi madre que, acariciándome la frente, me preguntaba cómo estaba.
 
 
* SIN ELLA.   RN 1. Km 26,50
San Martín casi Marceloté, como casi todos los sábados, pasadas las once de la noche, encaminé hacia allá… una noche más. En la esquina me encontraba con los demás. Nos quedábamos conversando un rato, en la esquina, esperando a que fueran llegando los demás. Éramos cuatro o cinco, no más. Nos fuimos conociendo al hacernos casi habitués de ese lugar, un lindo boliche bailable a metros de la esquina, sobre la calle San Martín, para ser más exacto era un sótano, que tenía un negro custodiando amablemente la puerta, antes de comenzar la escalera, con un hermoso traje y una gran galera con birretes rojos. Él mismo nos daba la bienvenida al lugar o en más de una oportunidad, si no estabas correctamente vestido con traje y corbata, zapatos y prolijamente peinado te decía muy amablemente que no podías ingresar. Si no dabas el pigné era cuestión de aceptar la invitación de abandonar el lugar, sin insistir.
Después de varios sábados, muchas conversaciones antes de entrar o cuando nos retirábamos “el señor de la puerta” pasó a ser “el negro Oscar”, un personaje divino de la noche porteña que nos decía quiénes habían llegado, cómo, cuándo y a qué hora, mezclando eso con discusiones de fútbol o lo llamativo de alguna nueva señorita que llegaba por primera vez. Nos decía el nombre y, si podía conversar algo con ellas, nos pasaba el dato de la edad, de qué color estaba vestida para que, al bajar, ya sabíamos para dónde mirar y a quién, antes de comenzar a conversar en la linda barra estudiando con quién arrancar a bailar rock tras rock. Una noche más en un sótano perdido de Buenos Aires. Con todo el ritmo que un sábado, pasada la medianoche nos esperaba, para terminar muy de madrugada, como siempre en el bar, frente a la estación del barrio, desayunando con amigos que por diferentes motivos llegábamos de diversos lugares, pero a reencontrarnos como siempre, a contarnos la vida en la esquina de Plaza y Av. Del Tejar, por aquella época era “El Tren Mixto”, frente a la estación Saavedra.
Aquella anoche fría de invierno, ya reunidos en la esquina céntrica, después de dar algunas vueltas para poder estacionar el auto correctamente, la decisión con algunos intercambios previos fue otra: “hoy no entramos, ya nos conocemos todos”, “vamos a otro lado”, “vamos a Banfield, a ‘Mi Club’”. Me opuse: “Yo no voy”, dije. Enseguida vinieron las protestas, luego mi aclaración: les comenté que había ido hacía un tiempo, que eran muy exigentes con barba, me aseguraron que eso ya no pasaba. Terminaron convenciéndome, pero con una condición que todos aceptaron: si uno, yo o el que fuera, no entraba, volvíamos todos al boliche de siempre. Decidida y aceptada la condición fuimos para allá, a Banfield, al lejano sur. En dos coches enfilamos para allá: el mío, un Fiat 125 y un 128 bien preparado, bajito con todo el ruido, de un amigo (Alberto, para ser más exacto). Conclusión: fuimos ocho para allá, porque después de tanto deliberar se fueron sumando algunos más: seis varones, dos chicas de la barra, que hacía tiempo conocíamos; venían de Quilmes cada sábado, fueron las que nos guiaron mejor, conocían bien “Mi Club” y su gente. Eran Anita y Alambre, dos rockeras por naturaleza, que llevaban el ritmo a flor de piel. Y así, con toda la música, salimos recién cerca de la una de la madrugada.
Llegamos. “Mi Club”, un lugar emblemático de la zona sur. Estacionar no fue nada fácil, después de dar muchas vueltas conseguimos estacionar a varias cuadras. El frio penetraba por el traje, al trote nos fuimos reuniendo a metros de la entrada del boliche. Las chicas temblaban, pedían a gritos un abrigo o que entráramos rápido. Yo seguía dudando cada paso, “déjenme pasar primero” les dije. “Si me rajan por la barba nos vamos todos”. Así fue como entré, por primera vez. Nadie objetó mi barba. Parecía que los tiempos comenzaban a cambiar, en democracia se podía ir a bailar sin problemas, no como años atrás donde apenas me veían, el comentario era siempre el mismo: “Con barba no”.
Entré con todo el asombro de poder haber entrado sin ningún inconveniente. Tuvimos una única consigna: encontrarnos a metros de la puerta antes de salir, para volver juntos hacia Capital. Aclarado el punto, nos dispersamos en el gran boliche, inmenso para nuestro gusto que estábamos acostumbrados a pequeños reductos en capital o zona norte, nunca habíamos ido hacia el sur.
Nos desparramamos en varias direcciones: las chicas, por un lado, mientras que cada uno de nosotros eligió un camino diferente entre la multitud. La música parecía ser buena. Caminé no más de veinte pasos y comenzó a sonar uno de mis temas favoritos. Giré para divisar con quién poder bailarlo y, a menos de un metro, estaba ella. Le tomé la mano y le dije “vamos a bailar este tema como un rock lento”, me respondió “no sé bailar rock”. “No importa, yo te llevo”, le dije y comenzamos a bailarlo…
Ese día, en ese lugar, de la mano de esa mujer, cambió por completo mi vida. Hoy, escuchando a Stevie Wonder, la recuerdo entre discos, girando. Recuerdo su perfume como si la tuviera a mi lado, la sensualidad al bailar de la que “no sabía bailar rock”, la suavidad de su piel…
Hoy le escribo a distancia sin que ella sepa de mí. En la soledad, entre libros, poesías y dibujos que, en silencio, la nombran a gritos cada vez que cae el sol y la luna me acompaña desde la ventana.
 
 
* SUSY.    Rn 195. km  14,30
Detrás del vidrio de la pequeña ventana a la calle, estaba sentada ella, indiferente a su alrededor, con la mirada perdida. Su esbelta silueta llamó mucho mi atención y no dudé ni un segundo en entrar a tomar un café. En aquella tarde gris de pegajosa llovizna, me senté en el bar por el que había pasado tantas veces. Ubiqué un lugar cercano a ella. Era ideal para contemplarla, en silencio, sin molestarla. En minutos disfrutaba del café. Por un momento la miré fijamente, ella cerró los ojos comprendiendo mi gesto.
Cuando la camarera pasó muy cerca me atreví a preguntar si sabía su nombre, había notado que ella, minutos antes, algo le había dicho. Sonrió y me dijo “espere, el dueño sabe, ya le averiguo. Soy nueva en este lugar”. Regresó enseguida y me dijo muy sutilmente, casi al oído: “Señor, se llama Susy”, y volvió a sonreír.
La seguí mirando por un rato prolongado. En un momento ella me miró y aproveché a hacerle una seña, pero giró la cabeza. Se mantenía tan indiferente como al principio. No podía dejar de contemplarla. Ella se había dado cuenta ya de mi mirada, y de mi intención de acercarme.
Minutos más tarde me levanté, muy despacio de la silla. Corrí la mesa y la silla de al lado, me acerqué suavemente para intentar sentarme en su mesa, dio dos pasos y se retiró.
Detrás de la barra el dueño del bar me dijo: “Susy es muy arisca, no le gusta que la toquen los clientes, viene corriendo a la barra. Es vieja, hay que entenderla. Está cansada de los manoseos, ahora se mete en su cuna, duerme hasta mañana. Eso sí, es limpita, ensucia siempre en el colchón de piedritas…”.
Le pagué el café, me fui a caminar un rato, pensando qué hermoso animal la gata de ese bar. Lo frecuento poco, pero ese día, recién me enteraba de la existencia de Susy.
 
 
* RUIDOS EXTRAÑOS.   RN 12. Km 1180
 
Viajar es muy gratificante, pero no siempre. Depende de las circunstancias y el momento, mucho más si se hace en forma de exilio interno. Si no hay mucho para elegir, en esos casos habrá que echar mano al dicho español: “relájate y goza”. Eso es lo que, mi familia y yo, tratamos de hacer en ese momento.
En los ‘80, en febrero, para ser más exacto, me contrataron junto a mi señora en una empresa que comenzaba a construir su nueva planta en Misiones, a orillas del río Paraná. La decisión no fue fácil: los chicos eran muy pequeños y, aunque los dos mayores ya estaban cursando tercero y quinto grado de la primaria, mudarnos hacia allá fue una decisión que nos costó mucho resolver. Lo atractivo era el sueldo, que era muy bueno, además nos daban la vivienda y la escolaridad de los chicos estaba cubierta. En Buenos Aires (en realidad, todo el país), se vivían momentos muy complicados políticamente y ambos estábamos involucrados de alguna manera por nuestra militancia, por lo tanto, aceptamos el ofrecimiento y nos fuimos para allá.
En un camión y todos nuestros muebles apuntamos rumbo a lo desconocido, con nuestro auto detrás, dejando a todo el resto de la familia para comenzar una nueva vida, a orillas del río, la selva y… la nada. En medio del estremecedor silencio y la misteriosa soledad de la selva misionera. Bien al norte, cerca de las cataratas, sobre el Paraná. La empresa construyó, para los que trabajábamos ahí, un pequeño barrio. Muchos empleados de distintas partes del país fuimos a hacer realidad aquella obra.
Ese barrio se encontraba en una barranca, después de cruzar un puente de madera sobre un pequeño brazo del río, justo enfrente del cementerio de la colonia, con una hermosa escuela donde los niños que llegaban (como mis hijos) compartían el día y la enseñanza con los lugareños, aprendiendo a la vez un poco de la lengua guaraní y, a través de su lengua, aprendimos algunas de sus costumbres que nosotros, desde Buenos Aires, ni siquiera imaginamos. La casa era una de las últimas, “las de arriba”, decían en el barrio. Nos costó acostumbrarnos, pero con el tiempo lo fuimos haciendo.
Los chicos se fueron adaptando, diría casi más rápido que nosotros. Pero hubo algo a lo que no pudimos acostumbrarnos, aun habiendo pasado casi seis años ahí: a los ruidos, no a los naturales, no a los de los pájaros que eran hermosos, no a los del viento, me refiero a otros, más sobrenaturales, más guturales que no solo molestaban, atemorizaban. Claro, siempre de noche, mal momento para que eso ocurriera. En un momento de la noche se empezaban a escuchar llantos, algunos con fuerza de sollozos, continuos, insistentes. Cuando parecía que todo entraba en calma, empezaba de nuevo. Venían del otro lado del río, por el lado del cementerio. Era espeluznante saber que esos chirridos venían de allá. Entre la madrugada y el silencio parecía que todo era llanto y lamento, y se expandía por toda la casa. No podíamos ver nada más allá de lo que nuestras luces iluminaban, todo era oscuridad. Eran llantos de bebés.
Al principio pensamos en algún bebé vecino, pero, al descartar esa posibilidad, supimos que venían del cementerio. Seguido a eso nos encontramos con que más de una noche o noches los vecinos “de abajo”, los más cercanos al camino y al cementerio, escuchaban (como escuchábamos nosotros) llantos durante toda la noche de una o más mujeres, durante muchas horas, desde la caída hasta la salida del sol. Hasta que un día vimos llegar a los viejos colonos del lugar cargando un cajón hecho con diferentes tipos de maderas y muy rudimentario, donde varios hombres comenzaron a cavar un pozo para enterrarlo. Entonces entendimos todo: vimos que, al lado de la tumba, quedaban mujeres llorando durante varias noches, las famosas (según nos dijeron) “lloronas”, que no dejaban salir su llanto espontáneamente, sino que era producto de una actuación planificada, y duraba muchas horas. Las tumbas no tenían identificación, lo comprobé un día en que Juancito (mi hijo menor) cuando vino de jugar por la zona trajo a casa un triciclo y varios chupetes de bebés. Fue muy extraño, lo primero que intenté fue explicarle que eso no debía hacerlo. Lo llevé conmigo y fuimos a colocarlos nuevamente en su lugar: el cementerio. Ahí comprobé que ninguna tumba estaba identificada, sin embargo, vimos que en la pequeña cruz de madera (o rama) que tenían, llevaban colgadas pertenencias de los difuntos.
No logramos averiguar de dónde sacó lo que había traído, pero dejamos las cosas en un lugar del cementerio. Con el paso de los días comprobamos que dormir, en algunas ocasiones, era una tarea imposible y más todavía si el muerto era un niño. En ese caso la llorona o las lloronas, parecía que se turnaban, no lo sé, pero el llanto era contínuo, y lo hacían por una o dos semanas, todas las noches. Nunca logramos verlas porque apenas el amanecer despuntaba, ya no estaban hasta la noche siguiente. Pero el 2 de noviembre, Día de los muertos, terminamos de comprender la importancia de los ya idos para las poblaciones de nuestro país profundo. Entender cómo una misma cosa tiene perspectivas muy distintas: desde una población con raíces, que mantiene sus rituales, con los que ya no conservan las grandes ciudades.
En este caso ese ritual era la “celebración” de y para los muertos. Y sí, se celebra: las familias bajaban al cementerio, al lado del río, a metros apenas del agua y empezaban a acampar tal como un picnic de fin de semana en la ciudad, pero… para homenajear a sus muertos. Entonces veíamos cómo empezaban a sacar de sus bolsos y canastas con regalos, preparaban fuego, cocinaban, cantaban, bailaban y festejaban con sus parientes fallecidos su día, que, en la Capital pasa desapercibido, para muchos, pero en el interior más profundo de nuestro país fue o seguirá siendo un día muy importante.
En rincones de nuestro territorio que poco conocemos, a los cuales más de una vez ignoramos por completo desde los gobiernos municipales provinciales y nacionales, que como yo hasta aquel momento ignoraba de su existencia y sus costumbres.
 
 
 
* PAPÁ. Km 24,60.
 
El teléfono comenzó a sonar mientras dormía profundamente, se levantó sobresaltado. Sobre la mesa de luz de la habitación, con ventana a la calle, el despertador marcaba las cuatro y diez de la mañana. Se tropezó con la pata de la silla, a oscuras cruzó una pequeña habitación, al pisar descalzo el frío piso de la cocina terminó de despertarse. En la repisa, al lado de la heladera, estaba el teléfono negro a disco que no paraba de sonar.
“Hable”, dijo casi sin aliento, del otro lado contestaron. “¿Hablo con la casa de Horacio de López?”
- Sí, él habla - respondió como con bronca.
- Señor, lo llamamos del hospital de San Isidro, para avisarle de la gravedad de su padre. Si pudiera pasar por aquí lo antes posible…
- ¿Mi padre? – preguntó Horacio.
- Sí, señor, su padre. Reclama por usted y por su hermano. Le paso la dirección del hospital y la habitación. Buenas noches.
En la habitación la esposa ya había encendido la luz del velador y preguntaba qué pasaba, en las dos habitaciones del otro lado de la cocina dormían su hija y su madre.
Horacio no sabía de la internación de su padre, siempre tuvo dudas de algunas actitudes después de la separación de su madre, pero nunca más supo mucho en detalle sobre su vida. Entretanto, la esposa seguía preguntando qué pasaba. Se acercó a la habitación, le dijo “tranquila, petisa, es para mi hermano, tengo que llamarlo. Se descompuso mi viejo y lo internaron”.
Por aquellos años, tanto Horacio como Héctor, eran fervientes militantes de la Democracia Cristiana. Muchas noches se reunían con amigos hasta muy tarde para hablar de política. Eran vísperas de nuevas elecciones presidenciales y, día tras día, el trabajo de la militancia crecía y la cantidad de horas que se pasaban fuera de casa eran muchas, hasta altas horas de la madrugada.
Se vistió, salió al patio y llamó al hermano, tratando de hacer el menor ruido posible para que no se despertaran los sobrinos. Sentados en la cocina de Héctor, mientras este preguntaba qué pasaba, ponía la pava sobre el fuego para calentar agua para unos mates. Horacio le comentó el llamado, sacaron algunas conclusiones: el silencio de la madre, por ejemplo. Héctor comenzó a cambiarse lentamente, mientras la esposa le preguntaba dónde iba. Como toda respuesta dijo: “Voy con Horacio, se descompuso el viejo. Está internado, llamaron del hospital, vamos a ver qué pasa”.
Todo esto sucedía en Villa Adelina, frente al golf, a cuadras de Panamericana. El hospital de San Isidro estaba relativamente cerca. Tuvieron que empujar el Fitito que, justo esa mañana, no quería arrancar. Por fin, después de unos metros se animó y para allá fueron.
Al llegar se quedaron al lado de la cama un buen rato, mirando al enfermo, al “viejo”. Los médicos, al llegar, les habían informado sobre la situación: había pocas esperanzas. El estado era irreversible y era cuestión de esperar. “Esperar”, una palabra rara para ese momento ¿esperar a qué? ¿A saber cuándo debían despedirse definitivamente? Quien estaba en la cama ya no estaba, aunque estuviera ahí. Los médicos les pidieron que esperaran en el largo y desolado pasillo, con ese raro olor, mezcla de vida y muerte. Otra vez “esperar” …
Minutos más tarde llegó una pareja, entró a la habitación. Era de esas que se comparten, tal vez vendrían a visitar al otro internado. Unos minutos después salieron, se sentaron muy cerca en el mismo pasillo, en esos bancos duros, de espera interminable.
Horacio y Héctor, se fueron a tomar un café, mientras les avisaban a sus esposas que se quedarían ahí, esperando un milagro o que, por fin, sucediera lo previsible. Los médicos les habían adelantado que las esperanzas eran mínimas, nada alentadoras. Otra vez “esperar” …
Una hora más tarde, estaban sentados y adormecidos en el frío pasillo, cerca de la pareja que había llegado minutos después que ellos. En un momento salió un médico y preguntó por los familiares de De López. Automáticamente se pararon Horacio, Héctor... y la pareja. Para sorpresa de los cuatro, que se miraron asombrados. Les dio la noticia del fallecimiento. Aunque era previsible no dejaba de ser una triste noticia. Todos, que se juntaron alrededor del médico, luego de un muy breve amague de pesar, se miraron con asombro, un poco de incertidumbre y algo de desconfianza. Automáticamente, una vez que el médico se retiró, un poco remisos, se encaminaron a hacer los desagradables trámites del deceso… los cuatro.
Hasta que, unos minutos más tarde, cuando estaban yendo al bar, Horacio, decidido, les preguntó “Discúlpenme, pero… ¿ustedes conocían a mi padre?”. La cara de asombro se extendió a la pareja: “¿Cómo ‘mi padre’? Era MI padre…”, respondió la mujer, “mejor dicho, NUESTRO padre…”, señalando a su acompañante. Si con la primera respuesta los hermanos quedaron atónitos, con la aclaración de “nuestro”, el hielo les llegó a todo el cuerpo. No era un trago fácil de digerir, recibir esa noticia así nomás, no es para todos los días. De todas maneras, esas eran sensaciones compartidas entre todos, las mismas sorpresas, el mismo estupor y hasta el mismo hielo que recorría todo el cuerpo. Nadie entendía nada. Horacio alcanzó a balbucear una pregunta: “¿Están seguros de que este señor era su padre? No sea cosa que estemos hablando de diferentes personas”.
- Esa es una muy buena pregunta, que también me gustaría hacerles a ustedes – respondió el otro hombre – Tal vez estemos hablando de “otro” López y no de un “De López”. Es decir: de mi padre y no del de ustedes…
Se intercambiaron datos personales, anécdotas, estilos de vida, giros en la forma de hablar de esa persona, la rigidez o el sentido del humor de ese jefe de familia. Eran las mismas. En la conversación las cosas eran coincidentes. Era el mismo. Sin dudas estaban hablando de la misma persona, del mismo “padre”, pero los tiempos y épocas no coincidían. No podían tener edades parecidas y vidas muy parecidas y pertenecer a diferentes familias. No cerraba, a no ser que…
La idea que surgió por un instante, pero que costaba apoyar, era la de la doble vida. Los cuatro la hacían aparecer como una locura, aunque cada uno se engañaba con eso, no era tan disparatado pensar en esa posibilidad. En ese bar del hospital estaban desandando una historia que, mezclado con los trámites del deceso, parecía una película italiana más que una realidad. Y a ese sainete se le sumó una mujer, la esposa actual del muerto, a quien dejaron llorando en soledad. Los cuatro miraron para todos lados, no fuera cosa que aparecieran más hermanos. Pero no, parece que el viejo había desistido de sembrar más confusión. Era suficiente. José, el padre de los cuatro desconcertados en la mesa del bar del hospital, había sido durante años inspector de cuentas del Banco Nación, por lo tanto, viajaba mucho a diferentes sucursales de todo el país. Contaba Héctor que cada tanto y bastante seguido, la madre de él y Horacio, preparaban la valija para dicho viaje, que duraba quince o veinte días. No tenían padre durante ese tiempo, momentos en que José y María sí lo tenían… pero, para más “casualidades”, desde chicos, adolescentes y hasta que cada uno formó su propia familia, Horacio y Héctor vivieron en el barrio de Núñez, mientras que José y María en el barrio de Saavedra. Cerquita...
Era una pena que el trámite los distrajera de semejante descubrimiento, pero había que seguirlo. Duró varias horas, con la charla muy interrumpida. Cuarenta y ocho horas más tarde, se encontraron en casa de la última señora que llegó al hospital, quien era, hasta hacía horas, su última esposa. Con la ayuda de la mujer pudieron rearmar la última etapa de la vida de De López. Los tranquilizó que con esta señora no hubiera tenido hijos… como estaban dadas las circunstancias no hubiera sido extraño.
José De López, aprovechando que su trabajo lo hacía viajar (y no tanto), entabló una relación con una mujer que vivía muy cerca de su primera familia: tan solo con una diferencia de veintiocho cuadras. En cada lugar formó una familia con su respectiva casa, un hogar cerca del otro. Y se parecían bastante: en cada casa una esposa; dos hijos en cada lugar; en cada casa, de manera simbólica estaba el cuadro de la pareja con el respectivo traje de casamiento (en una casa con la madre de Horacio y Héctor y en la otra con la madre de José y María) y, por supuesto, un “viaje” de trabajo cada quince días.
Horacio y José, hijos del mismo padre pero diferente madre, concurrieron con (pocos años de diferencia) a la misma escuela primaria, y posteriormente hicieron la secundaria completa en el mismo colegio de Belgrano, solo con diferencias de cursos y turno. La madre de José y María, había fallecido, pero no la de Horacio y Héctor, quien fue interrogada exhaustivamente sobre todo esto, en ese momento ya se había separado de José, sabía que estaba con otra mujer, cosa que no era demasiado extraño. Nadie pudo saber qué opinaba la mamá de los primeros.
El tiempo fue acomodando las cosas, muchos encuentros y conversaciones, sin lograr descubrir demasiado. Era evidente que lo que había fabricado su padre estuvo muy bien planificado y nadie envidiaba la enorme tarea de la doble vida. Todos estos encuentros lograron un mayor acercamiento y mayor confianza, después de todos eran hermanos. A lo hecho, pecho. Y como resultado: los hijos de Horacio y Héctor comenzaron a tener cuatro tíos más, ya que José y María estaban casados, los hijos de José y María les sucedió lo mismo, en meses más la familia se agrandó en hermanos, cuñados cuñadas, primos y sobrinos. La mesa se alargó por las trapisondas del “jefe” de la familia, que ya no estaba como para pedirle alguna explicación.
Hoy, recordando todo esto pasados los años, se encuentran comiendo un asado en el quincho de José, donde a ambos costados de la parrilla se encuentran los cuadros del padre con ambas esposas con sus respectivos vestidos de casamiento y entre sonrisas, anécdotas y un poco de ironía, hijos, nueras y nietos brindan por él. Salud.
 
 
 
* JHF. Km 12,30 
 
Se cruzaron muchas veces. Cuantas?  Incontables en los últimos años, jamás un saludo, aunque se reconocían de la casa, las aulas, un pasillo, el comedor, alguna reunión, o cena, pero no habían conversado, ni se saludaban.. 
El lunes, en uno de los talleres, un profesor amigo de ambos, los presento formalmente. Los tres charlaron de las viejas épocas, los cambios en la educación, la vestimenta de los alumnos, que fue variando mucho con los años. Era como si intentaran arreglar el mundo, pero les faltó tiempo, entendieron que era una utopía.  
 El martes se volvieron a cruzar, yo los vi, en el hall de entrada, se saludaron amablemente, luego volvieron a enfrentarse en la escalera más pequeña, 
-Paso yo o pasas vos? - le dijo entre risas. Aprovecharon para hablar un rato.    
 El miércoles él la busco, pero sin éxito, el jueves se cruzaron en el hall de entrada, se saludaron con un beso y ella murmuro, ¿ estas acompañado ?, él no respondió. Minutos más tarde casi en la calle se vieron, ella guiño un ojo, él saludo con su mano y le hizo señas, gesticulando hasta mañana con un circulo con su dedo índice de la mano derecha. 
El jueves cuando entró, se quedó charlando con uno de los de vigilancia hasta el recreo largo, casi las 18 horas, salió en busca del amigo con quien conversaba compartiendo el mate. Pero no lo hallo, se volvió a cruzarse con ella en el largo pasillo trasero, comenzaron a charlar, caminando hasta los árboles añejos, y se sentaron en la escalera. Comenzaba a refrescar, el viento molestaba, así que decidieron recoger las camperas y sentarse junto al portón.
Según cuentan los que pasaron por ahí, era la costumbre, primero como alumnos, luego por motivos diferentes.
Ella pregunto quién era la compañía de ayer, él le contó, el motivo de la visita y la relación que los unía sin muchos detalles, por su parte le pregunto por su vida, que desconocía por completo. Se fueron conociendo, mezclando el pasado con el presente, amigos, hijos, parejas y familiares.
Escucharon el ultimo timbre, justo comenzaba a gotear. Se rieron mucho por la altura de ambos, ella no le llegaba ni a los hombros, pero con su cabello podría jugar horas le dijo al oído, fue un lindo día buscado, o no.
La próxima semana podría ser buena, se intercambiaron los números telefónicos, los vi a ambos haciendo anotaciones en su móvil, fui testigo, hoy hay cuatro personas en juego dos reales y dos en la cabeza de las reales.
Él, partió por la avenida hacia el centro y ella rumbo norte, ¿vaya a saber dónde fueron?
Pasarse los números dio buen resultado, a media mañana llegó el mensaje, él se sorprendió, pero contesto rápidamente, el plan de almuerzo compartido era muy bueno para seguir con la conversación de ayer. Se pusieron de acuerdo rápidamente, a las trece horas se encontrarían debajo del puente para ir en un solo auto hacia el bodegón elegido para ese mediodía.
Llegaron casi juntos, se saludaron amablemente con un simple abrazo, opinaron donde dejar el vehículo seguro, hicieron un par de cuadras, debajo del puente de la General Paz no les pareció adecuado.
Mientras caminaban, charlaban, entre risas, sonrisas y mucho rock and rol, de allá lejos y hace tiempo.
La viola de Pappo, Los gatos, Sui Generis y Arco iris los fueron llevando para el centro de la ciudad, hacía mucho que ambos no la recorrían de paseo. Descubrieron todo aquellos que habitualmente no se ve por el alocado tráfico de un día de semana. Recorrieron toda la avenida 9 de Julio, casi de un extremo al otro, finalmente sobre la Av. San Juan pararon en un viejo bodegón, casi no quedaba mesa vacía, pero justo una pareja dejaba una de ellas y se sentaron cómodamente a almorzar.
Primero el jamón, luego las rabas, un poco de paella; vino y el postre. El mozo los apuraba, la concurrencia era masiva, por ello optaron por retirarse a tomar el café a otro lugar, incómodos por las caras de los que deseaban ocupar la mesa.
El sol intentaba empujar, pero no pudo, después de cruzar en Puerto Madero el puente de la mujer, decidieron tomar el café previsto para seguir conversando tranquilamente, así paso la tarde, las horas en una nueva caminata y el regreso debajo de una tenue llovizna.
Ella tenía la sonrisa en el rostro constantemente y él la observo todo el tiempo intentado descifrar algo más, pero seguramente mañana por la tarde seguirán charlando y averiguaran, la salida ya estaba programada. Ella quería manejar y el acepto ser su copiloto en la ruta, el café lo tomarán bien lejos de Capital.
Él contó sus costumbres cotidianas y lentamente regresaron a buscar el auto, sobre la calle frente al club Banco Nación y se despidieron.
El domingo se fue muy temprano camino a San Isidro, allí lo esperaban esos rulos y esa maravillosa mujer. Se encontraron, se saludaron y se ubicó en el asiento del acompañante. Panamericana, Camino del Buen Aire, acceso Oeste, ruta 5 kilómetro 71, a ver el monumento del Carpo, con la música que salía muy fuerte del auto se pusieron a bailar en la banquina de la ruta, el sueño comentado se les cumplió.
A media mañana mates con factura y la parrillada pasando Lujan en la vereda de una vieja Pulpería, la pasaron de diez, después la basílica, hacía años que ninguno de los dos la visitaban. 
Pasearon un rato por la margen del río conversando, pero él le pidió ahí algo muy importante y ella acepto. 
De regreso manejo él, el día fue una fiesta, le costó la vuelta, mucho tráfico, pero terminaron en el departamento de ella. Mientras él amasaba pizzas, ella cebaba mates. 
Días más tarde lo encontré en el bar de la estación a las seis y cuarto de la mañana, pare a tomar un café sobre la calle Plaza como casi todos los días, vio mi auto y bajo a compartir sobre la vereda un rápido cortito, pero nos pusimos a conversar y paso casi la hora. 
- Que haces, dos banderas - le dije mientras me abrazaba -  te borraste como el mejor, ni a la reunión del club y ni de la sociedad de fomento viniste, 
-Es verdad estuve mal, lo reconozco, pero sabes qué.... es de linda. 
-Chau esta hasta las manos -  le dije y sonrió. 
-Desde el miércoles que no la veo, -  le dije - si nunca salís en la semana, me alegro - pero no entiendo nada-  y paso a contarme. 
 Mira, nos vimos viernes sábado y domingo y luego los miércoles un rato, no más de las doce de la noche, sino quien me levanta, hoy por ejemplo vamos a ir al cine, pero si llego tarde no importa mañana no trabajamos ninguno de los dos. 
-Para un poco -  dije,  
Lo vi muy embalado, quien es, de donde es, no sé nada. 
 - Escúchame es arquitecta y profesora, egresada de la misma escuela que yo, ahora está por dejar todo y jubilarse,
- Bien, que tiene que ver todo eso 
Nada acoto él, pero es tan linda. 
Eran las seis y cincuenta yo debía partir, y él; había perdido un tren y  6.58 llegaba el otro.  Prometió pasar por casa esta noche, aseguro que no abandonaría la mesa del bar de los sábados en trasnoche, cosa que ya dudo, pero todo puede ser, la palabra es segura. Se escuchó de lejos la bocina del tren casi llegando a la estación Saavedra con destino a Retiro.  
Me dejo pagando el café, con una sonrisa me abrazo y me dijo te quiero ¡¡¡ nos vemos y corrió hacia el andén, yo lo mire contento, espero verlo pronto, pero lo dudo por ahora, me gusta ver los amigos felices. 
Cada miércoles y los fines de semana posteriores se volvieron a encontrar, él cocinaba en el departamento de ella, luego veían una película en el living, más de una vez caminaban un poco, asistían a un estreno en el cine de algún centro comercial. Hasta que un miércoles por la noche, después del  café y sin moverse de la mesa de la cocina, él comenzó a juguetear con sus rulos entre los dedos y ella acerco sus labios y abriéndole la camisa muy lentamente apoyo los mismos en su pecho, minutos más tarde el dormitorio con el solo reflejo de la luz lejana de la cocina, entrelazaron sus cuerpos en la pasión contenida durante mucho tiempo, a partir de ese día, cada jueves y cada lunes, el tren por la mañana no lo espero más en la estación Saavedra, sino que lo hizo desde San Isidro. 
El viernes por la tarde lo llamó para ver si cenarían afuera y luego irían hacia el departamento, él le dijo como ella quiera. Quedaron en encontrarse en Saavedra frente a la estación, darían un paseo hasta el Tigre, terminaron tomando el café en la cocina, del dpto de ella, donde surgió la conversación. 
Después de tantos años, de no habernos cruzado nunca fue realmente una rara casualidad, le comento, pero ella contó que no, porqué si sabía de su presencia de vez en cuando por esos lugares, sabia de sus amigos y las mateadas por  la tarde, pero vos, le dijo:  jamás prestaste atención en mí, será por la altura dijo ella, él respondió que no, que realmente no la tenía registrada,  que hacía años que no andaba, ni a la caza ni a la pesca como unos amigos de él que ella nombro, que más de una vez la han invitado a tomar algún café o a pasear un rato. 
Pregunto quién o quiénes, ella dijo no importa el nombre, solo te diré que no acepte ninguna de las invitaciones, ahí comento que había dedicado su vida a estudiar mucho, a escribir varios libros sobre estructuras urbanismo y algunos títulos más, a recorrer muchos museos, ver mucho cine, caminar mucho, pero le intrigaban sus poesías,  ella siguió, a quienes o quien son dirigidas, él  respondió rápidamente a vos, a todas, a todos, vienen son ideas que llegan, de lo que veo, lo que escucho, lo que leo y mucho de lo que imagino. 
Pero ella decidió profundizar, evidentemente había leído el blogg, hay mucha sensualidad y hasta erotismo en ellas, no creo dijo él, hay vida, hay mucho de lo que hubiera querido que me sucediera, mucho de lo que quizás sueño poder hacer y entre medio de toda la fantasía, todo un mundo que quisiera, fuera diferente, quizás como lo pienso, pero evidentemente no lo veo imposible, y menos hoy a mi edad y como han cambiado las cosas en todo sentido. 
Hablado de todo un poco, me contás por que llegaste soltera a esta edad y sin compromisos como decís a menudo, ella lo miro y le preguntó si quería saber la verdad realmente, él respondió automáticamente que sí, ella dijo puede doler, molestar y hasta dejar de vernos.
 
El tomo sus manos y le dijo: -Te escucho. Ella apretó fuerte y comenzó, 
 Vení vamos al comedor quiero estar más cómoda, esta silla ya me está haciendo doler la cola y la espalda. 
-Preparo unos mates y me contás.  
- Si dale, yo me quito un poco esta ropa que ya me incomoda. 
 Minutos más tarde en los sillones del comedor donde la luz de la avenida ilumina a todo el ambiente ella comenzó. 
-Cuando empecé la facultad, después de dar aquel estúpido examen de ingreso me sentía muy sola, en casa, en la facultad, en la vida. En el segundo semestre comenzamos a hacer un trabajo en equipo, los compañeros fueron con quienes teníamos más afinidad y ahí estaba ella, comenzó a frecuentar mi casa , yo la de ella,  pasábamos muchas horas juntas, yo hacía unos meses había cortado una relación no muy larga con un amigo del barrio, pero con el tiempo ,la cantidad de horas de dibujo compartidas y alguna que otra salida a despejarnos un rato, terminamos un día besándonos en su casa, durante mucho tiempo, a escondidas formamos una linda pareja, con una experiencia que fuimos adquiriendo juntas, solas y ocultas. 
Con el correr de los años no muchos, eso se cortó, ella hoy tiene una bella familia, yo soy la madrina de su primera hija, quede sola, mis padres fallecieron y aquí estoy después de muchos años, mucha  terapia,  con cambio de varios divanes, contando esto por primera vez a alguien que no es psicólogo ni psiquiatra, pero corriendo el riesgo que salgas disparando en minutos por esa puerta y no me quieras ver nunca más, o decidas aceptarme como soy y juntos intentar lo que hasta ahora soñamos vos en poesías y yo en mi cabeza soñadora. 
Él la miro atentamente mientras relataba todo lo vivido, se paró dejo el mate en el piso y la abrazó muy fuerte, ella comenzó a llorar, miles de preguntas pasaron en aquel abrazo por la cabeza, pero comenzaron entre lágrimas a besarse y el momento de las preguntas quedo en segundo plano, durante un largo rato los besos,  caricias y abrazos fueron el dialogo en medio del silencio de la noche que recién comenzaba y de la cual tendrían mucho tiempo por delante, pero él comprendió muchas cosas que en los pocos encuentros que habían tenidos sexualmente, la quietud, pasividad, pudor y hasta miedo que había notado en ella.
 Pusieron música y ella propuso tomar algo fuerte y, él preparo café.
Cada uno se fue distendiendo después de aquella confesión, mientras preparaba el café, se quitó los zapatos, el pantalón y abrió su camisa, el calor de la noche y el cansancio merecían estar un poco más cómodos, comenzó a filtrar el café y ella vino en busca de hielo y mientras volcaba el contenido de la cubetera en un bols le dio un beso. 
-Ya llevo todo para allá, espérame, 
En segundos llevo la bandeja con las tazas de café y la azucarera. Sobre la mesa ratona del living apoyo todo, junto a los vasos y la botella. Ella del dormitorio dijo ya voy, paso por el baño y regreso ya cambiada muy sexualmente como no la había visto nunca antes, pero pidió que no encendiera más luces que dejara solo la que entraba de la calle. 
 Conversaron mucho, el amanecer los encontró abrazados en el sillón, ella por primera vez después de casi cuarenta años, dijo que se sentía realmente mujer, perdería de a poco todos los prejuicios que se había creado inconscientemente o no, pero que aún cargaba con ellos. 
Desde ese fin de semana en más, todo fue cambiando para mejor, él comenzó a quedarse más días junto a ella, los dos decidieron dejar de trabajar y ver de qué manera podían arreglarse con la jubilación, eso me lo comentaron el día que, por primera vez, cenamos juntos en San Isidro y yo tuve el placer de conocerla. 
En meses, la casa de Saavedra se puso en venta, yo lo ayude con la mudanza de a poco, cada sábado llenábamos los dos autos con ropa primero, luego con libros y discos. De a poco el departamento ya no tenía más lugar, ella fue acomodando todo prolijamente, pero aun restaban cosas por ubicar, por lo tanto, hicieron una evaluación de todos los muebles y en poco tiempo todo se solucionó donando aquello de lo cual quisieron desprenderse; algo de ella, y algunas cosas de él. 
 Cada día comenzó a ser único e irrepetible, todo por ambos postergado, lo fueron realizando a diario, desde compartir el desayuno hasta las cosas más simples, varios viernes fueron a los encuentros con amigos en el dpto., otros en diferentes casas donde iban siendo invitados con el correr del tiempo y el porqué, no se habían cruzado antes era una constante, hasta que meses más tarde decidieron casarse, poner todos los papeles en regla por las dudas a alguno de los dos les pasara algo imprevisto. 
La decisión que venían estudiando, analizando y conversando a solas, la pusieron en marcha, fue así como los fines de semana decidieron por la mañana de los sábados, comenzar a recorrer las islas del Tigre buscando un lugar donde pasar juntos los años que les quedaba, pero la elección de la casa y el lugar no fue fácil. 
Semana a semana tenían más ganas de concretar, hasta que un domingo por medio de Internet llego la propuesta que buscaban, y quedaron en pasar a visitar el lugar ofrecido lo antes posible, mientras el interesado en vender mandaba fotos de todo tipo del interior y exterior de la casa, más sus jardines y terreno sobre el río Carapachay. Por lo comentado y hablado telefónicamente con el dueño, la cantidad de ambientes era dentro de lo buscado, la altura de la casa por las dudas el río creciera en algún momento era lo correcto, la estacada sobre el río era de hormigón y bastante fuerte y de pocos años, así como la construcción del muelle y la entrada semi cubierta de la lancha. La distancia al centro podría realizarse en no más de media hora y contaba con todos los servicios. 
Tres meses más tarde, con la venta de la casa de Saavedra compraron en el Tigre y dejaron el departamento para volver de vez en cuando, pero mudaron la mayoría de las cosas a la nueva casa, la que durante casi dos meses mantuvieron en obra dejándola como ellos habían soñado, lo más costoso fue la calefacción, el resto con las nuevas tecnologías de energías sustentables quedo moderna cómoda y lista para habitar. 
Con la casa en condiciones, el departamento de San Isidro listo como para pasar unos días de vez en cuando, un solo auto y una pequeña lancha, todo listo para lo que tenían pensado, justo cuando el verano se presentaba en su máximo esplendor como para disfrutar la casa y comenzar a recibir amigos. 
Así fue, el día de navidad lo pase junto a ellos, se los veía felices y rodeados de amigos de ambos lados que con el correr del tiempo y de algunas reuniones ya nos conocíamos entre todos, algunos del barrio, pero la mayoría de la escuela secundaria que ambos habían compartido.  
El primero de Enero por la tarde, después de un lindo asado y muchas horas de sol y agua en las turbias aguas del río, él presento su libro de poesías, ellos eran muy felices en esa casa, con ese gran terreno y frondosa arboleda. Cuando nos juntábamos, jugábamos mucho al Vóley, al tejo, pronto tendríamos pileta para no tener que usar el río que más de una vez estaba muy peligroso.  Mi preocupación se la comente más de una vez, era como pasarían en la soledad del delta el frío invierno, pero no fue así, ellos lo pasaron bárbaro, en el estudio que habían armado compartían actividades escuchando música, él escribía y ella de vez en cuando pintaba hermosos cuadros al óleo, hasta se compró un telar y comenzó a tejer. La calefacción era ideal y se daban el gusto de andar en remera o en camisa dentro de la casa.  
 Con el correr del tiempo se hicieron amigos del vecindario, no muchos pero residentes constantes,  muy valiosos con los cuales se encontraban seguido en alguna casa, o cuando salían a practicar algo de remo o caminatas de largos recorridos, así fueron conociendo todo el circuito cercano a la casa que encierra el delta y sus misterios, los cuales él fue plasmando casi a diario en poesías y ella en los colores de cada dibujo o cuadro que llenaban las paredes del estudio y la casa. Los dos tenían un hermoso color tostado de piel, pues pasaban horas al sol, sobre el muelle apenas uno pisaba la escalera colgaron un cartel, JHF, todos al llegar preguntamos su significado, y un día después de tanto insistir nos contaron JHF es la sigla de nuestra vida, juntos hasta el final.
Ella especialmente pasaba muchas horas al sol, en invierno sentada sobre el muelle en una casi abrigada reposera cubriéndose con una manta, en verano sobre la escalera del mismo donde habían improvisado una hamaca paraguaya donde se acostaba al sol por las tardes, más de una vez dormía la siesta con el balanceo de las pequeñas olas de las embarcaciones que pasaban, algunas conocidas que saludaban y, otras del tránsito común del día. En las noches en verano, ella siempre comento que no había nada más lindo que hacer el amor a centímetros del agua sobre esa hamaca estampada de varios colores donde ambos se acostaban hasta altas horas de la noche entre abrazos y besos.  
Los veranos sobre el río, especialmente los fines de semana tenían un tráfico muy importante, verano a verano el mismo se incremente cada vez más, las modernas lanchas pasan a gran velocidad y el oleaje que dejan era cada vez más importante y con pocos controles. 
El segundo domingo de febrero él quería irse unos días al mar, pero después de conversarlo con ella, decidieron seguir en la casa, la tranquilidad del lugar les daba mucha paz y los domingos normalmente íbamos los amigos.  
Aquel domingo después del asado, ella se retiró a descansar en la hamaca sobre la punta de la escalera del muelle, mientras nosotros continuábamos la sobremesa a la sombra, jugando algunos juegos de mesa debajo de la espesa arboleda a un costado de la casa. 
El ruido fue estremecedor, una lancha con motor fuera de borda tirando de una larga cuerda a un esquiador sobre el agua, se incrusto sobre el muelle quedando casi vertical, para luego desplomarse sobre el río, dando de lleno con su veloz envión contra la escalera y la hamaca donde ella reposaba. 
El muelle quedo destruido, los dos tripulantes de la lancha comenzaron a flotar en medio del río mientras otras embarcaciones comenzaron a parar, pero ella no aparecía, varios nos tiramos al agua a buscarla, rápidamente llego prefectura acudiendo al urgente llamado, él se descompuso y fue trasladado de urgencia al hospital de Tigre. 
El lunes a media mañana, el cuerpo de ella fue encontrado destruido por el impacto y por la hélice de la lancha, dos horas más tarde cuando el parecía haberse recuperado del shock emocional murió de un infarto al recibir la noticia del deceso de su compañera. 
Pasados tres meses, después que el escribano amigo nos reuniera para leer el testamento, hoy nos encontramos reunidos comiendo un asado en la casa del delta, unas de las mejores amigas de ella y yo, fuimos nombrados administradores de sus bienes, con los siguientes detalles, el departamento  de San Isidro, y la casa donde hoy nos juntamos quedo a nombre de un grupo de amigos para seguir siendo utilizados como punto de reunión , con cláusulas tales, que si no pudiéramos mantenerlo en condiciones, podríamos vender el departamento para con ese dinero poder seguir manteniendo la casa, ahora con el consenso de todos me encuentro colgando el cartel en la entrada  que dice  J.H.F  y nosotros agregamos uno más pequeño debajo que dice:  hoy y siempre.   
 
 
CONCHI.  RN 7. Km 1082,50.
 
Septiembre del 84’. Mi vista se perdía en la parte de atrás del estadio mundialista; mis párpados empujaban para abajo y yo le oponía una inútil resistencia; quería descansar y me negaba. Era una hermosa tarde, que comenzaba a pasar lánguida y monótona. Eso se repetía, como todos los sábados en esa provincia, donde, al no haber actividad en el Centro de Investigaciones, no solo la tarde sino TODO el día se hacía interminable.
De lejos escuché unos pasos y, rápidamente, reconocí el tono de esa voz, ese acento bien castellano, que quebró aquel descanso. Era la doctora que me hablaba, mientras se acercaba. Medio adormecido, no entendía qué me decía.
- Se extraña la familia, los amigos, querido porteño - me dijo, como un comentario cómplice.
Ya conocía mis caras de los fines de semana y no equivocaba el diagnóstico, pero con su tono alegre terminó de sacarme del letargo.
- Bueno ¿vamos? – disparó, sin atenuante.
- ¿Adónde? - pregunté.
- A Las Cuevas – contestó - ¡Dele, vamos! - insistió.
- No es hora, doctora. Vamos a llegar de noche, ya son cerca de las tres de la tarde - le dije señalando el reloj, con algo del desgano que me quedaba.
Ella, sonriendo, me tomó del hombro sacándome de al lado de la ventana y me dijo, casi como en un amable reto.
- Y ¿quién nos apura? Hasta el lunes no trabajamos, ¿qué problema hay? A ver...
Primero dudé, pero, enseguida le respondí: “Tiene razón, vamos... – le dije reconociendo lo que decía - Vamos en mi auto, tome la llave ¡voy a preparar los termos!”
Coordinamos tiempos y, en media hora, ya estaba todo listo. Al vuelo agarré la abrigada campera, verifiqué lo necesario: documentos, cigarrillos, encendedor. Estaba todo. Llegando al estacionamiento nos encontramos. Guardó un bolso en el baúl del flamante Renó 19, azul noche. Llevaríamos con nosotros dos termos llenos para los amargos y, mate en mano, nos fuimos alejando del Centro de Investigaciones, camino a la ruta, muy lentamente.
La tarde seguía como antes: hermosa, clara; la ruta espléndida, como las de las películas yanquis; llevaba hasta el límite de la provincia con Chile, del otro lado de la inmensa cordillera. Pronto el camino nos presentó una hilera interminable de paisajes increíbles. Los pasos por debajo de la roca nos quitaban la luz por algunos segundos; el sol nos acompañaba en el trascurso del trayecto hasta que comenzó a abandonarnos para dar paso a una luna llena, casi naranja. Parecía salida de un cuento.
Transitar aquella ruta, entre mates y charlas, con el pasar de los kilómetros se hizo cada vez más encantadora. La “doctora”, (me prohibió llamarla así, como lo hacía habitualmente en el trabajo), y comenzamos a tratarnos de vos y tú mezclado, entre su nombre y el mío. Las risas surgían entre anécdotas laborales y algunas ocurrencias al paso.
El sol había dejado paso a la luz de la luna. La ruta nos siguió mostrando la belleza montañosa, kilómetro tras kilómetro, en tanto la temperatura comenzaba a bajar rápidamente. Al llegar al Puente del Inca, la noche, gracias al brillo de la luna, parecía de día.
- Paramos aquí - dijo ella, segura, apuntando con la vista a una construcción, a lo lejos.
Y así fue. Eran las ruinas de un viejo hotel, donde las aguas termales bañaban las piedras de lo que quedaba de la construcción. Entre saltos, piruetas, tocando y acariciando rocas llegamos.
La geóloga me fue contando la historia de cada piedra, el porqué de cada color, el motivo del tipo de agua, su temperatura. Descalza, con los zapatos en una mano y sosteniéndose con la otra, me decía: “Las piedras hablan”. En cada una, la historia se dibujaba en un cuento del pasado, que salía de sus labios como una bella historia hecha realidad miles de años atrás, donde la transformación de la tierra fue generando bellezas que, quizás a diario, nos acompañan sin conocer su origen, pero “Conchi” (como se hacía llamar la doctora) o, en realidad, “Conchita” (aunque aquí sonara extraño), fue recreando las historias mientras me comentaba el color de los metales que se encontraban en las vetas, qué temperatura tenía el agua, de la que emanaba un vapor casi sanador. Recuerdo que fuimos llegando entre pequeños pasos, con mucho cuidado, tomándonos de la mano para saltar algunos tramos de lo que fueron, hace algunos años atrás, las piletas de aguas termales del hotel, en medio de la nada para algunos, en medio de LA VIDA, según contaba ella.
El frío comenzaba a sentirse, solo teníamos un suéter sobre la camisa, los dos con un jean raquítico y raleado. Las camperas estaban en el auto, un poco lejos. Conchi buscó un lugar seco donde sentarse y, rápidamente, empezó a sacarse toda la ropa; la acomodó en un lugar seco y se metió dentro del piletón de agua de donde salía un vapor que, a simple vista, parecía estar hirviendo. No era así, ella, una vez sentada casi cubierta por el agua, me dijo que debía estar entre los treinta y treinta y cinco grados, no más.
- ¿Qué esperas? Ve al carro, antes de quitarte la ropa, y trae los toallones del baúl… ah, y el mate.
Volví rápido y, en minutos, estaba sentado frente a ella, disfrutando de la deliciosa temperatura de aquellas aguas y de un delicioso mate. Era una situación jamás pensada, pero que disfrutaba, mucho. En el transcurso de esos maravillosos momentos fui conociendo a una bella mujer, que me contó cosas increíbles, que me mostró la sociedad y cultura de dónde venía. No podía evitar compararla con la nuestra, a la que encontraba muy cerrada. Pude disfrutar de la importancia del diálogo; el valor de la palabra; la visión sobre el cuerpo que solo es el simple envase que nos contiene, y que debemos cuidar, proteger, pero dejarlo en libertad pues lo único importante está adentro y en lo que decimos, pensamos, sentimos. Todo lo que generamos a partir de ahí para relacionarnos con el otro.
- Vamos, nos puede bajar la presión - dijo de repente.
Nos envolvimos en los toallones, levantamos la ropa y fuimos al auto, lo puse en marcha para calefaccionarlo. Unos minutos después, con la temperatura más amable, retomamos los mates, desnudos, sentados cada uno en su butaca hasta que, después de unos minutos de conversación intimista, el momento exacto esperaba agazapado. Y llegó. Nos entregamos a un beso interminable, tanto que los primeros indicios del amanecer nos encontraron tratando de vestirnos.
Y el viaje siguió su ruta… pararíamos en la cabaña que tiene el Centro de Investigación a disposición de los investigadores que van a la montaña. Tenía las llaves y, de común acuerdo, pasaríamos por allí a ducharnos.
El día se presentaba como un espléndido domingo, el sol bañaba todo el paisaje. Llegamos a la cabaña, un poco alejada del centro urbano, pero sobre la ruta. Todo estaba impecable, yo había pasado a controlar unas semanas atrás y a dejar leña, por las dudas alguien la necesitara. Entramos. Tratamos de poner a punto el lugar: verificar el gas, encender el hogar, el calefón, habilitar la cocina. Lo necesario. Nos sentamos a descansar, mientras el fuego aclimataba el lugar. Decidí ser el primero en bañarme y esperar a que ella lo hiciera, con un chocolate, como Dios manda.
Después más charlas, unas cuantas risas, al lado del hogar encendido. Planeamos cosas, muchas, y terminamos fundidos en abrazos y besos. Oscurecimos las ventanas y nos entregamos al momento esperado por los dos, olvidándonos por un maravilloso instante de la obligación de tener que volver a la ciudad, ese domingo a la tarde. Un día atrás, yo solo miraba la ventana y su trasfondo de cordillera… sorpresas te da la vida.
El lunes ya no fue igual que el resto de los lunes, desde ya. Los llamados telefónicos fueron nuestro único contacto de interno a interno, aunque estábamos a no más de cincuenta metros.
El martes pintaba parecido, hasta última hora de la mañana, cuando entró en la oficina y, delante de mis compañeras, me preguntó si la podía acompañar al centro que debía hacer unas llamadas, le contesté que era probable porque yo cenaría en el centro, “si me espera, a las ocho salgo para allá, con gusto la llevo doctora”.
- Bueno, gracias. Me da miedo ir sola, pero ¿luego me trae o se queda en el centro?
- La traigo doctora, quédese tranquila.
A las ocho, con un cómplice involuntario que era el personal de vigilancia, la esperé abajo. Nos tratamos todo el tiempo de “usted”, de “doctora” y ella por mi apellido. Cuando estábamos los dos ya acomodados en el auto, a unos metros, nos reímos mucho de esa infantil complicidad. Buscamos un lugar alejado de la ciudad para la cena, esa noche elegimos Maipú. También planeamos una salida para el siguiente fin de semana.
La velada del miércoles fue la primera vez que nos atrevimos a cenar juntos en la ciudad. Después de la cena fuimos a tomar un café a otro lugar. Una noche inolvidable, vivíamos el momento y eso era suficiente. Una cosa le preocupaba a Conchi: la diferencia de edad. Cuando me lo preguntó, sin dudar le dije que para nada. Me recordó que había cumplido cincuenta hacía pocos días a lo que contesté, rápido, que en poco más de un mes yo “pisaría” los treinta. Le pareció gracioso y nos reímos un rato, dejando de lado su preocupación. Esa noche terminó a las tres de la mañana.
Por la mañana en la oficina, atendiendo los papeles del día y la correspondencia, entró Mabel. De lejos me pareció escucharla a ella. Cerró la puerta, me entregó un memo y me dijo:
- Mirá lo que pide la gallega, la vas a tener que llevar vos, si lo aprobás.
- ¿Qué quiere ahora?
- Quiere terminar el estudio de las aguas y piedras del hotel abandonado, por la noche. En lo posible hoy, por la posición de la luna y el clima favorable, parece que desde mañana hasta el sábado anuncian lluvia y, tal vez, la última nevada del año en aquella zona. Hasta trajo el informe del servicio meteorológico de acá que dice eso. Ya te lo adjunté, vas a tener que clavarte vos, chofer a esa hora no hay. Te acompañaría por si necesitas algo, pero hoy es imposible: tengo un cumple de familia ¿qué le digo? Fue afuera a fumar un cigarrillo y vuelve. _Decile que no se piden las cosas para el día, que le contestamos después, ella sabe cómo son los tiempos, sabe que se pide con anticipación. Ahora déjame solo, tengo que hablar a Buenos Aires con el diré.
Llamé a Víctor, el director, que me esperaba. Fue corta la conversación.
- Flaco, dejá todo ordenado y viajá lo antes posible para acá, te necesito en Ushuaia – me dijo. - Dame unos días – contesté.
- El lunes tenés que viajar. Dale te esperan allá, llegan los españoles y deben viajar tres con vos para allá el lunes. Chau.
Llamé a Mabel, le pedí que me sacara un pasaje a Buenos Aires, el último, lo más tarde posible del viernes. Me preguntó si volvía el lunes y le dije que no creía porque me necesitaban en Ushuaia. Atinó a decir: “Ah, no… entonces, no venís más”.
Contesté que no sabía y le pedí que llamara a la gallega. Enseguida entró la doctora. Se acercó y se sentó del otro lado del escritorio y en voz baja dijo.
- ¿Le gustó la excusa jefecito? - y subió la voz -. Necesito ir hoy sí o sí. La miré y le dije: “Vamos, salimos después de cenar algo, la llevo yo, por favor prepare todo y avíseme cuando esté lista”. Se acercó y me dijo, en voz baja: “A las ocho nos vamos…”.
Me fui a almorzar algo, luego dormí una siesta, la noche sería larga, muy larga. A las seis de la tarde volví, ya me había bañado y cambiado. Me esperaba Mabel.
- Te conseguí “un veintiuna y diez”, pero decile a tu amigo que te dejé volver.
- Voy al sur - le comenté -. No depende de mí.
- Quédate a vivir acá, si estás cómodo.
- ¡No sé! - grité.
- Bueno, no te enojes. Estás así porque tenes que llevar a la gallega, deja que baje sola y dormí en el auto. Te aconsejo ir con la camioneta, igual los dos vehículos tienen nafta, por las dudas, no sabía cuál usarías. Yo iría con la de doble cabina.
- Tenes razón, voy a llevar la camioneta, es nueva y no voy a tener problemas. Avísale a mantenimiento que la dejen afuera, después de cenar nos vamos.
- Listo, hasta mañana, pásala lindo. Nos vemos.
- No me llames mañana, no sé a qué hora vuelvo. Cuando me despierto vengo.
- Ok, cuídate – respondió, ya saliendo.
Afuera me esperaba Antonio, con la camioneta en marcha, para que estuviera lista. Conchi, la doctora, se sentó a mi lado, muy pegada y apoyó la cabeza en mi hombro. Por un largo rato no hablamos. Era otra noche espectacular: la luna llena iluminaba la ruta, marcando la fantasmagórica silueta de la cordillera. De la mochila, Conchi, sacó las cosas para el mate; lo preparó y me dio el primero, mientras se desabotonó la camisa. Se hizo un nudo con las puntas, quise bajar la calefacción, pero no me dejó. Se sacó el pantalón y así seguimos viaje, lentamente, con muchas caricias, mucho silencio, algunas bromas, “no me vas a retar por estar así con la camisa”. Sonreí, nunca entendió por qué, a días de su llegada yo le llamé la atención para que usara sostén en el trabajo, con el tiempo comprendió que lo que es normal en España, aquí no lo era, así fue que comenzó a usarlo a veces y, con el tiempo, hasta se depiló las axilas.
Le pedí que se vistiera rápido, las luces de Uspallata se veían en la cercanía. Se puso la campera, con el pulóver se tapó las piernas, mientras yo bajé para volver a llenar el tanque. La próxima parada sería el viejo hotel, en una hora más o menos.
De regreso en la ruta, ella volvió a quedarse solo con la camisa, ya sin nudo, con su mínima tanga, tan chiquita que nunca entendí como soportaba ese hilo tan fino en la cola, pero me gustaba cómo le quedaba, me gustaba todo ella: su cabello tan cortito dibujado entre canas, sobre un negro azabache único; su altura y su cuerpo tan delgado que parecía quebrarse entre mis brazos. El acento español pausado, lento, que me provocaba, con solo escucharla decir mi nombre, una vibración interna. En realidad, nunca me había fijado en ella, respetaba primero el trabajo y luego, creo, su edad. Poco sabía de ella hasta el sábado pasado. Conchita se dedicaba a estudiar, pedía lo necesario, muy pocas veces habíamos conversado como lo veníamos haciendo desde el sábado. Se había graduado de Doctora en Geología e hizo su carrera en el Ministerio de Ciencias e Investigaciones españolas, donde llegó al grado más alto como investigadora superior; a su vez tenía a cargo la Cátedra de Geología Continental, en la Universidad de Madrid, desde donde había llegado hacía pocos meses a Argentina, para radicarse por un tiempo en Mendoza.
Todo empezó con Víctor, que era un amigo de la militancia, quien me convocó para acompañarlo en esta tarea de promover la ciencia y la técnica en todo el país. Por medio de él me encontré con ella: investigadora principal, divorciada, con dos hijos y dos nietos. Una aventurera de la vida dedicada a la investigación, que dejó el amor de lado y se dedicó de lleno a su gran pasión: la ciencia. El tiempo no le dio la razón: se arrepintió por no haberle dedicado más tiempo a sus hijos, aunque ellos siguieron su ejemplo: ambos viajan por el mundo con sus hijos, tras nuevos proyectos de innovación tecnológica, dedicados más a algo que, según ella, llegará para cambiarnos la vida y es el desarrollo de todo lo relacionado a la computación. Conchi me decía: tú, por más que imagines, o yo, o juntos, nunca llegaremos a soñar lo que la tecnología de la computación hará para y por nosotros.
La charla era tan atrapante que acortó el viaje: en minutos estaríamos llegando, preparamos todo. No hacía tanto frío, pero nos llevamos la mochila y dos termos. Estacioné la camioneta más cerca y más segura, la soledad del lugar era impactante, el silencio estremecía. No había viento esa noche, las estrellas parecían tocarse con las manos. Fuimos a un piletón más grande y más profundo que el de la primera vez, donde el agua corría serenamente y, adentro del agua nos besamos apasionadamente. Ella me guió al tantra, me explicó su ritual y entre mates, mimos, la luz de la luna, dos velas y una noche que nos cobijaba, en un momento, me detuve a pensar y me pregunté si todo era real, si no lo era que siguiera el sueño, alguien me despertaría. Encendí un cigarrillo; en medio de la nube de vapor la miré, ella estiró su mano hacia la vela más cercana. No aceptó el cigarrillo que yo le encendí y, con la vela, encendió un porro. Apenas le dio una pitada comenzó a reírse muy fuerte. Mi cara fue de asombro, quiso que probara, pero me resistí, pegó dos o tres pitadas, profundas y muy espaciadas y lo apagó. Se acercó y esperó que terminara mi cigarrillo, apoyando los pezones de sus grandes senos en mi pecho. Me abrazó muy fuerte y me besó, empujándome bajo el agua. Así abrazados con todo el cuerpo bajo el agua, esperamos que se apagaran las velas, pues quedaba poco de ellas y, entre caricias, nos contamos todo… bueno, todo no: el tema de que yo el viernes volvía a Buenos Aires, para viajar al sur, no lo mencioné...
Después de esa inesperada (y formidable) sesión amatoria, fuimos corriendo a vestirnos en la camioneta. Aclimaté la cabina, poniendo el motor en marcha, y no podíamos dejar de abrazarnos, la química que había era pura ebullición. La luna iluminaba por la ventanilla toda la cabina, ya había recorrido buena parte de la noche y estaba en la otra punta, queríamos llegar antes de que llegaran los demás y, a marcha muy lenta, retomamos el camino de regreso. Ella solo con la camisa anudada, como de costumbre. Después de un breve silencio, lanzó una pregunta que sabía que llegaría sí o sí: cómo seguiría “esto” ¿qué es esto? La relación. Como toda respuesta, porque no tenía otra aproveché a contarle el viaje a Buenos Aires. El silencio fue absoluto, se cortaba el aire con un cuchillo. Pasado unos segundos, preguntó cuándo regresaba, le dije que todavía no tenía noción de qué iba a hacer ni por cuantos días. Me encendió un cigarrillo, bajó un poco la ventanilla. Decidí parar, para fumarlo.
- Esto es hermoso, lástima que no empezó antes - comentó.
- Es verdad - le dije -. Pero seguirá siendo hermoso. Pensemos juntos, nos volveremos a ver, seguro, sino te busco y te mato.
Sonrió, se lo dije mientras encendía otro cigarrillo.
- Vos no tenés jefe aquí, yo tampoco. Lo tengo en Buenos Aires. Te dejo en Uspallata, voy hasta la ciudad y vuelvo, nos quedamos hasta el viernes al mediodía.
- ¡Sí! - gritó por la ventanilla.
- ¿Cómo hago para traerte ropa? – pregunté.
- Con lo que tengo sobra – sonrió -. Vamos a estar juntos, no preciso un vestido de fiesta, yo ahí tengo otra camisa ¿qué más necesito? Vos traé comida y, si precisás, algo para vos. Ve a casa y tráeme una bombacha y el cepillo de dientes, nada más. Ah, y por favor, los zapatos, amo los zapatos. Estoy más cómoda con ellos, elige otro par y tráelos.
Se sentó pegada a mí y acomodó su cabeza sobre mi hombro. Aceleré la marcha y no paramos hasta llegar a la cabaña. Estaba amaneciendo. Entré con ella, para comprobar que todo estaba en condiciones; encendí el hogar mientras volvíamos a tomar unos mates, le dije que descansara, yo lo haría en la ciudad, luego volvería. Nos despedimos, quedaba ese día y parte del siguiente...
Llegué pronto al Centro de Investigaciones, eran casi las seis, avisé que me llamaran a las once. Me fui a dormir. Estaba cansado, agotado, sorprendido, pero no quería dejarla sola mucho tiempo.
Sonó el teléfono interno, me sobresalté. Estaba profundamente dormido. Miré el reloj: las once en punto. Era la inconfundible Mabel, cada vez que salgo de campaña, le pido que me llame. Fui rápido a la oficina. Cuando entré, detrás de mí entró Mabel con el mate y el termo, me preguntaba con mucha intriga y despacio qué pasó, “me dijeron los de mantenimiento que llegaste solo, ¿y la gallega?”.
- Escúchame, la dejé en la cabaña de Uspallata, debo volver, pero, para todos, sigue en la montaña, ¿de acuerdo? ¿puedo confiar en vos?
- Mará vos, yo ni me lo imaginaba, mira la jovata.
- Te pregunté si podía confiar.
- Si jefe, estoy jorobando.
- Lástima que viajo mañana, sino me quedaba hasta mañana a la noche.
- Eso es lo de menos - dijo Mabel - Esperá, callate un segundo. ‘Hola, buenos días ¿está Patricia por favor?’, esperó un instante. ‘Hola, Pato ¿me podés hacer un favor antes de que tenga problemas? Hice lío ¿viste el pasaje de mañana por la noche el último vuelo, me lo cambiás para el sábado?, decime la hora, y otro un poco más tarde’ - espera otro instante -. ¿A las trece veinte te parece bien? Sí, dije. ‘Listo, Pato, tomo ese, gracias corazón” y cortó. Andá y pasala lindo que a la gallega esa le faltaba una alegría.
- Me voy, pero antes comunicame con Buenos Aires. Hablo con Andrea o Patricia, si está Andrea mejor. Costó conseguir, Andrea me pasó la data exacta, los pasajes de los españoles eran para el martes por la mañana y el mío lo tenía ella, lo mandaba a casa, para el lunes a las seis de la mañana, directo a Río Grande y ahí me esperaban para llevarme a Ushuaia. Todo solucionado.
- Me voy, estaré en reuniones con gendarmería…
- … de acuerdo. Sí, apurate que se te escapa la gendarme y olé.
Minutos más tarde, camino a la cabaña, compré algunas cosas. Con dos bocinazos avisé que llegaba y me saludó desde la ventana. Esperó que dejara las cosas sobre la mesa, me recibió con un fuerte beso. La mesa estaba puesta y el hogar, encendido. Me dijo “vamos, quítate la ropa y comemos, yo sirvo”. Le adelanté que nos quedaríamos hasta el otro día a la noche. Le conté del cambio de pasajes y le dije que teníamos reuniones con los gendarmes. Sé emocionó casi hasta las lágrimas, se levantó, me dio un beso y seguimos el almuerzo. Después nos sentamos cerca del hogar y, abrazados, nos quedamos un largo rato en silencio.
- Dime - me dijo - ¿te molesta estar así cómodos, con poca ropa?
- No - le dije
- Es cuestión de costumbre – sonrió –. Ustedes, los argentinos, son muy pacatos, muy cerrados. La libertad no pasa por las palabras sino también por los hechos, a ustedes les cuesta abrir esa cabeza, solo la llenan de estudio no de disfrute. Les molesta más el qué dirán que lo que sienten y piensan en realidad.
- ¿Dormiste bien? – le pregunté
- No - me dijo -. Tuve miedo, dormí de a saltos ¿qué quieres hacer hoy? ¿quieres volver allá?
- Vamos a la cama y lo pensamos.
Los dos teníamos ganas de que terminara pronto esa tarde, pero después de una ducha, nos sentamos en el living, cerca del hogar encendido a seguir conversando, entre atrevidos besos, manos juguetonas y sensuales dedos nos fuimos tocando y acariciando mientras conversábamos.
Camino a las viejas aguas termales, o ‘minerales’, como dice ella, comenzó a nevar más tupidamente. En la última estación de servicio paré, bajé con la campera, el gorro en la cabeza y volví a llenar el tanque, ahí teníamos cuenta corriente; el playero me pidió las cadenas, no sabía dónde estaban, pero él sí, las colocó. Me dijo: “Con cuidado, despacio, no podrá cruzar”. Al entrar a la cabina la calefacción estaba al máximo, me saqué la campera, ella de rodillas sobre el asiento me mantuvo abrazado hasta que llegamos. Para bajar debíamos abrigarnos bien. El cartel de “prohibido pasar” estaba tirado, lo levantamos haciendo mucha fuerza, la nieve nos castigaba fuertemente.
Pasamos a la seudo cueva llena de vapor, casi no se veía donde pisábamos. Dejamos la ropa, el agua calmó nuestro frío, encendimos la vela, luego los cigarrillos, yo el mío, ella decidió terminar con el suyo todo machucado. Jugando abrazados nos quedamos cerca de una hora entre besos y caricias hasta que la nieve comenzó a acumularse cada vez más. Decidimos, envueltos en el toallón, subir a la camioneta. El frío penetró en nuestros cuerpos, era muy intenso: según el termómetro que ella tenía en la mochila, la temperatura exterior era menor a diez grados. Nos fuimos secando como pudimos, nos vestimos rápidamente, bajo una fuerte nevada. Volvimos muy rápido, por suerte la temperatura dentro de la cabina era la necesaria, se desempañó el parabrisas. La nevada se cortó de repente, como si corrieran una cortina vimos el cielo estrellado, con la luna a nuestro costado comencé a acelerar.
- Más tranquilo - me dijo -. Seguí como venías, despacio.
Se sacó la camisa, la puso sobre el asiento y se acostó, acurrucada. Intenté taparla con mi campera y la tiró al suelo. “Déjame”, dijo. Me abrió el botón del pantalón y metió la mano, en menos de lo previsto yo ya estaba en su boca y acariciándola lentamente toda, sin que ella levantara la cabeza, llegamos a la cabaña. Solo pequeñas brasas quedaban en el hogar, pero el lugar estaba muy bien. Puse más leña y tomó fuerza enseguida. Mientras se duchaba, no cerró el agua y me dijo: “Entra tú, así haces rápido. Sácate todos los minerales y enjabónate bien”. Lo hice y salí a secarme cerca del hogar, ella ya tenía el mate preparado; se había cambiado la camisa por la del día anterior (que lavó por la mañana). Ya estaba seca, como su tanga negra, que eran solo tres hilos con un pequeño triángulo delantero ya que aquí, en Mendoza, también aprendió a ir a depilarse.
- Allá, en España, nunca lo hice en los últimos años. Es mucho el tiempo que estoy sola y nunca me preocupé en lo mínimo que los pelos salieran fuera de mis tangas, como sucedería ahora delante de ti. Creo que sería horrible verme así, desnuda sin depilarme. Ustedes tienen otro criterio y los pelos, para ustedes, son suciedad o desprolijidad, ya lo escuché. Me senté en el sillón y comenzamos a tomar mate. Fue muy divertido: un mate y una caricia otro mate y otra caricia y así hasta terminar el termo y dejarnos llevar con los ojos vendados a lo desconocido: primero para mí y, luego de un buen rato, para ella. Fue muy sensual, divertido y nuevo, pero se creó una conexión que, para mí, pasaba los límites de lo convencional. Lo que ella anhelaba algún día era conseguir “un hombre” porque, según ella, somos todos (o la mayoría), como los pajaritos: rapidito y a otra cosa.
Encendí otro cigarrillo después del último mate y lo fumé mientras ella, acostada boca abajo sobre la alfombra, al lado del hogar, jugaba conmigo mientras le acariciaba con una pluma la espalda hasta que no pude más y cambiamos las posiciones otro rato. Ella fumaba y me tiraba el humo en la cara llamándome, seguimos así un rato y ahí recordé el hielo que había puesto en la heladera apenas llegué. La petaca de whisky que quedaba, serví dos vasos y comencé a jugar, primero yo con el hielo y luego ella hasta terminar el contenido. Las campanadas ya eran cuatro. Comenzamos a besarnos en el sillón, la consigna fue hasta “y media” y así fue. El ritmo lo fuimos llevando bien hasta llegar a la cama… por la mañana veríamos qué hacer, pero eso era historia.
Dormí profundamente, creo que ella también, hasta que sentí sus labios sobre los míos; al despertar estaba de rodillas al lado de la cama con el mate listo despertándome. Me incorporé y comenzamos a charlar. El sol bañaba casi toda la habitación, pero estaba fresco; nos fuimos al sillón al lado del hogar, estaba más confortable para desayunar y así lo hicimos, mientras organizábamos el día. Ya se había duchado, tenía aún el cabello mojado, como siempre, cerca del hogar estaba la ropa lavada, secándose. Se fue a la habitación, se vistió, protestó un poco por la poca ropa que tenía, pero, rápidamente, salió hermosa como siempre, y sin frío; con el pantalón bien ajustado, su camisa azul y arriba de esos altos tacos rojos. Le dije que se pusiera la campera, era corta pero el clima no estaba para andar en camisa, me terminé de vestir y nos fuimos. Recorrimos la ruta de un lado al otro del pueblo y paramos en la estación de servicio a tomar un café con algo dulce. Conversamos mucho y prometimos sí o sí, volver a encontrarnos en Mendoza, Ushuaia o Buenos Aires, lo antes posible.
Cruzada de brazos sobre la mesa se tapaba los pechos que, de vez en cuando, algún curioso miraba; era evidente que no tenía corpiño, no estábamos en España donde era normal. Ya estaba incómoda, sus pezones estaban muy marcados, según ella era culpa mía “hasta el sábado esto no me pasaba”, sonreía feliz; ya no quedaba casi nadie en el bar, solo la chica que estaba en la caja y, a sus espaldas.
Al llegar, entre fetas de fiambre, papas fritas y gaseosas, sus pezones acariciaban mi espalda y mi cuello; mis manos recorrían suavemente su cuerpo en todas las posiciones posibles: Ya nos habíamos saboreado uno al otro incansablemente, en varias oportunidades; las dos camisas se enroscaban y desenroscaban a cada rato, al ritmo de la punta de los tacos, sobre el piso de madera, manteniendo el equilibrio como podía.
Fue maravilloso, tan maravilloso que decidimos no volver a las aguas termales y quedarnos hasta pasada la medianoche ahí. Nada era mejor que estar ahí. Tanto fue así que, después de acomodar la cabaña y, con todo listo, solo había que esperar que se apagara el fuego y quedaran cenizas. Sonrió y dijo: “¿Fuego? Hay que apagar dos, y todavía no sabemos cómo”. Esa respuesta yo, todavía, no la tenía, pero esa noche fue inolvidable y lo de las “cenizas” me quedó flotando…
Armamos la mochila, arreglamos la cama y me pidió dar un paseo, acepté. Aún teníamos tiempo; dejamos todo listo. Terminadas todas las cosas pendientes y de regreso del paseo, salimos a la ruta. Ella quería volver al hotel abandonado. Dispuestos a disfrutar de nuevo, ya desnudos en el agua, terminamos la noche juntos en un grito, un rugido y después, un llanto apagado, triste y en un abrazo interminable, casi como despedida… lo bueno casi siempre es volátil, urgente y furtivo. Imposible de atrapar, de tal manera que se quede con uno un instante más, un rato más...
Al llegar al centro de investigaciones, la vigilancia abrió el portón de mantenimiento. Nos dimos las buenas noches, ella tomó su mochila, saludó y se fue. Me quedé conversando con Hugo, le pedí si me podía llamar a las ocho; me comentó que se iba a la seis, pero dejaría una nota y que me llamarían, sabía que me iba y se despidió, esperando que por favor regresara, que estaba contento de trabajar conmigo. Nos despedimos.
Intenté dormir, pero me fue imposible, miraba el reloj constantemente. A las cuatro golpearon la puerta, me levanté a preguntar, el pasillo que conecta las casas con las habitaciones de los investigadores estaba a oscuras. “Soy yo...”, era ella que susurrando. Abrí sin hacer mucho ruido y pasó derecho al dormitorio.
- No puedo dormir - me dijo.
- A mí me pasa lo mismo - le comenté.
Fuimos a la cocina a preparar mate, me vestí, pasamos toda la noche conversando en el living, delante de la ventana con vista a la calle, a oscuras y abrazados, hasta que amaneció y nos sentamos en sillones separados para que, si nos veían, todo fuera una charla normal; para disimular pusimos unos papeles sobre la mesa, era una reunión más de trabajo, como tantas otras. A las siete y media se fue.
Me cambié para el viaje y, cuando me llamaron a las ocho, me fui a la oficina. Revisé unos papeles, dejé firmadas unas notas que me había dejado Mabel, revisé el fax, no había novedades. Enseguida llamó Mabel: “¿Paso a buscarte con Carlos al mediodía?”, le comenté que a la diez me llevaba la gallega, iríamos a tomar algo al centro. Me dijo “pasamos igual, no vayas solo, no despiertes ninguna sospecha, es al pedo, que sigan pensando que sos trolo, vamos y que nos lleve la gallega a los tres, a mí me dejan en casa y se van, pero vayan para Maipú no se queden cerca”.
- Bueno dale, tenes razón. Gracias, te debo una, una sola. Mejor me callo y hablo con Carlos.
- ¡¡No!! No me debes nada. Chau, a las diez estamos ahí.
Di una vuelta por el Centro, solo dos investigadores estaban trabajando, el lunes salían de campaña a los hielos y estaban preparando todo. Les pregunté si tenían todo y me dijeron que sí, me pidieron que los acompañara y les conté que me iba.
- Eh, no joda.
- No estoy jodiendo, me mandaron al sur, llegan más españoles.
- Que lo dejen acá, ahora que encaminó todo no se vaya.
- Donde manda capitán, no manda marinero - respondí.
- Tiene razón, pero nosotros lo pediremos de vuelta, si usted lo permite.
- Como ustedes quieran, pero tengo un compromiso con el director, y mientras este él lo cumpliré.
A las nueve y media escuché los pasos. Era ella: tacos muy altos rojos, pantalón azul, muy ajustado, camisa blanca, la campera en la mano, una pequeña mochila, en la mano el mate y debajo del brazo el termo. Se sentó del otro lado del escritorio y comenzó a cebarlo.
¿Me hacés el favor de ponerte el sostén? Mirate.
- No hace falta que me mires, lo siento. Tú tienes la culpa, pero hoy no me lo pongo, solo usaré la campera cuando nos vayamos.
“Buen día”, llegaba Mabel. La gallega dejó el mate y se fue al baño de la oficina.
- Me pongo la campera y salimos cuando quieran – dijo.
Carlos me ayudó a cargar las valijas en el auto y partimos, directo a la casa de Mabel, ella nos guio en el camino. “Pásenla lindo, vayan mejor para Maipú, el lunes me cuenta doc; usted jefe, llámeme y vuelva, no sea malo”.
La última media hora fueron promesas a cumplir que solo el destino sabía qué y cómo seguiría y, sobre todo, si esas promesas se cumplirían. Un rato antes me dejó en el aeropuerto y llorando se fue, no quiso quedarse a despedirme, la entendí y con un beso, le dije “hasta luego”, le sequé las lágrimas. “Cuídate - me dijo-. Chau”; “Vos también, chau”, y se fue.
A las quince llegué a Saavedra, mi madre estaba en la puerta con mi abuela. En unos pocos minutos ya estaba comiendo algo y comentándoles lo hermoso de aquella ciudad y que, en menos de cuarenta y ocho horas, partiría al sur nuevamente. Descansé un rato, dormí profundamente. Luego de tomar unos mates en familia, lo llamé a Víctor para encontrarnos a tomar un café, me dijo que fuera para su casa, así fue. Me fui caminando a ver al dire. Víctor me pidió detalles del Centro, le comenté todo lo que telefónicamente resultaba engorroso, él habla poco, pero escucha mucho, “de acuerdo”, me dijo, “lo mismo, desde el lunes en el sur, si precisás algo, no llames a la oficina, llamame acá, por la noche. Si tenés alguna urgencia, vos tenés confianza con Susanita y Andrea, Pediles que te comuniquen con Gustavo o Roberto que ellos te lo solucionen.
Me fui a casa, mi viejo estaba preparando un asado, cenamos en familia y, después, fui a tomar un café, como lo hacía siempre estando en Buenos Aires, al pub de Congreso y Balbín, con Alberto y Pablo, a quienes les conté qué hacía en Mendoza, hasta cerca de la una, cuando que decidimos terminar la noche. Al llegar a casa llamé a Conchita, debía pasar primero por el conmutador (que a esa hora lo atiende vigilancia, fue fácil), me atendió Horacio, me disculpé por la hora y le pedí que me pasara con la doctora. Me comentó que esperaba la llamada, “hoy vino dos veces a recordármelo”.
- Hola, te estaba esperando ¿cómo está tu familia? - así comenzó una conversación de casi una hora, nos despedimos, quedamos en comunicarnos cuando pudiera. Me acosté y dormí profundamente.
Al despertar me levanté rápido. Mi madre ya había lavado parte de la ropa y estaba planchando algunas camisas, armando nuevamente la valija y nos dispusimos, con mi viejo y mi tío, a tomar unos mates mientras les comentaba mi trabajo en Mendoza. Víctor me había entregado el pasaje abierto, salida lunes seis y diez de la mañana, regreso abierto. Alejandro, mi cuñado, entraba a trabajar a las seis, iría con él, trabaja cerca de aeroparque y a las cinco más o menos sale para allá. Después de almorzar, fui un rato a la esquina, todavía en aquellos años estaba el buzón y nos encontrábamos casi a diario algunos ahí; la tarde estaba muy linda y, como siempre, la conversación fue muy amena. Saludé a todos y quedamos en comunicarnos telefónicamente cuando pudiera llamarlos. Nos despedimos hasta la próxima.
Esa noche intenté dormir temprano pero no pude, a las cuatro y media me levanté, se levantaron mis viejos, tomamos unos mates. Escuché la bocina, salí, Alejandro ya estaba abriendo el baúl del 125 y partimos. En tres horas me esperaban en Río Grande, directo sin escalas.
Ya en Río Grande, en camioneta rumbo a Ushuaia, el camino de ripio sinuoso y lento es realmente hermoso y conversar con Humberto, el chofer, muy divertido, fue un lindo recorrido y bastante rápido. Llegamos al Centro de Investigaciones sin inconvenientes y, después de dejar las cosas en la casa, fui a saludar al personal que estaba trabajando antes de retirarme, para almorzar en el polideportivo. Regresé y me puse a trabajar: en la mañana siguiente llegaban cuatro investigadores españoles, desde Buenos Aires, tenía que tener todo listo. Un almuerzo de bienvenida. Les preparé dos casas, quedaban cuatro vacías aún: una se la asigné a las dos mujeres y la otra a los dos varones, a una le faltaba una heladera, pero como las iba completando de acuerdo a las necesidades, mandé a comprar y, en menos de tres horas, estaban listas para ser habitadas, solo faltaba un poco de leña que llegaría al otro día, bien temprano. Todo en orden.
El martes a las once fuimos a recibirlos al aeropuerto, llegaron a horario: dos becarios, un investigador adjunto y un principal, los cuatro de la misma especialidad, pero según me comentó el mayor su convivencia no era de diez, separados como lo había organizado estaría mejor, total ellos se juntaban para las reuniones de trabajo, luego cada uno hacia su vida. Fuimos a almorzar y al regreso les mostré sus comodidades, las casas eran todas iguales, un hall de entrada desde el pasillo qué comunicaba a todo el centro para no tener que salir nunca a la intemperie por el intenso frío del invierno y las nevadas; una casa al lado de la otra, amuebladas y con todo lo necesario.
Apenas se acomodaron, a la hora, tuvimos la primera reunión, necesitarían para el día siguiente, una camioneta para subir al monte para averiguar la edad de los árboles y organizar el plan de trabajo. Las dos mujeres querían ir a la laguna negra, a ver qué tipo de vegetales carnívoros se encontraban ahí.
Ellos ya venían con data suficiente y organizamos todo, no para el día siguiente sino para el día posterior. El miércoles por la mañana, desayunamos juntos y después, los llevaron a comprar ropa “ad hoc” al centro de la ciudad.
Jorge llevó a los hombres, con la camioneta, entretanto yo acerqué a las dos mujeres a la laguna, era más cerca y menos riesgoso andar en el barro con la camioneta y en subidas y bajadas no era nada fácil.
Así pasamos varios días, los españoles eran macanudos, los cuatro. Por las noches, después de cenar nos quedábamos de charla y, durante las horas de descanso, sobre la gran mesa del comedor de las chicas todos intentábamos armar rompecabezas que había comprado uno de ellos en el centro de la ciudad, de mil piezas. Cada día por la tarde llegaban con sus materiales recogidos y los ponían entre hojas de diario debajo de lámparas a secarse, terminado el trabajo de campo ya solo sería en laboratorio, que comenzarían ahí y terminarían en España.
Por las noches, casi siempre, hablaba con ella y los días corrían. Una tarde conseguí lo que buscaba la gallega, pues se le estaban terminando: los famosos cuadernos arte de tapa dura, de espirales y con las hojas troqueladas y perforadas, compré treinta. Le pedí a Cristina me comprara un lindo perfume para mandarle, pues yo de eso no sabía nada y fueron en la misma encomienda; agregué varios cartones de cigarrillos y chocolate. Los muchachos de aeropuerto nos conocían del pub, de las noches en soledad (En Ushuaia somos muchos, de todo el país, que estamos solos y nos juntamos a conversar y guitarrear en Magnum). Llegamos, se despachó y ni lo revisaron, pero en el viaje de regreso del aeropuerto, sonrió y me dijo: “Perdón, pero ¿cuadernos, chocolate y perfume para una Conchita? ¿Me explicás o me mato de risa en medio de la oficina?”. Le dije que no sabía nada… y le conté. “Conclusión, dijo ella, dos amigas cómplices, una conchita contenta y un jefe que de trolo pasó a ser galán ¡Uyyy, esto es una novela!, pero, aunque no voy a decir nada, algo suponía”. Le pregunté inmediatamente por qué, se rio y me dijo:
- ¿Puedo olvidarme que sos mi jefe? – le dije que por supuesto, y siguió -. Por tu cara algo cambió, viniste con cara de “feliz cumpleaños” ¡ja, ja, ja! - nos reímos hasta el estacionamiento, me tomó del brazo y me dijo – Ah, una cosa, faltó algo, quiero conocerla. Dale - y se bajó.
El día estaba nublado y con una intensa llovizna, casi agua nieve. Allá el clima cambia muy rápido, cuando dejé a las dos investigadoras en la punta de Lapataia, el sol resplandecía sobre el Beagle, a las ocho de la mañana y, ahora, ya se venía la noche. Cristina acertadamente me sugirió que las fuera a buscar, “si les pasa algo, vos, nosotros, seremos los responsables”.
El camino no estaba nada fácil, debería haber ido con la camioneta. En la punta de la península nevaba suave, pero molestaba, estaban cerca de donde las había dejado, con el traje naranja. Las divisé rápidamente, de rodillas en el piso, como gateando, seguían juntando hojas de diferentes arbustos y plantas. Apenas toqué bocina se incorporaron. “¡Vamos!”, les dije, pero no querían, insistí que era peligroso. Abrí el baúl, metieron las bolsas y nos fuimos. A mediodía en el centro no quedaba nadie, todos almorzaban, dormían un rato y volvían, si el clima lo permitía.
Llevamos las bolsas al laboratorio, fuimos a las casas y me invitaron con chocolate, acepté porque no había almorzado. Por el pasillo nos quitamos las camperas en la casa la temperatura era ideal, “saquémonos esta ropa”, dijo una de ellas, “sácate hombre”. Su ropa estaba empapada, el agua se había metido por todos lados y en, minutos, las dos estaban solo en ropa interior, que cambiaron por unas secas ¿Es que en España andan siempre desnudos?, pensé algo asombrado. Así pasamos a la cocina, a preparar el chocolate: ellas en bombacha, yo en slip y camisa. Nos sentamos a la mesa a conversar sobre el clima. Mi cabeza hizo “clic” nuevamente, como con la gallega, comprendí cosas que nunca había vivido nuevamente, pero no pude dejar de mirar sus axilas con mucha curiosidad. Mientras conversábamos, luego de un largo rato y después de tomar dos tazones y comer algunas facturas, una de ellas, la más pequeña, entró al baño a ducharse. En minutos salió desnuda completamente, empapada, y entró al dormitorio a cambiarse.
Rosario había encendido un cigarrillo y Lourdes me dijo “dúchate tú”. Me saqué el slip, me duché y le pregunté si dejaba la canilla abierta, “espera, ya entro” y terminé de ducharme con ella. Salí buscando con qué secarme y entré en el dormitorio. Rosario me alcanzó un toallón, en diez minutos estábamos listos para ir al laboratorio.
Estas fueron cosas que aprendí y que aún comparo con nuestra sociedad. Ya en el laboratorio ambas con jean, zapatillas y camisa atada, como Conchita, comenzaron a trabajar, ahí les comenté lo mismo que había hecho en Mendoza, las puse al tanto del sostén y la ropa como de algunas palabras que aquí tienen otro sentido, cosas que, si bien cuestionaron, lo interpretaron bien y pusieron en práctica.
Yo tuve que acostumbrarme a convivir con otra forma de ver, vivir y pensar la vida a diario, comprender la libertad en un sentido más amplio y entender que dentro de su casa cuando regresábamos mojados de alguna campaña, o de caminar simplemente, que se sacaran el sostén pasaría a ser algo normal, que anduvieran solo en ropa interior es una forma de vivir la vida que yo desconocía y a la cual me costó adaptarme, tanto en Mendoza como en Ushuaia: ellas aceptaron las reglas dentro del ámbito de trabajo y yo las de ellas, dentro de sus casas: donde, además, compartíamos reuniones de trabajo o cenas de camaradería, sin interpretar su estilo de vida. Compartir un mate o un desayuno de trabajo, donde ellas estaban en bombacha y camisa pasó a ser algo normal y natural, cosa que para mí no lo era hasta la llegada de este grupo de españolas, que fueron poblando por diferentes motivos los ámbitos de investigación.
Así iban pasando los días, nuestras comunicaciones telefónicas eran cada noche, pero yo quería volver a verla. La tarea en el sur llevaba su tiempo, hasta que pude ir acomodando y dividiendo el trabajo y las responsabilidades. Conchi estaba muy contenta con lo que había recibido del envío, pero no paraba de preguntar cuándo volvería, “lo antes posible”, respondía, no tenía otra respuesta.
Los días seguían pasando, ya había empezado octubre y, para fin de mes, tendría que estar en Mendoza. Hablé con Víctor y, antes de que yo tocara el tema del viaje, me dijo:
- Arregla todo, dejá a alguien a cargo. La semana que viene te quiero por acá. Salió el telescopio de Buenos Aires hacia San Juan, tardará unos días, quisiera que estuvieras allá para el armado o, por lo menos, para ver si tienen todo lo necesario; pasá por acá, de paso a Mendoza, y de ahí controlas el Complejo Astronómico en San Juan.
- Dale - le dije -. Mañana arreglo y después te digo cuándo llego.
En dos días quedó todo solucionado, Cristina tenía toda la rutina y Santiago, un investigador en geografía patagónica, se haría cargo de la parte académica junto a su esposa, con quienes tuve dos largas reuniones. A Cristina le comenté el tema de la ropa de las españolas y me dijo que estaba enterada; por las noches, desde afuera al estar encendido el living, algo había visto, le pedí que les llamara la atención y luego hable con ellas.
En cuarenta y ocho horas partiría, ya estaba todo arreglado, conversado y solucionado, solo esperaba la hora de regreso a Buenos Aires.
Mi paso por la Capital fue fugaz y la reunión con Víctor clara, simple y concreta. Disfruté de mis padres unas horas y cuando quise acordarme ya estaba en Mendoza sentado, de nuevo, en la oficina. Mabel preparaba café y organizábamos el viaje a San Juan con ella, aunque todavía no lo sabía. Estaba en la montaña desde muy temprano, a las cinco había que ir a buscarla. Diagramamos todo: rutas, tiempos, hablé con la gente que se encontraba en San Juan y a las cuatro de la tarde arreglé todo para ir a buscarla. Estaba relativamente cerca, camino a Villavicencio, y llegaría justo, no era la primera vez que trabajaba en la zona, conocía el lugar perfectamente. Lo que todavía no comprendía era porqué se hizo llevar, si siempre ella iba ahí con su auto, que lo traía lleno de pruebas y más de una vez la había acompañado a cargar piedras. Todas estas preguntas me las fui mientras manejaba, durante el viaje, que eran apenas cuarenta kilómetros de ruta por la 42 y que conocía casi de memoria. Llegué pasadas las cinco, no la encontré, comencé a ir un poco hacia adelante, un poco hacia atrás y no encontraba rastros. Volví al lugar señalado y detuve la marcha, me paré a un costado de la ruta y comencé a caminar por donde siempre ella trabajaba, pero no encontré nada. Al volver, entre los pastos, encontré un pañuelo de seda violeta, pero no estaba seguro que fuera de ella, no se lo conocía, tenía un suave perfume, pero tampoco lo reconocí.
Así anduve, hasta casi las seis, sin resultado y decidí regresar. Paré en el primer puesto de policía, había dos agentes y uno me reconoció; le comenté qué pasaba y me dijo no haber visto nada. Me comuniqué con el Centro, hablé con Mabel y tampoco sabía nada; mi tono de voz alertó a Mabel: “Tranquilo, me dijo, salimos para allá con la camioneta. Tranquilo”, y cortó.
El oficial pidió que me calmara, “la conozco a la doctora, es muy prudente. Hace meses que viene a la zona”. Le comenté que era mi responsabilidad.
- Lo entiendo, la encontraremos, siéntese y tome unos mates. Está refrescando - pidió refuerzos y me seguía preguntando por el pañuelo.
- No lo sé - repetía yo -, nunca se lo vi, si lo usaba, nunca presté atención. Sé qué hace cada uno en el Centro de Investigaciones ¡pero no sé cómo se visten, ni me importa de qué color! - le grité y enseguida le pedí disculpas. El oficial salió a ver si llegaba la otra camioneta de refuerzo, para no contestarme, y se quedó afuera. “Nos quedan dos horas de luz, la encontraremos”. De lejos se escuchó una sirena, llegaban juntos Mabel con tres personas del Centro y la otra camioneta de la policía.
El comisario me conocía muy bien. Hablamos en privado, quería más detalles, yo no los tenía. La llamó a Mabel y le preguntó lo mismo, no teníamos muchos datos. Le pedí al comisario hablar a solas, le dije que debía informar a Buenos Aires, a mi jefe por lo menos, era un problema muy serio: no solo estaba la investigación de por medio, sino cancillería y mucha gente pendiente, de la embajada de ellos aquí, como la gente de España que los mandó.
El comisario se preocupaba por mí. - Amigo, tome - me dio una petaca -. Ahí hay hielo, tómese un whisky y cálmese. Así no ayuda, cálmese, todo saldrá bien; faltan quince minutos, si no hay novedades, vamos a Capital y el helicóptero recorrerá la zona. Al minuto llegó Luis, el jefe de mantenimiento, nos resultó raro, pero quizás traía novedades. Antes de detener la marcha dijo “está todo bien, apareció”. Todos quisimos saber más, preguntando a la vez. El comisario pidió que lo dejáramos hablar.
- Pasa que terminó temprano, esperó hasta las cinco clavadas y, como nadie le aseguró el regreso, hizo dedo y la llevaron a la ciudad, hizo unas compras en el mercado y llegó hace media hora en un remis. Pasó por la puerta y preguntó por Mabel (“y por usted” dijo, señalándome) y se metió en su dormitorio. Yo no quise llamarla ni comentar nada, solo vine a buscarlos.
Era tarde, les dije a todos los que se habían movilizado que se fueran, y les agradecí; a Mabel lo mismo, y que al otro día vinieran más tarde, que se tomaran las horas que habían perdido. Se fueron todos, Mabel pasó a saludarme y me comentó: “Estaba por bañarse, ya viene, chau. Mañana a las diez charlamos, tranquilo, no te olvides, está en otra; acá te dejé el termo y el mate, yo tomé uno solo”. Cerró la puerta y se fue.
Pasó un largo rato, ya eran más de las diez de la noche, lavé las cosas y esperé. Volví al escritorio, ya estaba fresco y subí la calefacción. Escuché de lejos los tacos, las puertas estaban abiertas, ella fue entrando y cerrando. Entró y me abrazó, me costó comenzar, pero le dije que se sentara, y comencé a caminar por toda la oficina contándole todo, en un tono muy alto, mantuvo silencio sentada, cuando estaba por terminar de gritar (según ella), rompió en llanto. Me acerqué, le tomé las manos, se paró y me abrazó muy fuerte gritando “perdón, estoy muy angustiada, avergonzada, venía a retarte porque me dijeron que estabas por aquí y no habías venido a saludarme. Perdón, tienes razón”, y seguía llorando. Luego de un rato conversamos más tranquilos, le conté todo con detalle, desde la mañana, hasta mi desesperación al ir a buscarla y no encontrarla; luego la preocupación de Mabel y la participación policial. “Tengo hambre - le dije -. No cené”, se fue calmando, me comentó que estaba enojada, que no lo pensó, pero que estaba avergonzada. La abracé y le dije que estaba muy linda. Me comentó que se había cambiado pensando que iríamos a cenar, aunque ya no tenía apetito, solo angustia. Le ofrecí salir igual. Dejé la ropa sobre la silla del dormitorio y entré al baño a afeitarme, terminé y abrí la ducha. Me metí debajo de esa agua tan relajante, cuando se corrió la mampara y entró ella, nos enjabonamos mutuamente. Ella lloraba y reía, nos quedamos un buen rato bajo el agua. Salí, me sequé y busqué un toallón para ella, mientras se secaba comencé a cambiarme. Intenté vestirme de lo mejor: dejé las zapatillas y busqué el saco, zapatos, camisa y pantalón de vestir, no jean. La esperé en el living. Salió en minutos, estaba muy bella, se sonrió al verme vestido con saco. Caminamos hacia el auto, al pasar por vigilancia Hugo me preguntó cómo estaba, el rumor de lo sucedido se había propagado, “radio pasillo” funcionaba muy bien ahí, solo que ella no lo sabía. En el centro comimos algo liviano. Nuestras manos jugaron sobre la mesa constantemente durante esa hora y pico; sus pechos, detrás del largo vestido azul comenzaron a notarse, la punta del zapato rojo jugaba entre mis piernas; era hora de retirarnos, ya era tarde, pero queríamos seguir juntos. Nos abrigamos, caminamos una cuadra por la peatonal y volvimos al Centro, directamente a mi casa, bien calefaccionada y nos sentamos en el living, a oscuras, a mirar la noche por un rato, por la mañana tendríamos bastante tarea, - Voy a extrañar el día que me vaya, ustedes encuentran siempre a cualquier hora del día la oportunidad del mate y me parece genial, es más, me acostumbré, más contigo. Nos pusimos cómodos como de costumbre: el saco, la camisa y el pantalón quedaron en el dormitorio; me puse una remera y ella, descalza, se sentó a mi lado; pusimos sus tacos altos, rojos y finos como para una exposición sobre una mesita, hasta que me miró y me dijo: “Te extrañé mucho…” me besó y nos fuimos a descansar, el día había sido muy agotador.
Por la mañana, en el escritorio de Mabel, había un paquete de panadería, parecían facturas. Comencé a hacer el café, tomé uno mientras revisaba papeles y bajé a ver cómo estaba todo, y todo estaba en orden. El jefe de mantenimiento, que había estado en la tarde anterior, preocupado en la búsqueda, apenas me saludó me dijo: “Se pasó la doctora…”, asentí con la cabeza y le di la razón.
- Ya hablé con ella, nos contó y pidió disculpas, no era necesario. Temprano nos dejó unas facturas, sírvase una, todavía quedan. Nos dijo estar muy agradecida y avergonzada, igual en el fondo tiene razón, fue un mal momento para todos menos para ella, por suerte. Pensé lo peor…
- Yo también - le dije -, gracias a todos. Cualquier cosa me avisa, estoy arriba. A las diez llega Mabel. Cuando llegó se encontró con el paquete. Al abrirlo dijo “gracias”. Me preguntó si podía llamarla, le dije que sí, de paso le comentamos lo de San Juan. La llamé y llegó rápidamente, siguió agradeciendo. Le comentamos adónde iríamos, se puso muy contenta, solo pidió un día de tiempo, más no se podía deberás hacerlo hoy.
- Esta noche, en casa - le dije –
- Mabel, solo preciso algo: son muchas las copias, esa fotocopiadora se puede llevar a su living y terminamos esta noche.
- Sí, doc.
Almorzamos los tres, Conchi se fue a su laboratorio y con Mabel durante toda la tarde resolvimos asuntos pendientes, a las seis se llevaron la fotocopiadora y tres resmas para casa. Ya estaba parte de la cena en la heladera y, sobre la mesada, algo para el viaje del otro día, “la doc se encargó de todo”, dijo Mabel.
Ocho menos diez de la tarde. Apagamos las luces, el marido de Mabel vino a buscarla, yo me fui a casa para cambiarme. Cuando estaba terminando entró Conchi, trajo helado y una bolsa en la mano. “Hoy compré ropa”, dijo. Comenzó a dejar sobre la cama y sacó zapatos de una caja. Cenamos y charlamos un largo rato sobre San Juan, después fuimos al comedor a fotocopiar todo lo que llevaríamos: estatutos, protocolos y mucho de investigación para ella, que ya estaba archivada en Mendoza y no se podía perder, por eso llevábamos todo fotocopiado.
- Esto llevará mucho tiempo - le dije. Mientras yo fotocopiaba ella me avisó que se iba a cambiar.
Yo seguía prestando atención para no perder el orden de las hojas, en minutos parecía otra mujer, ¡uy! le dije: zapatos más altos, gris oscuro, medias negras, y minifalda gris oscura, (nunca la había visto en pollera), camisa blanca con algunos dibujos en grises, otro collar, otros aros y un pañuelo al cuello, se acercó y me dijo “¿y ahora...?” Me quedé extasiado, mirándola, estaba hermosa.
- ¿Puedo confesar algo? - dijo.
- Claro ¿qué pasó?
- Hace años que no me compraba ropa, solo jeans y camisas, todo lo que me has conocido es viejo. Trabajo con el carpintero, vivo con el carpintero y nunca me pasó lo que me pasa contigo, estoy feliz, tengo miedo, pero lo viviré a full, dure lo que dure. Apagué las luces, corrí la cortina para ver hacia afuera, la acosté sobre el sillón, comencé a desvestirla lentamente sin dejar de besarla. Cuando le saqué toda la ropa nueva y los tacos, ella se quitó las medias y, al pequeño reflejo de la luz de la cocina, nos besamos mucho y profundamente por un largo rato, hasta que la llevé en mis brazos al dormitorio.
Con los primeros reflejos del nuevo día se retiró a su dormitorio por el pasillo, lentamente. Me acosté a dormir un rato, en horas quedaban muchas cosas por resolver, era el último día.
Ocho y media sonó el despertador y, a las nueve, estaba en la oficina. Mabel ya estaba, nos saludamos y conversamos un rato antes de comenzar a recorrer los laboratorios, pero la noté sonriente, me tiraba indirectas que no comprendía. Le pedí que fuera clara, que me dijera qué pasaba.
- Hoy la vi - me dijo.
- ¿Qué viste?
- Cómo cambió la doc, cuando venía para acá la crucé en el camino.
Me pareció raro, nos habíamos acostado muy tarde.
- Hay algo que creo que no sabes – le pedí que me contara -. Desde que te fuiste al sur, todos los días, tipo seis de la mañana, sale a correr ¿sabías? – le dije que no sabía -. En un ratito llega, hacé una cosa, andá a mantenimiento, entra por ahí, así la ves entrar. Vos le cambiaste la vida y no te querés hacer cargo…
Le hice caso, bajé con la excusa de revisar la camioneta y me senté adentro, la puse en marcha. En menos de cinco minutos entró, “¡guau!, le dije, no sabía de esta actividad”. Se sacó la visera y los lentes, tenía un conjunto deportivo hermoso y unas zapatillas adecuadas para correr, ocho o doce kilómetros por día. Volví a la oficina, le comenté a Mabel que la había visto, sonrió y siguió escribiendo a máquina.
- Cuando quieras intento hablar con Buenos Aires.
- Cuando termines con lo tuyo, comunicame. Es temprano, quizás pueda hablar con todos, hoy dejo listo todo y me voy; a fin de mes tenemos que cerrar todos los informes y todavía no tenemos nada. No voy a estar acá por diez días, fácil.
- Tengo más de la mitad, mañana sigo pidiéndolos y llegaremos - apuntó ella, mientras intentaba conseguir la comunicación. Lo logró y, en más o menos una hora, pude conversar con todos, hasta con mi madre.
Tenía programado encontrarme con algunos investigadores para avisarles de mi ausencia y que, si precisaban algo, aprovecharan para comentarme. Así fue y todo resultó bien. Cuando comenzaron a retirarse a la hora del almuerzo, me fui a casa a descansar un rato, pero apenas abrí la puerta el aroma a comida me sorprendió: Conchi estaba cocinando. Ya tenía la comida casi lista, era por eso que no la había visto por allá.
- Pensé que estabas en el laboratorio.
- Hola, estuve temprano. A las doce vine para acá, hice pollo como me dijiste y espero que te guste, pero todavía falta un rato…
- Hasta las cinco podemos descansar…
- ¿Te pasa algo? - preguntó.
- No, estoy cansado. Comemos y descansamos un rato ¿sí? - le pregunté si la vieron entrar, dijo que creía que no, pero cambió la cara. Se me acercó, dijo. “¿Y si me vieran que pasa?”
- No sería conveniente - le dije- . Eso es todo.
Su gesto fue de enojo, la abracé y se quedó quieta.
- Veremos cómo sigue todo, hay que dejar correr el agua... Contame un poco de tus salidas a correr, no sabía nada.
- Bueno, si te interesa. Cuando te fuiste retomé, hacía años que no lo hacía y quiero volver a estar bien. En España comencé de a poco y terminé corriendo maratones. Me sienta bien y me siento muy bien; los primeros días me costó, terminaba dolorida pero ya estoy un poco mejor; volví a mi peso de siempre y correr hace bien, estoy fumando cada vez menos. Nosotros fumamos bastante, ambos deberíamos dejar… ¡pero tú te empecinas en ocultarme! Evidentemente eso no está bueno, todo lo contrario, para mí es terrible. Si quieres jugar no será conmigo, dejemos esto de lado y hablemos en la oficina solo de trabajo, vete solo, o lleva a otro investigador contigo, no sé por qué debo ser yo, no soy la única – lo dijo de manera muy enérgica y determinante.
Le pedí que se acercara y no lo hizo, entonces me acerqué yo y la senté sobre mis piernas, en una silla de la cocina. Le dije que quería que esto continuara y que, si había que contarlo lo haría, que fuéramos a buscar sus cosas y se quedara en mi casa. Se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: “puedes perder el trabajo…”.
- No creo. Bueno, vemos. Ahora vamos a comer, ya eso debe estar. Hagamos una cosa, corramos las cortinas y almorcemos en el comedor; la puerta déjala abierta, nadie se asombrará por vernos juntos y si lo hacen seguro nos enteraremos, estas cosas corren rápido.
- Hecho, hombre. Así lo haremos, me cambio y comemos. Pon tú la mesa.
Puse la mesa, corrí las cortinas, entraba un sol cálido y hermoso. Ella fue a su dormitorio y volvió con un bolso, cambiada. La puerta seguía abierta, afuera el silencio solo llevaba nuestras voces como un susurro por el largo pasillo. Pasó por el dormitorio y, en menos de cinco minutos, vino al comedor con la fuente, solo le dije: “Cuidado con lo que te ponés, aquí entran y salen como si fuera una oficina más”.
- ¡Lo sé! - me gritó. En ese momento tenía puesto un short pequeño y una camisa…
Más tarde volvimos al trabajo: ella al laboratorio con su infaltable carpintero de jean y yo a la oficina. Mabel seguía escribiendo a máquina los informes.
Al regreso, ya de vuelta en casa, debía armar todo para el viaje, pero quería descansar un poco. Después no tenía excusas: tenía que armar la valija y acomodar la ropa, que llevaba para algunos días. El resto lo acomodé en el placar de la habitación, usando una parte para mí y dejando algo libre para que ella dejara lo suyo, antes de partir.
Cuando Conchi vino del laboratorio, acomodó todo también. Descansamos un rato, nos sentamos en el sillón del comedor y casi nos quedamos dormidos. Con un poco de modorra, al rato, me incorporé y encendí un cigarrillo, eso era “fiaca” pura, en su mejor versión. Decidimos no movernos y descansar ahí. “Voy a hacer algunas compras y vengo, descansa”, me dijo. Aproveché para volver a llamar a Víctor y a casa, le comenté a mi madre que al otro día saldría para San Juan y conversé con Víctor sobre el tiempo que debería quedarme, “llamame de allá, contame como va todo y vemos”.
Así quedamos, pero todo era muy incierto, no sabía si eran cinco o diez días, “de última voy y vengo, no es tan lejos”, le dije y estuvo de acuerdo. Escuché sus pasos, inconfundibles, que venía por el pasillo, cuando estaba por apagar las luces.
Durante la cena parecíamos uniformados los dos: camisa blanca, ella con tanga negra yo con slip de igual color. “La pasamos lindo, dijo, a veces me cuesta creerlo…”. Apoyó sus pezones sobre mi pecho. “Pero es verdad…”, le dije. La levanté y la senté sobre la mesada, y empecé a besarla, toda, completa. Entre largos y profundos besos nos fuimos al comedor, con los vasos y el hielo. Abrazados, nos acostamos en el dormitorio, debajo de un acolchado a la luz de los besos… hasta que sonó el despertador a las seis de la mañana. Lo apagué de un salto, me desperecé, fui a la ducha, una rápida me despertaría como cada mañana y volví al dormitorio. Ella dormía, acurrucada. Le acaricié el cabello y me acosté a su lado unos segundos, me abrazó muy fuerte, murmuró un “te amo, quédate conmigo”. La abracé unos minutos y me levanté, comencé a cambiarme y ella susurró “malo”. Le dije, despacio: “Amor, voy a preparar todo, descansá”, giro y se abrazó a la almohada.
Preparé el café y esperé a Mabel; esa mañana llegó antes y con medialunas, entró de buen humor.
- ¡El tiempo está horrible! - me avisó -. En cualquier momento cae nieve – le dije que no creía pero que, por las dudas, consultara. En ese momento llegaba Pablo con el parte diario, le pregunté sobre el pronóstico: “Está nevando en la alta montaña, aquí solo será suave, quizás una de las últimas, entró un frente frío de Chile, con mucho viento, eso va a molestar más todavía”.
- Hoy voy a tomar la 149, ¿me puede averiguar cómo estará?
- Uhhhh… no me gusta esa zona, pero espere, deme un rato y le traigo el informe, lo llamo así lo ve.
- Bueno, hacemos así, voy cuando me avise.
Mabel preparó mate y se sentó del otro lado del escritorio.
- Sí, la verdad que está maso, mejor viajá mañana.
- Mañana ya debo estar allá, me esperan. Tendría que llegar antes.
- Ellos también se van a atrasar, yo preguntaría. Esperemos el informe, para qué adelantarnos.
- De acuerdo, pero yo llamaría primero a San Juan – en ese momento se escuchaban unos tacos que se acercaban…
- Buen día, ¿cómo están?
- Bien doctora ¿toma un mate?
- Sí, claro. Está fresco, muy feo el día…
- De eso hablábamos, le estaba diciendo que no viajen.
- Como vosotros decidan, ustedes manejan esos tiempos, por mi parte tengo todo listo, solo un poco de frío…
La miré y le dije “usted está muy desabrigada”, y Mabel sonreía “ah, bueh ¿la vas a seguir tratando de usted?, adelante mío no che, me hacen sentir una estúpida”. Conchi sonrió y le dijo “tienes razón, me parece que el jefe me quiere esconder, no se anima a hablar…”.
- No tiene nada que hablar, todos sabemos que ustedes dos se llevan muy bien, somos grandes ¿a qué querés jugar? - me dijo, mirándome.
- ¿Todos quienes? - pregunté.
Me miró y me dijo “¿me preguntás en serio? Todos nosotros, ¿cuál es el problema? No me jodas. Está todo más que bien – y, con una carcajada, me señaló y dijo - Se puso colorado”.
- Bueno, si está todo más que bien ¿me das un mate? Y vos te abrigás, por favor.
Sonó el teléfono, Mabel escuchó y, cuando cortó, nos contó el informe: “La zona está despejada, me dijo Pablo, bajó mucho la temperatura, está bajo cero y se mantendrá, puede que se cruce con esta pequeña sombra, es nieve, pero apenas, cruzando eso habrá sol; por la noche allá tienen nieve segura en el observatorio y, bastante, por dos días, después buen tiempo, el cielo más limpio de la zona como siempre, pero fresco”. Le dije que entonces iríamos a buscar las cosas, y que avisara que bajaba.
La tarde estaba muy oscura y la nieve iba cayendo. De pronto paró y la visión fue perfecta. Conchi se había adormecido un rato, la marcha era lenta, pero llegaríamos bien. Se acostó sobre el asiento, apoyando su cabeza en mi pierna.
Ya habíamos transitado la mitad del recorrido, estábamos en medio de la nada, por suerte con combustible y buena calefacción. De repente, sentimos un fuerte golpe atrás y perdí el control de la camioneta, por un instante no pude dominarla, estaba seguro de que otra camioneta me había chocado por atrás y desaparecido rápidamente. Terminé de trompa en una banquina, ya fuera de la ruta, el golpe fue fuerte. Veo que ella quedó tirada debajo del asiento con la cabeza a mis pies y los pies para arriba. Sin parar la marcha le pregunté cómo estaba, pero no contestaba. Como pude, sin salir, la senté sobre el asiento, no contestaba y la sacudí: estaba desmayada. Tenía un pequeño corte en la frente que sangraba bastante, le puse un pañuelo e intenté despertarla, pero no lo logré, la zamarreaba y le gritaba, pero no reaccionaba. El matafuego se había desprendido y eso le había producido el corte, me desesperé. Como pude le vendé la frente, rompiendo una camisa que saqué de la valija, abrí la puerta, tiré las valijas en la caja y la acosté en el asiento trasero. Era un cuerpo sin vida, intenté por todos los medios que se despertara, pero era imposible, no sabía si volver o seguir adelante, sin embargo, dentro de toda mi locura decidí seguir, no faltaba mucho. Intenté reanimarla, le grité muchísimo, le decía que no podía hacerme esto y empecé a llorar y, en ese preciso instante despertó, me abrazó y lloramos juntos; estaba muy mareada, le dolía la cabeza y preguntaba qué había pasado; la volví a abrazar muy fuerte y la contuve entre mis brazos un buen rato.
Estuvimos así, más o menos, una hora hasta que decidí seguir, ella estaba de acuerdo; se quitó la venda improvisada antes de seguir viaje, había parado la sangre. Con las cosas del botiquín le limpié la frente y comprobé que el corte no era profundo, pero es un lugar de mucha sangre, más bien fue un raspón (que ella misma se limpió); se puso nieve sobre la frente por un rato, luego se cambió la camisa y el pantalón, no quería llegar en ese estado al centro.
Después de andar unos kilómetros más, me pidió que parara: buscó el maquillaje, se cubrió la frente y se peinó tapándose el raspón, la coquetería, ante todo. A las seis de la tarde llegamos; Mabel había avisado de nuestra llegada y nos estaban esperando. Seguía nevando, nos abrieron un portón y entramos con la camioneta a mantenimiento, ahí nos esperaba Cristina, una astrónoma encargada del centro, su esposo Juan (otro investigador) y una joven pareja de becarios que también vivían allí. Nos saludamos, nos presentamos y fuimos a una oficina que sería, a partir de ese momento, la nuestra. Dejamos las valijas en manos de Juan, que las llevó a la vivienda donde pararíamos los días que estuviéramos ahí. Les comenté lo sucedido en el viaje y, ante el asombro, Cristina, mientras me escuchaba, llamaba al médico del lugar que vino enseguida a revisarnos; yo no quería, pero después de revisar y curar a Conchi me revisó a mí también. Le pedí a Cristina que no le comentara por ahora a Mabel, pero que le avisara que habíamos llegado.
Afuera nevaba intensamente, en la mañana haríamos la denuncia, quise bajar a ver la camioneta, había gente de mantenimiento en el lugar. “No es nada grave, me dijeron, lo arreglamos acá, después de hacer la denuncia”. Me quedé más tranquilo. Cristina me avisó que ya estaba lista la comunicación y que fuera a descansar; en la cocina había dejado provisiones y ya estaba calefaccionada. Excelente.
El médico examinó el raspón y dijo que no lo tapara, fue más el golpe que otra cosa, nos revisó detalladamente a los dos. Le pregunté sobre el desmayo, pero no le dio importancia: un golpe fuerte en la frente, quizás con el tablero, vería cómo seguiría en la mañana, por lo pronto debíamos mantenernos despiertos lo más posible, hasta las dos o tres y que lo llamáramos por cualquier cosa.
- Acá es todo sin horario, en el observatorio hay gente toda la noche, el cielo habla de noche - dijo Cristina -, mañana después de las diez comenzamos a trabajar, vengan cuando se levanten. Como usted sabe todos vivimos aquí, así que el horario lo manejamos con bastante libertad.
Entré el equipaje, el dormitorio estaba con la cama hecha, preparada con toallones y toallas. Acomodé los zapatos debajo y luego ella acomodó el resto. “Esto está muy bonito”, dijo, escuché que decía a lo lejos, mientras abría las canillas.
Después de cenar, a los pocos minutos, ella descansaba en el sillón y me senté a su lado; era temprano para que se durmiera, le dije que esperara un rato más, pero sus ojos se notaban cansados y tenía un poco de frío, puse más leña y fui a buscar un acolchado a los dormitorios. Nos abrazamos muy fuerte en el amplio sillón y se quedó profundamente dormida, la lleve hasta la cama lentamente… nos despertamos con el sonido del teléfono a las nueve de la mañana. Me apuré a atender, pero se cortó; sentí frio y volví a la cama, ella estaba despierta. La abracé, le pregunté cómo se sentía y me dijo “mejor imposible, mi amor”; nos abrazamos muy fuerte, donde todo fue amor y, por primera vez, cabalgamos la mañana juntos, antes de ducharnos para ir a trabajar.
La nevada seguía intensa, la acumulación era suficiente como para tomar precauciones; me vestí y, mientras ella quedó arreglando la casa y la cama, fui camino a la oficina.
- Buen día ¿todo bien? - me saludó Cristina.
- Todo muy bien. Sí, muy bien, creo que eran cerca de las tres cuando se durmió. Se estaba cambiando, después viene.
- Hoy no tendremos posibilidad de salir, esperemos que mañana pare.
Estuve de acuerdo, para qué arriesgarse. Propuso que podríamos adelantar ese día desde la oficina, “¿qué le parece?”, preguntó. Le pedí que no me tratara de “usted”, sonrió y aceptó. Le pedí que me contara lo que necesitaban y en qué proyecto estaban, por lo menos de manera generalizada, después hablaríamos con los investigadores, uno por vez.
Mientras tomábamos unos mates hablamos de dónde éramos cada uno: ella de Misiones, cosa que suponía por el buen mate que cebaba, a la pregunta de dónde éramos (Conchi y yo) dio por hecho que ella era española, desde ya, en tanto yo le dije que era de Capital, del barrio de Saavedra.
- Sí, sos amigo del diré ¿no?
- Sí, vecino, correligionario y amigo, por eso llegué hasta acá.
- Algo sabíamos ¿y ella?
- ¿No te contó Mabel?
- ¿Qué me tenía que contar?
- No, nada, mejor te cuento yo. Ella es geóloga, vino acá a sacar algunas muestras de suelo, está en Mendoza por el convenio que firmamos con España; la conocí en Buenos Aires cuando llegó y luego me mandaron a mí para acá… una cosa trajo a la otra, que pin, que pun… y desde hace un tiempo estamos juntos… bueno probando. Esto queda acá ¿te lo puedo pedir así? – ella asintió -. De todas maneras, la edad, la distancia, el trabajo de por medio, todo lo hace muy confuso todavía. Nos llevamos bien.
Me sirvió un mate y, cuando le dije que estaba muy rico, me contó con orgullo que era de “allá”, de Misiones. Tomar ese mate ayudó a un pequeño silencio, un intervalo a mi relato. Pero retomó con una pregunta relacionada a mi comentario sobre “la edad”, me dijo que le llamaba la atención, debería tener más o menos la misma edad que ella; le pregunté cuánto tenía y me dijo treinta y cinco, eso significaban un par de años más que yo, no era diferencia como para remarcar. Le dije que su cálculo estaba equivocado por quince años… y, en lugar de responderme, me sirvió otro mate. Sonrió y atinó a decir: “Ahhh, bueno. Conclusión: o ella está muy bien o a mí me pasó un camión por arriba. Cuando la encuentre, aparte de mirarla bien le voy a preguntar cómo hace…”.
Prefirió cambiar de tema y hablamos de trabajo, ella tomó la palabra: “Primero una cosa: gracias, a vos y a tu jefe, cuando hables decíselo, hace seis años que estoy aquí, nos giran el dinero cuando quieren, acá nos arreglamos como podemos, no hemos tenido para comer y no podíamos salir por la nieve, nos ha pasado de todo pero aquí estamos, y es la primera vez que llega alguien y me dice lo que vos preguntaste: ‘¿Qué necesitan?’, eso es mucho para nosotros y, si lo cumplís, no nos olvidaremos nunca”. Se le llenaron los ojos de lágrimas y justo escuché que venía Conchi. “Buen día”, se miraron y Conchi dijo preguntó si había pasado algo. “No, doctora, siéntese tomemos unos mates ¿cómo se siente? “Muy bien…”. Le avisó que el médico quería verla. Le miró la frente y le dio una pomada para que no le quedaran marcas, después la vería y revisaría más tranquilo.
Preguntó si había pasado algo, le dije que no pero Cristina dijo que sí, que era la primera vez que venían por ellos y eso la emocionaba, nada más, el señor me preguntó qué necesitamos, qué hacemos, nunca nadie vino… Aquí todavía no pagaron septiembre y ya estamos a mediados de octubre, voy a seguir agradeciendo por escucharnos, pero lo quiero ver hecho realidad.
- Ok, empecemos, permítame el teléfono ¿cómo marco de aquí al centro de Mendoza? – decidió llamar Cristina, le pedí que pidiera por Mabel y me pasara - Hola ¿cómo estás?, todo bien. Decime por dónde anda el camión, aquí estamos medios incomunicados por la nieve… ok, me avisás. Listo, de acuerdo, espero tu llamado, gracias.
Corté y los empecé a poner en situación: “Bueno, les cuento, en Uspallata hay un enorme camión y dos camionetas paradas, hace cinco días, por la nieve que hay en la ruta 149 ¿saben qué hay ahí?. El telescopio que se terminó en La Plata y salió para ser instalado aquí, según me comentan es el más importante del cono sur y, en horas, cuando pare la nevada estará aquí.
Cristina se puso a llorar y nos abrazó a todos, le dije “pensé que lo sabían, es un error nuestro, ustedes debían saberlo. A ver ¿por qué vine?, es simple, vine por lo que te dije antes: a ver qué necesitan y por el telescopio, ahora haceme un favor, llamá a Buenos Aires, a la sede central, insistí hasta que atiendan”. Decidió comunicarse Conchita, mientras seguimos conversando. Cuando lo logró, me pasó el teléfono.
- Hola, Andrea, sí yo, me das con el doctor ¿en San Juan? ¿lo podés ubicar? Bueno, espero - pasaron unos minutos - . Hola, ¿cómo va? Siempre soy muy molesto, un minuto y corto pero no me cortes ¿Me contás por qué la gente del Leoncito no cobró el mes de septiembre? Más seguro imposible, estoy en San Juan, espero… - esperé unos segundos, y retomé la conversación – Sí, decime a qué banco, acá nadie les avisó nada. Bueno, muchas gracias, bueno… bueno, sí, sí ¡Hola! – se cortaba la comunicación - Sí, todo bien, el camino está cortado por nieve, en horas llegan. Dale te llamo, un abrazo, gracias. Chau – corté, los miré y les dije - Bueno, el dinero desde el día 29 está depositado en el Banco Nación de San Juan, solo hay que ir y cobrarlo - Cristina se paró y, de la alegría, me dio un beso, abrió un cajón y me regaló un paquete de yerba misionera. Al otro día la nieve paró, Conchi pudo ponerse el carpintero de jean y viajar hasta la montaña, a buscar muestras y, cerca de mediodía, llegó la primera camioneta, una hora después llegaría el telescopio. Festejamos. Cristina fue al banco, retiró el dinero y pudo pagarle a todos.
Los cinco días se hicieron diez, con Víctor hablé más de una noche, yo desde San Juan y él desde su casa en Buenos Aires, en diez días vendrían a inaugurarlo. Todo estaba organizado, desde el director hasta el gobernador vendrían al acto; la camioneta estaba arreglada a nueva, no dijimos nada, quedó entre nosotros. Una tarde hicimos las valijas y una mañana nos fuimos, después de un desayuno de despedida. A ritmo lento y en silencio nos alejamos de ese lugar, donde durante diez días habíamos vivido algo irrepetible y ninguno de los dos quería saber cómo seguiría, ni sospechábamos. El agua del río debía encontrar su cauce…
Teníamos doscientos kilómetros por delante, antes de salir le dije a Cristina que le avisara a Mabel que llegaría recién mañana, le dije “Conchi no sabe nada, es una sorpresa”. Me dijo que estaba muy bien, que le metiera para adelante, “hacen linda pareja, no perdamos el contacto, hablemos”, y me abrazó muy fuerte. Me dijo al oído “ella te quiere un montón, me lo dijo”. Subí a la camioneta y partimos, ella comenzó a cebar mate, nos regalaron más yerba. En la primera parte del viaje se mantuvo en silencio, siguió con la tarea de cebar mate. Cuando la miré tenía los ojos llenos de lágrimas, y solo miraba hacia adelante; lentamente, los metros parecían kilómetros. Llegamos al mediodía a Uspallata. Cuando estacioné en la cabaña, sonrió y dijo, como suspirando “qué maravilla… ¿no nos esperan?”. Le dije que sí, pero mañana. Me abrazó y se puso a llorar.
Después de estirar la sobremesa, decidimos salir a caminar. La tarde estaba fresca y comenzaba a anochecer. Esa noche sonaba a despedida, la fui calmando y todo pasó a ser realmente hermoso entre nosotros: el amor giraba sin permiso, sin pudor y con la libertad de lo posible, hasta en el regreso a la cabaña.
Todo era un juego constante y casi previsto, reiterado, pero maravilloso, que terminaba en la cama cuando nos tapábamos bajo el acolchado para dormir. Pero esa noche no fue igual, a las tres, me desperté y no estaba a mi lado, me levanté y estaba sentada frente al hogar acurrucada, llorando, me acerqué y la abracé.
- ¿Que paso? - pregunté.
- Esto fue maravilloso, pero termina acá, sin reclamos ni excusas, sin reproche y con un lindo recuerdo para ambos - solo le dije que no -. Solo debemos ver la realidad, ahora trata de dormir. Volvamos al centro por la mañana, me voy a mi dormitorio y charlamos cuando sepas donde irás. Se incorporó, no supe qué decirle y nos acostamos, abrazados en silencio, sin dormir ninguno de los dos, con los ojos abiertos perdidos en algún punto. A las seis nos levantamos a acomodar todo, ordenar valijas y la casa, solo tomamos unos mates y partimos. Viajamos casi en silencio, yo pensaba mucho, en cómo seguir sin encontrar la forma y ella seguro pensaría lo mismo. Llegamos al centro, bajamos el equipaje, entramos a la casa, juntó todo y se fue a su dormitorio, solo me dijo “conversamos luego”, y nada más.
A las diez me llamó Mabel, me cambié y me fui a trabajar, se habían acumulado algunos papeles y teníamos una campaña al Aconcagua por organizar; me concentré en eso durante toda la mañana; almorcé, descansé un rato y volví. Mabel me pregunto por ella, “no la vi - le dije -, estará en el laboratorio”.
- Hoy pidió comunicarse con España y lo hizo dos veces, sabés… ustedes se enamoraron y ahora no saben qué hacer – tenía razón -. El tren pasa una vez sola, dicen ¡no lo dejen pasar, súbanse!, hay algo muy fuerte entre ustedes y lo están dejando perder, se ve en tu cara y hoy lo noté en su voz, sin verla. Andá y hablá con ella. Le hice caso a Mabel y fui. La encontré saliendo, le propuse cenar juntos a las diez de la noche y aceptó.
- ¿Hablaste a Buenos Aires? – me preguntó.
- Todavía no.
- Bueno, hasta luego; pasá a buscarme, estaré lista - y se fue apurada.
En minutos estaba comunicado, hablé con Patricia, me dijo “está reunido, apenas se desocupe te llamo yo”, y cortamos.
- ¿Qué te dijo la gallega? - preguntó Mabel.
- A las diez de la noche vamos a cenar.
- Llévala a la parrilla en Maipú - sacó el tarjetero y me pasó la dirección - , es un lindo lugar, muy íntimo podrán conversar tranquilos.
Sonó el teléfono, atendió Mabel, era Víctor. Le pregunté por novedades, y me dijo que la gente de San Juan había hablado muy bien de mí. Le agradecí y le pregunté cómo seguía todo.
- Necesito hablar con vos, personalmente ¿de acuerdo?, lo hacemos en San Juan.
- No estaba previsto que fuera…
- Sí, volvé con la investigadora, sería bueno para que vea lo que hacemos, anda un día antes; yo voy con Gustavo solo unas horas, ahí aprovechamos para conversar.
- Solo falta que me confirmen el día, no puedo quedarme más tiempo; voy y vengo. Comunícame con Cristina, por favor.
No fue fácil, pero consiguió, era insistente. Cristina estaba contenta de escucharme, le pedí de nuevo un fax con todo lo que necesitaba, me agradeció una vez más y por la mañana me lo mandaría. Me dijo que en una semana estaría todo listo, pero necesitaba confirmar y que al día siguiente volveríamos a conversar. Después seguimos conversando un rato con Mabel, y di una vuelta más por todo el centro, antes de irme a casa. Ya eran las ocho, me bañé y descansé un rato.
La verdad, comenzaba a extrañarla, y empecé a vestirme, busqué una linda camisa, corbata, pantalón y saco, lustré los zapatos y a las diez, golpeé su puerta. “Pasa, ya estoy”, escuché, estaba en el baño. Sentí de golpe un hermoso perfume y salió apagando la luz, sólo un velador estaba encendido, parecía otra mujer, bellísima, ese vestido largo le quedaba de maravillas, se había teñido el cabello azabache y lo tenía muy cortito, un escote profundo, collar y pulseras. Se acercó, me besó suavemente y dijo “lo extrañé”, y yo, automáticamente, dije lo mismo. Íbamos a buscar la camioneta, pero ella quiso ir con su auto, me dio las llaves y salimos. Camino a la parrilla hablamos muy poco, solo cosas sin relevancia y, al estacionar, me preguntó antes de bajar si había hablado, le dije que sí y entonces me propuso hablarlo en la cena. Mientras cenábamos le comenté todo lo hablado y como seguirían mis días; ella solo escuchó y, a los postres, dijo: “Hace un rato dijiste ‘lo vamos haciendo y lo vamos pensando juntos’, estoy de acuerdo, pero yo también hablé y las decisiones las tomaremos juntos, pero hay una decisión que solo tú puedes tomar, y tienes hasta febrero para hacerlo. En febrero me voy, en enero se cumple mi tiempo aquí, hablé con el director de mi país, amigo de toda una vida (más de treinta años), y si te decides tienes el mismo puesto para ti si vas para allá, me confirmó que sí, solo te queda a ti decidir qué hacer, es más (y déjame terminar), si decides que no, todo estará bien igual, de aquí hasta que deje tu país. Quiero saber todo de vos, todo hasta el último detalle, y tú sabrás todo de mí, a partir de este momento y no contestes ya, consúltalo con la almohada, piénsalo y luego decides al regreso de San Juan; si es “sí”, lo conversaremos de una manera y si es “no” veremos cómo, pero todo será para el bien de los dos.
Nos dimos un beso; el vino de a poco se fue terminando y el café lo tomaríamos en otro lado, así quería ella. Fuimos al pub donde habíamos estado hacia unos días, solo pedimos café, eso ayudaría a sobrellevar el malestar que me produce el vino. “Toma solo café, o pide un solo wiski lo compartimos y listo”, me dijo, casi a media luz, con música muy romántica. Algunas parejas, en un costado, estaban bailando y se podía imaginar qué final tendría esa noche para ellos. Nosotros no bailamos, solo miramos y, después de un rato, volvimos al centro de investigaciones.
Fuimos por el pasillo derecho a casa, ella pidió que encendiera el fuego, lo hice mientras me quitaba el saco y la corbata, después fui hasta la cocina, donde estaba ella. La abracé, la besé, me senté y ella se sentó en la mesada. En tono amistoso comenzamos a preguntarnos cosas. Ella dijo “¿Así que poeta?, mirá vos. Si no fuera por Mabel no me entero”. Le comenté un poco sobre el tema, mientras iban y venían los mates servidos por ella; mientras yo tomaba ella no podía dejar de lado su costumbre: jugaba con sus zapatos entre mis piernas nuevamente, le pregunté cómo había festejado los cincuenta, “fecha importante… ¿o no?”, pregunté.
- No - me dijo -, los cincuenta no fueron una gran fiesta solo con mis hijos, los cincuenta y cuatro será contigo, será un gran festejo…
Así fuimos descubriendo cosas, le dije que era muy coqueta con la edad, me dijo que no y me sugirió mirar su curriculum, que estaba en la oficina, nada para ocultar: Concha de las Marías Mercedes Lujan, viuda, con dos hijos y una novedad, tres nietos, un hermano, dos sobrinos y mis padres, a quien tengo un poco abandonados, pero tú me has dado ganas (con tus llamados) de saber de ellos, he ido ya dos oportunidades al centro y he hablado con los dos, José mi padre tiene 78 años y mi madre 83, Amparo, evidentemente como a mi madre, el amor lo encontramos en hombres menores. Le pregunté si el marido que tuvo también era menor, “Noo, noo, lo digo por usted, señor”, agregó y siguió jugando hasta que me levanté, la abracé y dijo “¿te gusta este vestido?, no lo has observado, vi cómo me miraron en los lados que fuimos…”. Dijo que en el pub se le había soltado un broche y giró… el escote de la espalda llegaba casi a la cola. La seguí y se sentó sobre la mesada; entré en ella y la llevé así hasta el comedor, nos besamos apasionadamente, la piel entre nosotros era desbordante. Recién cuando la luz del alba comenzó a iluminar el dormitorio, nos quedamos dormidos.
A las diez me desperté, ella corrió la cortina se sentó en la cama y ya tenía el mate preparado, me incorporé y tomamos unos cuantos, conversando. Mi camisa le quedaba muy bien, arremangada y un poco anudada. Me comentó que no tenía ropa ahí. Le pregunté si le iba a buscar, me dijo que después lo hará, que ese día se dedicaría a descansar...
Me fui a la oficina, donde Mabel ya me esperaba. Teníamos varios temas por resolver durante la mañana, organizamos todo de a poco. Llegó el fax de Cristina, el pedido era razonable, nada para objetar, de todas maneras, se lo envié a Víctor para que lo viera y diera el ok final. Le pedí a Mabel que se encargara. Tardó en volver, pero me dijo que todo estaba en orden. “Nos encontramos antes de las cinco acá ¿de acuerdo?”. Cuando volvió, casi sin dejarme decir una palabra, al vuelo me dijo:
- ¡Escúchame bien, te lo digo por última vez y no al jefe, sino al amigo, esa mujer te ama, no juegues con ella, y es más sé que la estás queriendo, se nota en tu cara, no seas gil! - y se fue. No me dio tiempo para responderle.
Cuando volví a la casa, quise abrir la puerta, pero estaba trabada. “Entra, amor, ya voy. Estoy en el baño, ya comemos…”. Fui hasta la cocina, siguiendo el aroma, que me llevaba hasta ella. ¡¡Paella!! No sabía cómo ni de dónde sacó las cosas, pero la paella estaba en el sartén, y ella solo dijo “¿te gusta?”. Pregunté dónde había conseguido todo para preparar y me dijo que Mabe la había ayudado, también a dejar la habitación vacía. Comimos todo, fue un placer… otro más.
Y ella cometo como afirmando, - asi será siempre amor, hasta que vos decidas – “o vos”, le dije -. No, yo ya lo decidí, tú tienes que hacerlo ahora, pero este no es el momento - se tiró sobre mí y comenzó a besarme, la besé mucho, toda, acostada en el sillón, buscando marcas (no era el mejor momento, pero quería sacarme la duda) y encontré dos más, eran cicatrices como hechas por cortes.
- ¿Te has dado cuenta cómo cambió mi cuerpo? – preguntó, mientras fumaba, y le dije que no. - ¿En serio no lo notas? – le repetí que no - Han crecido mi cola y mis senos…
- Puede ser - le dije - Sos hermosa ¿algo más puede mejorar? - la alcé y nos fuimos a la cama, estaba muy cansado. Lo entendió, me abrazó y dormimos hasta las cuatro y media. Casi sigo de largo.
Fui llamando a algunos investigadores en vez de ir a su laboratorio, preguntando cómo estaban, si necesitaban algo y les fui diciendo a cada uno que presentaran por memo las solicitudes y que trataría, a la brevedad, de conseguir aquello que pedían. A la una partía una camioneta hacia Ushuaia, previa parada en Madryn, donde estarían unos días; les dije que estaría ahí para despedirlos, que mantuvieran contacto vía policial cómo iba el viaje, cada tanto. Por último, Ricardo, el jefe investigador a cargo de la campaña, comentó. “Ahh, jefe, venga con la doctora, dígale”. Me guiñó el ojo y se fue. No me gustó nada que ya todos supieran de mi vida privada, el reguero de pólvora de los rumores era más rápido que la luz.
Lo llamé a Rubén, un viejo doctor en geología, que conocí en Buenos Aires y conversamos siempre mucho. Le pregunté (como a todos) y me dijo que estaban como nunca antes, que nadie los atendía así desde hacía años. Ante mi pregunta de “¿Qué es ‘así’?”, me dijo que “así” era como debía ser siempre y nunca lo había sido; “así” es como desde que llegó Víctor y te mandó a vos, “así” es como se atiende a los investigadores, si queremos encontrar resultados; “te voy a decir más, esto que hoy conversamos lo puse por carta, se lo comuniqué al directorio, no sé si lo sabes; en mi último viaje se lo agradecí a tu amigo Gustavo porque, por si no lo sabés, como vos me preguntás a mí, ellos me preguntaron por vos. Los felicité y te felicito a vos”.
- Gracias por tu confianza, le dije, ahora contame, en confianza, qué dicen de mí.
- Preguntan lo mismo que le pregunté yo al dire, si lo tuyo era de ahora o de nacimiento. Él no lo sabe, yo tampoco, pero ya no me importa, ya te conozco, me importa tu cabeza, lo que tenés adentro, si no tienes pulso o a veces movés la cabeza ya ni me fijo, lo que estás haciendo aquí está de diez seguí así y no te vayas, eso yo lo pedí allá.
- Me voy a San Juan y vuelvo.
- Mientras vuelvas todo bien, un consejo nada más, las polleras son hermosas, pero a veces por lo general traen problemas, vos sabes por qué te lo digo, tranquilamente puedo ser tu padre y hasta tu abuelo.
- Ahí quería llegar - le dije - ¿molesta?
- Para nada, me parece perfecto, pero que no se mezclen las cosas, si lo veo o lo hubiese visto te lo hubiera dicho; acá se sabe todo, mientras no joda en el trabajo todo bien, al primer inconveniente, ojo perdés solo vos, ella se va y nada más. Gracias de nuevo y, si veo algo mal, vengo y te lo digo.
- Eso te iba a pedir, dale cuidate, mañana paso por tu laboratorio a tomar unos mates.
- Es cierto, hace días que no venís y claro ¡ya tenés con quien! - sonrió y se fue. En ese momento sonó el teléfono: “Llego en un rato, llevo pizza. Ok, voy para casa”.
Entré a la casa y, desde el dormitorio, me pidió que encendiera el horno. En seguida vino ella a la cocina, “¿te gusta?, compré tres: negra, azul y marrón, unas remeras, mirá”. Eran compras que había hecho con Mabel. Aproveché a ponerme cómodo y a cambiarme. Comimos, mientras tanto me contó todo lo que compraron.
- Para después, un café. Compré una botella de whisky, hay hielo - se paró y se fijó, llenó la cubetera, en ese momento vi de nuevo la cicatriz.
- A la una debo bajar, falta mucho, se van con la otra camioneta a Ushuaia.
- Uy, cierto hoy me avisaron y no me despedí.
- Me dijeron que te diga…
- Creo que todos saben que estoy aquí.
- Sí, lo saben, hoy lo supe, pero a todos les parece bien.
Le comenté la conversación de hoy a la tarde y empezó a lagrimear. Le pregunté qué le pasaba.
- Estoy feliz, pero siempre lo mismo, esto no sé cuánto durará, dejemos pasar el tiempo.
- Vamos al sillón, llevá la botella, yo llevo los cafés, traé algún hielo y los vasos.
Y así, entre cafés y whisky, antes de bajar, durante un largo rato la consigna fue no hablar, solo mimos, hasta las doce y media, cuando le dije “por ahora, hasta aquí, luego finalizamos la terapia de hoy, ahora a vestirse y despedir los muchachos: camisa, pulóver, pantalón, zapatillas y listo”.
Cuando bajé la camioneta ya estaba cargada, estaban tomando mate, algunos cafés y había algunos familiares. Les hablé a todos y, luego, a uno por uno; viajaban seis, me preguntaron por ella cuando justo bajaba. Todos la miraron, de arriba abajo.
- ¡Qué cambio, doctora!
- ¿Por qué, doctor?
- Por nada, disculpe, acostumbrado a verla con el uniforme de carpintero a hoy, está como para una fiesta.
- Bueno, esto es una fiesta, se van a buscar nuevos misterios, a conocer el sur, sus entrañas, más fiesta imposible - todos la escuchaban, atentamente - Les deseo lo mejor, buen viaje, cuídense, mantengan al Centro y a sus familias informados. Todo llega, esta expedición fue el sueño de muchos durante años y, hoy, es realidad ¡Adelante y suerte!
Aplaudimos todos, la camioneta se puso en marcha y partieron; la vimos alejarse y cerramos el portón. Cada uno volvió a su casa y nosotros a la nuestra, de camino a casa me dijo que había hecho un papelón, “estoy mal vestida”.
- No, al contrario, estás muy bien…
- ¿Por qué me dijeron eso?
- Lo dijo bien, con ese carpintero, todos los días, parecías un hombre más, hoy sos una bella mujer que admiraron todos.
- Y a ti ¿qué te pareció?
- Hermosa, pero ojo, así, pero sin campera, no.
- ¿Por qué, amor?
- Vení al baño. Mírate ¿ves tus pezones? ¿sí? Bueno, la próxima con sostén, así no.
- Tienes razón, eso es culpa tuya.
Me puse la remera y volví a la cocina. Cebó unos mates sentada en mis rodillas, acariciándonos. “¿Hoy no nos bañamos?”. Terminamos el mate y, en diez minutos, nos duchamos. Nos quedamos dormidos en el comedor sobre el sillón, hasta las nueve en que sonó el teléfono. Era Mabel, preguntando a qué hora preparaba el mate, y le dije que en media hora estaría por allá. Mabel había bajado todo de la camioneta, lo había dejado en el suelo. Era mucho; estaba con Susana y Adriana, las dos chicas que trabajan bajo su orden directa. “Llegó justo”, me dijo, controlamos otra vez con el remito y el fax, con Susana fuimos contando todo, “solo falta el tablero ¿qué pasó?”.- Como no entraba en la cabina lo mandarán mañana.
Le pregunté por si había alguna novedad, “nada, por ahora”. Le pedí que me preparara la camioneta para pasado por la mañana. De inmediato llamó a mantenimiento, cortó y dijo “jefe una duda: el acto es el 30 por la mañana ¿y cuándo regresan?”.
- Llamá a Patricia que te diga a qué hora regreso o mejor dame con ella – me pasó con ella.
- Hola Patricia, ¿sabés cuándo regresamos de San Juan a Buenos Aires? ¿lo tenés agendado?, espero, tranquila ¡Hola Victor!, no, todo en orden, si salió anoche. Dale, pará, pará, no te olvides de mí pedido ¿lo agendaste? Chau, abrazo.
- La doc pasó, vuelve en una hora, fue de compras otra vez, no a correr. Ah, ya volvió, parece que sí, ayer se compró un lindo conjunto lo elegí yo ¿lo viste, ¿no? Ahí entra, mira - la vi subir corriendo la escalera - Llámala para que tome unos mates. Estuvo un rato mostrando sus compras del día anterior, y con la remera al revés, para no publicitar “gratis”. Después se fue a duchar, más tarde a seguir de cerca los preparativos.
Encendí un cigarrillo y me quedé conversando con Mabel, por la tarde recorrería el centro, el día era espectacular, “vamos a fumarlo al sol”, le sugerí y bajamos al playón. La camioneta ya estaba lista, completamente revisada. Cuando volvimos a la oficina llegó ella y preguntó en qué podía ayudar. Mabel me miró y me dijo “¿vos no ves los cambios? De carpintero ancho y gastado a calzas re ajustadas, de alpargatas a zapatillas y de amplias y viejas camisas a remeritas ajustadas ¿no te dice nada?”. Y sonreí…
- Le avisé que no puede andar así…
- ¿Por qué? Si esta bárbara, yo estoy parecida.
- Vos tenes corpiño, ella no.
- En eso tenés razón y menos con esas gomas ¡tan paradas!
- Ah, viste ¿te fijaste? Haceme un favor, decile vos, a mí es como que no me cree.
- Ya se lo digo, para qué dejarlo pasar o que pasen un mal momento, yo sé cómo convencerla, salimos así fumamos y yo voy por afuera. Dale, vos quédate acá.
Ya eran las doce el sol pegaba de lleno. Entré y llamé a Madryn a ver si sabían algo de la gente que había ido para el sur: sin novedades, “apenas sepamos algo le avisamos”; me comuniqué con Malargüe, habían pasado sin problemas, “ya deben estar pasando Río Negro - me dijo -, sí sé algo le aviso”.
Entró Mabel, “ya está, mejor imposible, ella sabe que vos tenes razón, le dije que fui por mi cuenta, Fuimos a la casa y se lo puso, por la tarde iremos a comprar, le dije que la acompañaría. Ah, me dijo que te esperaba para el almuerzo”.
A la una estaba en casa. Llegó enseguida, almorzamos y luego tomamos el café en el living, me comentó que desde el laboratorio iría de compras, mientras se sentaba a mi lado y me ayudaba a quitarme la ropa, la llevó al dormitorio, volvió en remera y trajo la mía. Nos abrazamos y dormimos un rato acostados en el sillón, me despertaron sus besos y durante un buen rato nos olvidamos de todo, como siempre, hasta que nos duchamos para volver al trabajo, no sin antes programar algo para la noche.- Pasado mañana viajamos, salgamos a cenar hoy, te invito - acepté, “pero temprano”, le dije.
A las nueve y media estábamos en el centro. Cenamos muy despacio, la conversación fue muy relajada, muy interesante por momentos: hablamos de todo: las culturas, el trabajo, la vida. A las once regresamos a casa, ahí tomaríamos el café de la sobremesa. Nos acomodamos en el living y comenzamos a preguntarnos cosas de uno y de otro: le conté sobre mi movimiento, en detalle, desde mi nacimiento. Me dijo que lo había notado apenas me había visto, aunque jamás le había importado.
- ¿Por qué no preguntaste antes?
- No me importó, solo me intrigaba y suponía que debería ser lo que me comentas, es más, te vengo observando a ratos, te importa más a ti que al resto, mucho más acá…
- ¿Acá? ¿Adónde? – pregunté curioso.
- En tu país, se fijan más en lo exterior que lo interior, ya lo comprobé. Les importa más mis senos, si llevo o no llevo sostén que lo que tengo en la cabeza; se fijan más si el escote de mi espalda llega hasta mi culo que si mis hijos están bien o les pasó algo; tú me jodes con el carpintero y esa era mi forma de rebeldía. Ahora contigo estoy más segura, antes conversaban conmigo mirando mis tetas, nunca entendí por qué no me miran a los ojos y tú lo haces, eso me gusta de ti.
- Hoy compré tres sostenes y este trajecito, ¿te gusta? Esta camisa, pantalón de vestir y chaqueta, esto para San juan, porque si voy como yo quisiera, seguro pensarán que soy una puta. Aunque me digas que no lo diga lo hago, es así. Aquí en la calle, en los comercios, ustedes tienen mierda en la cabeza, yo ya me cansé de gente así; aquí, en España y en cada lugar que he viajado juzgan por el envase, no por el contenido. Por eso amor, gracias una vez más, porque a tu lado, por tu forma de ser he vuelto a vivir, dure lo que dure, esto no lo olvidaré jamás y ¿sabes una cosa? - levantó el tono otra vez -, me enamoré de ti como nunca antes y me hago cargo; es así y viviré contigo lo mejor de mi vida hasta que juntos decidamos lo contrario. ¿Tomamos algo?
Fui y preparé café, encendimos un poco de fuego y corrimos las cortinas. Cuando volví, estaba mirando el cielo con las luces apagadas. En silencio nos fuimos acercando abusándonos del juego de seducción, la conversación duró un largo rato, el entendimiento de los gestos, las palabras, los movimientos eran tal que los dos ya conocíamos hasta el mínimo detalle, pero no terminaría todo ahí, repetimos el café; le consulté, yo sentado en el sillón y ella sobre el piso de madera al lado del fuego, “decime una cosa…”
- Te diré todas las que quieras, anda, dime qué quieres saber.
- Quiero saber de qué son esas cicatrices - le señalé una, ella se paró, corrió las pesadas cortinas, encendió el velador y dijo:
- A los veinte años quedé embarazada producto de una violación de quien luego fue mi esposo, pocos saben esto. Él era veinticinco años mayor, mi padre me obligó a casarme. Durante el embarazo, entre golpes y patadas, me cortó aquí y aquí - me iba mostrando -. Así nació mi primer hijo, que lo parí con un ojo negro de un golpe, el izquierdo, del que tengo disminuída la visión, durante tres años. Lo crié sola, él solo venía a cogerme, drogado y borracho, a los veintiséis volví a quedar embarazada, vivía encerrada en un apartamento en Madrid, durante nueve meses. Me golpeaba, estos son cortes mal curados de navajas y cuchillos, luego del parto (que por suerte vino bien), me escapé a Barcelona; durante muchos años no supieron nada de mí. Viví con unos tíos, que me ayudaron mucho, trabajé y estudié; ellos me ayudaron a criar mis hijos, así terminé mi licenciatura y, gracias a un amigo, entré en el ministerio de allá, luego me doctoré – hablaba, levantaba el tono de voz y, por momentos, lloraba, con una vaso en una mano y un cigarrillo en la otra - Mis hijos crecieron sanos, estudiaron, dediqué mi vida a ellos, ahora son grandes (tengo nietos), pero decidí vivir, y hacer lo que quiero; tengo 50 años y viviré todo lo que no viví y, si tú estás dispuesto, lo haremos juntos. Si debo adoptar formas que no acepto en esta sociedad de mierda, que me juzga por un corpiño, lo haré, pero aquí en casa seré yo, te guste o no. Si te gusta, adelante, seguiremos juntos y sino, todo bien, tú con tu vida y yo con la mía. Acá, en España o donde tenga que ir, pero te juro por mis hijos que nunca fui tan feliz como aquí contigo – se pasó la mano por la cara, tratando de secar sus lágrimas - Dije que no lloraría más, ya lloré muchos años... voy a lavarme la cara, ya vuelvo.
Fui detrás de ella y, en la cocina, la abracé muy fuerte, se escurrió entre mis brazos. Preparé más café, el doble de lo acostumbrado; ella se cambió y volvió con un suave maquillaje y arreglándose el cabello; apago la luz y corrió las cortinas, colocó algunos leños en el hogar que ya se comenzaba a apagar y pronto revivió; encendió un pequeño equipo de audio y puso música. Sonaba “Nuevamente solo”.
Por primera vez escuchábamos música, “bailemos”, me dijo. Lo hicimos un largo rato hasta sentarnos y, ya con música suave de fondo, comenzamos a besarnos, una vez más, sin palabras hasta que me dijo: “¿Sabes? Esto es la felicidad que siempre busqué y nunca encontré hasta llegar aquí. Si mañana muriera, me quedan tres cosas: mis dos hijos, tú y el tiempo vivido contigo como con ellos”.
Nos besamos, le quité la remera después de un rato, nos fundimos uno dentro del otro, sentados hasta que el fuego se fue extinguiendo, pero nosotros no extinguíamos el deseo, éramos fuego sin despegarnos por un largo tiempo, la alcé con mis manos en su nalga y las de ellas en mi cuello fuimos al dormitorio. En el equipo de música John Lennon cantaba “Mujer”
A las nueve me despertó y fui a la oficina. Mabel recién llegaba y estaba ultimando todos los detalles. Decidimos que cargaran la camioneta, el tablero había llegado bien embalado y podía ir en la caja, bien atado. Mandamos a llenar el tanque y todo estaba listo.
En la caja quedó espacio para el equipaje, fui a averiguar un poco sobre el clima. Ahí estuve un rato con la gente de meteorología: mejor imposible hasta esa hora y no había ningún frente raro previsto. En la oficina lindera estaba Cristina con Conchi,llenando papeles para enviar a España, luego pidió comunicación y habló un largo rato, después entró a mi oficina, me dijo:
- Estoy un poco cansada, te espero en casa, descansaré un poco y preparo el almuerzo; a ver si por la tarde puedo correr un rato. Trabajo, en principio, aquí hasta fines de enero, luego vacaciones y regreso a España. Recién en marzo comienzo allá. Hablé con mi hijo, y mis padres. Mabel me miró, yo no dije nada, se emocionó, la abrazó y se fue. Después me dijo “me imagino que no la dejarás ir… “.
- Hoy no lo sé…
- Sos un… mejor me callo, jefe - y me puso una pila de papeles para firmar-. Salgan temprano, por las dudas, ese camino no me gusta nada.
- Nos vamos cuando llegues, pero iré por otro camino, por la cuarenta hasta San Juan, recorremos un poco la ciudad y de ahí al observatorio así conoce un poco más, ¿qué te parece?
- Genial, es buena idea, de la ciudad de San Juan son 240 kilómetros, a la tarde estamos por ahí y por lo menos paseamos un poco. Nos encontramos a las cinco, yo estaré antes, tengo papeles pendientes, liquidaciones que debo terminar, así los firmás.
Cuando salí para casa entraba ella con el auto, tenía una bolsa, llegamos juntos, abrí y la esperé. Había comprado varias cosas en el mercado y me pidió que pusiera la mesa.
- Hombre, todos los días debo decirte lo mismo, cámbiate, ponte cómodo, yo mientras sirvo, hoy lavo los platos, tú prepara el café y vamos al sol, está hermoso.
- ¿Conoces las playas del Atlántico? – pregunté.
- Sí, algunas… Mar del Plata y algunas más ¿Me llevarás a conocer algo por allí?
- Vamos, ¿en el verano te parece?
- Sí, por supuesto -
- Hoy temprano a la cama ¿sí?
- Sí, junto todo, lavo las tazas y traigo un trago y luego a dormir.
Al otro día, la mañana era ideal para el viaje. Nos duchamos y, con las dos valijas, fuimos a la oficina.
- Buen día ¡qué linda doc! - dijo Cristina -. Nunca la vi así.
- Tengo asesora - señalando a Mabel.
- Le queda muy linda - le dijo Mabel - ¿y vos qué opinas?
- Extraño el carpintero, ja,ja,ja - nos reímos todos.
- Esto es mucho más lindo - dije.
- Tomamos algo y nos vamos.
Teníamos ciento setenta kilómetros por delante; almorzaríamos, tranquilos, en San Juan. Hicimos un viaje fenomenal. Cuando le avisé que llegaríamos pronto guardó todo, se colocó el sostén, las zapatillas y la campera larga (que tenía en el asiento trasero); se maquilló suavemente, pintó sus labios y acomodó su cabello. “Comenzó a entender las reglas”, pensé. Cuando llegamos, el portón estaba abierto, nos esperaban. Entré lentamente, previo dos bocinazos, Cristina bajó muy rápido y nos saludó con un cálido abrazo, llegó su esposo y vino la gente de mantenimiento.
- Todo esto es para ustedes - entre lágrimas, revisaron y comenzaron a bajar todo, primero nuestras valijas, luego el resto, enseguida llevaron el equipaje a la casa -. Descansen, vengan tomemos algo – después fuimos a la oficina a firmar y chequear algunas cosas.
- Le dejé cosas sobre la mesada. Si necesita algo, doctora, me lo pide.
- A las ocho voy, seguiremos luego de cenar, si no terminamos.
- Luego les muestro como quedó el telescopio.
- Sí, a las diez nos vemos.
Revisamos la lista de invitados, el protocolo, horario de llegada. Al mediodía quedaría todo listo. No se quedarían a almorzar.
- No, preparamos un lunch y luego se van, no está bien si te dijeron eso. Es más – dijo Cristina - tenemos todo listo: mañana llega el catering que manda la gobernación. Esta noche los muchachos del observatorio, que están de noche, arman todas las mesas. Después nos vemos - fuimos los tres caminando por un sendero.
Mientras, abajo, ya estaban preparando todo: el sonido, las mesas (con sus manteles), un pequeño escenario y micrófono, más cien sillas.
- Bien, perfecto. Ahora subimos por estas escaleritas metálicas – dijo - y llegamos al observatorio, ahí están trabajando.
 
Fue así como nos metimos en el cielo, desde el punto más importante de nuestro territorio, y durante un rato “navegamos” por planetas y constelaciones, guiados por Cristina. Fue un paseo irreal, de una película espacial; como nunca antes habíamos soñado.
Cuando volvimos a la oficina tomamos unos mates, muy tranquilos. Me mostró el último fax (era para mí): reunión con Víctor, tres investigadores (diez minutos cada uno), luego la directora, más tarde la geóloga española. “Cierra con vos y Gustavo”.
- Ah, bien – dije -. Mañana el director hablará a solas con tres investigadores, luego con vos Cristina, luego con vos Conchita y cierra conmigo, unos minutos.
- Bien, no esperaba hablar - dijo Cristina, “yo menos” dijo Conchi.
- Me parece bien - les dije - que escuché los reclamos de todos, o lo que quieran comentarles. Él es así, muy directo. Vayan a descansar, yo me quedo un rato…
A las seis me desperté y fui a la oficina, Cristina ya estaba, muy elegante, se lo dije y ella a mí. “Relajemos, todo está listo”, dijo ella. Hicimos una última recorrida.
- Escuchame, quiero que lo sepas primero: yo, si hablo con el director, le voy a pedir que te quedes acá, por si te consulta algo prefiero que estés advertido, nada más, total la última decisión siempre es tuya. Eso es lo que a nosotros nos gustaría, ustedes son los que, de última, deciden.
- Bueno, gracias - le dije -, pero lo dudo. Creo que mi lugar por ahora es incierto, más adelante veremos, andaré de aquí para allá un tiempo más, no lo manejo yo. Les agradezco el gesto, a mí me enorgullece que lo pidan. Vemos cómo lo manejamos… ¿me comunicás con la casa?
- Sí, por supuesto, de paso la saludo… Hola, doctora, buen día ¿cómo? Sí, sí, esta acá, le paso. Ah, bueno, sí, con gusto.
- ¿Qué pasó? – le pregunto y me comenta que quería consultarla sobre la ropa.
Cuando volvió, después de una hora, vino con Conchita y me mostraron lo que habían comprado. En ese momento llegó el primer auto custodia de la gobernación; se presentaron y montaron con el segundo auto el operativo de seguridad, luego diez autos más, en uno de ellos el gobernador, que nos saludó a los tres muy amablemente.
- ¡Víctor no llega! - le dije en secreto a Conchi. Al instante llegaron dos autos, a cuatro conocía a los otros dos no, también gente de ceremonial y, en cinco minutos, organizaron todo. Mientras saludaba a Víctor y a Gustavo nos ubicaron y, enseguida de acomodarnos, empezó a hablar el gobernador, fue breve (por suerte), creo que ni sabía que había ahí, ni la importancia que tenía; luego habló Cristina que explicó, en síntesis, todo el proyecto y cerró Víctor; creo que debería haber sido al revés. Víctor habló, primero en general y luego en particular, y cerró el acto dándole la palabra de nuevo a Cristina, quien invitó a todos pasar a las mesas para un brindis. En menos de una hora ya estaban todos comiendo algo. Se me acercó Gustavo y me dijo:
- ¿Dónde está la dirección? A las cinco sale el avión y Víctor tiene reuniones previstas.
- Ya sé, Gus, pero que se despegue y despida al gobernador, que se está tomando todo; Víctor toma agua, acercate y llevátelo.
Se negó completamente, me dijo que fuera yo (que también me negué). Se nos ocurrió mandarlo a Roberto. “Decile a él que lo despegue”.
- ¡No, decile vos, asesor!! - Roberto se dio cuenta y vino, nos reprochó que no estábamos en el Comité, cuando le dijimos lo que tenía que hacer, sin problemas dijo: “Déjenme a mí”.
- Doctor, por favor, un minuto. Disculpe gobernador – resultó más fácil de lo que creíamos. Vino Víctor, quería saber dónde estaba la Dirección. Llego Cristina y nos llevó a los tres.
Le dije a Gustavo que, después, me hiciera acordar; me preguntó para qué, le dije “de que te mande a la mierda” …
Conchi había observado todo y se acercó: “Ustedes se conocen muy bien, no sabía que era así…”; Gustavo, por lo bajo me dijo “vamos juntos” y se fue sonriendo.
- Sí, nos conocemos lo suficiente como para joder en medio de una reunión, hacerlo todo bien o proponérselo, también hacerlo muy mal… y que no se note – le dije a Conchi.
- Es lindo verlos así, parecen chicos grandes, pero responsables. Se divierten, está bien. Las cosas las hacen bien. Tus amigos parecen buena gente, como vos.
Fuimos caminando despacio para la parte de enfrente. Aproveché a presentarlos, y justo vino Cristina a buscarlo y se fue corriendo, Víctor lo esperaba.
Llegamos. Nos sentamos en la oficina lindera, adentro Víctor pedía café y conversaba con los becarios y el investigador principal; Cristina iba y venía con cafés; luego Conchi, otro largo rato y, terminando, entré yo. “Dejalo”, me dijo Víctor.
- Pará, ya lo conoces.
- Sí, me debe una.
- Paren che, ya estoy cansado… ¿no hay mate?
Le dije que sí, que había y del mejor: de Misiones. Se lo pedí a Cristina, que enseguida me lo alcanzó. Insistí con lo buena de la yerba de Misiones.
- ¿Me dejan? Tengo que hablar con Víctor…
- No, primero adelante de ellos hablo yo - lo miró a Gustavo y le dijo -, vos te callás. Primero, y ante tus amigos (incluído yo) quiero felicitarte por la tarea aquí, en Mendoza y en Ushuaia; segundo, en los tres lados me pidieron que te dejara, o sea el trabajo que estás haciendo es bueno, pero hoy no te puedo dejar en ningún lado, salvo que opines lo contrario. La doctora española habló con la gente del sur, quiere ir unos días, yo te preciso allá, acá en Madryn y en Mendoza, es más, es bueno que esa doctora vaya a conocer allá, no por ella, sino por lo que dirá en España cuando regrese, así que vos seguís así: aquí, de aquí a Mendoza, de ahí al sur y volvés a Buenos Aires, manejá vos los tiempos con Roberto, y vos Gustavo ponete a disposición cuando llame. Atiéndanlo, – Manejá vos los tiempos con ellos en cada centro, solo mantenenos informados ¿qué más? Si querías pedirme o preguntar algo, nos vamos apenas terminemos aquí.
- Ok, pero es privado - Victor los miró, los sacó a los dos y pidió un café – Bueno, te lo cuento como amigo - le dije -, después vos decidís. Mirá, estoy en pareja con la doctora, ya hace un tiempo, y quiere que me vaya al ministerio de España, me consiguió trabajo allá, pero me quedo acá mientras vos seas el director, entré con vos, me iré con vos. Eso primero – en ese momento entró Gustavo con café, y Víctor le pidió que se quedara -. Segundo, se va en marzo, yo en febrero me voy quince o veinte días de vacaciones y, último, decime si sabias algo o si metí la pata.
- Ok, negociemos - se tocaba los rulos como de costumbre cuando habla en serio – No, de verdad, no sabía nada, me entero por vos, eso habla nuevamente bien de vos. Te felicito, parece re macanuda – le empezó a explicar a Gustavo-. Ella pidió ir a Ushuaia, que vayan juntos, irán juntos, por ultimo le ofrecieron trabajo (el mismo que aquí) en España, él quiere terminar con nosotros. Te doy mi opinión – dijo Víctor -, después que opine Gustavo: eso es muy personal, yo te lo agradezco, pero no puedo manejar tus sentimientos. Pensalo, consúltalo con la almohada, lo que decidas me lo decís y te ayudamos en lo que sea. Vos, Gustavo ¿qué decís?
- Pienso lo mismo, es más, gracias por tu confianza. Víctor no se equivocó al armar este equipo, pero lo personal es tuyo, vamos a respetar tu decisión, igual falta. Sigan. Cuando pasen por Buenos Aires, te espero por casa y lo conversamos, dale.
- Finalizado, seguí así y nuevamente felicitaciones, todos hablaron muy bien de nosotros por vos, es más hasta tengo fax. No te tires para atrás, seguí ¿La doctora? - preguntó Víctor, “está afuera” dijo Gustavo – Díganle que pase…
Cuando entró Conchi, le dijo: “Doctora se va a Ushuaia, él la llevara. Ustedes deciden cómo y cuándo, él ya tiene todas las indicaciones”. Después de algunas palabras formales, agradecimos de nuevo y se fueron, previa guiñada de ojos a escondidas...
Cristina esperaba afuera, subieron a los autos y partieron rumbo al aeropuerto. En la oficina nos abrazamos todos: todo había salido bien. Me senté y le dije “a ustedes dos, muchas gracias”, preguntaron por qué, los miré con complicidad.
Ya eran pasadas las tres de la tarde, “descansamos un rato y nos vamos”, avisé.
- No, se van mañana – dijo Cristina -. Hoy, imposible o, por lo menos, después de las doce. Te saludamos y se van, pero ¿van a viajar de noche? – le dije que sí - ¡Dale, es tu cumple!
- Bueno, está bien. Nos vamos después de las doce. Ahora, por favor, quiero sacarme esta ropa, voy a la casa un rato.
Me fui feliz, muy feliz. Esa ropa incómoda no pegaba con mi alegría. Me cambié y me tiré en el sillón a descansar. Entró Conchi e hizo lo mismo. Dejó todo sobre la mesa del comedor, se sentó a mi lado, y encendió cigarrillos, me pregunto si quería tomar algo. “Duérmete un rato”, me susurró.
- ¿Nos vamos al sur, amor? - preguntó.
- En unos días, todavía no lo estudié. En principio en diez días, no más, una semana, ¿te parece bien? – y me quedé adormecido. Cuando desperté estaba todo preparado. Tomamos un café; teníamos por delante una cena y luego un viaje, con sorpresas; ya cambiados, bajamos las valijas y, pasadas las ocho, nos reunimos con Cristina y el marido. Ella estaba hermosa, ese enterito negro le quedaba pintado al cuerpo, su figura (como le dijo Cristina) estaba perfecta, y esa camisa blanca transparente arriba insinuaba, pero no mostraba nada. Cargamos la camioneta, que estaba lista en mantenimiento, después de cenar esperamos a las doce: comenzaba el día de mi cumple. A manera de sorpresa hubo una torta para festejar. Se acercaron todos, cortamos la torta, hasta hubo regalos: Cristina, en nombre del Centro me regaló tres libros (habíamos hablado algo sobre mi gusto por la lectura y la escritura), y Conchi me regaló tres casettes, de muy buena música. También recibí de la gente del Centro una maravillosa botella de whisky. Repartimos besos, abrazos y agradecimiento. A la una partimos, con la promesa de seguir comunicados a diario.
Era una noche ideal para viajar: no hacía frío, la luna brillaba, no había viento. Felices por todo lo pasado, tomamos la ruta 149, manejando por el desierto y la soledad sanjuanina, conversando sobre el día inolvidable que habíamos vivido. En seguida, Conchi comenzó a cambiarse, era casi lógico, ya había usado trajecito, enterito, he llegado a concluir que le molestaba estar vestida… todas esas semanas vivió desvistiéndose, puedo asegurarlo. Pasó al asiento trasero y volvió. Preparó el mate, mientras escuchábamos música, a bajo volumen, y conversábamos, sacó los toallones y me los mostró.
- ¿Vamos un ratito, hoy? – me preguntó. Me pareció una buena idea y acepté, le dije que eran 170 kilómetros, más o menos, le avisé que nos quedaríamos una hora, no más.
- ¡Ufa, siempre con tiempos! Bueno vamos, pero despacio.
A una velocidad de ochenta, no más, solos en la ruta, a la luz de la luna, comencé un año más con torta, festejo, regalos y una noche jamás imaginada, donde todo lo que pasó en esa cabina se hace imposible de contar. Los recuerdos de aquella noche donde hubo mucho amor, éxtasis… y mucha irresponsabilidad: pensar que fue una gran locura todo lo que sucedió en ese viaje, aquella noche, que fue interminable, recordarlo todavía me provoca temor… y una gran sonrisa.
Y esa gran noche desembocó en un desayuno en la oficina de Mendoza, con Mabel, Conchi y todos los que vinieron a saludarme. Llamó Cristina a ver como habíamos llegado. Toda la mañana pasó volando: llamaron mis padres, hablé con mi hermana, mis abuelas, llamó Victor, Gustavo, Muchos, fue hermoso.
Al mediodía volví a la casa donde ella me esperaba con un almuerzo, suculento almuerzo, pero no comimos mucho: el calor y el cansancio no permitía seguir con comilonas. El calor brotaba de mi cuerpo. A las seis nos esperaba Mabel, en el sillón me quedé dormido, ella se acostó en la cama… hasta que a las siete de la tarde sonó el teléfono.
- ¿Se durmieron? - preguntó Mabel.
- Sí – contesté, todavía dormido - No sé ni qué hora es ¡Uhhh, las siete, me ducho y voy!
Al llegar, sobre el escritorio, había una torta y me hicieron regalos. Llegó Conchi, cortamos la torta comimos y tomamos algo, pasadas las nueve de la noche se fueron todos. Había pasado otro gran momento. Esa noche, fue LA NOCHE, quedará por siempre impregnada en mi memoria, fue la mejor. El amanecer nos encontró en una simbiosis única, esa noche la luna no nos acompañó, pero estábamos iluminados…
Por la mañana, a las once volví a la oficina a conversar un rato con Mabel, mientras ella dormía. Había llegado fax de Víctor, con felicitaciones, autorización del viaje (todavía sin fecha). Había algunos papeles que debíamos resolver. Nos quedaríamos hasta la una, a las cinco la seguiríamos, estábamos con tiempo, no había nada atrasado.
Fui a comprar algo para comer, aun dormía, la llamé: no despertaba, volví a llamarla, no despertaba, la toqué y tampoco; de repente reaccionó, descompuesta con náuseas, estaba muy mareada, no podía hablar. Llamé rápido a vigilancia para que llamaran a una ambulancia urgente. En minutos me golpearon la puerta dos investigadores, la esposa de uno estaba ahí.
- ¿Qué pasó?
- No sé, recién entro, no reaccionó por un largo rato…
- Tranquilo, ella es doctora - enseguida tomó las riendas - Llenen la bañera, rápido.
Debajo la sábana había mucha sangre. “Dígame, ¿menstruaba?, me preguntó la médica.
- Hace poco que ya no, eso me dijo, cuánto es “poco” no sé.
Llegó la ambulancia con una médica y un auxiliar. Empecé a marearme, me senté en la escalera, mi valentía se estaba expresando correctamente… Ya habían llegado Mabel y el marido, que me contuvo para que no me cayera y me sentaron en el sillón.
- Tranquilo, tranquilo - me decía. Mi transpiración era fría pero mucha y me dijeron que estaba blanco como un papel. De lejos escuché a Mabel que buscaba ropa con alguien más, “acá, esto es un pijama”. Se acercó la médica y me dijo que era una hemorragia, lo mío, no, lo de ella; lo mío tenía otra palabra…
Llevarían a Conchi unas horas, para examinarla; había perdido mucha sangre. Fui a verla, le agarré la mano, ella me dijo “todo estará bien, en un rato vuelvo”. Un poco más repuesto, pedí ir con ella, pero no me dejaron, iríamos en el auto. La cama estaba manchada de sangre, sin dudas había perdido mucha. Pregunté qué tenía, “nada, dijo Mabel, suele suceder. Andá, yo arreglo todo acá y voy”, una respuesta muy evasiva que no me conformó, mejor no necesitaba tanto detalle. Salimos detrás de la ambulancia y, en el auto, la doctora Silvia me preguntó si ya no menstruaba, le dije que era lo que me había dicho en su momento; me preguntó por la edad y contesté “cincuenta”.
- Ah, puede ser, se cortó y volvió; perdió mucha sangre, pero pronto estará bien. La mantendremos con un poco de suero y reposo, mucho reposo ¿me entendiste?, por unos días. No sé qué dirán los médicos de allá, esa es mi opinión…
En minutos estuvimos en la clínica y en eternas dos horas nadie dijo nada; la doctora no se movió de su lado; ya estaban Mabel y el marido y, cuando la vi, ella se adelantó: “Tranquilo, ya está todo en orden”, me tranquilizó dentro de lo que podía, no era tarea fácil. A los pocos minutos me dejaron pasar a verla, estaba bien, pero con suero, un poco cableada. “En un rato la controlamos; le sacamos sangre, ya está siendo analizada. Vamos a hacer algunos estudios; hoy se queda acá y después vamos viendo, pero no se asuste, todo va a andar bien”. Lo que se dice siempre ¿cómo aseguran “todo va a andar bien” si ni siquiera saben los resultados?
Volví a verla, me tomó la mano, la besé y la acaricié.
- Ya pasó - me dijo tratando de calmarme, mi cara había retomado algo de su color original, pero me denunciaba de todas maneras, era muy evidente -. Fue solo un susto, estás blanco, la doctora me dijo “mañana vuelve a casa, seguro” y me dijo que hoy descansaría acá.
Al rato llegó Mabel, con ropa mientras yo fui a llenar unos formularios, tan burocráticos para estos casos; ya habían anotado algunos datos y, leyendo, supe que tenía 53 años y no cincuenta, la coquetería, ante todo, pero para mí estaba todo bien, en ese momento la edad era lo de menos. Cuando volví a verla estaba semi dormida, le di un beso y nos fuimos con Mabel. A la mañana volvería… ese era el plan, pero no lo cumplí: esa noche me quedé ahí, en el pasillo, y casi no dormí. A las siete de la mañana entré a verla y, a las ocho, llegó Mabel. Le hicieron más estudios y, si todo resultaba bien, por la tarde le darían de alta, solo para regresar a la casa.
Y así fue, en cuarenta y ocho horas deberíamos volver a un control. Al llegar a casa estaba todo en orden: la cama hecha, colchón nuevo, sabanas nuevas y todo prolijamente acomodado, hasta había perfume en el ambiente Mabel como de
costumbre, se había encargado de todo, una grande. Estábamos muy cansados, nos acostamos y dormimos plácidamente hasta el otro día, como dos hermanitos...
Al otro día la mañana era espectacular, desde la habitación podía ver un esplendoroso sol. Me levanté y preparé el desayuno: café con leche y tostadas, mermelada y dulce de leche; Mabel (de nuevo Mabel) había hecho las compras, compró todo lo anotado (que había en un papel en la mesada). El inconfundible aroma a café la despertó, según me dijo. Se levantó y vino a la cocina. Le pedí que volviera a la cama, pero no quiso, se negó. Desayunamos y hablamos de lo sucedido, me contó que suele suceder, que después de un tiempo algunas mujeres vuelven a menstruar, sin embargo, había pasado un largo año y no lo había pensado nunca, menos de esa manera. Se sentía avergonzada por todas las molestias ocasionadas, “es una cuestión de pudor”, decía.
Aun cuando la entendía, la reté un poco, hacía mucho tiempo que no hacía una consulta médica y reconoció su error. “Tu cara me asustó a mí”, me dijo.
- Debo agradecerles a todos los que se preocuparon, lo haré uno por uno; el médico me dijo “hoy, reposo”, y lo voy a hacer, pero tú ve a trabajar, solo quiero ducharme, me dijo que podía.
- No, me quedo acá un rato, después me voy – no tenía la cabeza tan liberada para concentrarme en el trabajo. Después se fue a bañar y se volvió a acostar. “¿Te espero para almorzar?
- No, vuelvo a media mañana y vemos; cualquier cosa me llamás.
En la oficina estuve mirando papeles hasta que llegó “Santa Mabel”, me dijo que no me preocupara, que eso le había pasado a la madre, sabía cómo era. Todo se arreglaría. Me dio las boletas de los gastos: había comprado sábanas y otras cosas, todo había quedado muy mal, era lo mejor.
Llegué a casa y estaba en la mesa del comedor trabajando, como me había dicho Mabel.
- Amor te dije “cama” – le reproché.
- No, me dijeron reposo. Estoy aquí sentada, ni me moví, quietita.
Dos días después le dieron de alta, todo estaba bien. Por la tarde ella quedó reposando; me llamó la doctora y avisó que pasaría por casa. Después de revisarla, fuimos a la sala a conversar.
La charla fue directa, todo alrededor de nuestras relaciones: en el cómo y cuánto. No era muy simpático dar tantos detalles, pero la doctora también era sexóloga, dudaba si no nos complementábamos con juguetes eróticos y, hasta insinuó, si usábamos alguna otra cosa, como el uso de alguna fruta. Las cosas, a veces, no son tan simples, como lo son a simple vista… y menos detallarlas. Esa noche salimos a caminar, muy lentamente, conversamos otro rato, un café en casa y dormimos enseguida.
Al otro día, temprano fui para la oficina y, por supuesto, Mabel ya estaba preparando el religioso amargo.
- Buen día, puse agua, ya va a estar el mate. La vi pasar al trote, la envidio a tu doctora ¿no es muy pronto? Bueno, si puede que lo haga. Se los ve muy bien, a los dos.
- Sí, la médica le dijo que hiciera vida normal, suavecito, pero normal. Por ahora tema terminado – le dije y me acomodé como para pasar a otra cosa -. Anotando: viajamos el viernes por la mañana o tarde, Mendoza-Buenos Aires; lunes por la mañana (o tarde) Buenos Aires-Ushuaia, confirmá y avisá allá. Cuando puedas llamá a Rodolfo que venga y decile a las dos chicas que pasen, o llamalas – Mabel me miró como pensando porqué las llamaba – Nada, quiero que colaboren más con vos, es todo.
Al mediodía nos fuimos al centro de la ciudad para hacer trámites y, sobre todo, compras, muchas compras: para ella, para los nietos, algo para mí, de todo. Se la veía muy recuperada, por suerte. Solo quedaba hacer la encomienda para mandar a España con el regalo a sus nietos. “Está todo”, dijo al llegar a casa.
A las cuatro, me cambié y fui a la oficina. Revisé y firmé unas cuantas cosas atrasadas y, cerca de las siete, se acercó a conversar con Mabel y a compartir unos mates. La miraba y pensaba “¡Cómo cambió esta mujer!”, verla en minifalda, tacos aguja, una llamativa remera, la panza al aire y un poco maquillada era maravilloso. Después de tanto tiempo con el “carpintero” verla así era una novedad para todos; era una chica más, un cambio en toda ella. Cerramos la oficina. Mientras se iba con Mabel, me quedé en vigilancia. Conversamos un buen rato con los muchachos, hacía mucho tiempo que no me tomaba unos mates con ellos.
Fuimos a cenar; los días más largos y el clima más amigable, ayudaban mucho para alguna caminata, muchas charlas. El fin de semana comenzaba… veríamos qué hacer.
Amanecimos temprano, no dormimos mucho y desayunamos en el living. La lluvia pegaba en los vidrios y la oscuridad del día copaba el cielo; el frío había vuelto de golpe. La lluvia no paraba, cada vez era más fuerte, después del almuerzo nos quedamos leyendo en el living y la modorra me llevo a la cama y dormimos abrazados una linda y prologada siesta.
Cuando me desperté eran las nueve de la noche, la luna iluminaba el living y las estrellas eran el mejor cuadro, le propuse ir a pasear. Caminamos unas pocas cuadras, no muchas, por la peatonal. “Caminar con estos tacos, hoy me molesta. Son los nuevos, me están lastimando”, con ellos era casi más alta que yo, retrocedimos una cuadra y cenamos. A su paso las miradas fueron penetrantes hacia ella, “te dije, no podés salir así”, ella sonrió y dijo: “Como dices tú: me chupa un huevo”. Cenamos en un buen lugar, el café lo tomamos en un pub, con muy buena música cerca de las dos de la madrugada lo mejor que podíamos hacer era volver, la noche había sido hermosa y todo culmino cuando nos acostamos, abrazados debajo del acolchado.
Cerca de las seis de la mañana me desperté, no estaba a mi lado. Me puse la remera y fui a living, tampoco estaba, pero escuché ruidos en la cocina. Me llamó llorando, estaba sentada en la cocina; se sostenía la cabeza con sus brazos apoyados en la mesa y lloraba. Me acerqué preguntando qué pasaba. Se apoyó en mi pecho y lloraba mucho, la abracé y le pregunté de nuevo porqué lloraba. Cuando me acerqué me senté a su lado, me tomó la mano y dijo: “Despacio, ven toca”, me puso dos dedos de mi mano sobre su seno izquierdo y sentí algo raro. “¿Ves?, esto es un bulto, esto es grave”, pretendí tranquilizarla y me negaba con la cabeza, “mi hermana murió así, no hace mucho…”. La abracé y terminé calmándola, “me cambio y voy a ver si está la doctora, vemos qué hacemos, aquí o en la clínica”. Llamé a la doctora, no estaba, nadie contestó en la casa. Fuimos hasta la oficina para ver si la veíamos llegar. En el viaje hablamos mucho de su hermana, me contó todos los detalles; le avisé al de vigilancia que me llamara si llegaba la doctora. “Se fueron, no hace mucho, los dos. Yo les aviso”. Al rato la escuché entrar, desde el pasillo, y nos saludó, pero Conchi se echó a llorar.
- ¡Epa! ¿qué pasó? A ver cuénteme ¿sangre otra vez?
- No, tengo un gran bulto, lo descubrí hace unas horas.
- Mejor vamos a tu casa - me dijo, apagamos todo y salimos.
La revisó en el living, le preguntó cuánto tiempo hacía de la última mamografía, si tenía siliconas y otras preguntas más. El último estudio había sido hacía más de cinco años… le dijo que la fuera a ver al otro día, tranquila. Conchi se puso a llorar y le dijo “mi hermana murió igual”, la doctora muy firme le dijo, tomándole la cara con las dos manos: “Ni se te ocurra pensarlo y, disculpá que te tutee, aquí nadie se muere de estoy hoy en día, así que te cambias y se van de paseo, de velorio no. Mañana, más tranquilas, vemos. Ahora se van a caminar, a cenar, a dar una vuelta y mañana te espero. Ah, esperá unos minutitos, por favor pedile a mi marido que te dé el maletín, mientras hablo con ella”. Cuando volví estaban en el dormitorio, revisándola, se puso los guantes, saco la linterna. “Bien, no quedaron secuelas, solo irritación. Hoy alguien anduvo por aquí, pero ya está todo bien y a vos, otra vez, despacio - me dijo, y Conchi le dijo que era suave - Sí, me di cuenta por eso le digo despacio, ya se irá amoldando, con el tiempo, despacio, nada más. Bueno, los espero mañana; hoy paseo, cena y, por la noche, a dormir bien. Mañana nos vemos”. Cuando la acompañé a la calle me insistió, por lo bajo, “despacio, por favor”. Un poco insistente la doctora…
Cuando volví, Conchi había cambiado el semblante y, cuando se vistió, su actitud también había mejorado. Yo seguía muy preocupado, pero no lo quise demostrar, salir nos hizo bien. Vestida de una manera muy llamativa, como siempre, le pedí que, por favor, se cerrara la camisa un poco más; las miradas eran muchas y no me gustaban nada, pero preferí no comentarlo. Cuando llegamos a la casa nos acostamos, rendidos por un domingo totalmente olvidable, pero sin llantos. Por la mañana sería otro día.
Sin embargo, el descanso ni la tranquilidad no duraron mucho. Me despertó un susurro y un ahogado sollozo; miré el despertador, eran las cinco y diez. Ella no estaba a mi lado y de un salto salí del dormitorio, estaba sentada en la cocina, a oscuras, la abracé un buen rato. Estaba fresco, fui a buscar una camisa para ella, otra para mí y le ayudé a ponérsela.
- ¿Qué pasa amor? - puse la pava sobre el fuego, para preparar café.
- En pocas horas vamos al doctor, me duele, me molesta. Está duro - quise abrazarla, pero no quiso - No me toques – hizo un silencio - ¿puedo pedirte algo? Recuérdame siempre, me iré lo antes posible… - la abracé y nos sentamos en el sillón.
Por la mañana el sol comenzó a iluminar el living, a las siete me fui a bañar y ella quiso hacerlo conmigo. Bajo la ducha nos besamos, nos abrazamos y volvió a llorar. A las ocho le dije de ir a la oficina, me dijo que se quedaría, iría en media hora.
Cuando llegué, Mabel no estaba, llegó en minutos, mientras le conté lo de la noche se le llenaron los ojos de lágrimas.
- No viajen, esperen a que esté mejor ella.
- Durante la madrugada pensé algo - le dije - . Vos sos muy amiga de Pato, decíselo como para que le cuente a Víctor y después me contás, como cosa tuya.
- Vos sos el que tiene que hablar con el dire.
- Lo voy a hacer, pero para que vaya sabiendo – le pareció una buena idea.
Cuando llegó Conchi, saludó y nos fuimos al consultorio, sin hablar nada más. Llegamos enseguida, era muy cerca. En minutos llegó la doctora, Silvia se llamaba.
- Vengan por acá, vos vení por aquí - le dijo a Conchi -, vení conmigo.
Silvia entró y salió varias veces. “Vení, pasá”, me dijo y me presentó al director de la clínica. Me senté y me ofreció un café, se lo agradecí, pero no quería en ese momento, solo quería saber cómo estaban las cosas. El médico entendió mi ansiedad, por lo tanto, no perdió tiempo.
- Estamos haciendo una ecografía, veremos. En principio punzaremos, luego veremos, pero pronto sabremos, es más, hoy analizaremos la punción; ya están todos avisados, el equipo está trabajando, pero deberá volver hoy. Quizás quede internada, todavía no lo sabemos, pero tranquilo todo saldrá bien, estamos a tiempo. Ahora está sedada, dormida, estaba muy nerviosa. Cuando despierte ya tendremos la muestra, después esperar, pero haremos todo hoy; estamos haciendo análisis y se verá. Vaya y descanse un poco.
Entró Silvia y me dijo que afuera estaba Mabel, “andá un rato con ella, yo los llamo; ella está durmiendo. Vayan al Centro, o al bar. Preferiría que estuvieran en el Centro, así los llamo”.
Cuando me encontré con Mabel le dije que ahí no podíamos hacer nada, nos fuimos. Cuando saqué las llaves del auto me dijo que no, que ya venía Hugo, que dejara el auto ahí.
- Comé algo, tenemos para unas horas; ya hablé con Pato, me llamará pero, comé por favor. No va a pasar nada, cambiá esa cara; hoy me hacés caso a mí. Estas cagado, ok, es comprensible, pero estamos todos a tu lado y todo saldrá bien. Si querés llorar o gritar, hacé lo que quieras, pero cambiá esa cara - en ese momento sonó el teléfono.
- Hola, no, todavía sin novedades; está dormida y sedada. Hay que esperar; sí, está acá, le paso.
Era Víctor, que quería hablar conmigo: “Qué hacés, escuchame bien, tranqui, soluciona eso, del resto olvidate; cuando ella esté bien lo conversamos, ya hablé al sur, olvidate; si no viajás el lunes viajás en otro momento, primero ocupate de eso y si es necesario traerla acá, la traemos acá. Consultalo y vemos dónde la hacemos ver. Te llamo o me llamás a casa. Abrazo”.
Como siempre Víctor, simple y concreto, un amigo.
Esa tarde di muchas vueltas, hasta que llamó Silvia y le pedía cosas a Mabel que anotaba.
- Ok, nos vemos allá, en un rato – le había pedido ropa interior y algunas otras cosas para llevar al sanatorio. Hugo nos llevó y compramos todo rápido. Llegamos enseguida.
Me dejaron pasar a verla, estaba sentada en la cama, acostada pero bien incorporada; nos abrazamos, comenzó a llorar, pero se recompuso enseguida. Mientras fui a ver a la doctora, Mabel se quedó con ella y la ayudó a cambiarse. “Bueno, por suerte, todo salió bien. Ahora el doctor te va a contar”. Cuando vino le comentó que habían limpiado la zona y analizado; quedaban dudas, pero resolvieron dejar que se fuera a la casa, para volver en dos días. Debía hacer vida normal, pero sin exigencias, después seguirían controlándola. Mucho descanso y vida normal, de a poco.
Una vez acomodados en la casa quiso cambiarse, mientras yo preparaba algo para comer. Nos sentamos en el living dijo “me voy a quedar acá, ya estuve mucho en la cama”; se cambió la camisa y quedó como de costumbre: descalza, con su tanga de hilos, la camisa anudada y el corpiño que no le gustaba, “era de vieja”, según ella, pero no podía sacárselo. “Ya pasó”, le dije. Pidió que la abrazara y nos quedamos ahí cenando. Conversamos mucho y nos fuimos a dormir.
Me despertó con mate, pasadas las seis. Estaba mejor de ánimo, más repuesta, no le molestaba; le pedí que se abrigara. Fui un rato a la oficina para volver pronto.
A partir de ese día volvimos, todos los días, a la clínica por un rato, quince minutos, y la vida de a poco empezó a retomar su ritmo normal; la herida casi había desaparecido, pero los rayos molestaban, con cremas y paños durante todas las aplicaciones fueron aliviando el calor y la picazón; cambió el color de la piel y de a poco fue volviendo a la normalidad, hasta el día del alta total, con los controles de rutina. Una vida normal que costó, pero llegó más rápido de lo previsto. Durante noviembre retomamos el trabajo, de a poco y con normalidad. Víctor me llamaba constantemente.
Viajé a Buenos Aires por unos días, se lo debía a Víctor. Tuve tiempo de contarle todo a mis padres, que se quedaron con la idea de un posible viaje mío a España y con ganas de conocerla, con algunos “peros” en el medio, pero acertados; todas las noches hablábamos por teléfono por un largo rato, nos extrañábamos. De Buenos Aires viajé a Ushuaia por una semana, a pedido de Víctor; al regresar les comenté a mis padres que volvería después de las fiestas, ya entrado el año y lo aceptaron bien. El diez de diciembre volé a Mendoza, ella me iría a buscar y llegué ansioso.
Ese viernes por la mañana a las ocho aterrizaba. Estaba expectante por bajar y encontrarla, la busqué un rato, después, el abrazo fue interminable. Abrazados y con la valija en la mano fuimos hacia el auto, de allí al Centro, pasamos a saludar a Mabel y le avisé:” Hoy no estoy, cualquier cosa me llamas, solo por urgencias, sino nos vemos el lunes; vamos a pasear.
Salimos a caminar un rato por la peatonal, los viernes siempre había mucha gente, pero ya era la hora de la siesta y la ciudad, por unas horas, era fantasmagórica. Fuimos a comer al parque un choripán, con su inventor que, aunque al principio no le creí, era cierto. Después fuimos a casa, preparé el infaltable café de siempre y, con las dos compoteras con helado, se sentó a mi lado y dijo “luego hacemos café y dormimos como todos, un rato de siesta”. Teníamos un fin de semana sin obligaciones, solo para disfrutar. Al anochecer volvimos a salir: fuimos al cine, juntos por primera vez, a los dos nos gustaba mucho el cine y hacía mucho que no íbamos, vimos “Esperando la carroza”. Luego de cenar a caminar otro rato y a casa, caminar juntos por la avenida con ella era hermoso.
Volvimos a casa, helado y café… entre sensuales caricias nos encontró el amanecer; la claridad comenzaba antes de las cinco de la mañana. Pateando zapatos, ropa y esquivando compoteras, nos acostamos con el último suspiro de la noche o el primero de la mañana del domingo, del que no salimos de casa en todo el día. Todo fue pasión en cada rincón, donde fluían los proyectos y descansaban los besos, a cada instante, en todo momento, hasta quedarnos dormidos, esperando comenzar la semana laboral. La primera de las tres últimas de un año inolvidable para ambos.
A las siete, ruido en la cocina, estaba preparando el desayuno, hacía tiempo que desayunaba café con leche con tostadas, me fui acostumbrando. La encontré en la cocina y la saludé. Así lo habíamos pactado: el que se levantaba primero lo preparaba, el pan, la manteca y el dulce de leche; luego ella salía a correr o trotar un poco, volvía, se duchaba e iba al laboratorio. Eran días de mucho trabajo, debíamos terminar todo antes del 24 de diciembre, martes para ser más exacto. Ese “todo” era: el cierre de muchos proyectos, el cierre contable y los pagos. Poco a poco, día a día lo fuimos consiguiendo; muchos pidieron esos dos días (jueves y viernes) de vacaciones y acomodamos la agenda con Mabel para terminar bien el año.
Conchi se repuso muy bien y asistió a todos los controles; le consulté en privado a la doctora y me dijo “todo en orden, aquí está controlada y en marzo quizás la veamos, no antes, si se va le daré un informe, o si se van, me comento que quizás te vas…”, Le dije que no creía. Víctor llamaba seguido o lo llamaba yo, con la Central estaba a diario comunicado, pero recibí télex de personal, “acá estamos complicados” dijo Mabel.
“¿Qué pasó? se enciman muchos pedidos de vacaciones o gente que se toma el día, en San Juan no va a quedar ni el loro y me piden ayuda. “¿Te piden ayuda?, llamá a Cristina, vemos cómo lo solucionamos”. Cristina quería pasar una de las fiestas con toda la familia y si se iba no quedaría nadie, literalmente. “Sí, sí, dos familias, estoy organizando la vigilancia, decile que una voy y me quedo yo, que elija cual y te diga”. - Te iba a decir que vengas a casa.
- No, Mabel, queremos estar solos, ya lo conversamos.
- Bueno, pero avísame lo antes posible.
- Es la semana que viene
- Ya me comunico
Llegó la doctora “¿tomamos unos mates?” dijo. Mientras lo preparaba atendí la comunicación y hablé con Cristina. Cuando colgué le dije:
- Todo solucionado, amor, pasamos la Nochebuena y Navidad en San Juan y el fin de año acá. El lunes nos vamos, cuando regrese Cristina nos volvemos. Estaremos solos, no queda nadie, por eso vamos.
- Ok, sigo trabajando, almorzamos a la una, nos vemos.
Sonó el teléfono y atendí, pedían hablar con la doctora, le dije que llamaran al conmutador y atendieron; me consultaron y les dije que pasaran a la casa la comunicación, en una corrida fui hasta allá; llegué y seguía conversando, confirmaría fecha lo antes posible. Colgó.
- Hola, amor, tendré que ir, o tendremos que ir, urgente a Villavicencio, llamaron de ahí.
- Bueno, vamos - le dije -, es tu agua favorita.
- No - me dijo -. No es de las mejores, estos paquetes me los dieron cuando los visité, hay poco. Nos vendrá bien visitarlos, el informe lo tengo terminado, me faltan algunos detalles, pero debo ir a la brevedad al correo de la línea aérea, a despachar estas hojas primero y, por una librería, a empaquetarlas y lacrarlas.
- Pero ¿qué es eso? – pregunté
- Vamos ahora, amor, y te cuento, de paso almorzamos algo por ahí, si no te molesta. Descansa unos minutos, tengo el mate listo - me contó que era su tesis final y que debía llegar antes de fin de año, se le había atrasado con su tema de salud -. Pensé en que nunca lo terminaría, pero lo terminé. Con esto termino la carrera. Hice otra, Antropología, aquí está mi tesis final. Con Villavicencio estoy trabajando con el agua mineral, soy como una catadora de vinos, algunos como yo somos catadores o sommelier de aguas minerales.
Cuando estábamos yendo, me fue explicando las diferencias de cada agua, a la temperatura que debemos tomarla y porqué pone la botella en ese estante de la heladera. Fuimos al centro e hicimos todo. Mientras almorzábamos me contó que solo quedaban pendientes unas compras de navidad y las cosas para el viaje.
- Ah, una pregunta - le dije mientras descansábamos -, debo pasar por la cabaña de Uspallata ¿te parece bien? Nos vamos el sábado y el lunes seguimos viaje.
- Genial, sí, vamos, pero por la noche porque en la mañana me acompañas a ver el tema agua… - No, no, pará. Hacemos todo, pegando la vuelta por detrás es un hermoso camino.
Estábamos funcionando como pareja, y muy bien, como un buen equipo y todo parecía salir, día a día, cada vez mejor. Nos estábamos conociendo cada vez más. “Escucha ¿puedo ir con Mabel de compras?”
- Sí, claro, si ella puede vayan.
Pasadas las nueve llegó, bajamos varias bolsas de regalos, muchas, la pusimos sobre la mesa del comedor. Me dijo que comiéramos primero y que, después, me mostraría las compras. “No mires, será sorpresa”, me previno. Después de la ducha fresca me senté en el comedor y esperé. Abrí bien el ventanal y corría una pequeña brisa. Escuché los tacos, y me di vuelta, el rojo le quedaba hermoso.
- Genial – le dije -. Para ir al mar.
- Iremos, amor, aquí o en España, pero iremos.
- Sos toda una modelo… espectacular.
- No, señor, yo fui mannequin, hace muchos años, pero ya no lo soy. Me cambio, me lo quito y te cuento - le dije que se quedara así, me encantaba, lo hizo y le pedí que me contara – Bueno, yo desfilaba con trajes de baño y ropa de alta costura hasta que quedé embarazada, como ganaba muy bien con eso me pagaba los estudios, que algunos terminé y otros quedaron truncos. Él era muy celoso y ahí comenzaron los golpes y lo que ya te conté, pero fue algo que siempre me ha gustado, pero he abandonado, como muchas otras cosas. Te diré algo: desde aquel momento nunca más me he puesto una malla, no he ido a la playa ni he tomado sol; hoy contigo todo cambió, comprar esto es muy importante para mí, pero todavía no me he visto, me da miedo verme; bueno lo haremos juntos en el dormitorio, ven.
- He visto varios, pero este me encantó, quizás compre otro. Son los modelos nuevos, dijo la vendedora. Mabel compró una enteriza, tal vez me compre una así, pero debo volver a la depiladora, mira de dónde vienen estos trajes - mostró un sobre con otro de color negro, muy bien presentado -, son tres triángulos nada más y el resto tiras, espero te guste y no te moleste.
- Me gusta, pero es muy llamativo, allá se usa mucho solo la parte de abajo, aquí no amor – le comenté -. Te queda hermoso.
Por la mañana nos esperaban aún cosas pendientes, y debíamos aprovechar el día para dejar todo listo. El veinte de diciembre se terminaba el año y el balance era positivo, tanto en lo laboral como en lo personal.
Esa mañana llamó Víctor, para consultar cómo andaba todo y me dijo que en marzo seguro tendríamos una reunión, pero que fuera pensando en radicarme definitivamente allí y viajar una vez por mes, unos días a cada uno, así iríamos terminando la estructura; lo conversaríamos en los próximos días. Le comenté que pasaría la navidad en San Juan y el fin de año ahí.
Ella pasó a saludar y a buscar a Mabel, por la tarde comeríamos algo todos juntos; Mabel ya había hecho el pedido, las invitaciones ya estaban: nos encontraríamos en el pequeño salón de reuniones. Por la tarde preparamos la mesa, con un pequeño lunch; algunos volverían el lunes, pero nosotros no estaríamos. Les hablé y saludé a todos en general y luego cada uno dijo lo suyo, también habló Conchi que, por todo lo sucedido, agradeció con una emoción que nos envolvió a todos. Volvimos a brindar y nos fuimos despidiendo. Nos retiramos a casa.
A las siete de la mañana me desperté y no estaba a mi lado, pero escuché ruidos en el living, ya había acomodado todo. Después de desayunar fui hasta la oficina, me adelanté llevando mi equipaje.
Cuando llegaba a la oficina, metros atrás venía Silvia, después de saludarnos me preguntó si tenía unos minutos. “Por supuesto”, le dije. Fuimos a la oficina para estar más cómodos.
- Perfecta – dijo, apenas nos sentamos, mate de por medio - Está perfecta y vos le hacés muy bien, se los nota bien.
Le agradecí los consejos y su calidez, le deseé felices fiestas y, después de un abrazo, se fue.
Llamé a casa, saludé a mi madre y luego a mi padre, les comenté qué haría y, en lo posible, los volvería a llamar. Cuando cerraba todo la escuché llegar, se había puesto un trajecito muy lindo y muy entallado que remarcaba perfecta su figura. Cargamos la valija, el bolso y partimos, llegaríamos a horario. A las diez exactas entrábamos en la planta, después de revisar la camioneta nos indicaron el camino, pero Conchi ya lo conocía. Hermoso lugar, moderna planta, que tuve la suerte de recorrer; entretanto ella quedó reunida en el laboratorio; al regresar estaba catando agua, anotando cosas, analizando otras, aconsejando algunas, conversamos un rato con los gerentes que se encontraban ahí que nos invitaron a almorzar, pero seguimos viaje. Nos fuimos, con la caja llena de packs de agua, muchos de ellos en vidrio, que ya no eran tan habituales. Apenas salí, le pregunté sobre un sobre que le habían entregado, lo abrió y me dijo “este cheque”.
- Eso está mal - le dije.
- No, no está mal, ellos me contrataron a mí, no al Centro.
- Ellos deberían contratar en la oficina de transferencia de tecnología y yo debería mandarte aquí, luego lo facturamos nosotros, vos ya tenés tu sueldo.
- Lo que dices es lo correcto, pero ellos hace años que lo piden. Nadie se acercó, yo sí, lo consulté y nadie me dio respuesta. Recién me entero de cómo debe ser. Este cheque quédatelo, ponlo en la cuenta, tú tienes razón, pero aquí nadie sabe cómo hacerlo.
- No, no, eso es tuyo. El próximo lo manejamos de otra manera, pero eso es tuyo como un trabajo tuyo, pero comprendes lo que digo ¿no?
- Perfectamente, tienes razón y yo no te lo comenté, solo giré todo a Central y nunca recibí respuesta.
- Estamos elevando el tono y no discutiremos por esto, al regreso me encargo. Tomá el cheque y depositalo.
- No, lo debo cobrar por ventanilla, en un Banco Nación.
- El lunes lo cobramos juntos, entonces. Todo bien amor - le dije.
Todavía no habíamos arrancado, seguíamos parados, a metros de la entrada; se acercó un auto, era un gerente “¿algún problema?”. Ahí me saltó el “indio”, le mostré el sobre y le dije:
- ¡Esto así no es!
Se bajó y me dijo: “¿Y cómo debe ser?”
- Usted no se lo puede dar a la doctora, esto debe ser por transferencia de tecnología
- Me dijeron que arreglara con ella…
- Ok, ok, el año que viene lo hacemos de otra manera.
- Disculpen, ni usted ni la doctora tienen la culpa ¿para dónde van?
- A Uspallata y luego a trabajar, a San Juan.
- Vuelva a la planta, no hay bancos hasta el año que viene. Deme el cheque, yo recibí efectivo de los camineros hoy por la mañana, llevé efectivo por las dudas. Deme, regreso en seguida, no tardo más de diez minutos.
Conchi no dijo una palabra, solo preparó mate, se acercó el hombre nuevamente y me dio un sobre de papel madera muy grande, “cuéntelo” me dijo, le dije que confiaba en él. Nos saludamos.
- Nos vemos el año que viene – dijo - Me gusta su actitud, es la primera vez que no vienen a sobornarme - se subió al auto y se fue; nosotros comenzamos el camino a Uspallata.
- Estás enojado - me dijo.
- No, sigo descubriendo, como de costumbre, métodos que se hicieron durante años que no son correctos, no es culpa del señor ni tuya, es culpa de un sistema que debemos cambiar y costará mucho.
- Yo no sabía…
- Tranquila, no es con vos, es un sistema corrupto, esto en España no pasa... – me quedé en silencio, tratando de calmarme - Pensemos en el almuerzo, ya tengo hambre - ella sonrió y dijo “me asusté”. Me dio un beso y seguimos viaje. “Sí, pero más cómoda”, dijo y se quitó el top, los zapatos y se abrió el saquito. “Tranquilo, luego lo cierro, son cien kilómetros. Llegaremos en una hora y media, más o menos. No hay nadie en la ruta”. Comencé a pasar por lugares ya urbanos, vi una parrilla con autos. Estacioné ahí y almorzamos, cerca de la camioneta, afuera. Comimos asado, lechón y cordero (un pedazo de cada corte), y sobró bastante, nos llevamos el doggy bag. En un rato, estaríamos en la cabaña.
Al llegar nos dividimos las tareas: abrí el gas, controlé la luz, puse el bombeador y nos comimos una buena porción de helado mientras, ella, acomodaba todo el equipaje. Me ofreció café, con el cansancio del viaje nos venía muy bien. En un momento se puso de frente a mí y me dijo:
- Admiro tu forma de ser y lo que hiciste hoy, ahora comprendo más tu actitud y la de tus amigos, pero se están peleando contra los molinos como quijotes solos – le dije que no estábamos solos -. Tienen un débil respaldo, no se engañen y ustedes lo saben. Los entiendo, pero tienen un camino difícil, por eso te repito, ven conmigo, no lo pienses más – le dije que después lo hablaríamos más tranquilos.
Nos sentados en el living y tomamos algo fresco, después ella se cambió, “quiero disfrutar contigo este traje”, y se puso el traje de baño. Trajo el sobre y dijo “contemos el dinero, quiero que sepas cuánto es y que lo gastemos juntos”. Era demasiado, muchísimo, me contó que era producto del trabajo que había realizado, pero que no estaba terminado, me pidió que decidiera cómo continuarlo.
- Me debes algo - dijo ella -, nosotros el primer día íbamos a ir a las Cuevas ¿recuerdas?
- Vamos, y luego cenamos en los Penitentes.
- Me vestiré para una linda cena – le dije que yo haría lo mismo - Ahí hay mucho turismo, toma el dinero de ahí, lo gastaremos juntos. A las veintiuna salimos ahora tomemos un rato de sol afuera.
Partimos, a ochenta kilómetros estaban Las Cuevas, pasamos por el viejo hotel, pero seguimos viaje y, al llegar al puesto fronterizo, retomamos la ruta. Lentamente, las manos fueron empezando a hurgar el sexo, de nuevo. Esa mujer era imparable, o insaciable. La médica me había aconsejado “despacio” pero con esa mujer en celo no era una tarea fácil, sabía cómo hacer levantar a un moribundo y yo no era un moribundo…
Estacionamos en Los Penitentes. Caminamos un rato y decidimos un buen restaurante, de esos con velas, media luz y música romántica de fondo. Estuvimos ahí un largo rato todo, el servicio internacional era de primera; faltaba el café, pero no lo tomaríamos ahí. Cuando Conchi fue al baño, sinceramente, estaba para comerla: esos dos escotes profundos solo ella los podía lucir, caminando sobre esos tacos con tanta elegancia. Hermosa. Nos detuvimos en un pub café musical, pedimos café y ella me insistió en que pidiera también whisky. Un cuarteto de jazz tocaba de maravillas, ella sabía de mi pasión por esa música.
Cuando llegamos a la casa, nos pusimos cómodos, en algunas ocasiones estar cómodo significa no tener nada puesto. Estábamos con la temperatura justa para hacer de esa noche, otra noche inolvidable, una más....
A las diez, más o menos, me desperté. El silencio era absoluto y el sol acariciaba la habitación. La busqué, pero no estaba, tampoco la camioneta; sobre la mesa una hoja de su agenda que decía “ya regreso”. Mientras me duchaba escuché entrar la camioneta, era ella con algunos paquetes, abrió la puerta y nos abrazamos. Había traído churros, que sabía que me encantaban, para el desayuno. Después me mostró otras compras que había hecho, para ella y para mí. Cuando estábamos listos, ordenamos la casa y salimos de caminata. El sol del mediodía nos encontró en la zona más comercial de Uspallata, muy pequeña pero agradable.
- Tengo calor - le dije -, tomemos algo fresco.
Nos sentamos al sol, un hermoso sol mañanero. Y nos fuimos contando todo, una charla abierta y sincera. Era así, si bien la química erótica entre nosotros era enorme, las conversaciones formaban parte de esa relación y sacábamos provecho de eso también. En un momento me dijo:
- Ves, hoy estás un poco nervioso. Hace rato que estás así, lo noto en tu cabeza y en tu mano - me sonreí y le dije que era “normal”- No, yo vivo contigo ¿qué sucede o sucedió?
- Es verdad – le dije - Me incomodé por cómo te miraban, pero ya pasó.
- Bueno, deberás acostumbrarte a ir conmigo y si me miran sonríe, quiere decir que esta viejita todavía da que hablar.
- No digas viejita.
- Bueeeno, esta mujer madura - y nos reímos - Voy al baño y nos vamos… - al salir le dijeron algo, paró y les dijo a dos hombres “¿algún problema con mi culo señores”. Lo dijo muy fuerte, la chica de la caja salió dijo que no les diera importancia, ella también tenía un short, “son dos viejos babosos, que todos los días vienen, no les haga caso”. Nos fuimos, despacio.
Por lo que quedaba, fue un lindo domingo de descanso, lectura y música, pero por sobre todo mucha conversación. Pusimos las reposeras al sol al levantarnos de la siesta, leí bastante y ella escribió mucho, el mate nos acompañó y la soledad del domingo, con el ruido lejano de algún que otro camión (o auto) que pasaba por la ruta, se fue diluyendo la tarde, de a poco. Pero el calor seguía.
Nuestros cuerpos comenzaron a tomar un leve color y entre los mimos y el sol, la temperatura del verano y la de nuestros cuerpos anunciaban el verano. Por la mañana saldríamos a San Juan, pero, esa noche invitaba a estar afuera y lo hicimos: comimos en el parque casi a media luz, con una hermosa luna y luego a caminar, conocer un poco de Uspallata de noche.
Paramos en el mismo lugar que a la mañana y, para mi sorpresa, todavía estaba allí Mónica, la chica que nos había atendido por la mañana. “No vino mi remplazo, no puedo dejar solo el local”, nos dijo.
Nos pusimos en la mesa más cercana y comenzamos a conversar con ella, al lado de la puerta de entrada, por si alguien venía ella lo atendía, pero comentó que a esa hora pasaba muy poco.
- ¿Ustedes que hacen por aquí?
- Estamos trabajando, a la mañana seguimos viaje a San Juan, al Centro astronómico.
- ¡Qué hermoso! Escuché hablar de ese lugar espectacular, se pueden ver en detalle las estrellas.
- Así es, es maravilloso, ves el pasado en el presente, estrellas que han desaparecido hace millones de años y las ves refulgentes, brillantes, como antes de morir; pero ese es un tema muy largo. La cuestión es que aprovecho para darte las gracias por lo de hoy - le dijo Conchi.
- Por lo que veo usted es de España, allá las cosas son diferentes, muy diferentes. Aquí estamos enfrascados en un submundo; si quisiera vestirme como usted me resultaría imposible, miren - y mostró el mismo short que tenía Conchi - . Tengo que taparlo con esta camisa, aquí no me lo permitirían.
- ¿Quién? ¿El dueño de la estación? - pregunté.
- Noooo, los hombres que vienen. Por ejemplo, usted no tiene sostén y eso es genial, ojalá yo pudiera hacer lo mismo. Lo hice una sola vez y casi me violan, pasé un momento de terror
- ¿Ese short lo compraste aquí al lado?
- Sí, y también quiero juntar unos pesos y compro otro para cambiarme y, cuando pueda, un vestidito como ese, para el verano es hermoso y fresco, aunque no voy a lucirlo como usted, señora… aquí es imposible.
Mientras la chica nos comentaba todo eso, Conchi levantaba temperatura, la incomodaba la forma en que se coartaba la libertad de vestirse de una chica, o de las mujeres en general, hasta que cortó el relato, no aguantó más y dijo:
- ¡Ustedes realmente tienen la cabeza llena de boñigas! ¡Mierda, caca! No sé si me entienden… es inconcebible – en ese momento Mónica sonrió, muy tímidamente.
- Es probable - le dije -, pero ese cambio cultural que vos planteás, no lo vamos a hacer de un día para el otro.
- Bueno ok dijo, entonces dime ¿por qué venden una ropa que no se puede usar?
- No es así - le dije - , sí puede, ella lo tiene, lo tiene pero no se ve… - bueno, cuando dije esto se parecía al cuento del huevo o la gallina, ni yo me entendía. Mónica me dio la razón a mí, pero… también a ella.
- A ver, Mónica, dime algo: si yo vengo aquí con el short y esta camisa, así como estoy, sola y compro cigarrillos ¿qué pasaría?
- Le preguntarían cuánto cobra, la van a tratar mal…será tratada mal, seguro.
- O sea, me verán como una puta – dijo Conchi – Dime entonces ¿tú no puedes andar sin sostén?
- Bueno, solo en mi habitación y a veces, porque vivo con tres hermanos y dos hermanas…
- Vale, suficiente con eso, está todo dicho; te entiendo y te compadezco, no quiero seguir con este rollo, no vale una mísera pena… mejor hablemos de tus estudios – dijo, cambiando olímpicamente la conversación- ¿cuando terminas?
- En uno o dos años más, antes no puedo, tengo que trabajar.
- Mira niña, hagamos una cosa sencilla. Tráeme una hoja, te anotaré algo y me llamas o me escribes, yo te ayudaré, pero recíbete lo antes posible - Conchi anotó los datos de ella, más los míos y le dijimos que nos llame. A Mónica la cara se le iluminó, resplandecía de alegría; se guardó el papel rápido, temblando de emoción, y agradecía la oportunidad que le dábamos, la aprovecharía.
Le pedimos unos refrescos, conversamos unos minutos más y nos volvimos caminando lentamente, casi en silencio.
- Me quedé pensando en esa niña, ¿tú puedes hacer algo?, sino hablaré yo.
- ¿Qué queres que haga?
- Que ingrese como algo en el centro: secretaria, ayudante de investigadores, algo. Piensa si puedes, yo creo que se puede.
- Bueno, déjame ver, no es fácil. El lunes voy a verlo…
- No me puedes fallar, jefecito - y me dio un beso.
Lunes 23 de diciembre, ocho de la mañana desperté y no escuché nada, Conchi estaba tomando sol. Me levanté y, después de verla por la ventana, preparé el mate y fui al jardín. Me senté sobre el pasto y así mateamos un largo rato, después repartimos tareas: yo acomodaría la cabaña y ella haría compras para el mediodía.
- La niña no estaba en la estación, pero conseguí sus horarios, pasaremos cuando regresemos. Le he comprado algo de ropa y espero que puedas conseguir algo para llevarla allá. Debemos ayudarla, es imprescindible – me dijo Conchi.
El calor era apretaba cada minuto un poco más, minutos antes de las cinco nos fuimos. El día era espectacular. Partimos bajo el sol, si todo iba bien, a las siete estaríamos en el Centro.
Nos recibió Cristina con algo fresco, Conchi entregó los regalos, su esposo llevó las valijas a la casa, los chicos y ella jugaban.
- Te pusimos la pileta, no es muy grande, pero hace mucho calor; aprovechen el agua, si la cambias, déjala correr, va a la montaña. Les dejé cosas en la heladera, nosotros nos vamos en media hora, queremos llegar rápido, quizás el Zonda sople luego, no salgan.
Cuando se fueron a su casa, cerré el portón, por la mañana conversaríamos. Después que Conchi terminó de ordenar todo, decidimos ir un rato a la pileta: el calor era realmente sofocante. Ya estábamos solos en medio de la nada, o “de la vida” como le gusta decir a ella. Nos sacamos la ropa y adentro el agua estaba realmente genial, entramos y salimos varias veces, tomamos unos cuantos mates. Los mimos y caricias, como corresponde, no faltaron. Antes de la cena nos habíamos duchado con agua muy tibia y estábamos sentados ya en el deck de la terraza, mirando el cielo inmaculado, de un azul oscuro admirable. Ese lugar era increíblemente único.
Cerca de la medianoche, sonó el teléfono, era Cristina, que me comentaba que, en una o dos horas, el Zonda pasaría por ahí, que luego volvería a llamar, que protejamos todo y que, a la pileta la llenáramos de agua porque si no el viento se la llevaría.
Lo hicimos, al cerrar todo el calor condensado era insoportable, pero no había alternativa. Me acerqué hasta el Centro, por las dudas, y estaba todo en orden. Al volver ella estaba en la pileta, con un hermoso body. Me dijo que entrara, la luna brillaba en el cielo estrellado y, aun no corría ni una brisa.
Hasta que, de la nada, en un segundo, comenzó una brisa leve, esa brisa se transformó paulatinamente en viento, un poco más violento. Me levanté y abrí la canilla para llenar la pileta a tope, mientras ella estaba adentro. El viento era cada vez más fuerte; el sonido, transformado en zumbido, molestaba.
Cuando le pedí que entráramos, ella quiso salir, pero el viento la tiró sobre el piso de madera y comenzó a arrastrarla, la llevaba como un papel, casi no la veía. El polvo que sobrevolaba era denso y compacto, se pegaba en mi cuerpo mojado; ella quedó enganchada, agarrada con las manos en el caño donde estaba la sombrilla hasta hace minutos, antes de entrarla, el viento me volteaba, no podía llegar hasta ella, entonces me metí en la pileta y pude llegar por el agua. Le tomé una muñeca y luego la otra, con gran esfuerzo la metí en la pileta, casi no nos veíamos; nos acercamos al otro lado de la pileta cercano a la puerta y salí, casi gateando; entré en la casa, me limpié los ojos, tomé lo primero que encontré y, despacio, le acerqué una punta del trapo que había retorcido, en forma de soga, para que resistiera. Se agarró con las dos manos y, de un tirón, la traje para adentro. Al caer en el piso se golpeó, pero, mientras, cerré el postigo, lo aseguré y cerré la puerta. Ella quedó tendida en el piso de comedor.
La cargué y llevé a la bañera, abrí el agua. Los dos estábamos embarrados; me metí con ella mientras el barro corría y nos limpiaba, pero no reaccionaba. Comencé a llamarla y nada, le grité; le sacudí la cara y nada, estaba blanca, me empecé a desesperar; intenté abrir su boca y hacerle respiración, lo hice dos veces y reaccionó, vomitando; abrió los ojos y luego se levantó. Me abrazó y empezó a llorar, desconsoladamente, asustada. La limpié lo más que pude y la saqué; la dejé sobre la cama; limpié todo el baño y dejé llenando la bañera, cuando la fui a buscar ya estaba incorporada, como levantándose. Me abrazó, tenía frío y la senté en la bañera, ahí nos quedamos un largo rato. Le fui pasando la esponja y luego el cabello (que aun tenia restos de tierra). Ella me volvió a abrazar y se quedó quieta. “¿Sabes?, me dijo, pensé que moría, que me iba volando derechito a estrellarme en la montaña”.
- Ya pasó, ya pasó – traté de tranquilizarla. Yo también, en un momento, pensé lo mismo, aunque no se lo dije. Después la llevé hasta la cama y durmió profundamente.
A las ocho de la mañana el calor sofocante nuevamente nos despertó, el zonda había pasado durante la noche. Me abrazó muy fuerte y me agradeció, “esto no lo olvidaré nunca”, me dijo.
- Yo tampoco – respondí, con una ironía que, afortunadamente, no entendió.
Abrí las ventanas, el sol brillaba de nuevo, espléndido. El deck era una pista de barro, con la manguera limpié todo; vacié la pileta, la limpié y la dejé llenando; barrí el comedor y ella pasó un trapo varias veces; las marcas de nuestras pisadas estaban por todos lados, pero dejó todo impecable como si no pasara nada. Aquella noche, que empezó pasional, terminó siendo terrorífica. Ya estaba en el pasado, por suerte. Cuando ya estaba todo en condiciones, preparamos el mate, y nos sentamos al sol. Recién ahí pudimos hablar sobre lo sucedido. Ella se reconoció muy imprudente, debería haberse puesto a resguardo, pero se equivocó. Traté de dejar atrás el episodio, que había terminado bien, y le propuse que se cambiara; había que festejar que todo había quedado atrás. - Aquí sí que estamos solos, solos de verdad. No sé qué hago así – dijo ella y, rápidamente, se quitó la malla y se metió en la pileta; de un tirón me quitó el bóxer y comenzamos un juego que duraría hasta el mediodía. Después de almorzar decidimos dormir un poco.
A las ocho decidimos preparar la cena, el lechón que dejo Cristina lo calentaríamos un poco y con unas papas al horno cenaríamos, luego helado y, a las doce, brindaríamos en soledad. Luego de finalizar ese encuentro que veníamos postergando y en nuestros cuerpos se notaba a simple vista, nos duchamos siguiendo la rutina y me cambié como para una gran fiesta (que lo era). Mientras ella quedó cambiándose bajé a buscar el regalo que traía debajo del asiento de la camioneta, subí y lo puse al lado del árbol de Navidad; ya estaba el mío ahí. La llamé y pregunté; dijo “te fuiste y pasó Papá Noel”, yo le dije lo mismo. Encendimos velas y cenamos, en paz. Luego llamé a casa, mi viejo me comentó que ya empezarían a cenar y más tarde hablaríamos; después llamé a Mabel, deseándole felicidades y que, luego, hablaríamos. Estaba sola con su esposo, aproveché para comentarle qué la parecía tener una nueva integrante en el Centro, como para ir preparándola de a poco, se estaría por recibir en un año y necesitaba ayuda. Le pareció genial, que sería bueno dejarla en un dormitorio, estaría muy bien que hubiera alguien ahí por si viajaba, que controlara algo; en fin, ayudar en lo que se pudiera. 
Cuando corté le comenté a Conchi, pero ella había escuchado la conversación. Me besó y abrazó. “¡Gracias, muchas gracias! Sos un Papá Noel…”. Habiendo hecho la buena acción del día, fuimos abrazados hasta la terraza, a mirar la noche y así nos quedamos un rato. Después se cambió, se puso la malla; yo también abandoné mi ropa y nos metimos en la pileta.
El agua estaba bien y el termómetro no bajaba de los treinta y cuatro; corría una pequeña y ardiente brisa. Así nos quedamos: mucho whisky, con mucho hielo, en la mesa dos copas para el champan preparadas para las doce. Como jugando a una carrera de regularidad, empezamos media hora antes el juego sexual; el reloj se aceleraba, lo teníamos a la vista; acercamos las copas, la botella la dejamos dentro de la pileta y, con una puntualidad británica, minutos antes los dos estábamos unidos en un excitante y febril galope, sentados en el medio de la pileta. Entre besos y caricias comenzamos a apurar el trámite y, cuando el reloj marcó las doce, vimos a lo lejos una bengala que surcaba, muy lejos, el cielo. Entre suspiros y jadeos gritamos juntos, así celebramos la Nochebuena. Nos quedamos el uno dentro del otro y, sin separarnos ni despegarnos, abrí la botella y brindamos por la primera Nochebuena juntos. Lentamente salimos del agua, ella quiso esperar para cambiarse y así lo hicimos; bajó, yo me había cambiado un poco, le di su regalo y ella me dio el suyo, abrió y me besó, con la alegría de una adolescente. Era el conjunto de cuero color marrón suave que ella buscaba: la camperita con cierre, la pollera y body en compossé; yo rompí el papel y encontré la cámara de fotos y el flash que tenía pensado comprar en Penitentes, con cinco rollos de fotos. La abracé fuerte y agradecí ese gran regalo. Era una sensación de placidez y tranquilidad celebrar los dos solos, en el silencio que se rompía, cada tanto, con algún sonido lejano de festejo sublime.
Le avisé que llamaría a mis viejos mientras ella me avisó que se cambiaría. Cuando colgué ella tenía puesto el regalo y le quedaba maravilloso, se había puesto zapatos al tono. Usé mi regalo y comencé a sacarle la primera foto; se quitó la campera, luego la pollera y el body. Era realmente muy sensual: su escote trasero, llegaba justo al límite con la cola al igual que el de adelante, con cuello y sin mangas. Esplendorosa. Ya lo dije antes: esa mujer me podía, todo el tiempo me excitaba. Su andar, su sonrisa, su sensualidad, su perfume… y todo lo que había aprendido en ese tiempo, en cuanto a sexualidad se refería...
Más de una vez pensé en cuando era chico: si sabíamos de una mujer que actuaba como ella decíamos que tenía “fiebre uterina”, un calificativo atroz y que definía un todo, sin saber nada; más adelante alguien las definió como “ninfómana” y después, con el avance de la sexualidad abierta, era solo una mujer que disfrutaba de su sexualidad a pleno y en todo momento. Los primeros calificativos quedaron en el pasado y parecían burdos y patéticos. Esa mujer disfrutaba todo el tiempo de su sexualidad y teníamos una química que hacía que jamás se apagara. Tal vez, como me dijo la doctora una vez, “con el tiempo se irá calmando”. En ese momento, tal como nos encontraba, ese horizonte lo veía muy lejos… Llamaron Mabel y Cristina, los deseos de “felicidades” fueron recíprocos; después hubo muchos más llamados, hasta que se hicieron casi las dos. El calor seguía siendo insoportable, ya la brisa no existía, todo era quietud. Nos fuimos acercando a la pileta y ahí, con hielo, whisky, helado y, más tarde, mate hicimos lo que más nos gustaba.
A las tres de la tarde de la Navidad de mil novecientos ochenta y cinco, nos despertó el teléfono; bajé rápido, era Cristina que preguntaba cómo andaba todo, que llegaría cerca de medianoche. Detrás de mí enseguida bajó ella, acalorada y transpirada por el sofocante calor que hacía. Había sido una noche muy sofocante. Fui a buscar gaseosas con hielo, nos quedamos al lado de la pileta, eso nos calmó un poco. Conversando de todo, disfrutando de las ocurrencias de cada uno y alguna risa que hacía eco, comenzó a oscurecer y decidimos ordenar todo: dejar la casa en condiciones, armar la mochila, juntar la ropa. Cenamos algo, bajamos todo y nos quedamos afuera, ya habíamos guardado todo en la camioneta. A las diez de la noche estaba todo listo, aprovechamos para caminar un poco bajo esas increíbles estrellas que se dibujaban el cielo; de frente, sobre la cordillera, y a los lejos, otros dibujos iluminaban el cielo: eran relámpagos, increíbles y fulgurantes relámpagos, que dibujaban como nunca antes había visto, la silueta de las altas montañas. Era una visión espectral y, a la vez, maravillosa. La brisa empezó a tomar fuerza, comenzó a refrescar y, en menos de una hora, el cielo se encapotó, se pintó de rojizo amarronado; la lluvia estaba cerca. Nosotros de la mano caminábamos recorriendo por las veredas del Centro, revisándolo todo. Comenzaron a caer unas grandes gotas y nos fuimos a la oficina, desde ahí veíamos todo. Bajé a cerrar el portón, la lluvia ya era intensa y aún faltaba una hora, preparé mate. Media hora después paró de llover, encendí las luces y bajé a abrir el portón, mientras tanto seguimos tomando mate. Pasadas las doce, a lo lejos, dos focos se acercaban; bajamos había refrescado mucho y el cielo volvía a estrellarse. Llegaron, besos, abrazos y felicidades; los chicos dormían, les ayudé a llevarlos a la casa donde conversamos un rato.
Doce y media pasadas, una ruta impecable de estrellas, ya sin tanto calor; pudimos llegar a Uspallata para descansar, por la mañana seguiríamos. Antes de parar en la cabaña pasamos por la YPF: Conchi no se olvidaba de Mónica, pero no estaba, entraba a las seis. Nos fuimos a dormir. A la mañana quiso ir a buscar a Mónica. Volvió a la hora, con algunas bolsas.
- Ya está – dijo satisfecha -. Tú no sabes la emoción de esa chica y su familia; conocí su casa. El dueño de la estación se puso muy contento por ella, muy agradable, viven en una casa muy pequeña pero linda, hablé con los padres, le dije que cuando estemos la pasamos a buscar por la YPF viene con nosotros y volverá a pasar la última fiesta del año con su familia y regresa al centro.
- Bueno, arreglamos - le dije -. Ya tenemos todo…
- Nos cambiamos y nos vamos.
Nos duchamos rápidamente, ella tenía un toallón que compartimos para nos secarnos. Se puso el vestido y esperó a que yo me vistiera. Cerramos todo y nos fuimos, paramos en la YPF para esperar a Mónica, que llegó con una mochila en su espalda. Nos saludó y Conchi me dijo que esperara, se metieron en el local de al lado. En un rato Mónica salió cambiada y con dos bolsas.
- Listo, nos vamos cuando quieras – me dijeron.
Partimos por la ruta hacia el Centro. Al rato le dije a Conchi “¿y el mate?”. “Sí, ya va…”. Mónica se ofreció a cebarlo, le pasamos todo para atrás y, entre mates y charla llegamos enseguida, justo antes de que se fueran todos. Busqué a Mabel y fui directamente a hablar con ella, después le presenté a la nueva empleada, ella la acompañó con Conchi a la habitación. “Mañana a las ocho nos encontramos acá”, le dije. La ayudaron con la ropa, le faltaban algunas cosas y Conchi se las facilitó, Mónica dijo que se arreglaría, conocía bien la zona; saldría a caminar un rato y comer algo, estaba nerviosa y emocionada. “Tranquila, vas a estar bien”, le dijo Conchi. En unos minutos, junto a Mabel le contamos, por encima, cuáles eran las reglas del lugar, por dónde debía salir y por dónde entrar, el horario. Al otro día hablaríamos sobre el resto.
Viernes veintisiete, a las siete, Conchi preparó el desayuno y me llamó. Le comenté de sorpresa que, si le parecía bien, nos iríamos a Buenos Aires. Saltó de alegría, le encantó la idea. – ¡Sí, arregla todo y vamos!
- Sí, total acá se van todos. Le aviso a Mabel que me cubra el lunes – se colgó de mi cuello y me dijo: “Hoy es el comienzo”, y me dio un fuerte y profundo beso.
Nos separamos a hacer cada uno lo suyo: yo a la oficina, ella a correr un rato. Cuando llegué Mabel ya estaba, revisamos unos papeles y le comenté que me iba; le pareció perfecto: “Haces bien, el 30 no pasa nada y menos el 31”.
- Te comento, ayer hablé con el doc , la chica nueva va a trabajar a tus órdenes de ocho a doce, y de quince a diecinueve con él, ¿te parece bien? Si algún día la necesitás por más tiempo, le avisás. – a Mabel le pareció perfecto – Llamala y se lo decimos - salió y entró enseguida con ella, le comentamos lo conversado, y Mónica solo atinaba a decir “gracias”, temblorosa y agradecida.
En ese momento justo entró Conchi, de su caminata.
- ¡Hola, saludos a las chicas! ¡Hola, Moni! ¿cómo te sentís? – le dijo que estaba muy bien - ¡Qué bien te quedó esa ropa, perfecta! Después pasa por casa, que tengo algo más que te va andar muy bien, te espero – saludó y se fue a duchar a la casa. Llegué al mediodía para almorzar y arreglamos el viaje. Saldríamos en la mañana, lo más temprano posible. Ella quería comprar regalos, ya tenía casi todo listo. Otra de sus obsesiones: comprar, comprar y comprar, lo bueno que eso no me dejaba exhausto…
Hablé con Mabel sobre la actividad de cada uno y quedó todo establecido, eran solo unos pocos días, el tres o cuatro estaría de vuelta. Por la noche, mientras yo dormía, Conchi quedó preparando todo. Pasadas las tres me desperté, escuché ruidos en la cocina y me levanté para ver qué pasaba. Era Conchi que estaba tan ansiosa que no podía dormir. Preparamos todo para emprender el viaje. Nos cambiamos, bajamos todo y nos fuimos, desayunaríamos en San Luis, por la siete, eran 270 kilómetros, en tres horas llegaríamos. Salimos sin apuro, la noche estaba hermosa y no había nadie en la ruta. Apenas tomamos la ruta se quitó los zapatos, luego la calza y el corpiño y, enseguida, comenzó la mateada. La luna era tan brillante que iluminaba el interior del auto; vimos el amanecer llegando a tierra puntana. Paramos, a las siete, en la plaza a desayunar en un lindo bar de una esquina. La observé bien: bajó “en condiciones”, controlaba eso porque no quería problemas en el camino, pero cuando subimos al coche de nuevo, enseguida se quitó el sostén. Cargamos nafta y seguimos.
Se puso cómoda, descansó un buen rato recostada en la butaca, con las piernas al sol y la camisa casi abierta; cuando despertó dijo: “Perdón, me dormí”, se incorporó y preparó el mate. Decidimos parar debajo de unos árboles, al costado de la ruta. Aprovechamos que había unos bancos de cemento y armamos una “posta” para descansar.
Después de un rato juntamos todo, limpiamos el mate y seguimos viaje. Y… la carne es débil, más la mía, cuando cerca de ella; mientras manejaba empecé a acariciarle las piernas en silencio y ella, por supuesto que no hizo ningún amagué de resistencia, al contrario, dejó que mis manos empezaran a hurgarla, profundamente. Como pudimos retomamos el viaje, seguimos devorando kilómetros y ya al mediodía estábamos en Rufino. Paramos otro rato, en la estación de servicio; caminamos un poco y cargamos combustible, para volver a emprender viaje.
Seguimos viaje un poco más despacio, ya habíamos recorrido más de seiscientos kilómetros, el sol pegaba fuerte, ella se acostó nuevamente, reclinando la butaca y durmió profundamente.
Ya en Capital fuimos a un hotel cercano a casa, a una cuadra de la avenida Cabildo, en Belgrano. Nos duchamos y descansamos un rato, luego cenaríamos. Por la mañana iríamos a casa. Llegando la noche salimos, elegimos cenar sobre la Avenida Cabildo y, después, caminamos varias cuadras por una vereda y luego por la otra; ella estaba eufórica de conocer anécdotas de cosas que yo había hecho por esos lugares. Me insistía con conocer la calle Corrientes (que es avenida hace muchas décadas, pero nosotros la seguimos llamando así), entonces fuimos a buscar el auto y la llevé para allá. Volvimos a caminar entre Callao y el Obelisco, zona de culto para cualquier porteño, cuadras en las que yo supe parar seguido: tomamos un café en La Paz, lugar del que le había contado varias historias. Volvimos por el Bajo y llegamos hasta la Costanera Sur. Después de pequeño tour volvimos y fuimos a dormir, muy cansados, agotados y un tanto emocionados. Nos tendimos abrazados a dormir, profundamente.
A las nueve me llamó, después de ducharnos iríamos a casa a dar “la” sorpresa; compramos lo que compra cualquier visitante honorable que se precie: facturas, muchas facturas, en una panadería sobre Del Tejar, de esas que se llevan en una mano. Estacioné en la puerta, bajé y toqué timbre. Salió mi padre y me dio un gran abrazo, un alegrón incalculable, detrás, llegó mi madre y, desde el fondo venían mi abuela y mi tía. A los gritos nos dimos besos, abrazos, risas; mientras Conchi miraba, la emotiva escena, a distancia y con respeto. En un momento, inevitable, la miraron con alguna curiosidad, grata curiosidad. Con la mirada me pidieron que la presentara y la situación exigía esa presentación. Para ellos no fue “Conchi”, no todavía; para ellos, en ese momento, fue la doctora Martínez Fernández. Nos ametrallaron a preguntas de cuándo habíamos llegado, cómo y de dónde. Les dijimos que habíamos llegado la noche anterior y que, apenas nos levantamos, fuimos rápido para verlos.
En seguida apareció el mate, ese ritual tan querendón que nos une a todos… y nos enganchamos a conversar de todo y, por supuesto, abrimos el paquete de facturas, prontas a ser devoradas.
Conchi me dijo, por lo bajo, que quería ir a buscar cosas al auto; la acompañó mi viejo y volvieron con las manos llenas para todos: regalos para mi vieja, para mi abuela y tía, un vino para mi viejo. “¿Cuánto tiempo se quedan, ¿dónde van?”, nos preguntaban. Les dije que el primero nos iríamos, que estábamos en un hotel sobre Cabildo.
Mi vieja llamó a mi otra abuela y, con ella, vinieron también mis tíos y mi abuela. Más saludos, besos, presentaciones, chistes.
- ¿Esa máquina? – preguntó mi viejo, mientras yo sacaba fotos. Se la di.
- ¿Esta es la que tanto te gustaba? Toma, regalo de papá Noel - y la señalé a ella. Agradeció muy contento, era lo que esperaba, por suerte.
En pocos minutos, mi viejo, rápido, programó un asado y se fue con mi tío de compras. En una hora el fuego estaba prendido, listo. Conchi conversaba con mi vieja y mi abuela; al rato llegaron mi hermana y mi cuñado. Fue un hermoso almuerzo familiar de domingo, en la terraza. Todos la pasamos muy bien, a Conchi la divertía nuestra forma de hablar y había palabras que no llegaba a entender.
En la sobremesa, mientras ella estaba en la cocina hablando con las mujeres, como en todas las familias, mi viejo me preguntó sobre Conchi. Tenía razón, llego con una mujer desconocida para ellos, no digo quién es, come un asado con la familia, lo lógico era contarles quién era ella para mí.
- Se los ve muy bien, en especial a vos también – me dijo, después de darle unos pocos detalles de nuestra relación.
- Quiere que me vaya con ella a España, me consiguió trabajo allá – ante la pregunta de qué haría, contesté – Hmmm, la verdad, todavía no sé qué voy a hacer.
- Lo que decidas va a estar bien. Si vas vos, después vamos nosotros ¿Tiene hijos? - preguntó.
- Sí, papá, tiene hijos y nietos ¿cuántos años le das? - mi tío dijo “es un poco más grande que vos, debe tener treinta y cinco”.
- No, no, tiene veintitrés años más que yo.
- ¿¡Cómo!?
- Sí, cincuenta y tres. Dos hijos, dos nietos, pero bueno… anda sola por el mundo - pusieron cara de asombro, los dejé helados con mi respuesta. Sin esperar comentarios les dije que iba a hacer una llamada, a Víctor…
Cuando me crucé con mi vieja me agarró al vuelo y me preguntó: “¿Cómo que te vas a España?”.
- No, todavía no lo sé.
- Ella me lo dijo.
- ¡Bueeeeno!, vos déjala. Yo todavía no lo decidí – dejé picando el tema y fui hasta el teléfono a hacer la llamada.
- ¡Hola! ¿cómo andás? ¿estás en Capital? – me saludó Victor .
- Sí, vinimos ayer. Estoy en casa, si estás paso.
- Dale, venite y tomamos algo.
- Escuchame, estoy con ella ¿la llevo?
- Por supuesto, vengan, no hay problema. Está Mary.
- Bueno, vamos para allá - le avisé a mi viejo que iba a conversar con Víctor, cualquier cosa que me llamaran. Avisé que nos íbamos un ratito, le dije a Conchi que iríamos a ver a Víctor. Llevamos el vino que habíamos traído para él y partimos para la casa. Era cerca, seguía siendo a cinco cuadras de la mía. Nos recibieron en la puerta. Abrazos y besos, alegría. Nos llevaron al jardín del fondo y hablamos un buen rato de todo el Centro, de San Juan y todo lo que se venía haciendo, también de España y ella agradeció todo. En un momento dejamos a las dos mujeres conversando sobre flores y otras cosas de ellas mientras nosotros fuimos al escritorio de él.
- Vamos, vení a ver esos papeles… - me dijo, confidente - ¿Qué vas a hacer al final? Hablé a España, lo que te ofrecen allá yo, acá, no te lo puedo dar ni dibujado. ¿Qué pensás hacer?
- Todavía no lo sé, estoy dudando mucho ¿vos qué me aconsejás?
- Ya te dije: acá eso es imposible. Si querés andá y probá. Sabés bien que acá la cosa no está nada fácil, pero abandonás el proyecto que venimos trabajando hace años, hoy somos gobierno, mañana no y nos pegan una patada en el culo a vos y a mí. Yo iría, si no va me vuelvo, así de simple.
- Vos siempre tan “comité” ¡Si ustedes me dan tantas vueltas! Entre vos y Gustavo me vuelven loco…
- Haceme caso y ahora voy a hablar con ella, decile que venga.
- Llamala vos por la ventana, yo bajo - abrió la ventana y la llamó.
Me quedé con Mary conversando sobre la familia, el barrio y otras cosas. Pasados quince minutos bajaron. Me levanté para avisar que nos íbamos porque nos esperaban para almorzar. Le avisé, cuando nos despedíamos, que volveríamos para allá el primero, arrancando el año.
En la casa de los viejos, almorzamos como reyes y nos quedamos hasta cerca de las siete. Después fuimos a pasear por Olivos y Tigre, para que conociera. Caminamos por la costa mucho tiempo, era de noche y había mucha gente, el calor apretaba, pero no como en Mendoza.
El lunes siguiente fuimos, al mediodía, con mis padres a almorzar a la Costanera. Hicimos una muy linda sobremesa, hablando de todo: del país, de la gente, hablamos hasta de Platense…
El martes de Fin de Año, por la tardecita, nos vestimos de “gala” y ella lució todo: enterito blanco con escotes muy pronunciados y camisa azul transparente arriba (que solo insinuaba) y tacos azules (estaba más alta que yo, era monumental). La pasamos re bien, hasta muy tarde, nos fuimos cerca de las cinco y, el primero, volvimos por la noche, ya vestidos de entrecasa y, también, nos quedamos hasta muy tarde. Los dos días restantes paseamos mucho, pero la tarde, se la dedicábamos a los viejos, estaba todo claro. Estoy seguro que, para los dos, fue uno de los “fin de año” más extraordinario de nuestras vidas.
Con algo de nostalgia, nos despedimos de la familia, de todos y salimos cerca de las doce de la noche, bien descansados y a las doce del mediodía del otro día ya estábamos entrando a la casa en Mendoza. Conchi estaba muy feliz por el viaje, por conocer a mi familia y parte de mi historia. De mi lado, la felicidad era haber visto a todos. Inolvidable.
Domingo cuatro de enero, a las ocho me desperté. Fui a la cocina a tomar mate, ella dormía; creo que me escuchó y enseguida vino, desperezándose y se sentó sobre mis piernas. Empezamos a matear y me preguntó cómo estaba, le dije que muy bien, contento por el viaje. Teníamos el día libre y me propuso quedarnos en la casa, me pareció muy buena idea.
- ¿Qué te dijo Víctor?
- Me pidió que te cuide ¿y a vos?
- Que haga lo que yo decida
- ¿Y tus padres?
- Lo mismo - le dije – Y, decidí que me voy, pero no con vos, me encuentro con vos en dos o tres meses. Quiero terminar lo que me pidió Víctor y después sí, me voy
- ¿Ya lo decidiste?
- Creo que sí…
- Bien, te estaré esperando.
Apoyó el mate en la mesa y me besó, empecé a sentir sus pezones en mi pecho y ella comenzó a sentirme por debajo, yo estaba en bóxer, que ella me había comprado. La abracé muy fuerte y seguimos besándonos. Ella corrió el triángulo y yo entré en su cuerpo rápido… así comenzó la mañana.
- Esto recién empieza – me dijo.
Estuvimos un rato así, uno adentro del otro. En un momento sentimos que el calor era sofocante y decidimos no duchamos juntos.
- Hoy no pienso cambiarme – dijo -, y vos no lo hagas tampoco.
- Bueno, pero vamos a caminar un poco, más tarde.
Ella acomodó todo, quedó la casa en orden y yo me dormí. A las once volvió con el mate, tomamos unos cuantos, fuimos a caminar y volvimos para almorzar.
Después de un paseo, ya en la casa, fui a la cocina y preparé mate; ella se quitó la calza y la camisa, automáticamente, y vino hacia la cocina. Me duché y me acosté; ella hizo lo mismo.
Nos dormimos profundamente, cuando nos despertamos ya era de noche, eran más de las diez. Cenamos muy poco, teníamos mucho calor, al otro día empezábamos de nuevo el trabajo y teníamos toda la noche. Nos sentamos en el living a fumar y a conversar un rato; el calor era sofocante. Pasadas las doce ella avisó que llenaría la bañera, para refrescarnos, y después a dormir.
Lunes cinco, la semana comenzó con bastante actividad temprano. Después de desayunar, con ese inigualable aroma a tostadas, cada uno fue a hacer sus cosas: yo a la oficina y ella a correr. Cuando llegué comenzamos a trabajar y ya estaban todos; me reuní con Mabel. Me dijo:
- Te cuento algo: Mónica, bien, es una chica piola, y será una buena investigadora; por ahora cumple, se va adaptando. Todo bien – me decía eso cuando precisamente entraba ella, para mostrarle unas planillas, y le indicó que fuera por los laboratorios para llenarlas. Cuando se fue, Mabel agregó - Por fin, eso lo quería tener hace tiempo, la ficha completa de cada uno. Era hora.
Le comenté del cambio que había tenido.
- ¿Quién? ¿Mónica? Sí, viste, tiene buenas asesoras: Conchi, las chicas y yo.
- Parece otra chica, bien por ustedes.
- Acordate que el quince me voy… ahora tenés más gente a cargo. Dejá todo ordenado para que siga todo bien.
En ese momento entró Conchi a tomar unos mates, y Mabel aprovechó a preguntarle cómo había sido el viaje a Buenos Aires.
- Mejor imposible, tiene una hermosa familia. La pasamos espectacular, mucho más el treinta uno, inolvidable…
Sonó el teléfono, era para mí.
- ¡Hola, hola! Escuchá, te voy a “mandar” los cuatro que están en el sur para allá, unos días.
- Sí, está bien, pero ¿cuándo?
- ¿Te parece en dos o tres días, así le aviso? Sí, por cinco o seis días, después los mandás para acá.
- Dale, avísame cuándo viajan, así preparó todo. Listo, abrazo.
Cuando corté le dije a Mabel: “Bueno, a trabajar, vienen los cuatro españoles que están en el sur, para aquí”.
- Espero que se vayan antes de irme yo - dijo Mabel - ¿si los mandamos a Buenos Aires?
- Escuchá ¿te parece que esta chica nueva los atienda a full? Vos la controlás, así no sacamos a nadie de otro lugar.
- Está bien, eso pensaba.
- Bueno, preparala, lo dejo en tus manos.
- Listo, cuando venga la llamo.
- ¡Ah, por favor! Pedí que me comuniquen con el sur y pasámelo - la llamada fue rápida, me comunicó con Adriana.
- Sí, ya le paso…
- Hola ¿cómo estás? Sí, sí, mucho. Sé que vienen por acá. Decime ¿tienen plan de trabajo? Averiguame y me lo pasás – cuando corté, le avisé a Mabel que le iban a mandar un télex. Me fui a descansar un rato, a la tarde seguiríamos.
Cuando volví, a la tarde, Mabel me mostró la comunicación.
- Acá tenés el télex, el plan es similar al de Conchi, te diría que es igual.
- Cuando pase lo vemos, o llamala, quizás todavía esté en la casa.
Vino enseguida, lo miró y dijo: “Sí, es más o menos lo mismo, los acompañaré si quieren”
- Ok, llamá a Mónica y se lo decís - la llamó y nos reunimos los cuatro.
Llegó otro télex, avisando que llegarían en dos días, a la tarde.
- Bien, los vamos a ir a buscar y esa tarde los instalamos. Mónica, dejales comida en la casa para esa noche – terminadas las indicaciones, cada uno a lo suyo. Más tarde nos encontraríamos con Mabel y su esposo.
Esa noche, después de la cena, nos encontramos en el centro; la pasamos muy bien y fuimos a tomar un café, conversamos mucho; caminaban sin separarse. Mabel era un poco más baja y más rellenita, vestían parecido, y no usaba mucho taco alto. Cerca de las once y media nos separamos, al otro día había mucho trabajo. Llegamos a casa pasada la medianoche, ya era Noche de Reyes. Le entregué el regalo y se puso muy contenta, rápidamente se lo probó, le quedaba pintado, el color de su piel ya medio tostado con el blanco nieve resaltaba muy bien, ese traje era muy sensual, terminamos la noche en el living y nos fuimos a dormir; a la mañana, temprano, tendríamos mucho trabajo.
Al otro día estaba todo listo y organizado, a las ocho fuimos a buscar a los investigadores visitantes, en Mendoza. Todo fue saliendo a la perfección: Mónica manejó las cosas con solvencia y con el apoyo de todos. Nosotros seguíamos nuestra rutina, durante el día trabajamos mucho más con esta tarea adicional. Del seis al dieciséis todo marchó en orden, hasta que, por fin, los despedimos en el aeropuerto, con destino a Buenos Aires. Tarea cumplida.
Al otro día llamo Víctor, cerca del mediodía, y felicitó a todos; el equipo funcionó muy bien y Mónica se había engranado en el sistema de manera perfecta; Mabel estaba contenta y por la noche nos despedimos. El cinco regresaría, el centro de investigaciones quedó medio vacío: unos cuantos de vacaciones. Los españoles ya habían pasado y esos días fueron muy distendidos; hasta marzo la actividad sería más espaciada, recién ahí retomaría el ritmo normal. Nosotros seguimos con nuestra actividad como siempre, desayuno compartido, mimos, caricias. Conchi salía todos los días a correr o caminar, algunos días lo hizo con Mónica (que ya era parte de esa gran familia), trabajaba mucho y muy bien; por las noches, después de cenar, caminábamos juntos, por las cercanías y los miércoles, caminábamos y cenábamos en el centro de la ciudad. Lo nuestro era una comunión diaria en casi todos los aspectos. Fuimos pensando en las vacaciones (que fui arreglando con Buenos Aires) y, el diez de febrero, iríamos a la costa después de que llegara Mabel. Cumplió puntualmente los controles médicos, uno por uno, y realmente su estado físico estaba muy bien.
Viernes veinticuatro de enero, el día amaneció nublado, pesado y tormentoso; por la tarde el zonda nos castigó, pero levemente; Conchi tenía todo preparado, al terminar el horario de oficina nos iríamos a la cabaña en Uspallata, a descansar ese fin de semana y, de paso, llevaríamos a Mónica.
Cenamos juntos algo rápido, unas empanadas y, con todo listo, nos fuimos. El contacto, por cualquier emergencia, sería la YPF; vigilancia tenía el número para comunicarse, sino nos veíamos el domingo por la noche o el lunes por la mañana.
A las nueve y media de la noche entre truenos y relámpagos partimos, en minutos la lluvia se tornó intensa; a muy baja velocidad hicimos el recorrido, la acercamos a Mónica hasta su casa y nos fuimos. La cabaña estaba a, no más, de dos kilómetros. Llegamos y, al bajar las cosas y abrir la cabaña, nos empapamos, aunque habían dicho que pasaría pronto. Después de encender todo y dar gas, la lluvia comenzó a calmar, pero el calor adentro era muy fuerte, enseguida nos quitamos toda la ropa mojada; la dejamos para que se secara y preparamos el mate mientras pusimos las bebidas y los alimentos en la heladera. En unos minutos, el viento comenzó a soplar más fuerte y se cortó la electricidad en toda la zona; a la luz de una vela sobre la mesa del comedor, comenzamos con los mimos y la madrugada se convirtió en mágica, no quedó nada pendiente sin hacer. Cuando volvió la corriente comenzó a funcionar la heladera, apagamos las luces, ya la lluvia no insistía… y nos encontró ahí, entregados a la pasión hasta pasadas las cinco de la mañana.
Mónica pasó por ahí el domingo a la mañana, en bicicleta, para saber cuándo nos íbamos y le dijimos que preferíamos salir el domingo por la noche, cerca de las diez. Y ese día, a esa hora, llegó con su mochila, ya era otra persona y no la que conocimos en la YPF: su cuerpo, su ropa y sus cabellos habían cambiado en poco tiempo, me lo comentaba Conchi y yo compartía, estaba como más segura hasta en su forma de caminar, ya no con zapatillas sino con tacos, creo que fue copiando mucho de las chicas y de Conchi.
- Por un tiempo no creo que volvamos – dijo -. En unos días tomaremos vacaciones. Controlamos todo, cerramos bien y partimos; en una semana nos iríamos a Buenos Aires y de ahí a la costa, al mar.
Fue una semana tranquila, de poco trabajo. El miércoles vino el gerente de Villa Vicencio a retirar unos estudios y traerle en efectivo el último pago a Conchi, en marzo ya vendría a firmar el contrato con el Centro, nos trajo más agua y un regalo de fin de año de la empresa. Ella desde su llegada había cambiado por completo: estaba muy contenta, me lo decía constantemente.
Lunes 3 de febrero. Desayunamos y se fue a correr. Yo seguía con algunos papeles con Mónica y recorrimos el Centro, visitando a los pocos que estaban y algunos que ese día se reincorporaban. Ella salió con el auto y volvió al mediodía, ya estaba decidido: el viernes nos íbamos. Compró algunas cosas para las vacaciones, cuando regresé al mediodía, ella llegó luego del laboratorio, ya tenía todo casi listo; Mónica le fotocopiaría varios escritos.
- Ven - me dijo, y puso un sobre sobre la mesa -, aquí está el dinero que cobré en Villavicencio, quiero que lo usemos para vacacionar. Aquí tienes el pasaje abierto a España, tú le pones fecha; cuando termines con lo que debas hacer, yo te estaré esperando. Pasé por una gestoría, debes firmar estos papeles, el auto lo dejo a tu nombre, no lo venderé: ya es tuyo; lo que puedan darme, si lo vendo, no será nada al lado de lo vivido contigo; si te vas, se lo dejas a tus padres o lo vendes - luego me abrazó, con un dejo de melancolía.
Me fui a la oficina y volví a las ocho de la noche, ella me había llamado para que contara el dinero. Lo separé: era mucho. Todo en sobre de papel madera, eran fajos de banco; lo acomodé y lo guardé; con eso pasaríamos las vacaciones tranquilamente, y muy bien. Ella compró cosas para llevar a Buenos Aires, llegó con algunas bolsas y mostró algunos regalos para mi familia. El calor era insoportable, me propuso dar una vuelta y acepté. Fuimos a cenar una pizza en la peatonal, en la vereda. La noche era ideal, corría una pequeña brisa y ahí, sentados, organizamos las vacaciones. Si todo estaba bien, cuando llegara Mabel al otro día, nos iríamos por la noche, la ruta durante el día era un infierno. Pero ya era hora de volver, compramos helado y nos fuimos.
El miércoles llegué antes de las ocho, el calor era realmente insoportable, Mabel ya estaba y el mate preparado. “Uy, qué suerte, pensé que tomaría sola”, me dijo.
- Hace mucho calor, casi no dormí… - le dije.
- Con esa cara no fue ni el calor ni el insomnio lo que no te dejó dormir… si te haces un estudio de sangre te va a dar anemia galopante ¡Qué noches tuvimos! ¿no? – se rió. Cuando cambió de tema me contó de las vacaciones y preguntó por ella; me contó que conoció un lugar hermoso, solitario y tranquilo pasando Mar de Sur, y que pasearon mucho. Le comenté que el día siguiente, por la noche, nos iríamos. Le conté que todo estaba tranquilo, todo bajo control; pregunté por Mónica y me dijo que estaba muy conforme, ahora que se iba una de las chicas se arreglarían perfectamente, “pero, por la tarde, que estudie”.
- Sí, sí, se adaptó muy bien y cambió hasta sus modales, está muy linda y es muy respetuosa. Será una buena investigadora.
- Igual controlala. Las actividades comienzan en un mes, más o menos.
- Andate cuando quieras, está todo.
- Ah, tenés un télex de autorización de vacaciones de personal y luego volvés.
- Sí, sí, ese es el plan por ahora
- ¿Y después te vas?
- No lo sé todavía…
En ese momento entró Conchi, y le dije que nos iríamos al otro día. Me dijo que entonces iría a preparar todo y se fue. Mabel me mostró casas de donde paró, de playas, médanos y lindo paisaje
- ¡Nena, que malla vos también!
- Compramos parecido - dijo ella
- Pero allá es normal, toda la gente anda así sin problemas, vos porque sos celoso.
- No, no quiero tener problemas que le digan algo, no olvídate, andan casi desnudas, mejor así le dije.
Después de terminar con lo relacionado a las vacaciones, dimos una vuelta por todos los laboratorios, había pocos trabajando; volvimos a hacer algunas comunicaciones y llamé a casa: les dije que pasaríamos y seguiríamos a la playa.
Por la noche, después de cenar, ella se quedó terminando un informe urgente a España y aun las valijas no estaban.
- Mañana me llevas al correo.
- Claro, sino Mabel te acompaña
A las nueve ella me despertó con mate, mire el reloj y dije “¡es tarde, quédate. Le avise recién a Mabel que irás luego yo descansaré cuando te vayas”
- Dime una cosa – me preguntó, con los ojos llenos de lágrimas - ¿me quieres?
- Mucho - le dije -, más de lo que pensás - y la besé profundamente.
Lloro y sonrió. Dimos varias vueltas sobre la cama, la piel era increíble entre nosotros y no resistimos al encuentro por unos minutos. Me duché y cuando me fui a cambiar ya dormía, oscurecí la habitación. La oficina me esperaba, tomé algo con las chicas arreglando el trabajo mientras yo no estuviera, todo quedó arreglado.
Mabel me pidió hablar a solas, fuimos a la otra oficina y trajo el mate: “Escuchame, Mónica me pidió algo… quiere quedarse aquí mientras no estés por si pasa algo ¿qué hacemos?
- Vos ¿qué opinás? - le pregunté.
- Yo la dejaría, pero no sé, tengo miedo que entre alguien con ella.
- Sí, pensaba eso, pero llamala y lo conversamos – la llamó y vino enseguida.
- Mabel me dijo que te querés quedar acá – me dijo que sí, que cuidaría todo muy bien – Bueno ¿y cómo sé que no dejarás entrar a nadie ajeno al centro de investigaciones?
- No lo haré, ni lo pensé. Entro y salgo siempre por donde está vigilancia.
- Está bien, confiamos en vos, pero vas a estar vigilada ¿de acuerdo? Y, al primer inconveniente, no hablamos, directamente te vas, así de simple son las reglas. Bueno, listo, yo hablo con vigilancia y ¡ojo! estas reglas son tanto para vos como para todos.
- De acuerdo y gracias, encontrarán todo sin ningún problema, voy a estudiar mucho más.
- Eso es todo, listo, mejor así.
Hablé con vigilancia, ellos hablaron maravillas de Mónica, nunca tuvieron problemas y la controlarían.
Cerca de las once de la mañana, vino Conchi, y se fue con Mabel al correo a llevar lo suyo. Entretanto yo fui a ver a mi viejo amigo investigador; le comenté que me iba, que se diera una vuelta a diario, le pregunté qué opinaba de Mónica y, comentó, que era muy buena persona, “no tendrás problemas, pero la seguiré de cerca, pasala lindo, ¡pero volvé!”.
Me fui a casa y, sobre los sillones, ya estaban las valijas preparadas, eran tres esta vez. La casa quedaba prolijamente acomodada; una mochila grande, nueva, con cosas al lado. “Está todo listo”, pensé. Me tiré en la cama y, esperándola, me quedé dormido.
Me despertaron sus besos-
Está todo listo, amor; descansa y nos vamos cuando digas, pero primero festejo. Festejo ¿sí?
- Claro, pero ¿qué festejamos? – pregunté sorprendido.
- ¡Mira, hoy me llegó la comunicación! ¡me doctoré una vez más! - se le llenaron los ojos de lágrimas y la abracé muy fuerte; lo que esperaba en el correo era la comunicación, ella suponía que podría estar, por eso había pasado. Nos abrazamos fuerte, muy fuerte, era una alegría compartida, hablamos mucho de ese logro y de la felicidad que vivía ella en ese momento. Lo merecía.
Sábado ocho de febrero, doce y cuarto de la noche. Cargué las valijas en el baúl del auto, los termos y el mate, más una mochila en la cabina, saludamos a la vigilancia y partimos. La ruta nos esperaba, el camino ya lo conocíamos: primera parada San Luis, a doscientos sesenta kilómetros. No había mucho tránsito, casi nada, en media hora estábamos a buen ritmo en la ruta. Ella sacó el mate y comenzamos a matear tranquilamente, conversando nos tomamos el termo completo. En pocos kilómetros se quedó dormida. Seguí manejando hasta las nueve de la mañana a ritmo parejo, paré y cargué nafta, por las dudas. Mientras ella dormía, bajé a fumar un cigarrillo y despertó. – ¡Uy, perdón, me dormí amor! – le dije que estaba todo bien.
Sábado tranquilo, poco tránsito; tomando mate y conversando, al mediodía ya habíamos llegado a Buenos Aires; a las doce y media, estábamos tocando timbre en Saavedra. Besos, abrazos y regalos de por medio; tomamos unos mates, mientras mi madre preparaba la comida, mi viejo había puesto la cama de la pieza de mi hermana en la mía, al lado de la mía y ahí pararíamos hasta la madrugada del lunes. Esa tarde dormí una siesta de las mejores, como uno acostumbra en su casa; ella, a mi lado, leía y miraba discos y libros de mi pieza; en un momento bajó y les mostró muchas fotos a mis padres, les comentó el trabajo que ella hacía y el que yo hacía, conversaron mucho sobre otros temas. Cuando me desperté, mis padres sabían más por ella que lo que yo contaba. Mientras mostraba fotos las fue poniendo en álbumes con fecha y escribiendo lugares y contaba porqué estábamos ahí; les contó, con orgullo, de sus doctorados, de su vida…
Pero se hizo medio tarde conversando y, a la una, nos fuimos a dormir. Costó dormirnos, más con mis padres al lado, pero fue una linda noche de abrazos que nunca olvidaré. El domingo, cuando escuchamos que ellos se habían levantado, nosotros también lo hicimos y acompañamos a mi padre a comprar factura para desayunar. Después llamé a Victor, quedamos en encontrarnos en el bar de siempre, el de Melián y Monroe, a las once. Y para allá fui, caminando, luego me vendría buscar o volvería nuevamente caminando, como lo hice siempre. Víctor estaba al tanto y preguntó todo, le comenté y me dijo lo mismo: “Probá, si no volvés. Lo tuyo acá está bien hecho, es una pena dejarlo, pero esa decisión es tuya. Ahora en marzo vienen unos cuantos más, la actividad será mucha. Corremos los riesgos de todos los días, las amenazas crecen, los boicots siguen...”.
Le comenté lo de Villavicencio, “así debe haber muchos más, el tema es complejo y somos diez, quince, más no, el resto quedó de la dictadura, es pelear contra el enemigo a diario, pero vamos bien…”, me dijo, sin mucha convicción. Cuando ya eran más de la una volvimos a su casa caminando, justo ella llegaba; bajó y nos quedamos conversando unos minutos, nos deseó felices vacaciones y nos fuimos. Era la primera vez que ella me llevaba y había ido para dejarle una caja de vino a Víctor; se orientó bien y volvió sin que yo le indicara. En casa ya estaba el almuerzo esperándonos.
Por la tarde conversamos con los viejos, tomamos mate, hablamos de todo y, luego de cenar, cerca de las once nos acostamos. A las cinco nos levantaríamos para irnos.
Lunes diez en la ciudad. Febrero se hacía sentir con su calor, llenamos el termo, tomamos un café y nos despedimos, la costa nos esperaba, a las seis de la mañana ya estábamos por la Gral. Paz, a las dos de la tarde ya habíamos alquilado una pequeña casa frente al mar en las afueras de Mar del Tuyu, con una vista genial, en medio de la arena.
Almorzamos, después de descansar nos fuimos a caminar a orillas del mar, fue mágico caminar de su mano, su cuerpo tomaba color, y verla lucir esa malla, como ella quería, fue increíble: muy linda: Caminamos mucho, cuando decidimos volver lo hicimos despacio; estaríamos cuatro días ahí, después vendrían los nuevos inquilinos; por las noches cenábamos en Santa Teresita o San Bernardo. Ahí todas las noches lució como quiso, todo lo que había llevado y nadie dijo nada, ni por los escotes, ni las mallas o los tacos; el sostén quedó bien guardado en la valija. Ella era feliz y yo también; a su lado fueron cuatro días increíbles en medio de la arena; solo buscábamos un poco de ruido cada noche y, al volver, el mar nos esperaba nuevamente, las salidas de baño quedaban en la reposera y nosotros nos metíamos en el agua como si fuera de día, jugamos como niños y, luego, la ducha y los mimos nos encontraban recorriendo todos los pequeños rincones de la casa y el auto. Nunca nos dormimos antes de las tres.
El quince por la madrugada fuimos directo a Mar del Plata. La recorrimos mucho, la caminamos mucho, también, pero estaba repleta de gente y seguimos viaje hasta donde teníamos previsto, al sur de Mar del Sur. Era mucho más tranquilo: pocos autos, poca gente y en una bella casa construida arriba de un médano, a orillas del mar. Compramos comida esa noche, no había muchos lugares abiertos, pero conseguimos. Cenamos y acomodamos toda la ropa. Nos sentamos a tomar mate a orillas del mar, solos en la noche, y abrigados; ahí el frío se sentía, el viento se hacía notar y sus piernas tenían la piel de gallina. Comencé a acariciarla y nos quedamos muy juntitos mirando el mar. Descalzos, los pies también se enfriaron, y mis caricias se convirtieron en besos, sus manos fueron más allá al igual que las mías y nos revolcamos abrazados por la arena húmeda y fría, de aquí para allá desnudándonos, metiéndonos en el mar que sentimos caliente; el agua estaba ideal, el problema era salir, pero corriendo y juntando todo, lo hicimos. Después de un buen rato, entramos a la casa directo a la ducha y el agua caliente nos reconfortó. Después nos acomodamos de nuevo, sentados frente al mar donde nos encontró el amanecer antes del final y de un descanso reparador.
Así pasamos día tras día hasta el veintisiete de febrero, uno mejor que el otro; podría describirlos uno a uno, nuestro color lo dejaba ver a simple vista: las horas de caminata al sol fueron mágicas, las entradas nocturnas al mar y los paseos casi irreales, todo fue hermoso hasta el viaje de regreso para estar el veintiocho en el cumple de mi vieja: cumplía unos años más que ella. Ahí estuvimos, y festejamos todos juntos.
El dos a las seis de la tarde nos fuimos y a las seis de la mañana llegamos nuevamente a Mendoza, descansamos hasta las once y después de una ducha ella salió a correr tostada y más linda que nunca yo volví a la oficina, Mabel me esperaba.
Marzo. La actividad comenzó a pleno en todo el centro. Trabajaba a diario mucho y, en pocos días, los españoles llegarían. Mónica se haría cargo de atenderlos, como había hecho con los ya llegados, ya sabía cómo era; Mabel manejaría todo y yo debería viajar, pronto, unos días al sur. El sábado quince ella se iba, estaba decidido y yo, el dieciocho al sur. Viajaríamos juntos a Buenos Aires un día antes, ella me esperaría en Madrid. Yo ya tenía el pasaje y el trabajo asegurado. Teníamos doce días por delante que planeamos aquella larga noche del tres. No habría lágrimas ni reproches, el futuro estaba solo en mi decisión. Esos días serían de fiesta, antes, durante y después del trabajo. El sábado ocho y el domingo nueve lo pasamos en la cabaña. Fue el último fin de semana juntos: fuimos a las aguas termales como si fuera la primera vez. Pasamos un hermoso sábado y mejor domingo; los abrazos fueron interminables al igual que los besos, incluyendo las conversaciones, proyectando días en Madrid. El año siguiente volveríamos para las fiestas. Las valijas comenzaron a llenarse, el jueves trece Mabel organizó una despedida a la que vinieron todos, el viernes a las cinco de la mañana con el auto repleto nos fuimos. Volvería, pero me llevé todo, por las dudas, no quise dejar nada, estaba muy confundido, no querían que me fuera.
Viajamos casi en silencio, pero en un mes o dos nos veríamos. Yo todavía dudaba, era un martillo que no paraba de golpearme y ella creo que lo sabía. A las seis de la tarde paramos en Belgrano, en el mismo hotel de la primera vez, nos duchamos y nos abrazamos horas, cenamos en casa y mi viejo hizo un asado. Lo pasamos lindo y se despidió de todos; nuestras caras, según mis viejos, ya no eran las mismas.
Nos fuimos, recorrimos Buenos Aires, nos besamos mucho y nos amamos por última vez. A las cinco de la tarde del sábado quince de marzo de mil novecientos ochenta y siete, subió la escalera después de un largo abrazo y desde el último escalón me gritó “¡Te amo!”. Quise subir a decirle que la amaba, pero no me lo permitieron.
De ahí en más seguí con el trabajo en el sur y luego en la sede central. Las amenazas eran cada vez más peligrosas. Cada diez días llegaba una carta de ella, yo respondía. Ella esperaba y las cartas se fueron espaciando, pero siguieron. Yo ya no viajaba tanto, estaba en Capital, viajaba solo a un nuevo instituto en Chascomús, todo se lo iba contando y ella solo decía “te espero”.
Así pasaron meses, la correspondencia se iba distanciando, cada vez más. La gobernabilidad de Alfonsín se hizo cada vez más complicada y las amenazas fueron reiteradas, de mucha violencia. Hasta que dejé el trabajo. En el medio de todo ese desorden conocí una mujer que me cambió la vida en todo sentido y juntos compartimos muchísimos años y una linda y maravillosa historia: tuvimos dos hijos, hoy grandes estudiosos y trabajadores. Cuando me fui de casa fue la última vez que se lo comuniqué por correspondencia… y ella nunca contestó.
Con los años volví a casa, la pareja no funcionó más. O pasaron cosas que no vale la pena detallar, a la madre de mis hijos y a ellos los sigo viendo, pero quisiera verlos más, pero sus obligaciones hacen que sus vidas hayan tomado, cada uno en su actividad, rumbos muy prometedores. La tecnología, como alguna vez me dijo Conchi, tomó un vuelo que ella decía no imaginar en los ochenta, y así fue. Hoy la telefonía móvil nos permite conectarnos con el mundo, al instante. Aquí, en mi cuarto, sigo escribiendo poesías en un blog de Internet, no en cuadernos como antes, y me comunico desde una computadora con el mundo, como con todos mis amigos; público y conversó vía Facebook con amigos y conocidos que se encuentran muy lejos. El diez de diciembre publiqué algo relacionado a la democracia y escribí algunas líneas, al terminar recibí un pedido de amistad y un mensaje privado, que acepté y contesté.
- Buenas noches señor, me llamo Jazmín, de Cataluña, España.
- Hola, un gusto Jazmín. Yo soy de Buenos Aires, Argentina.
- Señor, busco a alguien con su mismo nombre, quisiera saber si en los años ochenta trabajó (o trabaja aún) en Ciencia y Técnica.
- Sí, yo trabajé algunos años.
- ¡Entonces es usted! Soy Jazmín del Cerro Fernández Martínez, nieta de Concha del Cerro ¿la recuerda? ¿la conoció?
En ese momento, por mi cuerpo corrió un frío intenso, y una alegría mezclada con angustia.
Sí, claro que la conozco ¡Qué alegría! ¡Contame cómo está! ¿Cómo se encuentra?
- Señor, mi abuela falleció el 31 de octubre de un paro cardíaco. Revisando su biblioteca encontré varios cuadernos, hasta el último día de su vida lo menciona a usted. Cada día en su diario íntimo, usted fue el amor de su vida, así relata ella. Nosotros, la familia no supimos nunca nada, hoy nos vamos enterando de todo, así como que murió el día de su cumpleaños, por lo que he leído usted nació ese día de 1955.
Por un rato no contesté. Ella siguió escribiendo.
- A principios de los noventa volvió a Argentina a buscarlo, pasó por la puerta de su casa y lo vio en un local de venta. Estaba su madre y, supone, su señora con un carro con dos niños. Ella caminó, recorrió el lugar y los vio. Regresó en taxi, nunca más volvió y se dedicó a investigar hasta el día de su muerte, que fue repentina. Sólo quería cerrar esta historia y saber su veracidad, no molestarlo.
- No me molesta, solo me quedé pensando. Todo es como si lo estuviera viviendo nuevamente.
- Aquí nos enteramos de un cáncer, de muchas cosas donde usted vivió a su lado y la ayudó mucho, según comentó.
- Sí, así fue… seguramente los cuadernos son Arte con espirales…
- Sí, sí, esos. Y ahí está toda su vida, resumida en ellos.
- Nos mantendremos en contacto, si te parece bien. Me cuesta seguir, viene una parte de mi vida a mi cabeza toda de golpe – en verdad no podía seguir la conversación, todo se revolucionó dentro de mí: aquellas noches interminables; esa primera noche en las termas, con frío y abrazados; los viajes con la compañía de la luna; los proyectos en común. Tantas cosas…
- Sí, por supuesto, señor. Lo haremos, ya estamos en contacto y seguiremos manteniéndolo. Disculpe la molestia y el atrevimiento.
- Al contrario, muchas gracias. Seguiremos conversando.
- Adiós, señor.
- Chau. Un abrazo y gracias.
- A usted.
Terminada la pequeña conversación por chat, comencé a recordar lo antes escrito, que comencé a detallarlo aquella misma noche, recordándola con mucho cariño.
 
wikipedia:
Concha de los Cerros Martínez Fernández.
Dra. en Geología y Antropología.
Miembro superior del Ministerio de Ciencias y Técnicas de España
Estado civil: viuda
Hijos: dos
Nietos: dos
Nació: en Madrid el 24 de junio de 1932.
Falleció: en Madrid el 31 de octubre de 2017.
Se desempeñó como investigadora en España y realizó trabajos en muchos países, uno de los más reconocidos fue el del agua en la provincia de Mendoza en Argentina. Dedicó su vida a la ciencia, fundó la escuela de sommelieres de agua en España y otros países de Europa y editó muchos libros sobre el tema, así también como las ventajas y desventajas de las aguas termales.
 
 
 
EL Viaje Final.  9.983 Km.
 
 
La tarde de primavera brillo muy especial el sol acariciaba la ventana del cuarto de música y computación  entre libros bastante bien acomodados en la biblioteca, durante ella me dedique a elegir algunas poesías para mi próximo libro, el blog de a poco se va poblando de escritos y poesías las cuales con gran asombro a diario son leídas en los lugares más insólitos del mundo, desde los cuales recibo mail con comentarios de los que no salgo de mi asombro, saber que en Israel o México alguien está leyendo lo que escribo me produce una rara pero linda sensación que me sorprende constantemente.
Luego de cenar y mirar un poco de tv, me acosté para salir temprano y descansado, ya acostado comencé a pensar cómo podría llegar a ser este viaje y si estaba convencido del mismo, mientras la radio acompañaba mis pensamientos me fui adormeciendo con mi compañera de toda una vida debajo de la almohada la radio que a diario escucho hasta la medianoche. Intente prestar atención a las noticias del día, pero mi concentración en el viaje fue más.Cuatro menos diez de la mañana. El reloj sobre la mesa de luz acusa sin retraso, lo volví a pensar unos segundos, y sin dudarlo, decidí la partida. Dos camisas, dos remeras, un jean y ropa interior, más lo puesto.
Está fresca la mañana, me puse un buzo mientras calenté una taza de leche en el microondas, con una buena medida de café será suficiente antes de dejar la cocina camino a la calle, ya tomando el mismo escuche pasos que anunciaban la llegada de mi madre, preguntando si ya tenía todo en orden, documentos dineros y todos los  papeles del auto, mientras comenzó a calentar agua para prepararme el termo el cual me acompaña siempre en cada salida con el mate ,el mejor compañero de ruta en la soledad del camino junto a la infaltable música  de la radio y algunas memorias grabadas con mis temas preferidos.
Al lado de la portallaves, en la repisa del comedor, la foto de los mellizos, “ya están grandes", pensé en voz alta; ésta tiene como cinco años, pero me la llevó. En la soledad de la ruta siempre fueron una buena compañía, su solo murmullo daba magia al camino, esta vez los llevare en una foto, de papel, como las de antes; será un placer tenerlos cerca, en el asiento del acompañante o en cualquier parte del auto, pero cerca ellos.
Recordé, apenas salíamos preguntaban cuanto faltaba y así todo el viaje, de muy pequeños fuimos y vinimos con ellos a todos lados, desde el moisés hasta las butaquitas y luego ya cada uno en su asiento, pero siempre juntos, pensé con cierta nostalgia mientras me tomaba la frente como recordando aquello que extraño a diario, mi madre me saludo con un beso antes de encender el celular.
Comencé la partida lentamente sin antes fijarme si había algún mensaje o algún amigo conectado tan temprano, no hay mensajes, pero sí todavía algunos amigos conectados. En Talca, allá en Chile, el punto verde indica a Sylvia conectada, la salude deseándole un buen día, ella respondió que estaba aún desvelada, escribiendo y que dejará ya su notebook para intentar ganarle al insomnio, deseándome buenas noches y buen descanso, tal vez pensando que recién llegaba a casa y me acostaría.
Sylvia es una poeta y escritora chilena con la cual  por intermedio del blog de poesías  hemos formado,  con el tiempo,  una linda amistad y de la cual aprendí mucho,  especialmente hace unos  años cuando estuvo de visita por Buenos Aires, en esos días me enseño muchas cosas, no consiguió que  mejorara mi ortografía pero si , con el tiempo que fuera modificando para mejor mi forma y ritmo de escribir casi a diario poesías como lo hago y a la vez encontré en ella una mujer amiga, confidente y compañera en las noches de inmensa soledad.
Mi madre volvió a saludarme y subió a seguir descansando apague la luz de la cocina y emprendí la salida. Enfrenté el pasillo y la puerta de calle con todos sus seguros; los abrí, salí y cerré. Los zorzales acompañaron mi retirada del Pasaje, mientras puse en marcha el auto, y salí lentamente. Eran las cuatro y media, intentaría una primera parada en el Café de la estación, quizás esté por llegar Alberto a tomar su primer cortado antes de ir a trabajar.
Con Alberto nos une una larga y extraña relación, una profunda amistad desde la escuela secundaria, la pasión por la música nos fue amalgamando, por diversos motivos y sentimientos, en una época donde comenzaba el rock nacional a tomar su propia identidad, sin ser muy masivo. Con él recorrimos diversos rincones donde todo se estaba gestando, mientras por otro lado la música que se llamaba "complaciente" era su archirrival. "Nosotros éramos una minoría quizás más pensante y selectiva" o, por lo menos, eso creíamos, de lo que en aquellos años estaba por llegar musicalmente para instalarse de a poco, definitivamente.
Pensé en voz alta - si no lo encuentro pego la vuelta a la manzana, seguramente ya está con el agua lista para los primeros mates del día, el termo en las manos de otro mis amigos muy madrugadores.
A cuadras de  casa,  apenas dos, me cruce  con Pablo, medio dormido; venía de llevar  a su hijo al trabajo como lo hace cada vez que le toca el  turno intermedio y me detuve a saludarlo mientras me comentaba algo sobre su hijo ; me dijo "el Bar está cerrado", y agrego "anda a dormir". nos saludamos con el "chau, hasta luego", de siempre.
Llegué hasta la avenida por Plaza y gire nuevamente, al doblar en Tronador allí estaba, terminando de secar el auto como cada mañana y el mate asegurado. Estacione en la ochava y, entre saludos y bromas, llegó el primer mate, mientras en Saavedra despuntaba el amanecer.
En esa linda conversación con Héctor se fue casi el termo en medio de viejas anécdotas de algunos viajes y muchas mañanas compartidas durante muchos años donde los buenos consejos de mi amigo siempre estuvieron presentes en aquellas mañanas donde mi estabilidad emocional decaía casi a diario recordando y extrañando la familia que había perdido recientemente y comentándolo con  él en aquellos años los días se hacían entre lágrimas y comentarios más llevaderos.
Después de un buen rato sonó el teléfono y juntos partimos dejando la solitaria esquina de Manzanares al cuidado del canto insistente de los pájaros   que cada noche,  pasadas las doce, comienzan su canto tan tempranero que nos casi molesta en medio de la mateada nocturna a la espera del sonido del teléfono para un nuevo viaje, entre viejas anécdotas de bromas y azúcar endulzando el paso de las horas entre mate y mate como ritual sabrosos e ineludible de cada juntada de amigos y trabajo.  
Aproveche que Héctor salió apurado para realizar el viaje y pegué toda la vuelta para atravesar la avenida e intentar el camino hacia Vicente López, decidí cruzar por Superí, recién comenzaba el tránsito a movilizarse. Al pasar por sobre la Av. Gral. Paz el sol ya emitía su brillo esplendoroso. Estaba muy cerca, a cuadras, de una gran amiga que quizás aún estaba despierta o recién amanecida, creando algo nuevo, lindo y colorido (como siempre) mientras desayuna. Paré, busqué encontrarla en las redes y, sí estaba conectada y con un simple "hola”, le conté que estaba a cuadras de su casa y me dijo "¡veniteeee! pongo el agua, recién me levanto".
Entre abrazos y saludos, mate de por medio, visite a Elena sin contarle dónde iba. Conversamos un rato de varios temas, como de costumbre, mientras ella se alistaba para salir al encuentro de un nuevo proyecto de diseño, cuyo eje central de la publicidad era la imagen del Obelisco dado vuelta, de punta al piso y con rostros de figuras importantes del país ploteadas en sus cuatro caras e iluminadas verticalmente, proyecto con el que venía insistiendo ante el Gobierno de la Ciudad hace años, pero esta vez las posibilidades estaban casi dadas para comenzar. Una mega muestra de diseños para recordar la historia a través de imágenes en puntos claves de la ciudad, pasando así por grandes figuras de la política, las artes, la ciencia y todo el abanico cultural porteño.
Elena es una compañera de las escuelas Raggio, las que recuerdo siempre en más de un escrito o poesía, un lugar donde comencé a conocer gente que aun visito y a los cuales como a Elena los adopté como hermanos de la vida, con ella tengo una complicidad de no mucho tiempo, pero con un profundo cariño de hermandad muy poco común, creo que solo ambos o los que transitaron aquellos pasillos pueden comprender el sentido real y concreto de una sana amistad con mayúsculas.
Mi intención fue alcanzarla, se lo comente mientras ella en la habitación terminaba de cambiarse para la ocasión le sugerí alcanzarla hasta la parada del colectivo más cercana, pero el nuevo sistema del Metrobus me lo complicó, apenas llegamos a la avenida nos despedimos y retome hacia la Gral. Paz, camino al Riachuelo para empalmar el acceso norte hacia Tigre. Probablemente Mingo ya estaría en la oficina y antes de doblar por el acceso lo llame, pero no tuve respuesta.
Seguí camino al norte, no sabía si tomar la ruta nueve derecho, o doblar en el acceso a Pilar, para luego tomar la ocho. El tránsito se iba tornando cada minuto más intenso en ambas direcciones, aún quedaban un par de kilómetros, no muchos, para decidir, pero primero debía parar a cargar combustible, no lo hice antes de salir, así que bajé en la ruta ciento noventa y siete.
Cargué nafta y gas, de paso usé los sanitarios de la estación de servicio, al subir nuevamente al auto decidí tomar el acceso a Pilar, todavía era temprano, tal vez encontraría en su casa a Carmen, o a Jorge por algunas calles del barrio, ese barrio del que tengo los mejores recuerdos vividos en familia. Mirta, mis hijos Diego y Daniela, mis padres, mi hermana junto a mi sobrina y mi cuñado. Recuerdos que están a diario en mi memoria como momentos irrepetibles y que un día se cortaron y aún mastico en la soledad de las rutas y calles, una que otra noche entre música de los setenta a todo volumen.
Extraño este lugar, estas calles, su perfume, el rocío del verde cada mañana y el canto del silencio: mi lugar en el mundo, el que elegí hace ya muchos años, cuando mi proyecto de vida era terminar viviendo entre estas hermosas arboledas, ya que la Capital por más linda que a muchos les parezca, no deja de ser un loquero de ruidos sinfónicamente desafinados,  con un mundo de gente que entra a la ciudad desde horas muy temprana, agotando toda posibilidad de buena circulación hacia cualquier sentido elegido y no cesa hasta pasadas las nueve de la noche.
Fui hacia allí, en la puerta de la casa justo salía Jorge, no supo donde iría, no le comenté, solo nos saludamos con un fuerte abrazo y me invitó a pasar, adentro estaba Carmen trabajando con hojas de diarios y revistas sus hermosas manualidades y la pava sobre el fuego lentamente para tomar mate (ella por segunda vez), entre abrazos y bienvenidas, consumimos el agua, poniéndonos al día de meses sin vernos les comenté que tenía la vida últimamente bastante complicada, a partir de lo cual comenzó una linda conversación de consejos e intercambios, que terminé agradeciéndoles la escucha y las recomendaciones de ambos, entre amargos y amargos, sonrisas y lágrimas antes de partir, hacía apenas horas estaba comenzando el viaje, del que solo comenté: Me salió un viaje a cuadras de aquí, pensé en ustedes y pasé a saludarlos, con lo que cerraba con lujos de detalle mi visita. .
Nuevamente la calle Brasil, donde quizás algún día mis hijos depositen mis cenizas y recuerden que elegí ese lugar como el mío en el mundo, después de haber vivido con ellos y la madre los mejores momentos de vida, donde todo se proyectaba casi prolijamente y sin inconvenientes, hasta que un día el destino pudo más que la realidad y la vida me jugó una mala pasada que aún sigo transitando después de años. Mire la foto de ellos y como una película pasaron años en segundos: me vi colgado podando esos bellos árboles, a Mirta caminado embarazada junto a los perros por el parque, a mi padre parado frente a la parrilla preparando el inigualable asado y a mi madre persiguiéndonos para darnos un mate más, luego  a los melli hamacándose en el parque o gritando en la pileta,  los perros corriendo detrás de alguna pelota, y entre los ruidos del recuerdo retome la calle ahora asfaltada a la salida, camino nuevamente a la ruta veintiséis. 
Antes de salir del barrio, sonó el teléfono: "hola", enseguida reconocí la voz después de tantas charlas durante años: Mingo vio mi llamado y acusó recibo, salía de la municipalidad de Escobar, le comenté rápidamente que estaba cerca y decidimos encontrarnos en el Automóvil Club de la veintiséis y la nueve para conversar un rato.
No pasaron más de diez minutos para el encuentro, los expedientes y la burocracia municipal requerían un descanso para mi compadre, el café y el cortado nos mantuvo entretenidos en una linda conversación como lo hacemos habitualmente, hablamos de la hotelera y sus secuaces,  de la justicia que tanto esperamos en la última década, si llegará o no la cárcel para aquellos que jugaron con tantos miles de millones sin importarles nada ni nadie. Pero el tiempo comenzó a correr y cuando intenté comenzar a intimar  algunos temas  como el de nuestros hijos y la llegadas de su segundo nieto, llegó un llamado inesperado, a Mingo lo esperaban con urgencia en Pilar, así que quedó trunco el segundo pocillo y nos despedimos rápidamente sin terminar de conversar. Mingo se fue rápidamente por la veintiséis hacia Pilar y yo rumbo al camino programado, la nueve al norte.
La ruta no estaba muy transitada y el ritmo a ciento veinte kilómetros resultó simpático, en no más de cien kilómetros la localidad de San Pedro me esperaba. Recorrí esa bella y pequeña ciudad como lo hacia años atrás y salí de la misma para volver a cargar combustible y seguir viaje.
Tomé la nueve, Rosario me esperaba y también seguir reflexionando cómo poder llegar a ayudar a alguien que no sabe, no quiere y no le interesa la comunicación de la sociedad como tal, eso no tiene sentido cuando la ira domina a la persona y solo los gritos superan su ansiedad, con dialogo calma y tranquilidad todo se consigue de lo contrario se pierde y se comienza a transitar un camino sin salida como comprar moneda extranjera en fotocopias, o pagar remises para que otros disfrutes del ocio perdiendo dinero en los bingos o casinos de la capital, temas y cosas que me fueron dando vuelta en la cabeza de gente casi cercana que se encuentra habitando constantes laberintos perjudicando todo a su alrededor sin darse cuenta  y buscando con un falso discurso religioso convencer a muchos de cosas que ellos nunca resolvieron, mediodía, el sol pegaba de lleno, a unos ochenta grados sobre el parabrisas la ruta comenzó a traerme recuerdos que rápidamente debería sacar, la memoria es muy selectiva y retiene más los momentos lindos, los que llamamos comúnmente inolvidables, quedar atados a ellos a veces no es bueno, remover tanto el pasado no nos hace vivir el presente y yo quiero disfrutar de este viaje, con el presente de cada emoción en todos los encuentros que de hoy en más iré realizando a través del viaje.
Acompañado, esta vez no con la radio, sino con música de tres décadas atrás, donde el rock nacional quedó fijado en mi esencia, con momentos que ahora me doy cuenta fueron y serán imborrables, temas que grabe en una memoria, los que me acompañaron hasta la entrada de Rosario, cuna de grandes. Una ciudad que no conozco mucho, fue allá por el año 1983 octubre para ser más exacto cuando  el ex presidente Raúl Alfonsín cerró  parte de su campaña electoral y, entre emociones encontradas, a varias décadas de aquel fabuloso  acto,  se me agolparon en mis ojos algunas lágrimas,  la llegada de la democracia y convulsión, bronca y sensación de angustia de la última década vivida, donde sentí que nos robaban la libertad de pensar, de expresarme,  de vivir en plena  libertad  como lo soñamos y lo conseguimos en aquel octubre de 1983 después de muchas noches, muchas corridas y muchas pérdidas irrecuperables de amigos entrañables que dejaron su vida en pos de un país libre y en democracia. 
Rosario, maravillosa ciudad, entre un intenso tránsito y medio perdido comencé a buscar, después de pasar la circunvalación, cómo llegar al Monumento a la Bandera y rápidamente conseguí mi objetivo, lo vi imponente, bello, histórico.
Entre a la ciudad buscando el bar, donde tuve una de las conversaciones más ricas de mi vida, con el rosarino inolvidable, fue allá lejos y hace tiempo con el negro Fontanarrosa,  ese día me recibió, donde se encontraba con sus amigos, una tarde de largos cafés, nos  contamos mutuamente lindas cosas, desde los poemas que tímidamente llevé hasta los inmejorables cuentos que el negro relataba como poseído en cada historia, en una charla que habíamos programado en la ciudad de Lobos donde se realizó el primer encuentro de caricaturistas,  en la que después de intercambiar con varios de ellos lindas conversaciones, quede con el Negro en ese encuentro,  que se produjo tal cual lo pactado, sin prisa, con todo el tiempo por delante, cambiar ideas, dibujos y escritos y de su parte muchos consejos que aún recuerdo cada vez que comienzo a escribir un relato o como para el diario transitar por la vida.
El Negro fue y será un ser único y excepcional que tenía la inteligencia en cada palabra y la picardía en la mirada como en sus expresiones cotidianas y artísticas a flor de piel.  Conocerlo fue un lujo de la vida y un regalo que fue causa de las casualidades de estar en el momento justo, el día menos esperado... o no.
Esa tarde noche el negro leyó sin ningún compromiso poesía por poesía del viejo cuaderno que  lleve, me hablo de ortografía, de maneras de expresarse, de puntos y comas y de la vida misma, no pudimos hablar de fútbol ya que no entiendo mucho, por no decir nada, pero el negro lo comprendió y en vez de burlarse me dijo – mejor, yo me hago mucha mala sangre, vos seguro te la harás por otra cosa ,y esa tarde terminó en una hermosa noche de regreso inolvidable, que como tantas otras conversaciones que tuve con gente muy importante, prefiero no contar, porque  que en más de una oportunidad, no me han creído, se han burlado o me han dicho que seguro que había hablado con algún buen imitador, entonces mejor, los recuerdos los comparto solo con los amigos más íntimos.
Rosario tiene magia, recuerdo la noche que llegué con mis hijos desde Santa Fe a conocer y que conozcan el Monumento a la Bandera, cuando ellos eran muy pequeños, después de haber pasado de Paraná a Santa Fe por el túnel subfluvial, camino que me debía desde hace años.  Viajando desde Corrientes, pues veníamos de conocer las cataratas, aprovechamos a cruzarlo para conocer esa magnífica obra, la había seguido de lejos y quería visitarla personalmente, fue un suspiro, el tránsito no me dejó admirar como hubiese querido pero el placer de recorrerlo, acomode las emociones y mucho más explicándole a mis hijos cuál era el motivo de dicha obra bajo las turbias aguas del río Paraná camino a Santa Fe, pero los mellizos eran muy pequeños, hoy no creo que recuerden ese día.
Busque, pregunte, fue hacia adelante, luego al este, retrocedí... pero encontré el lugar donde hace años, vive y trabaja arduamente una querida amiga de la que últimamente estamos un poco distanciados, no como cuando nos   conocimos que hablábamos a diario, contándonos todo. En su lugar de trabajo la vi atendiendo con su inigualable sonrisa. Nunca nos vimos personalmente, esta sorpresa podría ser algo inesperado (pero la sonrisa era tal cual la imaginaba viendo fotos y escuchandolas telefónicamente)
Me puse la gorra de lana que llevaba en la guantera, los lentes de sol, me subí el cuello de la camisa y entre al local; saludé con un ronco "buenas tardes” y le pedí un chocolate sin sabor. En su gesto vi que la cosa podría crear confusiones, entonces le pregunte si tenía coca cola caliente o natural, su rostro comenzó a cambiar de mala manera, entonces le dije – si conocía a la Sra. Mona, volvió a cambiar su rostro más feamente y cuando ya el clima se ponía muy denso me saque la gorra, los lentes y le grité "Hola, Vivi   . . .tardó un segundo en reaccionar y nos unimos en un caluroso abrazo, que nos condujo, por fin, a un esperado encuentro postergado por años, entre gaseosas y luego mate se nos fue la tarde en una larga, intensa y hermosa charla que nos debíamos.
Viví me indicó el camino a seguir, después de insistir varias veces en que me quedara a dormir, como lo hizo siempre desde que nos fuimos conociendo en cada conversación diaria que mantuvieron por mucho tiempo vía Facebook.
El próximo destino era la provincia de Córdoba, dejé a Viví en la puerta de su casa con su familia y me fui al primer paraje cercano a pasar la noche, había sido un largo día lleno de intensas emociones y encontrarme una amiga rosarina como ella, me dejó un agradable sabor de alegría y el placer de haber cumplido con una deuda pendiente.
Por delante tenía varios kilómetros hasta la provincia vecina, ya era tarde, el cuerpo pedía un merecido descanso.
Desperté con los primeros rayos de sol que iluminaron la pequeña habitación, eran más de las seis de la mañana, decidí ducharme y seguir viaje.
En el comedor del paraje podría desayunar, al tener estación de servicio con GNC, estaba abierto las 24 horas, controlé la carga de la batería del teléfono, hice un llamado a mi madre para ver cómo andaban las cosas por casa, le comenté que estaba de paseo en casa de unos amigos conocidos por ella, luego un buen desayuno, medialunas recién horneadas y café con leche, cargué gas, un poco de nafta, por las dudas, y partí.
Apenas tome la ruta recibí el llamado de Nora, compañera de trabajo durante algunos años  que no sabía del viaje que iba a realizar, pero me comenzó a contar sin respiro como lo hace casi a diario las ofertas de los supermercados del  barrio, se encontraba esperando que  abrieran uno de ellos para comprar mayonesa y manteca pues en el día de ayer solo había podido conseguir solo treinta y seis potes de mayonesa de medio kilo y apenadas cuarenta y dos  panes de manteca pero pensaba que hoy podría conseguir los dieciocho baldes de helado que necesitaba para pasar las fiestas, esto suena a irreal pero es un cometario con el cual me encuentro a diario asombrado, yo compro medio kilo de queso  cuando mi compañera compra una horma, o voy a comprar medio o un kilo de dulce de leche cuando ella tiene en el placar entre catorce y quince kilos, los cuales compra siempre a un precio que ni yo ni mis  amigos consiguen jamás, pero bueno en la vida hay gente que disfruta de la misma viviéndola de muchas maneras muy diferentes y esa, dé comprar compulsivamente es una de ella, otros juegan compulsivamente  o escriben, pasean, aman, o disfrutan de un libro o una buena película romántica.     
La ruta hacia Córdoba se encuentra en buenas condiciones y con la compañía de la radio, los kilómetros los fui devorando rápidamente, en menos de una hora pasaría por Carcarañá, donde podría volver a cargar gas.
El Parque Sarmiento, a orillas del río, es un bonito lugar para un descanso y tomar unos buenos mates, me detuve por una media hora antes de continuar, día está maravilloso.
En una hora y media, más o menos, estaré en Marcos Juárez y el viaje venía espléndido, solo faltaba cargar algo más de combustible, revisar las cubiertas y seguir hasta Oncativo, parar un poco y tomar algo. El clima se estaba poniendo pesado, el aire caliente se sentía cada kilómetro más fuerte, llegar al desvío de la ruta cuarenta y cinco por donde seguir camino al destino final de esta etapa en Cura Brochero.
Descansé a orillas del balneario municipal, recorrí la plaza y su iglesia llena de anécdotas y milagros. Luego de tomar una gaseosa en la esquina del "Viejo Rincón Jesuita", para el último tramo, unos cincuenta kilómetros para llegar y ver si encontraba una amiga (como a Viví), conocida por medio del Facebook, pero con una afinidad que nos mantiene unidos hace años, pues ambos somos afiliados al mismo partido, aunque en diferentes ciudades y fuimos candidatos en el mismo cargo defendiendo los intereses de los vecinos de ambas ciudades.
Ya en Cura Brochero, las casas, las calles y las plazas mostraban sus tranquilidad metro a metro y buscando la casa, fui recorriendo todo su paisaje y las sierras cercanas hasta la puerta, que amables vecinos me indicaron el domicilio, en la puerta del mismo protegiéndose un poco del sol encontré a Teté cortando el césped del frente de su hermosa casa.
Estacione el auto lentamente, muy cerca de ella, Tete me miró fijamente, no nos conocemos más que por fotos, siguió firme en su trabajo de jardinería, le dije con voz fuerte: "Correligionaria, ¿no va a parar un poco para saludarme?”, al acercarse me reconoció rápidamente y con un fuerte abrazo, comenzamos a conversar como si nos conociéramos de toda la vida, enseguida estaba dentro de su casa tomando algo fresco. 
Con Tete tenemos muchas cosas en común, principios, ideología, amigos del partido y hablar de nuestros años de militancia, estando de acuerdo en muchas decisiones o no, nos mantenemos éticamente en la misma línea de conducta, nos opusimos muchas veces a decisiones tomadas en más en una convención, pero no nos fuimos nunca del partido, la peleamos desde adentro, no como otros, que cambian de camiseta de acuerdo a quién tiene más poder y no conocen de principios, ni de moral nosotros hablamos siempre con el que piensa igual o no,  de todos se aprende algo, escuchando y conversando,  somos capaces hasta de dar vuelta el rumbo, reconocer los errores pero jamás  abandonar porque sí, siempre supimos que el diálogo es el arma fundamental para el entendimiento y hacemos culto de eso como religión,  como religión por la cual concurrimos al comité sin que nadie nos mande, sino simplemente por una convicción de ideas y una forma de vida en intentar un cambio en beneficio de todos y para todos cual fuera su ideología lamentablemente ahora algunos nos confunden. ya que muchos radicales forman parte del partido que conduce el anterior presidente, como también algunos formaron parte de la asociación ilícita que nos gobierna  y gobernó  durante doce años. 
Así pasamos la tarde, entre una picada, charla, unos mates y luego una recorrida por todo "Cura Brochero" con la mejor guía de esa ciudad terminamos cenando frente a la plaza, antes de seguir viaje, pasada la medianoche, por el camino que muy bien me explico mi querida amiga. 
Me ofreció una habitación en su casa para pasar la noche, pero ya había reservado lugar apenas entre al pueblo para descansar y partir por el mañana bien temprano, así que nos despedimos cerca de la una de la mañana, con el último café saboreado en el jardín de la casa. 
Por la mañana a punto de salir del hotel, recibí un mensaje de Teté, muy madrugadora, estaba mateando desde temprano, con su llamado llegaba la invitación de unos mates antes de retomar la ruta, volví a su casa, que estaba a pocas cuadras acompañado con facturas alucinantes, conversaron un buen rato, me indicó el mejor camino al nuevo destino: Mina Clavero, Bosque Alegre, Potrerillos, luego por el embalse del Dique los Molinos pasaría por Villa General Belgrano y en unas cuatro horas llegaría a destino.
Luego de despedirnos, comprendí que estaba retrocediendo en el recorrido, tomaría la ruta con mucha calma y disfrutando del paisaje que tenía por delante, kilómetro tras kilómetro, sabiendo que el trayecto duraría más de lo previsto, pero quería ver esos bonitos lugares, recorrerlos hacía muchos años que no pasaba por esa ruta.
El Dique Los Molinos fue una linda excursión que conocí desde muy chico, varios años veraneé con mis padres en el complejo de Embalse Río Tercero y esa ruta la volví a transitar con mis hijos muy pequeños. Ahora volvía, disfrutando y recordando lindos momentos, disfrute metro a metro el recorrido, sin fijarme en el tiempo, la magia de Villa General Belgrano, su río con aguas cristalinas, la ruta con curvas y contracurvas, subidas y bajadas fueron un regocijo a la aventura de los recuerdos imborrables, mis padres, mi hermana,  la madre de mis hijos y ellos, todo un combo de sensaciones movilizadoras y que sólo Córdoba y su encanto ofrece en cada paso.
Después de recorrer todos esos rincones llegaría a destino, el imponente lago que lo venía acompañando desde el complejo turístico de Embalse, lucía con todo su esplendor, mientras el sol hacia brillar sus aguas, con entusiasmo de vida, paz y tranquilidad. En ese lugar maravilloso de la provincia vive una amiga con quien nos conocemos personalmente, pero que hace muchísimos años solo nos comunicamos virtualmente, nuevamente, preguntando llegue a su casa en Villa Rumipal. 
Ya en la puerta, la llame por teléfono, se asombró por el llamado, le pregunte si tenía agua caliente para mate, le sorprendió más la pregunta, pero mientras hablaba, empezó a acercarse a la puerta y al ver el auto cortó la comunicación.
Todo fue muy simple, pasaron los años, pero la amistad por haber compartido las mismas aulas, con vivencias similares, hicieron del encuentro un gran momento con Graciela, una amiga con quien intercambiamos mensajes de vez en cuando, pero nos une el gran amor por la misma escuela que nos vio crecer y muchos amigos en común, el no haber hecho un alto en su casa hubiera sido imperdonable.
Amigas como Graciela, con quienes conversar así, entre mate y mate, es maravilloso, pasando por los recuerdos de la escuela, de profesores, amigos, compañeros, materias, los campamentos y la vida de cada uno, era la primera vez que hablamos de nuestra propia historia cada uno en primera persona y eso fue tan natural que solo nosotros y nuestros amigos y compañeros de escuela pueden lograr momentos tan mágicos, hasta que se nos fue la tarde.
Con graciela nos une el concepto de democracia y libertad bien entendido, sin vueltas ni rebusques, conversamos mucho de politica, en un momento parecíamos dos enojados contra el sistema sin poder entender ciertas conductas de mucha gente y actitudes increibles para nosotros que hacen de nuestra vida politica nuestros gobernantes complicandonos la vida, Graciela tiene un don que ejerce como educadora que es increíblemente genial y una facilidad para  explicar las cosas más simples de la vida con palabras justas en cada momento, cosa que hoy dia no encuentro en muchos docentes de las nuevas generaciones conversar y hasta debatir con ella e siempre un placer y mucho mas personalmente como lo hicimos.     
Después de una amena y larga cena llegó la despedida, muy cerca tenía reservado el alojamiento para seguir, por la mañana, bien temprano el camino, nos despedimos con un fuerte abrazo con la promesa de encontrarnos pronto en Buenos Aires y partí.
Hoy no viaje, me quede a reposar un poco, le hice caso a Haydee, después de un llamado que me hizo muy temprano por la mañana. Le conté por dónde andaba y me aconsejó descansar un rato, venía muy rápido sin disfrutar el paisaje ni los amigos, así que me fui a Embalse Río Tercero, donde hace muchísimos años comencé el hobby de la pesca junto a mi padre, lleve la caña y el mate y.… aquí estoy descansando y escribiendo un rato, me queda pendiente llamarlos a Víctor y a Alberto.
Deje el celular, empuñe la caña y seguí descansando, el cuerpo ya me lo pedía y le hice caso recostado a orillas del bello lago, mientras me tome el tiempo para leer un poco y terminar el libro Historias Escondidas de Buenos Aires de Alberto, que viaja en el sobre de la puerta del auto desde el comienzo del viaje, como sobre el tablero sigue como mirándome la foto de mis hijos.
Después de horas de descanso, no me costó tanto madrugar y seguir la ruta que tenía por delante al otro día. Mi próximo destino estaba a 600 kilómetros, debía cruzar la provincia de San Luis, bajando primero a Río Cuarto, cruzar el límite provincial y llegar a Mercedes, allí decidiría si parar o seguir. La mañana pintaba linda y la ruta no muy transitada, quizás a la hora del mate por la tarde llegaría a destino.
Son exactamente seiscientos kilómetros, hacia Mendoza allí en la capital ya alojada desde ayer me espera Daniela (mi hija) con ella recorreremos la ciudad y realizaremos el camino que hice con la madre hace muchísimos años hacia Las Cuevas, límite argentino en medio de la cordillera antes de cruzar a Chile, lugar donde pegaremos la vuelta para pasar juntos un día más en la ciudad mendocina y seguir viaje al norte ya que Dany tiene el pasaje de regreso reservado.
Los kilómetros restantes fueron un gran placer saber que Daniela me espera en la linda ciudad de Mendoza me hizo el camino más ágil, placentero y casi sin paradas sólo a tomar algo fresco y cargar gas, cruce San Luis con muchos recuerdos de hace ya unos largos años.
Ya en Mendoza el paisaje me fue envolviendo en recuerdos y mucha nostalgia, pero lleno de alegría por poder compartir, aunque pocos algunos, lindos días con Dany, el encuentro salió perfecto y a la hora programada en el centro de la ciudad nos encontramos en el hotel que ya tenía mi hija reservado, y después de un buen baño y un descanso, nos fuimos a caminar y cenar en la peatonal de esa bella ciudad, donde todo parece brillar a nuestro paso y nosotros comenzamos a planear el paseo del otro día por la mañana.
Caminando y conversando por la hermosa peatonal de esa ciudad, ya pasada largamente la media noche nos fuimos a dormir, para temprano desayunar y partir.
Daniela se levantó muy temprano y preparo las cosas para el mate, mientras yo remoloneaba, me duché rápidamente y bajamos al comedor a desayunar, fue rápido y mientras nos llenaban los termos con agua fui a buscar el auto que estaba estacionado a más de dos cuadras, al volver Dany ya me estaba esperando y partimos de viaje rumbo a Villavicencio, paramos varias veces, Dany sacó muchas fotos y nos fuimos internando y subiendo para luego llegar  a Uspallata siempre por la ruta cincuenta y dos, luego empalmar las siete y seguir camino a Las Cuevas pasando primero por la cruz de las minas del Paramillo y  cruzar los bosques de Darwin antes de almorzar algo en Uspallata y seguir viaje.
El recorrido fue genial, fuimos hablando de variados temas con Dany y le fui contando como donde la conocí a la madre,  en que lugar y que día y como se fueron dando las cosas para que yo me haya enamorado de ella, Daniela dio como siempre su punto de opinión su acuerdo en muchas cosas y su desacuerdo en otras, seguimos camino  hasta empalmar la siete donde ella tomó el volante y después del almuerzo liviano y rápido seguimos hasta Las Cuevas pasando por los lugares más emblemáticos y abrigándonos de a poco ya que el clima fue cambiando a nuestro andar por una de las rutas más bellas que recorrí camino a la alta montaña límite con Chile hasta el punto fronterizo donde pegaríamos el regreso a la ciudad culminando el día.
El regreso lo hice manejando yo y volvimos tomando mate, fue un día inolvidable por todo lo conversado y por todos los recuerdos que llegaron, los que les fui comentando paso a paso, todos fueron con su madre antes de que ella naciera.
Ya en la ciudad después de un breve descanso y una buena ducha nos fuimos nuevamente a la peatonal a cenar, al otro día muy temprano Dany partiría y yo esperaría un poco más y comenzaría mi camino hacia San Juan. 
A las 7 de la mañana me despertó y nos despedimos, ya la pasaban en minutos a buscar yo intente dormir un rato más pero no pude la alegría de haber compartido ese día con ella es inolvidable, tome un rápido baño me cambie desayune y abandoné el hotel camino al norte.
De la ciudad de Mendoza a la de San Juan hay unos ciento setenta kilómetros más o menos por la ruta cuarenta, que fui recorriendo disfrutando del hermoso paisaje hasta llegar a la capital sanjuanina donde pude almorzar tranquilamente y buscar hospedaje para descansar un rato, el calor era bastante y no había mucha gente en las calles ubique la plaza me hospede muy cómodamente y después de dormir una linda siesta la llame a Lucy.
Llame y le dije después de los saludos correspondientes de ambos si me podría esperar en una hora aproximadamente, por la plaza, en la confitería que hay en una de sus esquinas, que ella la conoce muy bien.
"¿Vos estás loco? ¿Cómo voy a hacer eso, si vos estás lejísimo y qué sentido tiene?", le dije -: "¿Vos confías en mí, como yo en vos?!", "Sí", me dijo, "bueno, te espero en la plaza", "ok, ¿seguro estás por acá? No me vas a hacer ir hasta allá en vano. Ya salgo, caminando llego enseguida y te espero y si no llegas te voy a buscar y vas a ver.......
Corte la conversación y le mande un WhatsApp: Entre Ríos sur 145, te espero, a lo que respondió inmediatamente "ahí estaré, te espero".
La ciudad de San Juan, pintoresca y simpática, me recibió floreciente, di un par de vueltas hasta encontrar estacionamiento apenas traspasó la puerta del Flores Arte Bar, vi a Lucy mirando la puerta, bella como siempre con su rizada cabellera, era inconfundible, era difícil no reconocerla, hace años que venimos mandandonos fotos ambos por el Facebook. 
En segundos nos abrazamos, tímidamente, ambos conocemos varias cosas, del otro, muchas horas de largas charlas, llamados telefónicos, saludos, pero nunca nos habíamos encontrado y como toda primera vez los primeros minutos costaron, luego la conversación se fue convirtiendo en amable y distendida, como era previsible.
Siempre supimos que algún día nos íbamos a reunir, fue el primer y coincidente comentario de los dos, ella dijo así, hoy y a las corridas jamás, bueno, fue una linda sorpresa, tenemos mucho que hablar, tengo algunos días medios libres, "¿cuánto te quedas?". Le comenté que andaba de recorrido, que solo pasaba a saludarla, no la convencí mucho, entre risas, anécdotas y charlas se nos fue la tarde, programamos juntos algunos recorridos, a los que no podía, ya negarme.
En principio, mañana tenemos el primer acontecimiento, ya le aviso a Claudia que estás por acá, Claudia su hermana y comentó, la luna se encuentra en el punto más cercanos a la tierra y desde aquí es de donde mejor se ve, vendrás con nosotros a verla apunto sin dudarlo Lucy, luego organizaremos algo más, esto recién comienza.
Ésta noche nos vamos de paseo tenemos mucho para hablar, ahora tengo el ultimo paciente del día, decime dónde me esperas y nos vamos para casa, le dije que tenía donde alojarme muy cerca de ellos, que hiciera lo suyo, luego nos encontraríamos, no le gustó la idea de negarme a alojarme en su casa, pero la aceptó, es parte de códigos que venimos sosteniendo por años, mucho respeto a ciertas individualidades y los seguiremos cumpliendo por más que Lucy diga "aquí mando yo y vos en Buenos Aires".
Ella a su trabajo y yo en busca de un lugar dónde quedarme y descansar. No pasó mucho tiempo y recibí el llamado de Sandra, "¿dónde estás?”, le di la dirección y en minutos me pasaron a buscar, para junto a un grupo de amigos, pasar una linda noche entre pizzas, empanadas y cerveza, planeando además algunos lugares que íbamos a visitar juntos con Lucy y un grupo de amigos.
Terminamos la conversación solos los dos, con los primeros rayos del sol, donde nos contamos las cosas que en el chat se hace complicado, en cada anécdota, cada confesión brotaba las emociones, las lágrimas bailaban y la linda amistad que ya teníamos se profundizó minuto a minuto después de tantas palabras escritas, hablamos cara a cara, por primera vez, tan profundamente, fue maravillosamente perfecto, solo hizo falta la plaza, el banco y aquel farol, el resto lo pusimos nosotros con la voz, los gestos y las ganas de conversar desde hace años, llevé a Lucy a su casa y me fui a dormir.
Me desperté pasado el mediodía, nos habíamos acostado muy tarde, recibí el llamado de Lucy para organizar algo, me pidió que la acompañara a San Agustín del Valle Fértil; ella tenía planeado, a la noche, contemplar la luna, era el día indicado de mayor acercamiento a la tierra me pareció ideal ir a ver el espectáculo al Valle de la Luna en la cercanía de donde tenía pensado ir. En total acuerdo, Lucy me esperaba en su casa, quedando en juntarnos allí por la tarde luego de la siesta.
Compre facturas para ir comiendo algo, Lucy me esperaba con dos termos de agua y el mate listo, como corresponde, para iniciar el viaje la aventura de tracking de Sandra era muy atractiva, pero no estábamos en estado para seguirla, preferimos el auto y seguir con charla y la mateada, partiendo lentamente hacia Valle Fértil.
En él se encuentra el Parque Provincial Ischigualasto, también conocido como Valle de la Luna, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año dos mil de lo cual cuenta estar muy orgullosa como sanjuanina de vivir cerca de este hermoso lugar.
Los doscientos kilómetros pasaron volando, a buen ritmo de marcha y bellos paisajes. Los mates fueron y vinieron en una agradable conversación, donde la psicología de Lucy, materia en la que es una gran profesional, se fue mezclando con la política actual, las poesías y propias situaciones personales las que, con el correr de las horas, fuimos profundizando.
Ya en el valle, paramos a descansar un poco y tomar algo fresco, el calor se hacía sentir en los cuerpos, un pequeño descanso nos vendría bien a ambos.
Luego comenzamos a buscar un lugar donde alojarnos, la noche sería larga y decidimos quedarnos a descansar si encontrábamos alojamiento, lo que no fue fácil, habitaciones con dos camas era difícil de encontrar, pero lo conseguimos, descansamos un rato, nos duchamos y cuando comenzó a ocultarse el sol partimos hacia el Valle de la Luna dejando atrás la hermosa vista del dique San Agustín donde justo frente al mismo habíamos conseguido hospedaje.
Esa tarde noche el famoso valle  nos recibió  con los termos, el mate y el auto,  justo  cerca de la "cancha de bochas", paramos  para ver el espectáculo, la luna se veía realmente espectacular, el acercamiento con la tierra desde ahí se ve y se nota perfecto y esa noche quedará en las retinas como inolvidables, el mejor escenario sin dudas era ese místico valle,  recordé y comente, San Juan todo tiene una visión del cosmos muy especial,  por eso en Pampa del leoncito, lugar que si conocí muy bien, el Conicet colocó el centro astronómico más importante, yo había viajado por aquellos años ochenta cuando se montó el observatorio astronómico más grande de argentina llamado El Leoncito, muchos asocian este nombre a los leones o un león pequeño, lo que desconocen es que esas tierras fueron donada por  un señor llamado León y Sito su apellido, de ahí viene la denominación del lugar. 
Por la mañana,  a las diez dejamos el hospedaje, fuimos recorriendo la ruta muy tranquilamente, sin prisa, mateando,  contándonos cosas del pasado, y recordando la belleza de la noche anterior al poder ver la luna como nunca antes, tan cerca, tan llena, tan inmensamente atractiva y cuestionando si realmente el hombre la ha caminado o no, quizás fue una puesta en escena,  por aquellos años la guerra entre Estados Unidos y Rusia por el cosmos era terrible, yo tengo dudas y  casi no lo creo y le argumente todo a mi amiga que estaba convencida pero después de escucharme quedo con la duda. Al otro día tenía por delante un largo camino de San Juan me llevaba un hermoso recuerdo, horas de conversación con Lucy que pronto dejaría de ver para el descanso y seguir transitando el camino de la vida.
Lucy insistió en que me quede un día más, pero los tiempos se acortaban de acuerdo al dinero que iba gastando y no podía quedarme mucho en cada lugar, la vuelta era larga.De regreso a la capital de San Juan, nos reunieron con varios amigos, a Sandra tuve el placer de conocerla un poco más ya que antes había intercambiado simples mensajes. En una amena reunión, en su casa nos fuimos despidiendo durante la tarde-noche, las empanadas, los brindis y las anécdotas, las bromas por ser porteño, poesías, cuentos, chistes, música y baile.
Algo increíble que terminó con los abrazos a todos y el súper abrazo con mi amiga sanjuanina a quien espero volver a ver pronto. En ese abrazo nos dijimos muchas cosas que el silencio solo sabrá descifrar con el correr del tiempo. Mañana, cuando amanezca, me espera un largo camino hasta el punto donde pretendo llegar, quiero salir bien descansado, nos saludaron con un "chau" en la puerta de la casa y me fui al hospedaje, a ducharme y a la cama, a las cinco la ruta me esperaba.
Salí de San Juan a las seis de la mañana por la ruta ciento cuarenta y uno camino a La Rioja, provincia que iba a cruzar por el sur, entre cerros, valles y montañas hasta el cruce de la ruta setenta y nueve. El recorrido me llevó apenas tres horas, sin descansar, solo pare a cargar gas y seguir el camino, medio desértico con pequeñas localidades.
En dos o dos horas y media, podía llegar a destino y después de un almuerzo tranquilo, seguir por la ciento cincuenta y siete hasta Lavalle. En Lavalle tome la sesenta y cuatro para concluir la etapa en la ciudad de Santiago del Estero por la cual no anduve mucho, el cansancio me dominaba, busque alojamiento rápidamente y en minutos me quede dormido.
Ese día dormí muchas horas, me desperté con el llamado de mi madre, hacía un tiempo que no me comunicaba, estaba preocupada por no saber por dónde andaba. Le conté del viaje, le pedí que me mandara más ropa pues había salido con muy poca, me estaban faltando camisas, remeras y una campera, que pusiera todo en una encomienda y me la mandara a la dirección que luego le enviaría por mensaje, era la casa de una amiga que todavía no había encontrado. Me fije si mi amiga santiagueña estaba conectada. Lo había hecho hacía minutos. Salí a caminar, busqué la plaza más cercana y una cafetería para tomar y comer algo.
Comencé a caminar y cerca de la plaza encontré un pintoresco lugar, la panadería y cafetería Palau donde le mandé mensajes a Elsi, mi querida amiga del alma, luego que supe que no estaba muy ocupada la llame y le dije. "Amiguchi, te estoy esperando en Palau ¿vas a venir?... me estoy cuidando, como me dijiste siempre, pero no me dejes solo".
"Vos me estás jodiendo y para el 28 de diciembre falta", me contestó, entonces le mande una foto del lugar que me saque sentado donde estaba tomando café y no lo podía creer, cortó la comunicación. La llamé unas cuantas veces y saltaba el contestador, pensé. "Buen, se enojó o viene para acá, mejor pido otro café y espero. No tengo apuro".
Pasaron unos veinte minutos, calculo que no más. De pronto escuche un "¿TE CUIDAS?" era ella, mi entrañable amiga, que no sabía si abrazarme o retarme por la broma telefónica, pero nos abrazamos, después de tantos años de amistad virtual que se concretó con este viaje y este encuentro por fin no muy lejos de su casa. Ella no salía de su asombro, entonces nos sentamos frente a frente y comenzamos a charlar, en realidad comencé a ser interrogado de "cómo había llegado hasta ahí sin avisarle” así empezó el diálogo.
La conversación con Elsi fue derivando por caminos insospechables para ambos en principio, después de muchos años de mensajes y contarnos muchas cosas desde lo más simple  y cotidiano hasta las cosas más íntimas de orden familiar o de pareja,  esta vez el "cara a cara" produjo la magia de recordar lo que sabíamos  el uno del otro con más lujo de detalles,  donde la expresión de los rostros más los movimientos corporales hacen de cada relato un nuevo sentido del que quizás, por mensaje, no le habíamos dado oportunamente.
Elsi miró el reloj, hacía tiempo que estábamos conversando, por lo que le pregunté si tenía cosas que hacer: sí, tenía una clase de arameo, ya sobre la hora. Elsi dijo - Os “vamos a casa, dale, después seguimos", "para estoy en un hotel a dos cuadras, anda tranquila, nos vemos luego o mañana antes de irme", "Vos estás en pedo, vení a casa y mañana no te vas che; bueno, hagamos una cosa, anda después, nos vemos” ella pidió los datos del hotel y quedó en pasar cerca de la nueve, para cenar y "más tranqui seguimos charlando".  me sentenció: "¡vos mañana no te vas y te cuidas, eh! Y me haces caso”, recordé el llamado de mi madre, le comenté lo de la ropa a lo cual Elsi anotó en la servilleta la dirección y salió rápidamente, ya era tarde, repitiendo te cuidas y me esperas.
Pasee un buen rato por la ciudad y saliendo del centro cultural recibí mensaje de mi amiga, "A las nueve te paso a buscar", faltaba una hora, fui al hotel a ducharme y cambiarme.
La espere en la puerta, en una hora justo, como había prometido llegó con el "auto fantástico", vehículo que tiene una linda historia, antes de comprarlo me pidió consejos, que fueron y vinieron, idas y vueltas hasta que la decisión final estuvo en su posesión, del cual ella está muy conforme y siempre me lo dice. Llegó con las balizas encendidas, reconocí al auto y a ella, es la santiagueña más linda de toda la provincia, podría ser Mis Santiago, pero es tan, tan alta que no puede participar de ningún concurso, por eso la conocí.
Elsi tiene un vocabulario muy correcto, me dijo "¡subí!" y no me quedó otra, enseguida le pregunté dónde iríamos la respuesta fue inmediata, "¿te parece bien amigo?, recorremos la ciudad un poco, vamos a cenar a un lugar tranquilo donde podamos conversar en paz", propuesta ideal que conteste, solo con un "OK".
Comenzó la noche, dimos varias vueltas, Elsi fue contando cosas de la ciudad, su casco histórico, los edificios administrativos, hasta que nos fuimos alejando un poco, no mucho y pasamos frente a su casa para luego seguir a un lindo restaurante, muy prolijo, elegante y sencillo a la vez, como ella. Sentados cómodamente, nos dispusimos a comer algo,  mientras no paramos de hablar y contarnos cosas pero a un ritmo al que tuve que adaptarme,  los porteños o la mayoría hablamos muy rápido, como si nos estuvieran corriendo con el reloj de Feliz Domingo (aclaro que es un viejo programa de TV para los que no lo saben), pero la gente de las provincias (en este caso Santiago) hablan más pausadamente, se los comprende mejor y en los primeros diálogos, en los silencios de pausa parece producirse un vacío, que al tiempo de conversar, baje las revoluciones y la charla fue más relajada y mucho mejor de interpretarla y sentirla, esa picada cena en ese clima tan íntimo nos llevó a confesiones impensadas, muy profundas, de algunos temas que habíamos tocado por chat pero muy rápidamente, hablamos de nuestros hijos, de nuestras separaciones, y de mi discapacidad, tema del cual no hablo con muchos, si con mi amiga, ella algo sabía pero no conocía en detalle le conté desde el nacimiento a la actualidad con todos los detalles, como se fue desarrollando mi vida con este temblor y movimiento involuntario como dicen los médicos, que se me nota aún más cuando tengo que enfrentar situaciones difíciles, como en ese momento cuando intentaba levantar el pocillo del café después de la cena.
Elsi me escuchó atentamente, luego de contarle lo que me decía siempre Norberto, cuando pedimos el segundo café ya casi las dos y media de la mañana, llamó al mozo y le dijo "en media hora nos vamos", tomamos un café más, me trae uno en pocillo y el otro lo pasa del pocillo a una taza de café con leche, y así fue como tomé el café perfectamente sin volcar nada. 
Nos fuimos, planeando qué hacer ese día por la mañana, yo manejaba el auto que le había recomendado comprar, quedamos en que en unas horas la pasaría a buscar, para ir a las Termas, lugar que conoce muy bien y que yo deseo conocer y ella lo sabía.
Me dejo en el hotel y con el "chau, TE CUIDÁS", nos despedimos "te espero a las diez en casa...  descansa" apuntó Elsi y se fue, mientras yo entraba al hospedaje.
En el hotel, luego de ducharme, me acosté e intenté ver un poco de TV, pero me vencía el sueño, y dormí plácidamente hasta las ocho.
Al levantarme acomode la poca ropa que me quedaba, separe en una bolsa la sucia, la dejaría lavándose en lo de mi amiga, como habíamos convenido.
A las 9:30 partí, tenía la dirección anotada, me fue fácil llegar, eran unas veinte cuadras, no más, estacione fácilmente, baje con la bolsa y unas facturas que había comprado en el camino, toqué timbre, salió la hija, me dijo que sabía bastante de mí hacía años y me saludo muy cordialmente, estaba también el hijo que me recibió muy amablemente, los cuatro compartimos una linda conversación, acompañando los mates. Hablamos de sus estudios, trabajo y lo que pensaban hacer ese día. les comenté "estoy en manos de su madre, yo solo manejo". 
A punto de partir, Elsi dijo "vamos con mi auto", yo no, con el mío, ella insistió, "con el mío, manejas vos, yo sigo cebando mate y te guío", fue cuando la hija me dijo: "yo le haría caso". Conclusión: estábamos camino a las termas con su auto, ella cebando mate, yo manejando, la ropa quedó girando en el lavarropas, al regreso estaría lista, me aseguraron.
Río Hondo, las Termas, no era lejos, por ruta la nueve menos de ochenta kilómetros, que transitamos lentamente, sin apuro, entre mates y cigarrillos. 
Ya en Termas, Elsi conocía al dedillo cada rincón, recorrimos muchas calles para detenernos en un lugar escogido por ella, donde disfrutamos de las piletas y sus aguas a diferentes temperaturas, en el mismo lugar almorzamos algo muy liviano y pasamos la tarde un poco al sol, un poco en el agua y bastante descanso y charla, casi acostados en amplias reposeras.
Luego visitamos el dique y el autódromo, antes de volver a la ciudad capital, ya de noche, llegó la pregunta esperada: "mañana ¿dónde vamos?", rápidamente le respondí "mañana me voy", "y ¿adónde vas?, contame", "quiero seguir al norte subir hasta Salta, seguir visitando amigos...".
"Quédate un día más, te vas pasado, bien temprano, desayunamos juntos, tipo 6 y partís, ¿aceptas?" ¿Cómo negarse?, los dos queríamos seguir conversando y planeamos la salida, cena en su casa, luego café en algún lugar tranquilo y simpático, mañana descanso en el campo. "Yo conozco dónde", dijo ella. Y así quedamos, sin más palabras.
Seguimos el camino, hablando de todo un poco, de política, mucho de historia,  de ortografía (que yo detesto) pero ella me corrige,  de poemas que no debería haber escrito con cierto resentimiento y de metidas de patas de ambos en la búsqueda incesante de no estar solos, cosa que ahora, con el correr de los años, nos damos cuenta y eso vale mucho, como vale (aunque muchos no lo comprendan) la amistad que nos une desde hace años,  sin otro interés que la misma palabra en su origen, lo dice amistad: amigos compinches,  nada más,  el resto que cada uno se haga su propia novela,  es gratis volar con la vida de los demás.
En la casa nos esperaban con la cena, previa parada en una confitería cercana al centro compre una torta, no muy grande, total somos cuatro, "vos espera, ya vengo", le dije. En minutos me vio llegar con una torta, se notaba por el envoltorio, "¿qué haces?", "nada che, despues te cuento, guárdala en la heladera".
Oh, sorpresa, cuando llegamos ya estaban las empanadas, la pizza y también toda la ropa prolijamente doblada, incluso la del hotel. Elsi había mandado a buscar todo, dijo: "Hoy te quedas acá y no se habla más". Para qué discutir, pensé,  con ese tonito a la lunga mejor no decirle que no.
Hable mucho con el hijo, mientras las mujeres iban y venían estábamos los dos muy colorados del sol, a la hora del café, para seguir charlando le dije que se corriera tenía miedo no verla y pisarla; fui a buscar la torta, y le dije: "El día de tu cumple no sé dónde estaré, festejarlo antes está mal pero esta torta la comemos en festejo del que pasó o del que llega" nos reímos un rato y charlando se nos fue la noche; yo dormí en una habitación que me cedió el hijo, caí fundido y así pasó otro día.
A las ocho de la mañana me golpeó la puerta y dijo: "¡Mate!", bueno, ya está todo listo, mate dulce, amargo, factura, torta y a seguir comiendo y charlando, Los chicos se habían ido temprano y sin saber dónde iríamos intente a toda costa averiguarlo, ella no me decía nada, nos reíamos y bromeábamos mutuamente.
Salimos enseguida, a unas cuadras compramos un poco de mercadería, gaseosa para mi agua para ella, fruta, verdura y carne, yo seguía con la intriga, doblaba, conduciendo por donde me indicaba hasta salir a una ruta, la que nos fue llevando hacia el campo, no muchos kilómetros, doblamos luego por un camino de tierra, había que abrir una tranquera, hacia una inmensa casa quinta con una hermosa arboleda. Elsi me indicó dónde debía parar el auto y me anunció "aquí pasaremos el día, es un lugar muy tranquilo". Abrió la puerta, entramos a una bella casa de campo con una inmensa cocina comedor y varios dormitorios, un bello parque, parrilla y una linda pileta de natación.
Elsi me indicó cual era la habitación que a me correspondía, ella ya tenía la suya, nos cambiamos, y fuimos a tomar sol al lado de la pileta, antes de dar una recorrida por la casa y el parque y decidir pasar todo el día allí para un buen descanso, luego, podes seguir el viaje, acotó ella.
Fue un día inolvidable, disfrutamos del sol, nos divertimos mucho en la pileta almorzamos lo que Elsi cocinó, descansamos y conversamos muchísimo, como si nos conociéramos de toda la vida, filosofamos bastante sobre el tema de la amistad entre el hombre y la mujer, tema complejo, que tanto ella como yo tenemos muy en claro, por lo cual la pasamos tan bien, pero no todos lo comprenden.
Tema que dio para varias interpretaciones de acuerdo al ángulo por donde se quiera arribar y también de acuerdo a la capacidad de cada uno para aceptar ciertas reglas de convivencia con el sexo opuesto en ambos casos.
La tarde fue espléndida, estar reposando al lado de la pileta en una larga charla hizo pasar las horas, comenzaba a caer el sol, con una temperatura ideal, decidimos quedarnos, pasar la noche, disfrutar de la pileta por la noche, un rato más de agua antes de irnos a descansar; mañana ya sería mi último día, "si nos vamos por la tarde, dormís en casa y pasado, temprano, seguís tu recorrido, afirmó ella. 
Así fue, esa noche nos quedamos al lado de la pileta, entramos y salimos varias veces por el intenso calor, la temperatura del agua estaba ideal y la luna iluminaba el campo con todo su brillo cerca de las tres de la madrugada nos fuimos a dormir.
Alrededor de las 9 de la mañana, me levante, prepare el mate y comencé a llamar a Elsi,  dormía profundamente,  no escuchó mis  llamados hasta que di unos golpes en la puerta, gritó "ya voy y hago el desayuno", pero . . . yo ya lo había preparado, fuimos al parque, bajo el verde intenso,  mientras programamos el recorrido que debería seguir, con todos los consejos y advertencias que ella me daba, entre bromas y viejas anécdotas de ambos, desde el paso por la secundaria hasta la actualidad, transcurrió el tiempo, seguimos disfrutando pero ya en la pileta nuevamente.
Pasado el mediodía almorzamos y descansamos una siesta, luego un rato más de sol y agua, había que acomodar todo, para regresar a cenar con sus hijos, no acostarse muy tarde, para partir temprano. (la encomienda con la ropa que mandó mi madre ya estaba en casa de Elsi)
Esa fue una noche de cena y lindos comentarios sobre varios temas, me despedí de los macanudos hijos de mi amiga, le dije "te aviso cuando me voy", "dale, descansa"... y me fui a dormir el sueño me venció apenas apoyé la cabeza en la almohada. A las seis de la mañana, me levante ya tenía todo preparado, solo avisarle de la partida, pero... ella ya estaba sentada en la cocina, con el mate casi listo esperándome, me dio mil recomendaciones como siempre, nos despedimos con un fuerte abrazo y me prometió pasar por Buenos Aires, teníamos planeado alguna vez compartir unos días en Mar del Plata, quedó pendiente para el futuro ese encuentro, nos volvimos a abrazar y partí de Santiago rumbo a Tucumán.
PD: ELSI - ¡¡Te cuidas¡¡
        - ¡¡Vos también ELSI, chau amiguchi y gracias¡¡
De Santiago del Estero a Tucumán hay unos ciento sesenta kilómetros por la ruta nueve, tardaría un poco más de dos horas llegar. El tema era encontrar a YULI, una amiga de hace muchos años, por lo pronto disfruto del paisaje entrando a Tucumán cambia totalmente, se produce una paleta de verdes magníficos, donde se respira la vegetación paso a paso.
La idea era pasar unas horas en Tucumán y seguir camino al norte, en tres horas está el paraje del Automóvil Club, muy cercano a la capital, pero allí, como en casi todas las provincias, se duerme la siesta, así que paré a almorzar y descansar un rato, después intentaría ubicar a mi amiga, hace años conversaron mucho y luego nos fuimos distanciando, pero siempre nos saludamos para las fiestas o cumpleaños.
Después de algunos mensajes, fue fácil encontrarse con Yuli en el centro de la capital, me dio la dirección donde había una linda cafetería y allí fui al encuentro.
Oh, sorpresa, después de tantos años encontrarnos personalmente le conté de mi viaje camino al norte y de la belleza de Tucumán que conocía bastante, pero  hace años no recorría, conversamos muchísimo hasta pasada la media noche, pues después de encontrarnos y tomar algo fresco terminamos comiendo la típica empanada en un lugar que muy bien recomendó ella y no debería dejar de conocer, luego el último  café y  la alcance hasta su casa donde conocí parte de su familia con quienes conversamos un rato antes de despedirnos, pues debería descansar para temprano seguir viaje.
Di una última vuelta por la noche tucumana y me fui a descansar al Automóvil Club me quedaba un lindo camino por realizar mañana, pero antes quería conocer la Casa Histórica de Tucumán, cuando paso hace muchos años estaba cerrada, el conserje me avisó que estaba abierta, pero por la tarde, así que cambie de planes.
Durante la mañana del día siguiente,  recorrí toda la ciudad, me interiorice en saber cómo estaban políticamente con solo hablar con la gente, pase a visitar las Madres de la Plaza,  historia muy dolorosa y apasionante,  con lo vivido por ellas en la búsqueda de sus hijos se filmó la película SOL DE NOCHE, gran investigación donde nos cuenta el autor como desaparecen en manos de represores como Bussi,  gente dentro de los ingenios azucareros, pero a la vez en esa provincia los ejércitos cívicos revolucionarios tuvieron su actuación muy fuerte dentro de la selva tucumana en sus montes escondiéndose y adiestrándose para la guerrilla.
Así que... Tucumán tiene historia por donde la busquen y después de visitar la histórica casa, seguí viaje, sin más detalles porque si no entraría en un campo político que a esta altura prefiero obviar.
A la mañana siguiente continuare hacia el norte... me sorprendió gratamente un llamado de Víctor, cada tanto nos comunicamos para saber el uno del otro, hacía tiempo que no nos encontrábamos a tomar un café, me preguntó cómo andaba, yo conté que me había embarcado en este viaje, lo que lo puso muy contento, me preguntó por dónde estaba y me dijo que si necesitaba algo le avisara. 
A él podía confesarle, por la confianza que nos une,  que tal vez tendría que abandonar el viaje antes de la previsto, el dinero que había cobrado de la venta de un viejo restaurante familiar se estaba acabando,  solo me correspondió un veinte por ciento de ese histórico lugar ya venido a menos en la ciudad de Zárate en la provincia de buenos aires que hace años muchos, fue regenteado por mi abuelo paternos y algunos cuantos socios más y con el tiempo se decidió cerrar y ponerlo a la venta después de interminables trámites sucesorios. Víctor, siempre muy pensante, hizo un largo silencio en medio de la comunicación, y después, me dijo: "no tomes ninguna decisión apresurada, estoy pensando algo que si sale puede que te sea útil, dame unas horas, un día y te llamo. Seguí viaje, estamos en contacto, vos seguí, ah, pasame por WhatsApp cuando puedas el número de Elena, necesito comunicarme con ella por una promoción nueva", "Dale, te lo mando cuando cortamos, chau abrazo”.
Corte la comunicación, enseguida recibí un llamado de Elsi, "¿cómo andas y por dónde?",  le conté que había estado con Yuli, Me comentó que había estado pensando y si yo no tenía inconveniente, ella le iba a pedir amistad en Facebook a los amigos de los cuales  le había hablado mucho,  le dije que bajo ningún motivo podría tener objeción que hablara con todos los que quisiera, "me encantó el vínculo que tienen por lo que vos me contas, me gustaría tenerlos como nuevos contactos por eso te aviso, ¿qué estás por hacer?", le conté "me voy a dormir, mañana sigo viaje a Salta", "Ok, cuídate, descansa. Chau, becho, nos mantenemos en contacto, ah, ¿llamaste a tu madre?, mañana la voy a llamar", "De acuerdo, dale, descansa vos también nena, es tarde, chau". Elsi repito _ ¡¡ te cuidas!!  ha y llama a tu madre¡¡¡
Las seis de la mañana, me levanté tranquilamente, sin apuro tenía un bello camino por delante con algunas paradas. Fui a desayunar y abonar el hospedaje. Empezaba a preocuparme por el dinero que venía gastando, aunque todavía no era un grave problema. Charlé un tiempo con el encargado del bar, leí un diario local, se hicieron las ocho al salir del ACA, a mi primer destino a unos 10 km por la ruta 9, hacia Tafí Viejo.
.A diferencia de lo ocurre en la mayoría de las ciudades argentinas, el centro comercial e institucional de la ciudad de Tafí Viejo no se encuentra alrededor de la plaza principal, sino a lo largo de Avenida Leandro N. Alem, verdadero reflejo de la vida social de la localidad. Hacia el este del centro se encuentran los talleres ferroviarios.
Ya había pasado por allí hace muchísimos años, tuve la suerte de conocer los talleres del ferrocarril con un guía con el que pasamos toda una mañana, dando vueltas por esos inmensos galpones, donde desde las ruedas hasta los tapizados de los vagones se fabricaban allí. Toda la localidad vivía, por ese entonces pendiente de ello, como fuente principal de mano de obra y de ingresos para toda la población.
Luego el péndulo de nuestra historia trajo otros gobernantes y con él o ellos nuevas frases históricas como "ramal que para, ramal que cierra", así nos fuimos quedando con pueblos fantasmas, muchísima gente desocupada y cientos de estaciones con sus correspondientes vías de intercomunicación totalmente abandonadas. Esta es nuestra historia, la que hacemos nosotros con nuestros votos, con nuestras ideas y nuestro individualismo a diario, donde muchos no ven más allá de la punta de su nariz y piensan solo en ellos y otros tratamos de comprometernos en todo y con todo, pero bueno así nos va ,los individualistas crecen y nosotros crecemos en ideas y conocimientos  pero el dinero casi  ni lo vemos, una utopía más de los hombres y mujeres de aquí y del mundo comprometidos con ciertos ideales que con el correr del tiempo se diluyen en proyectos de hojas de papel arrumbadas en viejos cajones de archivo.
Años más tarde un nuevo presidente lo fue a inaugurar nuevamente, a los pocos años una presidenta, pero los galpones siguen esperando volver a trabajar como lo hicieron antes, mientras algunos funcionarios en negocios multimillonarios compraron vagones en otros países donde ya les han dado de baja, así seguimos de negociado en negociado sin que nos importe lo nuestro que también estaba montado y trabajando.
Se me escaparon muchos insultos recorriendo esas calles, no les voy a mentir termine con lágrimas el recorrido de algo que fue y podría llegar a volver a ser, pero hoy ya duda de todo y todos.
Me quedó con el café que compartí con gente que vive allí, muchas anécdotas de lo que fue y la esperanza de ellos de que algún día, los nietos o todos los que dejaron ese lugar regresen y Tafi vuelva a ser lo que fue, en lugar de un proyecto de ciencia ficción que nos vendieron de un tren bala, sino la simple realidad de hacer funcionar un tren como corresponde, para mantenernos unidos en paz, libertad y trabajo para todos sin romperle la ilusión a nadie.
Sin ir más lejos hoy en Buenos Aires, en la estación terminal de retiro cientos de personas hacen (días de colas) para conseguir un pasaje en tren a Tucumán,  el mismo vale un ochenta por ciento menos que en micro, con una diferencia que a las claras habla del deterioro que venía comentando, hace treinta años una formación de Buenos Aires a Tucumán tardaba en hacer el recorrido entre quince y diecisiete horas,  hoy debido al calamitoso estado de las vías que han dejado al total abandono tarda 27 horas por lo menos, una muestra más de cómo  estamos y como nos dejaron.
Mis lágrimas son casi lógicas, tanta imprudencia, tanta desidia, tanto abandono duele hasta ellas y es lógico cuando el corazón es grande y el robo supera la ficción como paso a diario en nuestro país durante muchos años.
Deje Tucumán con un gusto amargo, pero con la convicción de que no todo estaba perdido, que mucha gente, la mayoría, está convencida de que todo es posible, hay ganas de salir adelante, de pelearla, muchas más de las que quieren vivir cobrando planes sociales. En la ecuación final algo falla, dentro de todas las ganas, fallamos juntos en el mismo momento, en los minutos claves que son los que simplemente a solas se vota, más de uno, vota por obligación y no por convicción, que se vota al menos malo y no al que ideológicamente representa nuestro pensamiento y pensando en nosotros como país, como sociedad, como conjunto.
Me fui, pensando en la ruta, mi próxima parada sería Salta, a 135 kilómetros de San Miguel de Tucumán, en cerca de dos pararé en Rosario de la Frontera en la única confitería-bar abierta, por la hora. me detuve a beber algo fresco, quería conversar con alguien, pero solo estaba el dueño, que también hacía de mozo, cocinero y cajero. En ese momento se estaba por quedar dormido sobre el mostrador, cuando entre se despertó de golpe, me di cuenta por el movimiento, se desperezó y me saludó como si me conociera.
Enseguida me dijo "porteño, qué anda haciendo", me senté en la barra mientras me preparaba un buena pizzeta y me servía una gaseosa. Comenzamos a conversar pausadamente, de Salta, de su gente, de Buenos Aires, la locura del tránsito, embotellamientos y muchas cosas que desde aquí con solo verlas por la tele ya le molestaban.
Abandone la amable conversación después de un buen rato de lindo intercambio, de vivencias sobre dos formas de vida muy diferentes, tanto en ese lugar como en Buenos Aires. 
Tenía por delante varios kilómetros, pero de un camino que debería hacer lentamente por su sinuosidad y su belleza sin querer perder ningún detalle y llegar a la capital antes del anochecer para encontrar alojamiento.
Tenía un dato que me había dado Oscar, el dueño del boliche, un amigo de él tenía una hospedaje sencillo y cómodo, pasando el cruce de las rutas nueve y treinta y cuatro, sobre la nueve, a pocos minutos de la ciudad. Debía preguntar por Horacio, un viejo compañero de estudios, del conocido recientemente en Rosario de la Frontera, lugar que iba dejando atrás minuto a minuto.
Salta, la linda. La provincia que, junto con Jujuy, me faltaba recorrer, después de muchos viajes, salidas en algunas vacaciones, fines de semana largo o viajes, conocí todas las provincias menos estas dos, una deuda pendiente se hacía realidad al entrar a esta bellísima ciudad capital. 
La magia estaba ante mi vista, con las ansias de visitarla. Ya estaba frente al hospedaje recomendado, disponía de tiempo para disfrutar del paisaje cumplía con lo comentado, estaba estratégicamente ubicado, sencillo y a pocos minutos del casco de la ciudad. Una vez en la habitación y después de un buen baño, intente comunicarse con Maríta para comentarle de la llegada.
En el primer intento no pude, aproveche para un breve descanso y salí a conocer la ciudad de noche, de paso cenar en algún lugar céntrico y conocer la plaza principal.
Sobre las calles Caseros, España, Alberdi y Zuviría se encuentran algunas de las edificaciones más lindas de Salta.
Justo, cuando cruzaba la plaza, llegó el llamado de Maríta, después de preguntarme cómo andaba le dije "cerca", "cerca ¿de dónde?" preguntó, "estás en la calle, hay mucho ruido, no estarás manejando ¿no?". "No, estoy en el medio de una plaza, creo que me perdí, ¿me ayudas?", "¿dónde estás?", "en Salta, en medio de la plaza, ¿vos te ubicas?"
"Quédate ahí, no te muevas, ya voy, ¡¡¿¿cómo no me avisaste??!!, dame unos minutos", y cortó. Un minuto después, llamó otra vez, "Escúchame, anda a la dirección que te digo y espérame ahí, te lo mando en un mensaje: España 426".
Era un lindo bar-restaurante, muy simpático: Don Welindo, que encontré enseguida y la esperé tomando algo. 
Encontramos fue estupendo, Maríta llegó en cuarenta minutos. Al comenzar la charla me comentó que estaba estudiando, pronto tenía una conferencia pendiente pero no era urgente, entonces nos dedicamos a conversar, era un postergado reencuentro. Nos conocimos en la Universidad de La Plata, en ciencias exactas hace muchos años, cuando trabajaba en el Conicet, por intermedio de Jorge, un investigador y amigo en común y comenzaron una linda amistad, luego deje ese trabajo y perdimos contacto, que reanudamos años más tarde cuando la tecnología nos acercó a todos con el mundo de Facebook y muchos nos buscamos para seguir en contacto con ella y muchos amigos de aquel entonces, que hoy están viviendo en distintas partes del país.
Siempre esperando un viaje de ella a alguna universidad cercana, pero bueno, hasta la fecha no se había dado la coincidencia y entre números y logaritmos, poesías y relatos nos comenzamos a poner al día de muchos temas de uno y del otro.
Estaban a pocas cuadras de su casa, cuando comenzaron a cerrar el local y a echarnos disimuladamente, nos fuimos caminando lentamente, organizando para otro día por la tarde un nuevo encuentro, ella acomodaría su agenda, ya que mi llegada fue de sorpresa, me avisará e iremos a pasear, conociendo más profundamente la ciudad.
Tarde minutos en llegar al hospedaje, me acostó a dormir y descansar del largo día cuando el celular comenzó sonar. Era una llamada de Maríta: " ya está todo solucionado, tengo dos días libres, luego viene el fin de semana. Te paso a buscar a las nueve ¿te parece biennnn?", "pero no, vos tenes cosas que hacer, no, no.…", "entonces a las diez, chau. Descansa que hoy anduviste mucho, mañana conversamos".
No importaba el lugar donde iremos, conversar con Maríta siempre es interesante, después de algunas vueltas escribí algo para no perder la costumbre y me quede dormido pues no recuerdo más nada de ese largo y hermoso día.
Ocho de la mañana, mensaje y despertador: "Arriba, en una hora paso", le conteste "Buen día, quédate allí, pasó yo", "no, si, no, si...", finalmente aceptó, "bueno, dale, vení". "¿Preparaste el mate Maríta?, si no, no salgo. Ok, voy para allá" (este fue el diálogo)
En minutos estaba en su casa, partimos de acuerdo a sus indicaciones teníamos un viaje de unas tres o cuatro horas por delante, pasaríamos el día juntos y será un placer compartirlo, más cuando me dijo dónde iríamos.
Después de dejar la capital, nos alejamos por la ruta sesenta y ocho, delante tenían Cerrillos, El Carril y Coronel Moldes. Para hacer un alto en Cafayate donde se cruzan las rutas sesenta y ocho con la cuarenta.
El camino era un espectáculo paso a paso, la conversación y los mates, una verdadera fiesta de la mañana salteña.
Maríta es una excelente guía, así como lo es con la docencia, viajar con sus explicaciones, fue maravilloso mezclado que, a la vez, nos fuimos reconociendo a cada kilómetro un poco más, contándonos cosas de vidas, intercambiando sonrisas y hasta carcajadas de viejas anécdotas y recuerdos de ambos, tanto de la niñez como de la adolescencia.
Cada localidad con su historia, cada historia con su marcada identidad, y entre mate  y mate,  una parada, un descanso y una nueva confesión de vida, donde los amigos, los familiares, las parejas, los hijos, los nietos fueron recreando el clima ideal para confirmar una vez más que esta amistad no es en vano, intercambiarla por mensajes, chat o mail, sino que en el fondo tenemos una forma de ver y pensar las cosas muy similar, aunque el entorno de ciudades fuese tan diferente, nos rodeaban los mismos principios en cada tema que íbamos desglosando al  andar.
Doce del mediodía: Cafayate, lugar donde teníamos previsto parar a comer y beber algo fresco es una localidad de los valles Calchaquíes situada en el sudoeste de la provincia de Salta al norte cabecera del departamento de Cafayate y reconocida por la calidad de los vinos que allí se producen.
Atravesada por la Ruta Nacional cuarenta, Cafayate y sus alrededores es famosa por sus viñedos, excelentes vinos y bodegas donde se cultiva uva de tipo torrontés.
Es la ciudad más importante dentro del circuito turístico de los Valles Calchaquíes aún conserva las características de su arquitectura colonial; sus calles, su iglesia un atractivo particular es el Molino de maíz del siglo XVIII, hecho por los Jesuitas.
Allí en medio de la historia, en una cómoda mesa, debajo de una sombrilla, paramos siguiendo la charla, cambiando ideas, vivencias del hermoso paseo que recién comenzaba y como siempre contaba Maríta, nos seguirá todo el camino el aroma a albahaca y la esencia de zamba toda la mañana y eso se palpaba metro a metro y minuto a minuto.
Después de almorzar, caminamos por la ciudad, tomamos helado frente a la plaza principal desde donde veíamos la iglesia y el centro cívico, para luego recorrer todo su perímetro, antes de seguir, pasando por Colalao del Valle, Cali Monte y llegar más o menos en dos horas a la Ruinas de los Quilmes.
Las ruinas nos esperaban, mientras la historia nos devoraba, entre comentarios de política, geografía y mucha poesía, todo bajo el sol salteño como jamás, nunca hubiera imaginado.
Las ruinas de Quilmes, como se las conoce popularmente, pertenecieron a los indios calchaquíes, que se ubicaron sobre las laderas de estas sierras y sobre el cordón montañoso llamado Calchaquí, de allí el nombre de estas tribus: Quilmes y Calchaquíes.
La enorme montaña que parece sacada de un cuento, es una fortaleza de piedra, los corrales y cactus servían para el desarrollo habitual de estas comunidades, que criaban animales y sembraban quinoa, maíz y otras plantaciones que servían para alimentar a su gente.
La parte más alta de lo que hoy llamamos ruinas, era el lugar elegido para la defensa ante el enemigo. Primero fueron otras tribus y finalmente, los conquistadores españoles, los que, al llegar, encontraron una fuerte resistencia hasta lograr imponerse.
Caminamos bastante, nos atrapó la historia que muy pausadamente iba comentando la guía que encontramos en el lugar y comencé a imaginarme en esos pueblos originarios, en su trabajo, sacrificio y sabiduría en hacer y programar las cosas, se nos fue mezclando la maldad, la discriminación, la invasión y muchos movimientos culturales en momentos diferentes de nuestra historia que nos atrapó conversando y mateando, como navegando en un sueño.
Finalmente decidimos regresar a la capital, ya habíamos visitado lo suficiente y quedaban doscientos cuarenta kilómetros de regreso, camino no recto, debía hacerse con precaución, pero entre los mates y la conversación, pasaron rápido.
El regreso fue particular, muy conversado, pero con unos silencios largos y profundos, sin atreverse ninguno de los dos a preguntarnos nada, donde el pensamiento pareció volar hasta que, en la puerta de la casa de Maríta, nos despedimos para encontrarnos luego para cenar, ella me pasaría a buscar e iríamos donde ella decidiera.
Me fui al hospedaje, a descansar un rato, me bañe, luego me quede tirado en la cama hasta dormirme. Me despertó el celu con un mensaje "en quince o veinte pasó", me vestí y salí a esperarla en la puerta. Llegó enseguida, propuso comer unas ricas empanadas salteñas, coincidiendo con lo que yo había pensado.
Eran las veinte tres horas, dimos unas vueltas y terminamos, no sé cómo, en lo de Balderrama, peña-boliche-restaurante y mucha magia, mezclado con historia y poesía me encantó conocer ese lugar, es más, lo tenía previsto, pero no lo había hablado.
Entre empanadas, tamales, zambas y conversación la noche transcurrió sin que nos diéramos cuenta hasta que, de común acuerdo, decidimos abandonar el lugar, necesitábamos un café y conversar más tranquilamente.
Muy cerca de su casa encontramos una linda cafetería, y sentados en la vereda, terminamos la noche entre cafés y charla sostenida. Maríta me preguntó qué planes tenía para mañana, le dije "es mi último día, no sé vos, no quiero jorobar en tus tiempos..."
Bueno al decir eso casi cobro, tenía todo organizado, que yo lo desconocía por la mañana debía pasar por la universidad, luego estaría libre, como buena matemática, pero muy soñadora también, con un blues poético tanto en sus pensamientos como en su decir.
Me preguntó qué quería conocer de Salta, me gustaría el Tren de las Nubes, pero sé que hay que reservar con mucha anticipación, del resto decime vos a qué hora podes y combinamos un paseo, aún nos queda mucho por conversar.  Che, como decís vos, "che" y me cargaba, "mañana dormí y descansa un poco, apuntó ella, a la tarde nos encontramos y recorremos algún museo, el Cabildo, ¿qué te parece?"
Acepte rápidamente, arreglamos así, te aviso cuando dejó la universidad; pasó por casa, una ducha y partimos, llegue al hospedaje, ya eran las cuatro de la mañana o más, nos despedimos hasta dentro de un rato, yo estaba fundido, creo que me quede dormido antes de apoyar la cabeza. 
Al otro día aproveche para dormir un poco más. Fui a recorrer la plaza, visité la Catedral y el Cabildo, luego a almorzar y esperar el encuentro para el nuevo paseo por la tarde, esperando el llamado de ella cuando se desocupara.
Mientras, llegó un llamado de Víctor, escuchar de lejos a los amigos más cercanos es un abrazo al alma, nos saludamos como siempre y me comentó que tenía el tema solucionado, a ver qué me parecía la idea había hablado con Elena, se encargaría de mandarme unos ploteos con el recorrido para poner en las puertas del auto, cuando llegara un poco más adelante y junto con Mingo, Alberto y Carlitos se había comunicado con Norberto, Miguel y el Tano.
Todos habían conseguido un sponsor, que eran amigos casi todos en común o me conocen   por referencia de ellos, entonces con la ayuda de los plotters que diseñaba Elena, seguiría recorriendo provincias, circulando con su publicidad en aproximadamente, tres o cuatro días recibiría todo donde yo indicará. Elsi que se había comunicado con la Tana, ya siendo amigas del Facebook, también se había sumado a la idea con unas publicidades de Santiago.
Me quedé sin palabras, me pareció una idea muy buena y a la vez que mis amigos de toda la vida hicieran eso, me pareció un gesto que me dejó mudo; Víctor seguía hablando, conclusión, le debo mandar la dirección de algún lugar donde paré unos días para que me mande las cosas, recibirlas, pegarlas y seguir viaje.
Maríta me mandó un mensaje, a las ocho nos podríamos encontrar en la plaza y caminar un rato para, luego cenar. Termino de contestar y hable con Diego un buen rato le pregunté por Daniela y Mirta, me comento que me estaba por mandar un mensaje, estaban todos bien. Mirta saldría unos días pendientes de vacaciones para Jujuy, le comenté que estaba muy cerca, si me confirmaba dónde, me encontraría con ella, quedó en averiguar más datos y volver a comunicarse y nos despedimos.
Me cambié y partí hacia la plaza, en minutos encontré a Maríta, caminamos por la calle Balcarce y después de visitar algunos sitios históricos en el camino, nos detuvimos a cenar en la Casona del Molino. La cena fue muy divertida y encantadora, el espíritu salteño se respiraba constantemente desde los sabrosos platos, hasta las zambas que, espontáneamente, se escuchaban en vivo durante toda la noche y así pasó la hora terminando el día, con el último café de la visita por Salta con la amable compañía de Maríta, las charlas y los lindos momentos compartidos. Nos despedimos en la puerta de su casa y me fui a descansar a las diez dejaría el hospedaje y me iría hacia Jujuy.
El camino de Salta a Jujuy es muy atractivo, ciento quince kilómetros de ruta con tramos de cornisa sobre la montaña y de una espesa vegetación muy colorida.
El centro histórico de la ciudad de San Salvador de Jujuy se encuentra en el medio de un anfiteatro de elevadas montañas, una de cuyas estribaciones produce una especie de península limitada al norte y al este por el río Grande y al sur por el río Chico.
No fue sencillo hallar alojamiento, pero lo logré y después de almorzar dormí una siesta, la ciudad estaba paralizada en el norte, debido a las altas temperaturas es un ritual la siesta y me acoplé también, mi cuerpo pedía un rápido descanso.
Ya estaba en la ciudad, en horas podría visitarla en esta tierra se gestó parte de nuestra historia en los comienzos como nación, con una gesta increíble de la mano de nuestros mayores próceres, después del descanso comenzó a averiguar que fue de aquel éxodo tan importante a principios de nuestra emancipación.
El Éxodo Jujeño fue la retirada hacia Tucumán que, cumpliendo parcialmente la orden de evacuación hasta Córdoba impartida por el Primer Triunvirato de las Provincias Unidas del Río de la Plata, ese 23 de agosto, el Ejército del Norte,  comandado por el general  Belgrano, y la población de San Salvador de Jujuy, bajo amenaza de fusilamiento  a quien no cumpliera,  abandonó  la ciudad  y sus campos,  la retaguardia fue protegida por el mayor general Díaz Vélez, resistiendo el acoso enemigo, Manuel Belgrano, uno de los principales impulsores de la Revolución de Mayo, estaba al frente de la fortificación del río Paraná, para repeler los ataques de los realistas desde Montevideo, donde había creado la bandera argentina, cuando recibió la orden de hacerse cargo del ejército del Norte.
Belgrano estableció su cuartel general en la ciudad de San Salvador de Jujuy, su objetivo era rearmar el ejército que se encontraba destrozado. Anoticiado del avance del Ejército Realista reclamó refuerzos a Buenos Aires, pero no se lo enviaron, puesto que estaban abocados a vencer a los realistas de Montevideo.
La orden especificaba dejar sólo campo raso, de modo de no facilitarle al enemigo, casa, alimento, ganado, mercancías ni cosa alguna que le fuera utilizable. Los cultivos fueron cosechados o quemados, las casas destruidas, y los productos comerciales enviados a Tucumán. 
La población acató sin mayor resistencia la medida a partir de los primeros días de agosto, demorandose algo más los vecinos pudientes, que requerían de carretas para transportar sus bienes.
Del éxodo participaron aproximadamente 1500 personas de un total de 2500 a 3500 con que contaba la ciudad y jurisdicción de Jujuy. El pueblo jujeño estaba muy dividido, como pasó con la Revolución de Mayo. 
El éxodo jujeño es recordado con gran estima por los habitantes de Jujuy, que cada 23 de agosto conmemoran la hazaña. 
Escuchar narrar esta historia me puso la piel de gallina, pensé en todo ese esfuerzo del pasado y el presente desbastado como esta y me dio mucha bronca vergüenza y hasta deje lágrimas de indignación, pero debía seguir adelante en el viaje.
A las cinco de la tarde me comunique con Mirta, quedamos en encontrarnos en una hora en la plaza, recorrer la ciudad e ir a cenar. 
Ya juntos después del encuentro nos detuvimos en un lugar de comida típica charlamos un buen rato, yo tenía previsto llegar a la Quebrada de Humahuaca y ella aceptó acompañarme, elegimos un lindo lugar para tomar el café cercano a su hospedaje.
Con Mirta fuimos pareja cerca de veinte años, y luego de muchas confusiones y momentos míos muy complicados laboralmente, terminamos la relación, pero con la alegría de tener dos hijos en común y conocernos mucho, la charla fue como un reencuentro donde los momentos vividos juntos, lo fuimos recordando con una sonrisa, los viajes, las provincias visitadas, las anécdotas y todo lo transcurrió con total naturalidad desde los momentos más complicados hasta los más íntimos, fueron conformando una amable charla, un proyecto a seguir por  la mañana con un pequeño viaje de paseo juntos, sin reproches,  disfrutando lo conseguido hasta ahora,  sin reclamos de ninguno de los dos, con la sola idea de disfrutar como ya lo habían hecho más de una vez años atrás.
Al otro día por la mañana iríamos a conocer la quebrada, hoy nos separabamos para descansar, era un poco tarde, pero me quedaba algo pendiente y la hora ameritaba la conversación que buscaba. Deje a Mirta en la puerta del hotel y me fui a la plaza, quería escuchar de primera mano y con voz propia el reclamo que los acampantes, pidiendo la liberación de su líder Milagro Sala.
Detenida en una cárcel de mujeres, el fiscal general de la Procuraduría de Violencia Institucional dictaminó ante una denuncia de varios diputados que está privada ilegalmente de su libertad porque cuenta con inmunidad por ser legisladora del Parla sur, mientras que diversas organizaciones nacionales e internacionales de derechos humanos la consideran una presa política.
Debido a su proceder en el caso Milagro Sala, el Estado argentino ha sido denunciado por violación de derechos humanos ante las Naciones Unidas y las Organización de Estados Americanos. El 28 de octubre de 2016 el Grupo de Trabajo sobre Detención Arbitraria del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas consideró que su detención era arbitraria y realizó un «llamamiento urgente» a la Argentina para que libere a Milagro Sala.
“Yo opino, que debe continuar detenida le dije al amigo interlocutor, ella, pero no sola, sino con toda una cadena de funcionarios que hicieron que Milagro, llegue adonde llegó como casi chivo expiatorio para a través de ella y los recursos que le mandaban hicieron sin ningún sacrificio un gran negociado, para ellos mientras dejaron a cargo de la organización cosas que se deberían hacer desde el gobierno y de una manera más correcta y más clara”
La conversación fue buena, sin agravios ni agresiones, nos despedimos amablemente, sin ponernos de acuerdo, pero creando en mi interior una tremenda comparación de ideales en el mismo lugar con muchísimos años de diferencia, el éxodo por un lado y Milagro por el otro a mi entender. Dos caras de la moneda,  de una historia más de nuestra argentina, que aunque siguen pasando los años no logramos salir adelante, uniendo ideales, sin encontrar algo sucio y oscuro en medio de un propósito genuino, pero mal parido cuando se lo pone en funcionamiento, producto de la avaricia que hoy existe y antes no existía o si , pero no en la forma en la que vemos hoy, la cual se agravó creando una fisura muy difícil de cerrar entre los seguidores de este modelo pensamos aunque sea un poco diferente, a lo que nos llaman despectivamente golpistas, por la mínima diferencia expresada, cosa que por suerte con Juan el seguidor de Milagro y  la ex presidenta no me paso, es muy probable que por respeto el hombre habló pero no agredió como sucede a diario en Buenos Aires a los que opinamos con una milésima de diferencia.
Me fui a dormir muy cansado, pensando en una argentina lejos del sentido común y profundamente enferma por corrupción,  vaya donde vaya, algo me comentan y así no crecemos, o cambiamos o nos irá siempre mal y más en el interior profundo,  que vengo buscando conocer día a día, el propio y el de mi amada argentina, de lo cual vengo haciendo un balance diario, reconociendo errores, descubriéndome más a mí mismo y descubriendo un interior tanto personal como de nuestro territorio el cual no desconozco, pero una cosa es verlo o escucharlo por TV y otra sentir en carne propia cada paso, donde desde el arrepentimiento personal, hasta el colectivo, intento cada día un mundo mejor para mí, mis hijos, mis amigos y el resto de los compatriotas que día a día conozco más y para aflojar un poco la tensión del día me acosté. 
Salimos de Jujuy a las diez de la mañana, provistos de mate y facturas, dispuestos a conocer la quebrada en un viaje de ciento veinticinco kilómetros, totalmente desconocido para los dos, con todo el encanto por delante de paisajes de ensueño. 
Fuimos disfrutando del paisaje en cada metro del recorrido, mezclando con política y geología, acompañados del infaltable mate y la charla amena paramos en Tilcara.
Recorrimos la localidad asombrados por la belleza del entorno, sus calles angostas y empedradas, casas bajas de adobe, dialogando como re descubriéndonos en muchas cosas que juntos vivimos por distintas provincias, en los viajes que habíamos realizado, usando frases o dichos comunes que repetíamos sin darnos cuenta, que conocíamos el uno del otro en una hora y media llegamos a Humahuaca, momento de recorrerla y almorzar.
Estar en la quebrada, era cumplir un sueño de años, cada cuadra, cada ladrillo, cada casa son una poesía, llena de historia, su amor, color y textura que los dos pudimos disfrutar paso a paso.
Nos detuvimos para almorzar, algo liviano y beber bastante líquido, sentíamos la altura, aunque subimos lentamente, notamos el apunamiento al caminar tanto.
Era el momento de resolver cómo seguir el viaje al norte teníamos La Quiaca, que ambos queríamos conocer, pero nos demoraríamos mucho con el regreso, sumado al cansancio del día estábamos a ciento setenta km del límite norte, era una pena no aprovecharlo, por lo tanto, decidimos seguir, fiel a una antigua costumbre, llevábamos ropa en el auto, nunca sabíamos cuándo terminaría el viaje estaba decidido dormiríamos en La Quiaca.
En el camino nos comunicamos con los chicos, Mirta les envió unas fotos para que vieran los lugares donde estábamos.
Llegamos al límite con Bolivia, muy lejos de Buenos Aires, la recorrida fue lenta, primero ubicar una hostería, que logramos rápidamente, dos camas y un buen baño aprovechamos para descansar y ducharnos, antes de salir a ver la de noche y cenar algo típico luego caminamos algo más, poco, porque estábamos cansados y queríamos madrugar para volver a la capital.
A las 8 de la mañana desayunamos y emprendimos el regreso, previo recorrer La Quiaca lugar emblemático si lo hay la idea era almorzar en Jujuy capital, a un ritmo parejo y no tan lento como el de ida, regresamos, mateando, conversando y muy contentos del viaje realizado con ganas de descansar al llegar, luego programaríamos algún recorrido.
Llegamos muy bien, la ruta no estaba muy transitada, nos fuimos a nuestros respectivos hospedajes para encontramos luego en el Macedonio Café y restó bar cultural, un ambiente agradable donde poder charlar sobre el paseo realizado y planear algo para el día siguiente.
Debía esperar la encomienda de Víctor, enviada a la dirección que, apenas me instalé, le mande por mensaje y me respondió que tardaría cuarenta y ocho horas, luego me envió otro mensaje para que la retirara en una dirección que me envió, en lugar de esperar la entrega esa noche me acosté ansioso de esperar él envió con bastante incertidumbre mezclado con sorpresa.
Me levante temprano, desayune y salí a caminar hasta la hora de retirar la encomienda cuando la recibí, me lleve una gran sorpresa, unos giros de mucho dinero que cobre en efectivo en la ventanilla y una caja bien cerrada con una carta de Víctor, explicándome la colaboración del grupo de amigos los ploteos para el auto con las localidades recorridas, que le había ido mandando, y el nombre de las empresas, todas de amigos que con la propaganda de auspiciantes del viaje me ayudarán a seguir el camino.
La llame a Mirta para contarle y quedamos en encontrarnos en el lavadero de autos a dos cuadras donde ella paraba, luego de hacer lavar bien el auto podíamos colocar los sponsors con tranquilidad, para lo cual con permiso utilizamos el garaje del hospedaje donde con mucha paciencia Mirta me ayudó a colocarlos alrededor del auto pegándolos prolijamente.
Elena se ve que no durmió comente, en pocas horas Víctor organizó todo y con sus nombres y el de sus empresas o estudios todos estuvieron presentes ahora me di cuenta por qué Elsi ya había hablado con Elena por Facebook.
Con mucha delicadeza las puertas, capot y baúl, quedo ploteado y comencé a circular con más tranquilidad económica, mi aventura de recorrer todo el país en su parte norte buscando y visitando amigos.
Una casa de pastas frescas, dos estudios de arquitectura, un complejo de canchas de fútbol 5, un estudio de diseño e impresiones y simplemente nombres de amigos muy queridos que colaboraban con esta aventura de contar un poco lo que pasa a mi andar.
Después de finalizar la tarea, hablamos de algunos temas pendientes, le fui contando quiénes eran los amigos que me ayudaban y que ella no conocía, llame a cada uno para agradecerles.
Cenamos juntos y nos despedimos, ella se quedaba unos días más, le recomendé visitar Salta y Tucumán. 
Abandone Jujuy muy temprano, el día estaba hermoso y tenía un largo camino por delante. A unos pocos km por la ruta sesenta y seis, está la localidad de Perico, al noroeste del departamento El Carmen, en el denominado valle de los Pericos.
El río Perico corre al norte de la ciudad, a escasos 10 km de su desembocadura sobre el río Grande de Jujuy; por otra parte, los terrenos del aeropuerto Internacional Horacio Guzmán fijan un virtual límite este a la ciudad.
Aunque joven, la Ciudad de Perico es una de las localidades más importantes de la provincia, un nudo de ferrocarril, y las plantaciones tabacaleras de la zona su conexión vial y aérea han impulsado el crecimiento de la región. En ese momento vino a la memoria, la famosa frase de un político "ganamos en Perico", muchos de nosotros no conocíamos ese lugar y ahora lo estaba cruzando, Argentina es un país inmenso, pero despoblado en zonas tan importantes y de una belleza que sorprende. 
Estaba circulando entre la llanura y las sierras sub andinas, en una ruta bastante desolada, podía agilizar la marcha sin detenerse en todos los pueblos. 
A las once de la mañana decidí hacer un alto, beber algo fresco y cargar combustible, la falta de GNC en esas rutas me obligaba circular solo a nafta.
El destino, Las Lomitas, faltaban unos trecientos km, que me demandarían unas cinco horas. Cayendo la tarde, aproveche para descansar y seguir el día siguiente.
Transite esa distancia a ritmo regular y constante, donde los recuerdos fueron y vinieron en varias oportunidades hasta las lágrimas. Este viaje más que una aventura de recorrido de amigos, es un viaje hacia mi interior donde, de a ratos, voy recorriendo el pasado, casi en detalles, como si pasara las hojas del calendario, año a año y recordando que hice, dónde, y con quién.
A las seis de la tarde, más o menos, llegue a mi primer destino en Formosa esta localidad data de los inicios de mil novecientos, el paraje Las Lomitas, construcción de las vías del proyectado ferrocarril, punto al que se denominó posteriormente "km 297".
Las Lomitas es un bello lugar que conocí hace unos ocho años, en ocasión de acompañar al hogar de niños Querubines, por intermedio de una colaboradora, que posibilitó el llevarlos de veraneo a la ciudad de Formosa, con el apoyo de gente de CETERA, por quienes fuimos recibidos de maravillas, pasando ocho días inolvidables. Con algunos docentes, todavía sigo manteniendo contacto por medio del Facebook o telefónicamente, era muy probable que allí encuentre a Edith, por lo que intente ponerme en comunicación, apenas conseguí donde hospedarme.
Fue una sorpresa para mi amiga formoseña que estuviera por allí, en una hora nos encontramos a cenar, me paso la dirección y le respondí "en un rato paso".
Nos encontramos en Nuevo Pueblo Mío, resto-bar. después de un fuerte abrazo, comenzamos a hablar. Le conté del viaje y como ocurrió cuando ella pasó por Buenos Aires, nos quedamos charlando de todo un poco, ella al otro día regresaría a Formosa capital, así que arreglamos partir juntos, por la tarde y seguir conversando en el viaje.
Nos despedimos, estaba muy cansado, dispondría de la mañana para descansar y me vendría muy bien. Me desperté pasadas las diez de la mañana, con un llamado de Edith, estaría ocupada hasta pasado el mediodía en la escuela, luego podríamos partir.
Después de tomar un café con leche, salí a caminar por las calles de Las Lomitas, la municipalidad, la plaza de la que tengo guardadas fotos con todos los amigos de Formosa y los chicos del hogar fui a visitar el lugar donde un famoso presidente estuvo detenido durante la última dictadura, allí vivía y ejercía como docente la madre del hijo que le costó reconocer, pero no hace mucho terminó aceptando.
Caminé mucho, recordé lugares donde había comprado recuerdos para llevar a Buenos Aires, que fue mi primera salida solo, después de la separación, fue duro, triste, a veces por las noches lloraba a escondidas, pero muy lindo durante el día con los chicos y todos los docentes de Formosa, nos atendieron maravillosamente, en este hermoso lugar, nuevo para mí, con temperaturas desconocidas recordé que, pasada la medianoche, los 40 grados en febrero se hacían notar, en el parque donde nos alojábamos, de madrugada con las chicas cuidadoras de los niños, teníamos lindas charlas tomando tereré, o mate frío como quieran llamarlo, es un mate con agua helada o hielo, mezclado con algunas hierbas nunca lo había tomado, me acostumbre y suelo beberlo en los veranos porteños.
Pare a comer algo, tomar una bebida fresca y llamar a mi madre y a mi hija, mandarle mensajes a Diego, y hablar con Elsi y Elena, que siempre me interrogaban dónde y cómo estaba.
Volví al hotel a alistar todo, para cuando Edith me avisara, la pasaría a buscar y partiríamos. 
A las cinco de la tarde recibí el llamado, ya podíamos partir, bajo el sol formoseño y con una elevada temperatura llevábamos termos con agua helada y el infaltable mate que siempre acompaña a Edith fuimos dejando Las Lomitas camino a la capital, conversando sobre nuestras sus vidas, la educación, tema que mi amiga domina y ha dedicado la vida el camino se hizo corto, Edith me había resuelto el tema del hospedaje para la primera noche, a través de amigos, ubicado cerca del centro, así tendría la oportunidad de recorrer la belleza de la costanera, recordando momentos vividos.
La alcance a su casa, previa indicación del camino hasta el alojamiento reservado, tuve que convencerla de que no era necesario que me acompañara seguiríamos en contacto telefónico para encontrarse al día siguiente en la Sede del Sindicato, donde esperaba hallar viejos amigos.
El dueño del hospedaje me estaba esperando, conocía mi nombre y me ubicó rápidamente después de un descanso y un baño, salí a caminar por el centro, la noche era calurosa ideal para llegar a la costanera me senté frente al río y le mandé un mensaje a Elisabeth, eran más de las once, le comenté donde estaba y no me creía agregue con quién había llegado, fue cuando me pidió que la esperara, que vendría hacia el lugar.
Llegó en unos veinte minutos, un abrazo y dos besos, uno en cada mejilla, como acostumbran obvio me reclamó no haberle avisado con anticipación la llegada y sentados en la costanera, hablamos mucho del viaje, me preguntó dónde paraba, que tenía que quedarme en su casa, que disponía de lugar, sentenció "no puede ser, mañana te venís a mi casa". 
Esa noche dormí profundamente, sentía el cansancio en todo el cuerpo, por la mañana espere el llamado de mi amiga para dar una vuelta a las nueve me mandó un mensaje, estaba preparada y que la pasara a buscar cuando yo pudiera en menos de media hora estábamos recorriendo juntos la capital de Formosa.
Según turismo dicen que el origen del nombre no es Gildo  (irónicamente lo comento  porque aquí su  nombre está en todos lados) sino, una versión sostiene que el nombre Formosa deriva de una locución latina que significa «hermosa» y que habría sido dado por los conquistadores españoles al navegar por el río también puede ser una variante de fermosa (la más hermosa).
Fuimos recorriendo los lugares que recordaba de mi anterior viaje, cuando íbamos al polideportivo, que estaba al lado del alojamiento, disfrutando con los chicos del hogar de las grandes piletas de natación.
Y nos fuimos acercando al centro de la ciudad a saludar a los docentes en su gremio, tenía toda la ansiedad de encontrar aquellos que tan gentilmente nos habían recibido años atrás. No estaban todos, pero pudo saludar a José, Luis, Marcela, Vilma y a Edith que ya estaba allí y les había adelantado mi llegada.
Nos besamos y abrazamos como si ayer se hubiesen dejado de ver, la amabilidad de ellos es increíblemente honesta, como su charla, es respirar honestidad y sinceridad, cosa que he encontrado mucho en el recorrido por diferentes provincias y cuesta encontrar en Buenos Aires capital, salvo con aquellos amigos de toda la vida, la desconfianza reina en las calles, mientras que aquí, no se palpa ese feo síntoma.
Quedamos en encontrarnos al otro día por la noche a cenar juntos, cuando ellos terminaran su trabajo. Partimos hacia la zona céntrica, buscando donde almorzar, antes de pasar a retirar las cosas por el hospedaje y esa noche o a lo sumo dos, la pasaría en casa de Elisabeth, tenía una habitación disponible para visitas como la mía.
Visitamos la catedral, la vieja estación donde antiguamente llegaba el tren y la Cruz emblema hoy de Formosa.
Formosa está gobernada desde hace más de dos décadas por el mismo personaje, todo depende de él, maneja todo a su antojo, la cantidad de empleados estatales es muy alta, y existen sospechas fundadas sobre enriquecimiento ilícito de varios familiares y testaferros, sin ir más lejos, desde la costanera se ven obras muy modernas y vistosas, y cómo entran y salen del país, como si cruzaran una calle y tomaran mate con el vecino de enfrente.
Alberdi, ciudad de Paraguay, donde sus pobladores se dedican a la ganadería, comercio y agricultura en menor escala. Su vecindad con la ciudad de Formosa, que está enfrente, hace que durante todo el año los argentinos crucen para adquirir mercaderías, en especial ropa por menor precio.Desde la costanera, tomando mate, se ven las embarcaciones, que van y vienen durante el día y la noche. Conversando con los formoseños, entraría además droga oculta entre las mercancías, y más de una vez y, según quién esté de turno, no revisan los bultos que ingresan.
Apenas horas más tarde compartimos unos mates y seguimos conversando muy pausadamente, sobre la vida más en particular y sobre los amigos que luego veríamos para comer y así entre mate, descanso y charla pasó la mañana, que la terminamos con un recorrido por toda la ciudad, y un pequeño almuerzo el calor en Formosa deja la ciudad casi desierta en las primeras horas de la tarde, nosotros regresamos a dormir la siesta. 
Luego de cambiarnos, volvimos a la costanera, cuando comenzó a bajar el sol nos encontramos en la casa de Luis a comer un asado y recordar con todos los diez días vividos hace años junto a ellos.
La cena fue muy amena, divertida y con mucho diálogo la hora pasó rápido, entre recuerdos, los nombres de algunos chicos, las travesuras y sus vidas hablamos muchos de cada uno, de sus hijos y muchísimo de educación, tema que ellos dominan, son excelente profesionales qué mejor que escuchar de su boca la experiencia del día a día frente a los alumnos, y entre charla vino, cerveza y helado se terminó la noche. 
Me despedí con un fuerte abrazo de cada uno de ellos y nos fuimos a descansar, mañana no sé a qué hora me levantare para luego partir y seguir mi viaje rumbo otra vez a la provincia de Santa Fe.
A las nueve de la mañana ya estaban mateando y una hora después salí de la capital formoseña camino a Resistencia, el próximo destino antes de comenzar la ruta me comuniqué con mi madre, mi hija y recibí los mensajes de amigos y amigas como siempre.
Comencé el viaje hacia Resistencia Chaco, tenía por delante 280 kilómetros. Resistencia, la cruce lo más rápido posible para parar por Santa Fe, antes de llegar a Las Toscas por la tarde a matear, y a descansar un poco, luego a visitar a Roque, primero lo dejare dormir la siesta y yo dormiré un rato.
Ese mediodía llegue al hotel Mabero de Las Toscas, me aloje y descanse un buen rato.
Llamé a Roque, le comenté que estaba cerca, no lo podía creer, venite, me dijo, me dio la dirección exacta y en unos quince minutos estaba en la puerta de su casa y entre saludos y abrazos con él y su señora Marta, a los tres se nos juntaron las emociones del reencuentro y comenzar a charlar de nuestra historia una vez que dejamos los pasillos, las aulas y los años vividos en la querida escuela que,  aún pasado el tiempo y la distancia, nos sigue uniendo. La conversación fue muy distendida en todo aspecto, hablamos muchos de los hijos, la familia, los amigos en común, fue pasando la hora sin darnos cuenta y ya Marta estaba sirviendo la cena que preparó mientras con Roque estábamos entretenidos en la charla.
La sobremesa se hizo larga, hablar con ellos es un placer, era como si se conociéramos de toda una vida, cosa que no era así pues los contactos fueron últimamente virtuales y con Marta nunca habíamos conversado, pero nadie lo hubiera notado si nos veía mateando y charlando como si ayer nos hubiésemos visto por última vez. Roque me mostró dónde iba a dormir, señalando una habitación, a lo que le respondí que ya estaba parando en un hotel, para qué... se enojó, él siempre me dijo "vení que en casa hay lugar", pero para no molestar pare, como lo venía haciendo en todos lados, en un hospedaje antes de visitar a cada amigo o amiga.
Luego de agotar el tema, quedamos en encontrarnos a matear por la mañana, nos despedimos y me fui al hotel del que debería volver con todo si decide quedarse unos días más, cosa que aún no tenía resulto, le dije "mañana lo hablamos" y me fui.
Ya en el hotel me dispuse a descansar, ver un resumen de noticias, hasta que mis ojos no dieron más y comencé a quedarme dormido.
Con Roque habíamos hablado mucho de la familia, mientras le contaba de mi adolescencia en la escuela, salió el tema de cómo entramos ambos en ella, yo recordé mucho a mi padre, que falleció hace una docena de años, fue muy importante para mí, aunque no esté presente físicamente, lo recuerdo día a día, con él aprendí de todo, pero mucho más cuando decidió hacer una planta más en la casa, el primer piso y el galpón con el quincho en la terraza.
Aprendí a colocar ladrillos, nivelar, revocar, de todo un poco, juntos pusimos los caños de luz, de agua y de gas, luego hice parte de la instalación eléctrica, pues mi padre se animaba a todo menos a lo que tuviera corriente, le tenía mucho respeto, en tanto yo era más atrevido, con algo de noción, empecé y termine haciendo toda la instalación, un poco preguntando, un poco probando, fue entonces cuando entendió claramente que seguiría la carrera de construcciones en el Raggio.
Mis padres se alegraron, pero el examen era duro y mi pulso, que ya lo comenté, no era el mejor para una carrera casi basada en muchas materias de dibujo. Ellos siempre me apoyaron, el examen lo pase bien y al borde de las fiestas de Navidad ingrese a anotarme o matricularme con el examen aprobado a un Raggio que ya se comenzaba a demoler en partes, en marzo, cuando se iniciaron las clases, ya no existía el lugar donde había rendido.   
Mi padre, David como decía el santoral del almanaque según, mi abuela, que era muy católica, era el mayor de tres hermanos, dos mujeres y él, las tías Haydee y Sara, la primera mi madrina. Hijos de inmigrantes españoles, comenzó a trabajar como ordenanza a los 17 años en la Academia Nacional de Medicina, donde hizo toda su carrera, jubilándose como Director de Asuntos Académicos, creo que siempre tuvo ganas que yo o mi hermana siguiéramos medicina, pero nada más lejos estuve siempre de esa profesión.
Crecí rodeado de médicos que hablaban a casa, iban y venían junto con muchísimos libros sobre diferentes temas, pero la construcción fue más fuerte, se retiró al jubilarse, luego contratado por la Academia, sabía mucho y era consultado cotidianamente, luego escribió un libro contando la historia de la institución.
Los domingos de nueve a trece abría la ferretería y él venía a hacerme compañía, cebar mate y charlar, la política lo apasionaba, no tanto como a su mí, pero era un lector del diario cada mañana, estaba muy informado y creo que salí radiófilo por la cultura que heredé de mi padre quien me regaló una portátil siendo muy chico y aún hoy sigo escuchando AM a diario la mayor cantidad de horas que puedo.
Intenté, mientras pude, mantener la familia tal cual lo hizo mi padre, unida en cada oportunidad poder reunirse, sea cual fuera el motivo daba lo que fuera, era importante para reunirse alrededor de una mesa todos, que, por los motivos expuestos, esa tradición se fue perdiendo y lamento mucho no poder volver a compartir las grandes y lindas reuniones.
David mi padre cumplía ochenta años, con anticipación fue invitando a toda la familia, amigos, primos, sobrinos, todos, buscamos y compro muchas bebidas y todo lo que el festejo ameritaba, mi madre hizo la torta rectangular simulando la gloriosa cancha de los calamares, con los colores marrón y blanco, Platense vive en esa casa desde que yo tengo uso de razón.
El trece de junio hablamos por última vez hasta altas horas de la noche y el catorce mi viejo no despertó. En casa sonaba el teléfono para saludarlo y yo tenía que decir que falleció, fueron horas de mucha confusión, mi madre abría la heladera veía la torta y lloraba, un taxista traía un desayuno para dos, mientras mi tío Oscar junto a mi cuñado salían para la cochería , todo fue muy triste, pero mi viejo se quedó dormido, no sufrió, pasó de un sueño al otro y eso hace extrañarlo, pero bien, murió sin sufrimiento, lo único que no pude cumplirle fue tener la familia unida pero seguramente desde donde nos mira ya lo sabe y el por qué.
Me quedé dormido en un sueño muy profundo, al despertar pensé que estaba en casa, pero no, era la pequeña habitación del hotel y Roque me esperaba una rápida ducha, me cambie para terminar de compartir la mañana con él, retire todo del hospedaje y salí.
Esa mañana conversamos sobre muchos temas, especialmente políticos como lo hacemos a menudo por chat y mientras a fuego lento el asado iba dando el aroma del mediodía, el calor del día nos fue acercando en profundas confesiones de vida. Roque comprendió que no me quedaría como él esperaba, tenía por delante todavía algunas visitas pendientes y con su computadora y por intermedio de Facebook fui arreglando el camino a seguir.
Debía volver a subir a Resistencia, ese día por la nochecita no era lejos y así fue, luego de un almuerzo genial, descanse un rato como los hicieron ellos también y por la tarde después de algunos mates decidí partir, antes de que la lluvia que se veía llegar me impidiera la vuelta hacia Chaco.
Abrazos, consejos y despedida, promesas de volvernos a encontrar en Buenos Aires o nuevamente aquí y partí hacia Resistencia.
Por la ruta once en una hora y media llegaría, volvería al mismo hotel, el camino estaba bastante transitado, terminaba el día laboral y la cantidad de vehículos anunciaban el regreso a casa mientras el cielo seguía amenazando la tormenta, delante se dibujaban nubes y rayos, el agua no tardó en llegar. 
Todos disminuyeron la marcha y, lentamente, pasamos bajo una fuerte tormenta que dejamos atrás al entrar en la capital del Chaco, en una noche cerrada pero ya sin la lluvia la que, según escuche en la radio local, se dirigía al sur, hacia Santa Fe y Buenos Aires.
Ya en el hotel pude conversar telefónicamente con Norma, le conté por dónde andaba y cómo pensaba seguir, ella seguía mi recorrido por las redes, me dijo que me acompañaría, hacía años que no volvía por esa zona y a El Impenetrable tenía ganas de recorrerlo, por lo cual ya tenía pasajes de avión a Resistencia y mañana nos encontraríamos cerca del mediodía, para comenzar el recorrido al otro día.
Actualmente en “El Impenetrable” viven cerca de 60.000 personas; la mayoría nativos de la zona (wichís y tobas), campesinos y pequeños productores rurales. La deforestación provoca la desaparición de los animales y otros alimentos y medicinas que utilizan las comunidades originarias. Por su parte, miles de familias campesinas basan su sustento en la producción vacuna y caprina.
Los integrantes de los pueblos originarios recolectan frutos y miel del bosque, practican la caza, la pesca, trabajan en obrajes madereros o son cosecheros temporarios, tallan la madera del palo santo, tejen con fibras de chaguar y realizan alfarería.
Gran parte de los wichís conservan elementos de su rica cosmovisión, su lengua y curaciones naturales, algunos trabajan como maestros, enfermeros, auxiliares contables, o desempeñando cargos en municipalidades, escuelas, hospitales otros trabajan en la fabricación de ladrillos y la venta de artesanías (alfarería y tejidos).
Me alegre mucho con la noticia de Norma, sabía de su espíritu aventurero y de internarse en los pueblos más alejados, siempre con su espíritu de docente al servicio de la sociedad, el viaje que teníamos por delante nos llevaría a descubrir lo más profundo de nuestros orígenes, hoy quizás muy aislados y marginados por muchos de la sociedad urbana y especialmente por todas las políticas sociales que se vinieron llevando a cabo especialmente en la última década, para una minoría ganada para gran parte del país y sus habitantes la década perdida (la que nos costará más de una década recuperar el inicio para volver a empezar a ser lo que fuimos algún día).
Me fui a descansar. y al otro día, cerca de las doce del mediodía, la encontraría en el aeropuerto de Resistencia. 
Norma es una gran amiga de toda la vida, fue como profesora particular, cuando la conocí, en primer año del secundario me llevé dos materias a marzo, inglés y matemáticas. Ella, docente en todo sentido, comenzaba a dictar clases en una academia cerca de mi casa que había abierto, después del regreso como titular en una escuela de Maquinchao en la provincia de Río Negro, junto a dos hermanas Laura y Alicia.
Al regresar a Buenos Aires abrieron una librería donde dictaban clases de apoyo de todas las materias, desde el año '70 a la fecha mantuvimos una linda amistad, compartiendo muchas cosas y debatiendo siempre el aspecto socio político del país.
Norma fue siempre una militante socialista y como tal, siendo docente ya en Buenos Aires, fue delegada en los tiempos del inigualable Alfredo Bravo del gremio docente, en épocas muy complejas y convulsionadas de nuestra argentina.  
Con ella vivimos con mucho dolor todo lo que fue la época siniestra de la dictadura genocida, pero también juntos disfrutamos de lindas cosas, el primer encuentro de humoristas gráficos en Lobos, los ciclos de cine en el mítico Cosmos de la calle Corrientes donde recuerdo haber asistido una semana o más completa a ver las películas de Bergman, o en inolvidable Michelangelo cuando fuimos a ver el reencuentro de Susana Rinaldi. Con Norma vi por primera vez a Don Osvaldo Pugliese en EL Viejo Almacén y recuerdo, como si fuera hoy, cuando asistimos al regreso de Mercedes Sosa, después de un largo exilio.
Nos fue pasando la vida, el nacimiento de los mellizos, el cierre del instituto Ciencias donde Norma dedicó su vida a la enseñanza y períodos de vernos mucho y otros donde solo telefónicamente nos comunicábamos. Esta era una linda oportunidad de recorrer un poco de historia y actualidad juntos, tomó la decisión de hacerlo y viajaba a Resistencia, la experiencia segura será inolvidable para ambos. 
Resistencia amaneció nublado, pero con mucho calor, desayune en el hotel donde le reserve a Norma una cama más y salí a caminar. Fui hasta la plaza, la había visto en mi anterior viaje, pero ahora tenía casi dos horas libres para recorrerla mejor.
La Plaza 25 de mayo de 1810 está ubicada en la ciudad de Resistencia, es la plaza principal de la ciudad, capital de la Provincia del Chaco. 
Desde el centro de la plaza se observa la Casa de Gobierno de la provincia, además, algunas obras de arte, entre los espacios verdes, como una estatua de Eva Perón, realizada en bronce sobre un pedestal; una Cruz en memoria a los fallecidos en la masacre de Margarita Belén; diversos murales y un monumento a Roma, con una estatua de Rómulo y Remo siendo amamantados por la loba en lo alto de dos columnas (obsequiado a la ciudad de Resistencia por parte de la Comunidad Italiana).
Esta plaza es un verdadero punto de referencia para la orientación, de ella nacen las cuatro avenidas principales, de las que derivan las demás calles de la ciudad perderse en Resistencia es muy difícil está muy bien diagramada la ciudad.
A las once y media tome rumbo al aeropuerto, seguramente el vuelo llegaría puntual por los mensajes que venía recibiendo desde la capital. Así fue, apenas cinco minutos de atraso, llegó el único vuelo diario que une Chaco y Buenos Aires en menos de quince minutos, nos encontramos para volver a la ciudad a compartir el almuerzo, bajo un calor muy intenso, las calles comenzaban a vaciarse de transeúntes, que ya en sus domicilios más de uno comenzaría a hacer homenaje a la siesta reparadora. Nosotros hicimos lo mismo, descansamos un buen rato, para luego planear el viaje del día siguiente.
Pasadas las 18:30 y después de tomar unos mates, salimos a recorrer la ciudad, la hora no era ideal por el tránsito del regreso de los que, al igual que ellos dejaban la siesta, por lo que decidimos revisar el coche para el viaje, beber algo fresco en algún lugar alejado del casco urbano. En las afueras el aire parecía comenzar a dar pequeño respiro, además nos quedaba pendiente recorrer el autódromo chaqueño, que en TV le parecía atractivo
El Autódromo Santiago "Yaco" Guarnieri, es un circuito de competiciones de deportes de motor, ubicado en las afueras de la Ciudad. Consta de 2695 metros, generalmente se utiliza el sentido horario para el recorrido de todas las competencias, se encuentra en la parte Norte de la ciudad, a un kilómetro del cruce de la Ruta Nacional 16 con la Ruta Nacional 11. Debido a su estratégica ubicación, cercano a la Ciudad de Corrientes y a la vera del camino hacia las ciudades Formosa (Ruta 11) y Presidencia Roque Sáenz Peña (Ruta 16), es considerado a nivel nacional como el "Autódromo Regional del Nordeste".
A simple vista y sin recorrer el Chaco minuciosamente, me di cuenta del grado de descuido de obras primordiales de infraestructura muy marcadas, cosa que vería con razonabilidad ahora con nuevas autoridades a nivel gubernamental nacional priorizará las obras de primera necesidad antes que agrandar el autódromo. Este pensamiento lo compartimos con Norma, pero como decimos siempre el sentido común más de una vez no es utilizado como nosotros pensamos y luego nos asombramos de aquellos que ven la realidad que nosotros veíamos mucho antes. Bueno la realidad no es una sola, sino de acuerdo a la óptica con que se la mire, algunos vemos con lupa, otros muy cerca de nuestras narices y algunos otros vemos más allá y las consecuencias, llegado el momento de afrontar algunos tiempos complicados, ya dejaron de asombrarnos porque sabíamos que sucedería, solo lo estábamos esperando, ya nos pasó durante la dictadura y con los sucesivos gobiernos democráticos, pero jamás tan brutalmente como el último que hace poco dejó el poder.
La tarde noche dio para matear y luego cenar bajo un calor sofocante, ya teníamos planeado el viaje a la mañana siguiente, volvimos al hospedaje a descansar para salir bien temprano a la ruta.
A las seis Norma me llamó, enseguida prepare todo para dejar el hospedaje, tomamos un rápido desayuno y fuimos por la ruta provincial 16, que nos llevaría rápidamente a Roque Sáenz Peña, ciudad de muchísima importancia provincial, y según dicen los chaqueños, con las mejores aguas termales de nuestro país, se encuentra a siento sesenta kilómetros de Resistencia, casi en el medio de la provincia.
En dos horas estábamos entrando a la ciudad y primera parada del recorrido. Le contaba  a Norma de todas las propiedades del agua termal del lugar, lo que nos llevó a un interesante debate,  lastima no tener un especialista o que hubiera viajado Alicia con nosotros, para Elsi no hay mejor agua termal que la de Río Hondo en Santiago y por la información del lugar parecía todo muy cierto, para los salteños nada mejor que las Termas de Reyes, me dieron su historia y bibliografía  muy completa y estudiada, pero hoy y aquí no hay mejor agua termal curativa que la del Chaco en Roque San Peña. 
Lindo lío, cómo saberlo, no íbamos a perder mucho tiempo averiguando el cómo de algo que no sabían mucho. Norma fue más práctica: "el próximo viaje lo haces visitando termas, me invitas, te acompaño y salimos de la duda, ahora sigamos viaje". Habíamos tomado un termo de mate conversando "en lo inmediato pediré los folletos explicativos, pedile a tu amiga que te mande los de Santiago luego averiguaremos..."
De Presidente Roque Sáenz Peña nos fuimos camino a Pampa del Infierno, aquí comienza una triste desolación, la falta de agua potable es cada vez más cruda penetrando en la provincia, solo existe el agua comercializada como mineral a un costo inalcanzable para la mayoría de las familias según fuimos averiguando, sumado a eso la falta total de trabajo.
Desde siempre, solamente conocen el sabor metálico y salado con alto contenido de arsénico que obtienen de las perforaciones municipales o del Servicio de Agua y Mantenimiento Empresa del Estado Provincial, así como de los que realizan algunos pocos vecinos, ni siquiera tienen la estructura de distribución domiciliaria de agua, un bajísimo porcentaje tiene red, pero no agua y, como en el caso de Pampa del Infierno, la población accede a las pocas canillas públicas que mantiene en funcionamiento.
El líquido vital no es apto para el consumo humano, pero niños, mujeres y ancianos la beben como si fuera la vida misma, en la planta urbana las represas están resecas, algunas mantienen un poco de humedad y algún pequeño espejo donde los chicos con sus gomeras se aglomeran en escondites que fabrican para emboscar a las palomas que aterrizan para abrevar, luego las utilizan para compartirlas con sus familias, a ello se suman incontables zorras que con tambores de 200 litros transportan el agua por 15 o 20 pesos a las casas.
La zona ocupa la mayor cantidad de mano de obra con la actividad forestal, desde la tala de quebracho y algarrobo hasta los rollos, la fabricación de durmientes, muebles y carbón, continúa la tala indiscriminada de los recursos boscosos cada vez más escasos y más alejados que hace temer por el futuro de la actividad forestal, además del tremendo daño ecológico cuyo vuelto la naturaleza se está cobrando.
El agua es oro en la zona , la peleamos, pero no sabemos cómo vamos a seguir la solución definitiva al grave problema que tenemos en el agua en el oeste chaqueño es la mega obra del acueducto” sintetizó Marcelo Píccoli, intendente de Pampa del Infierno quien hoy espera con ansiedad el proyecto Belgrano anunciado por el actual presidente a quien encontramos en la puerta de la municipalidad y nos recibió muy gentilmente contándonos toda la problemática de la región.
En Concepción del Bermejo la situación es calcada lo único que marca una diferencia entre Río Muerto, Los Frentones, Pampa del Infierno y esta población es que las napas subterráneas a medida que se acercan al centro provincial, siguiendo la línea de la ruta nacional dieciséis, disminuyen en contenido de arsénico, la sequía que marcará al Chaco con una profunda cicatriz que no da tregua, las perspectivas de lluvias son escasísimas de acuerdo a los pronosticadores climatológicos.
En la ruta paramos a conversar con los famosos carboneros, inmensos hornos que se van armando con todo tipo de madera, producto de la tala indiscriminada de árboles e intercambiando el penoso y seco paisaje, encontramos a los ladrilleros quienes con la escasa agua sucia, verde y contaminada fabrican manualmente los ladrillos que con la misma leña que encienden los hornos de carbón los cocinan, si a todo esto le sumamos el precio que le pagan a esa gente por cada uno o por kilo de carbón de leña (el que aquí compramos normalmente para hacer el fuego del asado) la diferencia es asombrosa, terriblemente brutal centavos por kilo que nosotros pagamos muchos pesos.
En Pampa del Infierno decidimos recorrer la pequeña ciudad, buscar dónde poder comer y tomar algo fresco, el viaje se comenzaba a alargar en tiempo, parábamos mucho a conversar con los lugareños e informarnos de sus necesidades, por casualidad vimos comenzar las obras de un acueducto proyectado hace más de cincuenta años, se iniciaron en agosto, es parte del muy mencionado plan Belgrano, hoy la esperanza de muchos chaqueños, verlo hacerse realidad o como estamos acostumbrados, una obra más que quedará trunca matando la ilusión de muchos, solo el tiempo con el correr de los meses nos dirá el resultado, el pequeño cartel anuncia la conectividad de cinco localidades al agua potable faltante en la región.
El fuerte calor se hacía sentir cada vez más intensamente, recorrimos los alrededores y cerca de las dos de la tarde nos alojamos por suerte conseguimos lugar, al auto no se le ve el color original, transitando rutas y calles de tierra donde el polvo produce nubes marrones, aunque andando lentamente, se nos pegaba por todos lados.
Por camino de tierra, los primeros kilómetros fueron a ritmo constante pero cada parada en las localidades de cruce y las conversaciones con los habitantes, hizo que el día se nos fuera volando y el cansancio pudiera con nosotros. Primero Pampa Guanaco por la cinco, seguimos por la misma ruta y paramos a almorzar en Juan José Castelli donde se encuentra una pequeña ciudad creada en 1954 con el fin de proteger una muestra del Chaco Oriental.
Entre la flora se destacan los quebrachos colorados chaqueños y algarrobos, se pueden encontrar monos aulladores, yacarés y capivaras, entre otros....
Esta ciudad fue considerada durante muchos años como el "Portal del Impenetrable”, debido a que luego de esta ciudad, se iniciaban los caminos de entrada al reconocido monte chaqueño. 
Pasamos rápidamente, dejando la tierra del camino detrás y la meta del día era llegar a Miraflores y con esfuerzo y mucho calor lo conseguimos.
Miraflores es una localidad en el departamento General Güemes, es un puesto de avanzada de la colonización agrícola y la última población con acceso pavimentado, pero ya veníamos por la cinco, anteriormente de tierra. Paramos allí, para luego ingresar de lleno en el mágico mundo impenetrable al otro día, muy temprano.
Esa tarde la dedicamos a tomar apuntes  de lo recorrido y responder muchas preguntas que Norma me fue haciendo del viaje, le comente que creía que era mi último gran viaje,  que lo había pensado mucho antes de partir y a la vez lo tenía muy conversado  con un grupo de amigos que muchos son los que me dieron una gran mano al esponsorizar el auto para subvencionar gastos,  ya no tengo muchas cosas más por hacer luego de finalizarlo aunque aún falta mucho, la Mesopotamia y no sé si volver a casa o hacerlo ahora, voy a andar muy justo con los tiempos y quiero estar antes de las Fiestas nuevamente en Saavedra.
Allá está mi madre a quien llamo todos los días por la mañana o por la noche y ambos nos acompañamos mutuamente, tengo mucho miedo de que por su edad le pase algo, cumple en meses años, no quiere que me quede solo, pero será inevitable, los chicos ya no son tan chicos: en enero cumplen  años, cosa que me parece que fue ayer cuando nacieron.
Y le cuento - el 8 de enero Mirta estaba muy molesta e incómoda, su vientre parecía explotar en cualquier momento y con el calor que hacía esa noche no podía dormir, recuerdo que nos pusimos a jugar a las damas sobre la cama y cerca de la una de la mañana, más o menos, rompió bolsa, los mellizos llegaban, sabíamos que uno era mujer y el otro no se veía en la ecografía, ya habían elegido los nombres por si era uno y una como suponían, llamamos a la partera y fuimos a la clínica.
Cuando llegaron la partera ya estaba y luego de la internación (que fue muy rápida) comenzó el trabajo de parto. En determinado momento, y algo que recuerdo mucho, el médico decide llamar al anestesista que no tardó, me citó antes en la mesa de entradas y me dijo "o me firma un pagaré que aquí tengo o me abona ya mismo", no recuerdo el monto de la suma, pero era muchísimo dinero, "o no subo a atender a su señora", recuerdo siempre que me pareció un comercio brutalmente cínico, le pague en efectivo y subió.
En pocos minutos nacieron Diego y Daniela, aquel nueve de enero, apenas despuntaba el sol. Mirta quedó sumamente agotada pero bien, y al rato, desde el teléfono público del hall del sanatorio, les avise a mis padres y a Mingo de la llegada de los mellizos.
Verlos comenzar a crecer era una película hermosa cada día, yo llegaba pasadas las veinte horas y durante un rato tenía a Diego en mis brazos, Daniela siempre se dormía más tarde, nos acompañaba despierta hasta que terminaban de cenar. De chica fue la más inquieta, pero, como comentaba, el tiempo volaba y en meses ya comenzaron el Jardín. Mirta comenzaba a trabajar, fue un poco duro dejarlos desde tan chicos en manos de desconocidos, así se fueron dando las cosas. Luego me mudé con la ferretería de Saavedra a Caballito y a partir de ahí, pude todos los días de lunes a viernes entre las 16,30 y las 17 ir a buscarlos, fue una época muy linda donde llegar a buscarlos era una sorpresa cada día, algo nuevo, ellos comenzaban a descubrir día a día cosas y las querían compartir apenas llegaba.
Los jueves venían mis padres, pasaban por la ferretería donde el colectivo los dejaba casi en la puerta e íbamos a buscarlos, ver a los abuelos los ponía muy felices y a los abuelos aún más, mi madre aún, de vez en cuando, recuerda aquellos días y diferentes anécdotas especialmente por la tarde, a la hora del mate, siempre surge alguna anécdota de aquellos felices años para todos, la familia se estaba agrandando de a poco y todos disfrutamos de encontrarnos.
Cuando llegaban del jardín, les servía la leche, lo estoy  viendo como si fuera hoy, ( cuando lo cuento ) le agregaba el polvo de chocolate, cuando fueron creciendo ya querían hacerlo ellos, mientras jugaban un poco y miraban la tele, en  aquellos años comenzaba el programa Chiquititas y no se perdían  ningún capítulo, estaban  entretenidos dándome  lugar a poder comenzar a cocinar la cena,  a veces  poner el guardapolvo verde dentro del lavarropas pues ya venía más de una vez en condiciones de un verde tirando a gris oscuro.
Mirta salía a las veinte horas, yo trataba que cuando llegara ellos ya estuvieran cenados, así podrían seguir jugando y luego cenaba con la madre, mirando un poco de TV y charlando siempre algo con ellos. Mirta estaba cerca y más de una vez, la íbamos a buscar y de paso llevábamos a Bahía (una perra que nos acompañó muchos años), entonces caminar esas cuadras era un lindo paseo en el cual especialmente Diego se dedicaba a correr las cuadras de esquina a esquina, mientras Daniela y Bahía caminaban lentamente esperando la salida de la madre que no siempre eran a la hora exacta.
Bahía era una perra muy especial,  haberla encontrado en Del Viso un sábado cuando íbamos  a pasar el día, era  muy pequeña, apenas días o mes tendría y apareció por la quinta, ambos nos encariñamos, entraba en mi mano de chiquita que era y  decidimos traerla, en mi casa siempre tuve mascotas,  pero Mirta no y no quería, igual la llevamos  con la condición de que me la llevara a la ferretería todos los días, esa noche no pudimos dormir, Bahía lloraba al dejarla sola en el lavadero del departamento y con el correr de los días, se adueñó de la sensibilidad de Mirta  y de todo el departamento y fue la compañera inseparable de ella y los chicos,  hasta su último suspiro, un miembro más de la familia que hoy descansa en el parque de la quinta donde la encontramos rodeada por un bello Jazmín que la acompaña con su flor y la perfuma contantemente.
Me fui de tema, luego retomaré la historia con mis hijos y el resto de la familia, pero le comenté a Norma, aquí en medio de esta provincia: "quisiera compartir con ellos la aventura de seguir conociendo los rincones más ocultos de nuestro país, quizás nunca más pase por aquí, pero sería lo más hermoso poder realizar en familia este viaje de amigos, aventuras y turismo no convencional.
Norma sugiere escribirlo, hacer un diario de ruta y mencionarlos a ellos cada vez que los recuerde  o los extrañe,  como me estaba pasando ese día, en medio de  anécdotas de hace más de veinte años que nunca olvidare, le comente que ellos nunca leen mis escritos  y Norma muy convencida me dijo "hoy no, es lo más probable, pero el día de mañana cuando sean más grandes seguro leerán todo más  de una vez, y más adelante tus nietos te recordarán en cada letra", me dijo - "no creo que conozca a mis nietos" dije , y ella me hizo un gesto que mejor terminamos la conversación.
Después de albergarnos en Miraflores, temprano en la mañana siguiente, seguimos por el camino de tierra hasta el paraje las Hacheras, sería el último punto y luego regresaríamos, son apenas treinta y cinco kilómetros, pero de una ruta o camino vecinal en muy mal estado, donde el solo movimiento del auto crea nubes de polvo muy espeso y apenas cae una lluvia se convierte en intransitable.
Chaco es el abandono en su total dimensión, aparte de las dos o tres ciudades más importantes, a medida que ingresamos al corazón de la provincia el nombre lo va diciendo todo, la provincia es impenetrable, pero por la desidia y el tremendo abandono absoluto, el camino sería lo de menos, ver las casas, la falta de agua, la ausencia total de sanidad es realmente penoso, por otro lado, recordé la cantidad de veces que su gobernador dijo haber inaugurado muchas obras, la verdad el abandono es brutal.
Se abocaron los lugareños a comunicarnos como en todo el recorrido, aquí la pobreza se siente en la piel, se nota en la mirada y duele en los ojos que miran nuestro andar.
Domingo Peppo, Daniel Capitanich y Jorge Capitanich parecen ser los dueños de la provincia hace años, pero como dicen los vecinos de cada localidad nunca salen de la casa de gobierno y están cada vez más ricos, todo depende de ellos. A los pueblos originarios los tienen totalmente olvidados, en Chaco se repite un poco la historia de Formosa, donde el feudalismo todavía está instalado en nuestro país, se sigue permitiendo que los niños mueran por desnutrición y el resto sobreviva hasta cuando y como pueda.
Hablamos con varios habitantes, algunos todavía hablan más su lengua originaria y no saben leer ni escribir su rostro muestra un desgaste muy intenso de sus vidas, gente de 30 a 40 años parecería estar ya en sus últimos años de vida y todas las mujeres desde niñas cargan en sus brazos un bebé, el que, seguramente, tiene por lo menos seis, siete u ocho hermanos más. 
Los habitantes de toda esta zona solo reciben ayuda de organizaciones no gubernamentales como la de Patricia Sosa o muchas más que tienen como meta el ser humano en su integridad y hacen todo lo posible  para  ayudarlos desde Buenos Aires, haciendo todo el esfuerzo que significa cada viaje, esto le hace recordar una vez más al budismo y ciertos fanáticos militantes que se llenan la boca de cómo se debe vivir para ayudar, acercarse y comprender al otro y luego en su vida cotidiana hace totalmente lo opuesto.
Chaco incorpora lenguas alternativas (qom, moqoit y wichí),  y al igual que su vecina provincia de Corrientes, son las únicas que poseen más de un idioma oficial (aparte del español), principalmente porque en el Chaco habitan una de las mayores poblaciones originarias integrada por wichís, tobas y mocovíes. Conocerlos, ver sus costumbres e intercambiar algunas palabras fue todo un desafío, pero nos abrió un panorama desconocido en vivo y directo y no contado por estos personajes, que ni siquiera como gobernantes de ellos, los visitan.
En poco tiempo comenzaría a caer el sol, solo habíamos tomado mate y comido algunas cosas que llevábamos en el auto, decidimos regresar, nuestro próximo destino, para descansar, sería Villa Bermejito, cercana al límite con Formosa, y en un día más, nuevamente en Resistencia.
El camino fue muy duro, en medio del interior de El impenetrable, sin nada a su alrededor: solo selva y monte, escasa visibilidad y mucha tierra volando tras nuestro paso. De Las Hacheras a Villa Bermejito, no hay ruta nacional ni provincial, solo caminos en medio del monte con huellas muy profundas, marcadas por grandes camiones o tractores. Es muy escaso el tránsito vehicular, normalmente se realiza en camionetas 4x4, pero con el auto fue lento y complicado, más de una vez nos quedaba la rueda en el aire o con el chapón, que por suerte tiene el auto, las dos ruedas quedaban apenas tocando la tierra. Pero al fin llegamos, ya de noche, a la famosa Villa orillas del río Bermejo, donde podríamos descansar tranquilamente.
Villa Río Bermejito es una localidad del departamento General Güemes, ubicada sobre la margen derecha del río Bermejito, contando con un importante balneario sobre el mismo, dentro de la región de El Impenetrable. Por la mañana, descansados encontramos un bello lugar, ideal para matear y conversar tranquilamente decidimos salir después de una siesta, para estar a la noche en Resistencia, la ruta es asfaltada, en cuatro horas llegaríamos al destino final en la provincia.
Fue una linda mañana, de gratas conclusiones en lo político como en lo social, respecto a todo lo recorrido, lo difícil que le será a este gobierno que recién comienza para remontar esto, lo increíble que durante doce años lo hayan gobernado como se hizo, después de criticar como veníamos haciendo el gobierno anterior con su política social y más educativa, más con la experiencia de Norma, que toda su vida la dedicó a la docencia con un compromiso social inigualable.
Así se nos fue la mañana, almorzamos y a descansar, alrededor de las cinco de la tarde, bajo un intenso sol, partimos hacia Resistencia, donde pasaríamos la noche y luego nos despediríamos hasta volvernos a ver en Buenos Aires calculamos cenar cerca de las 23 en la esquina del hotel. 
El vuelo de Norma a Buenos Aires sale a las 13 horas, eso nos permitirá descansar en la mañana, antes de ir al aeropuerto.
A las 12 Horas deje a Norma en el aeropuerto con el auto en condiciones, (esa mañana lo dejé para un buena limpieza interior y exterior cuidando los plotters adheridos) seguí camino hacia la provincia de Corrientes cruzando el puente General Manuel Belgrano, un viaducto sobre la Ruta Nacional 16 en el tramo argentino del río Paraná, que une las ciudades de Resistencia (en la provincia del Chaco) y Corrientes (en la provincia homónima). 
El puente tiene un alto impacto en las economías de las regiones, potenciando a la ciudad de Resistencia como nudo de comunicaciones del nordeste argentino, y vinculando de forma efectiva a las provincias de la Mesopotamia argentina, es asimismo una atracción turística, debido a sus dimensiones y a su ingeniería. También posibilitó una interacción mucho más fluida entre el Gran Resistencia y el Gran Corrientes, permitiendo que numerosos grupos de trabajadores y estudiantes vivan en una provincia y tengan sus actividades diarias en la otra.
Quería llegar con la luz del día a Posadas (Misiones), luego al regresar quizás me detenga un poco más en Corrientes. Por la ruta 12 que va casi copiando el río Paraná tenía cerca de 340 kilómetros, los que haría muy despacio ya que pararía para llegar descansado, así fue como pasé la ciudad de Corrientes rápidamente, solo me detuve a tomar unos mates en Paso de la Patria, a unos 50 kilómetros de la ciudad capital, no más de media hora, en ese tiempo comencé a recordar el paso por aquellos lugares tan bonitos con mis hijos muy pequeños, cuando fuimos a las Cataratas con el lindo y rojo Renault 9. 
Pero bueno la nostalgia de este viaje puede con las emociones y los recuerdos surgen kilómetro a kilómetro, podría detenerme a escribir muchas cosas sobre ellos, pero mejor me tomo el último mate, cargo nuevamente el termo de agua y sigo viaje, Posadas me espera, debo buscar alojamiento, hablando de recuerdos y nostalgias a punto de salir recibo un mensaje de Diego y lo llame antes de seguir el viaje.
Diego ante mi asombro y alegría, me comentó de su repentino viaje, él andaría por estos lados cerca; me consultó por donde andaba yo y concretamos el encuentro ya, mañana por la mañana. Viaja a Posadas, hoy es viernes, el martes tiene una entrevista por su trabajo en la mencionada ciudad misionera por lo tanto viaja a primera hora de la mañana, pasaremos el fin de semana y lunes juntos por esa ciudad, aún me quedan 280 kilómetros por delante.
Antes de la caída del sol, con su última claridad, del caluroso viernes llegue a Posadas, había estado hacía muchos años, sin recorrerla mucho, llegue a la plaza, (que conocía), y a no menos de una cuadra, conseguí rápido alojamiento; me duche y salí a cenar, el alboroto de mucha gente recorriendo la plaza y sus calles, me llamó la atención por la cantidad, el calor muy sofocante, todos los bares, restaurantes y confiterías estaban colmados, en sus mesas sentados como disfrutando de la hermosa noche, según el conserje del hotel y algunos comentarios que escuche caminando, era probable que llegara una tormenta en pocas horas.
Cerca de las dos de la madrugada llegó la anunciada tormenta, una fuerte lluvia cayó sobre Posadas, con un viento aliviador para descansar esa noche, fue así como me quede dormido profundamente hasta cerca de las nueve de la mañana.
Es sábado, a las 11:10 llega el vuelo, desayuné tranquilamente y fui a esperarlo, no sabía bien hasta su llegada cuáles eran sus planes, supongo que iremos a Iguazú a ver las cataratas, pero dejaré que él decida. Con diez minutos de anticipación llegó el vuelo, el trámite para salir del aeropuerto fue muy rápido. Nos encontramos, cargamos las cosas en el auto y nos fuimos rumbo al centro a beber algo fresco y comer liviano, mientras tanto arreglamos como seguiríamos los próximos días el clima estaba muy pesado, caluroso, húmedo; la bebida y un tostado vinieron muy bien, entre comentarios de muchas cosas decidimos partir rumbo a Iguazú, fui a retirar el bolso al hotel y salimos lentamente el sol penetraba el parabrisas, pero adentro el aire estaba de maravillas para hacer el viaje, "por esa ruta subimos y bajamos, cuando vos eras muy pequeño", le iba contando a Diego mientras recordaba el recorrido, esta vez en lugar de piloto, yo de acompañante, a Diego no le convence mucho mi auto, pero mejor que ir de acompañante prefirió manejarlo, mientras le comentaba la linda experiencia que había sido realizar aquel viaje, con algunos entredichos pues yo en aquellos años no quise cruzar a Brasil, el tema estaba muy complicado políticamente y el temor de que, a él, a la hermana y la madre les pasara algo hicieron de mi temor de una gran ceguera hoy pasado el tiempo, quizás fue una exageración, en aquel momento el miedo, estando tan lejos de Buenos Aires, me paralizó, hoy tomaría otra actitud, quizás con cuidado cruzaría y le reconocí que lo debería haber hecho, no sé, hoy ya no son niños, podría cruzar para solo acompañarlos, no estoy muy convencido de cómo reaccionaría, pero ya son grandes y ellos tienen la decisión.
Desde que me enteré de su llegada al mundo, el temor de que les sucediera algo lo llevo adentro siempre, lo he conversado en terapia no sé cuántas veces, hoy estoy solo, los tengo a ellos, mi madre y mi hermana con su marido y mi sobrina, si les pasara algo no sé qué haría, son mi única familia, yo solo y ellos son por lo que vivo, el resto son los amigos que siempre están y estuvieron, pero no es lo mismo que los hijos, no sé si soy claro, espero serlo para que se comprenda lo que quiero decir. 
Mientras viajabamos le iba comentando mis pensamientos, que con el correr de los años no han cambiado mucho, sino que ahora son más flexibles, con ellos más grandes y la óptica va cambiando de acuerdo a su propia identidad y las circunstancias de la independencia lograda con la misma.
Diego me escuchaba con atención, el viaje se puso placentero, paramos un rato en San Ignacio, donde volvimos a hablar de aquel viaje hace años, mucho no recordaba de la visita guiada que realizamos, y seguimos charlando, salió el tema político ante un comentario que hice como de costumbre por la miseria que vemos a nuestro paso, le comenté que estuve a punto de ir a vivir a Misiones por el año 1985 antes de conocer a su madre. Había conocido a un político misionero por intermedio del CONICET, cuando llegó a la gobernación vino a buscar a dos o tres compañeros y a mí para que lo acompañáramos cuando asumió la gobernación, pero no fue el momento ni la decisión acertada, me quede y al poco tiempo conocí a su madre. ese político llegó a presidente por un par de horas cuando fue senador y actualmente es el embajador argentino en España, quizás si hubiera aceptado hoy viviría en Misiones o en España, pero no tendría los hermosos hijos que tengo le dije.
El viaje fue placentero, por primera vez le comenté, respondiendo sus preguntas, cómo había comenzado a militar desde aquel trágico 24 de marzo de 1976 y los riesgos que corríamos los que día tras día andaban de reunión en reunión, sin saber dónde ni cómo, sí escapando de los salvajes que hicieron una masacre en el país.
Días después de aquel golpe mafioso y suicida, comenzaron las primeras reuniones recuerdo que fueron en Cabildo y Correa, luego en varias confiterías sobre la Avenida Cabildo; hacíamos documentos, solicitadas que nunca podíamos publicar y, con el correr del tiempo, nos fuimos enterando de cosas cada vez peores, compañeros de diferentes partidos que comenzaban a desaparecer, un mundial de fútbol que comenzaba a organizarse a metros de la ESMA, donde sabíamos que tenían gente detenida y secuestrada en aquel momento oponerse al mundial era una locura para la gran mayoría, y de a poco nos fuimos organizando, comenzaban a agruparse madres en busca de hijos que nunca más aparecieron, en las reuniones clandestinas en distintos barrios nos fuimos formando como militantes, y a la vez, conociendo hombres y mujeres que pasados los años fueron los más influyentes en la política de nuestro país, como el ex presidente Raúl Alfonsín o el hoy Papa Francisco, para mí en aquel momento simplemente el cura Jorge con el que me reunía en bares de la calle Corrientes, en La Paz, el Foro o Los Pinos.
Fueron momentos duros, tristes, nunca sabíamos qué pasaría al día siguiente, tanto para mí como para muchos era algo desconocido por nuestra edad, vos,  Dany y muchos más tienen la dicha de ser hijos de la democracia, no haber vivido los terribles años que vivimos los de nuestra generación, que nos comprometimos en busca de lo más sagrado para aquellos años que fue la llegada de la democracia, después de muchas batallas silenciosas, en medio de una calle tras una corrida o encerrona de autos verdes.
El viaje continuó después de beber algo fresco y sin más paradas llegamos a Iguazú.
Buscamos un lugar cerca de donde nos habíamos alojado hace años, encontramos un lindo lugar, era tarde, descansamos un rato y después de la ducha, fuimos a recorrer el centro y a cenar. Pasamos por la plaza que recordaba, habían estado más de una vez en un pequeño y precario parque de diversiones, donde pase un muy mal momento.
Luego de asombrarme, como hoy, de la prostitución de niñas muy jóvenes en la plaza, aquella noche los miraba ir y venir dentro de un gran bote que se hamacaba tomando altura y velocidad allí comprobé una vez más que ese movimiento me da vértigo hasta descomponerme, me había pasado de niño, por eso nunca subo a ese tipo de juegos, lo mismo me ocurrió en una aerosilla en Los Cocos (Córdoba) que me abrace fuerte a Daniela y pensé que moría en instantes, la sensación es de muerte, recuerdo que esa noche me aleje, baje la cabeza y me descompuse perdiendo noción de tiempo y espacio al nublarse por completo la vista por segundos, no creo que más, pero fue horrible sentado en un cordón de una vereda.
Fuimos caminando hasta el punto tripartito, lugar donde habíamos parado hace más de veinte años, Iguazú sigue teniendo una gran pobreza. El gobernador es un viejo terrateniente misionero, es el dueño de todos los terrenos que rodean las cataratas por los cuales entra a sus bolsillos mucho dinero diario, para pasar a visitarlas hay que pagar una entrada la que, encima de toda aberración, está exenta de todo impuesto (decreto que él mismo firmó).
Bueno  así es nuestro país, nuestra política y  nuestros políticos, y así nos va, con mucha picardía y poco amor por nuestra patria, por lo cual con los años decidí dejar todo contacto con la militancia y dedicarme solo a escribir lo que pienso, a debatir sin enojarme y a respetar con silencio las cosas que no comparto, solo hablo del tema con aquellos que conozco de toda una vida y en el fondo somos todos parecidos en la forma de accionar, el pensamiento sabemos respetar y los agravios los dejamos de lado, conversamos y arreglamos el mundo solo con nuestras charlas. 
Atrás quedaron las noches de café, las salidas a pintar paredes o pegar afiches, hoy la política se mueve más por las redes sociales, las caras bonitas y se viralizan por imágenes más que por ideas, yo todavía pertenezco a la época donde en la mesa de un bar se debatía el proyecto a presentar por un diputado, aunque no nos moviéramos durante toda una noche hasta que la idea fuera clara y para todos por la inclusión fue siempre prioridad en nuestro pensamiento.
Pertenecí (o pertenezco) a aquellos que dejamos el boliche bailable por un debate en la mesa de un bar o el local de algún partido, y priorice en lo personal la militancia a quizás el noviazgo como le pasó a muchos compañeros que, llegado el momento, tuvieron que optar por seguir adelante con una pareja o con la militancia, siempre tuve claro eso, primero la militancia y a ello me dediqué hasta el '88 donde todo parecía estar encaminado y al conocer a tu madre tomé la distancia de asumir que el compromiso familiar amerita.
Caminamos mucho esa noche, conversamos como hacía tiempo no lo hacíamos y nos fuimos a descansar, después de pasar por el punto tripartito donde habíamos parado con la hermana y la madre mañana será otro día y las cataratas nos espera, hoy fue un largo y hermoso día.
Lindo día para pasear, la temperatura de diciembre aquí es muy alta, después de desayunar fuimos hacia las cataratas, hermoso lugar donde creo pasearemos un largo tiempo, primero realizamos algunas llamadas, para luego comenzar el recorrido, desde Iguazú a escasos cien metros del punto tripartito.
Iguazú, en este momento tiene mucho movimiento vehicular, mucha gente entra y sale con muy poco o nada de control, cargando bolsos y bagayos de todo tipo, sin pedir explicaciones por los agentes supuestos de control y donde el amiguismo de los lugareños con los controladores es muy particular similar a lo que vi en Formosa.
Nos encontramos paseando la ruta nos lleva, Diego maneja, la catarata nos espera impacientes, naturales y bellas como siempre, un don que la naturaleza puso en nuestro país, orgullo de todos, las recorreremos disfrutando cada rincón.
Le contaba que hace más de veinte años lo llevaba de la mano, con diez ojos, cuando llegamos con Daniela y su mamá, hoy me cuidas a mí (le comenté) y me parece genial como el ritmo de la vida hace que sucedan estas cosas, comenzar a caminar estas pasarelas, que antes no estaban, fue un gran disfrute, mirarlo, observarlo y verlo todo un hombre paramos para beber algo fresco, sus atletas piernas suben y bajan, intente seguirlo, pero me canse un poco, una vez me protesto por el cigarrillo y como siempre tiene razón. Él con su agua mineral como siempre, como buen deportista sano y ágil, en cambio yo con la gaseosa de siempre, que si afloja tornillos me aflojara un poco los huesos para seguirle el ritmo, adelante está la última pasarela y vamos hacia ella.
Las cataratas del Iguazú (en portugués: cataratas do Iguaçu) son un conjunto de cataratas que se localizan sobre el río Iguazú, en el límite entre la provincia argentina de Misiones y el estado brasileño de Paraná. Están totalmente insertadas en áreas protegidas, el sector de Argentina se encuentra dentro del parque nacional Iguazú, mientras que el de Brasil se encuentra en el Parque Nacional do Iguaçu, fueron elegidas como una de las «Siete maravillas naturales del mundo»
Entre historia contada en detalles por el guardaparques que encontramos mateando en su descanso y con el que tuvimos una linda charla, apuntes que fui anotando y linda caminata se nos fue la tarde observando todo, más de a dos los detalles que uno no, ve seguramente siempre los veo otro y así comentandolo, iniciamos el regreso cuando el sol comenzaba a esconderse, ya teníamos sed y hambre, además el calor y la humedad hacían del día un pesado diciembre en mis piernas, Diego ni lo sentía, su estado atlético es ideal, para él fue un día más de entrenamiento como lo es habitual en Buenos Aires.
Regresamos al hotel en Iguazú, nos duchamos y fuimos a cenar, el día fue hermoso, podría decir inolvidable, pero nos quedaba el día de mañana, luego de comer, recorrimos en auto toda la ciudad, en la costanera estacionamos y caminamos por el paseo, relativamente nuevo y muy moderno, con excelentes vistas. 
El calor de la noche hizo que el tiempo y la conversación pasaran volando, fuimos a dormir cerca de las dos de la madrugada, al levantarnos regresaríamos a la capital provincial. 
Llegamos al hotel por la tarde después de un lindo y pausado recorrido, descansamos un buen rato y salimos a cenar.
Por la mañana partiré temprano siguiendo rumbo hacia Corrientes y Diego esperará la hora de su entrevista cerca del mediodía, apenas a cuadras de donde nos alojamos, no sabía cuánto se quedaría si uno o dos días, pero regresaría directo a Buenos Aires, donde tiene base su trabajo.
Luego de la cena fuimos a dormir, ambos un poco cansados, mañana será otro día.
El viaje continuó después de la despedida, seguiremos en contacto para saber cómo le va en esa entrevista de trabajo donde pondría todo de sí para conseguir un nuevo proyecto a realizar por la empresa que él representa.
Mi próximo destino, abandonando Posadas, era Yapeyú, ya en la provincia de Corrientes bajaría costeando el río Uruguay por la ruta catorce, me separaban de la nueva ciudad cerca de trescientos kilómetros.
Cerca de media mañana comencé el recorrido, la catorce es una ruta muy ágil y a la vez un poco peligrosa por el caudal de camiones que circula desde Brasil, la hacen muy transitada, son de un porte muy importante, vienen y van a gran velocidad, pasarlos no es tan fácil cuando forman tándem de tres o cuatro que viajan casi pegados.
La cantidad de mercadería que viene del vecino país es impresionante y en grandes volúmenes, por eso sería ideal el nuevo proyecto del gobierno de hacer una vía fluvial y aprovechar tanto el río Uruguay como el Paraná, para despejar las rutas y bajar desde Brasil y Paraguay hacia los puertos argentinos sin ocupar tanto el tránsito terrestre y dando lugar a una importante vía, hoy abandonada como la fluvial la cual estuvo manejada en la última década por un gremialista (alias el caballo) actualmente procesado, que cobraba un peaje muy caro el cual iba a su bolsillo (el mejor gremialista según la ex presidenta), por lo que la catorce se transformó en casi la única ruta de acceso desde los países limítrofes negocio que maneja otro gremialista  que debería estar preso o procesado el cual maneja todos el sistema vehicular de camiones del país como así un equipo de fútbol.
Como siempre las malas políticas, los gremialistas atornillados a mandatos de décadas y los negocios sucios manchando el crecimiento de nuestro país por donde nos metamos como decía un famoso locutor todo tiene que ver con todo y los hechos de la realidad, nos muestran que los vaciamientos sistemáticos de las últimas décadas se notan al andar. 
Yapeyú antaño fue también el nombre del pequeño río que ahora se conoce como arroyo Guaviraví al cual llegue a sus orillas a tomar algo de fresco debajo de un antiguo árbol llorón y para mi sorpresa, al recostarme sobre el tronco del mismo, del otro lado del árbol escuche una voz que me saludaba con un suave buenas tardes, tierno y hasta conmovedor que me hizo incorporar y girar para ver quien me saludaba.
O sorpresa era el general, abrí y cerré los ojos reiteradamente, pero si, era realidad el prócer que más admiraba, estaba allí sentado, como si los años no hubieran pasado y me preguntó cómo andaba, titubeando le contesté bien, mientras me refregaba los ojos por no poder creer el encuentro.
El general (don José) me preguntó qué andaba haciendo, que buscaba, que me sentara casi me ordenó y de a poco comenzamos una charla. 
-Busco encontrarme y que todos nos encontremos en pos de un bien general de todos y para todos. 
- Expláyese más hijo, eso es muy amplio y no se consigue de un día para el otro y menos solo pensándolo, sin hacer una acción donde involucre a más de uno, a ustedes los viene matando el egoísmo, el inútil individualismo y así, siguen estancados en un discurso unipersonal que no los conduce a ningún lugar.
-Pero eso intente e intento hace años y cada vez me siento con menos ganas pues veo mucha confusión y poco compromiso.
- La confusión es parte de nuestra naturaleza usted les debe dar confianza para que ella desaparezca, sino seguirán usted y ellos confundidos.
- A todos no- comento el general, pero si a los más cercanos eso luego se comienza a multiplicar y algún día serán muchos, sentado aquí, llorando por lo que no fue o por las equivocaciones cometidas, a donde cree que va.
- No lo sé respondí rápidamente.
- Bueno amigo, piénsenlo, pero no se castigue más, lo hecho, hecho está, ahora siga va por buen camino y si logra que muchos lo escuchen y piensen como usted el porqué de cada cosa, cambiará su vida y con el tiempo cambiaran los demás y con el tiempo dirá, estamos creciendo, mientras tanto, siga camino, pero no mire para atrás, sólo adelante esta lo posible y usted sabe que se puede, lo veo en sus ojos y en su accionar, adelante levántese y siga.
-Pero, dije . . .
-No hay peros, dijo la voz del general como desapareciendo.
Cuando quise volver a hablarle ya no estaba.
Seguí viaje, pero pensando y repensando cómo actuaría, de qué manera y en qué forma, las palabras del general sacudieron mis pensamientos y comencé a transitar la ruta lentamente como viajando en otra dimensión, a unos cuarenta minutos en Pasos de los Libres decidí volver a parar, no estaba en condiciones de manejar en ese estado.
Estaba cayendo la tarde y mi estado no era el ideal para un buen manejo, busqué llegar a orillas del río Uruguay y nuevamente me senté mirando el río a descansar y pensar, la mente me llevaba hacia atrás, me resistía, pero la historia podía más que mi voluntad. 
Después de pensar un rato muy largo mirando el río Uruguay decidí hospedarme y por la mañana seguir rumbo a Buenos Aires, sin más escalas, por lo menos eso pensaba mientras cenaba, después de lograr alojamiento, finalmente me fui a dormir, cansado del viaje o de pensar, aun no es el motivo, solo intentaba dormir, nada más, mañana seria otro día.
A las 7 de la mañana estaba levantado dispuesto a desayunar y seguir viaje a Buenos Aires, prepare todo, trámite la salida del hotel después de un buen café con leche, ya con el auto en condiciones salí lentamente recorriendo una vez más la ciudad camino a la ruta catorce, no tenía previsto ninguna escala con amigos, pero la distancia era un poco larga y venía un poco cansado y confundido, o no, quizás viendo las cosas más claras y en vez de recalcular con el GPS, recalculando mis pensamientos todo lo que iba a hacer de ahora en más.
Manejé cerca de cinco horas muy distendido, con las cosas más claras pero cansado, decidí parar en el Palmar de Colón, había pasado hace muchos años, pero sin visitarlo, iba a recorrerlo detenidamente durante dos horas.
Se hicieron las cinco de la tarde entre vuelta y descanso, volver a parar ya no tenía mucho sentido, seguí a Buenos Aires. En algo más de cuatro horas podría estar cenando con mi madre, el sol todavía estaba fuerte, si podía mantener un buen ritmo cerca de las veintidós estaría nuevamente en Saavedra.  No pensé más, retome el camino, pararía solo a cargar combustible.
Fueron cuatro horas muy positivas donde crucé ciudades que ya conocía sin la ansiedad de volver a recorrerlas, me sentía cada vez mejor y con ganas de volver a mi casa y abrazar a mi madre, llamar a mis hijos y hablar a mis amigos, mientras recordé el experimento realizado por la televisión española que había visto en el hotel días atrás donde se les preguntaba a diez personas más o menos que harían si ganaban la lotería. Uno dijo regalaría una casa, otra regalaría un reloj y así sucesivamente iban regalando cosas a sus seres queridos, al finalizar como última pregunta el conductor preguntó qué harían si mañana fuera el último día que ven a esas personas queridas y todos hasta con lágrimas dijeron lo acompañaría muchas horas, lo abrazaría y le demostraría todo mi amor y cariño. 
No lo pensé más ya lo venía analizando, seguí viaje sin volver a parar hasta llegar a casa, abracé muy fuerte  a mi  madre  que me esperaba con la cena y el interrogatorio de todos los  lugares que había ido visitando, luego de una larga conversación ,  llame  a mis hijos a Diego no lo encontré, pero  ya estoy acostumbrado a que no atienda pero Daniela atendió rápidamente con el hola PA de siempre, y quedamos en vernos al otro día, al finalizar llame a algunos amigos esa noche y seguí hablando y visitando a todos los días subsiguientes de diciembre, pasada la navidad y para finalizar el años me encontré con Elena con la cual tuvimos una larga conversación como con Mingo Víctor y Alberto este viaje me dejo muchas cosas positivas muchos lindos momentos y algo de nostalgia ,creo que fue mi última salida,  donde deje antes de culminar el año expresado en todos los rincones el cariño la amistad y el amor a mis todos seres queridos y a la vez una forma de despedida de todos ya por última vez personalmente pues no creo que realice nunca más un viaje, creo casi convencido que a ningún lado fuera de los lugares comunes y cercanos de siempre, quizás aquí deje un burdo y simple testamento de lo que fue y es mi vida, contándoles un poco quien soy y cuáles son mis profundos afectos tanto en lo que se refiere a la amistad como en lo familiar.
Recuperar la familia que perdí ya es imposible, la herida queda y quedará por siempre el resto de mi vida, hoy mi madre es la compañera incondicional y algunos ratos con mis amigos de toda la vida hasta que llegue el momento de mi despedida para siempre de este mundo y quizás alguien leyendo o releyendo estas líneas se sonría y me recuerde compartiendo algún grato momento allá lejos y hace tiempo, un fuerte abrazo a todos y gracias. OSVALDO.
 
 
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Si han llegado a esta página es porque han transitado las anteriores, aquellas en las que Osvaldo nos ha regalado sus sentidas letras. Tengo la certeza que compartirán la emoción que ese transitar me produjo, gala de palabras, frases y narraciones. Quienes lo conocemos, encontramos detrás de cada una de ellas a Osvaldo, con su sensibilidad, su compromiso, su entrega y sus dolores. Osvaldo, ese amigo que tenemos ganas de encontrar a la vuelta de la esquina, para compartir con él nuestras alegrías y nuestras tristezas, nuestros sueños y nuestras frustraciones.
Se corre una cortina, y allí lo vemos, porteño flaco y entrañable, un Aroldi del siglo 21, revelándose y desapareciendo en cada una de sus narraciones, mostrando y
ocultando, con una sentida mezcla de vida y ficción, prestándonos un rato su vida y su imaginación, mezclando sus fotos de vida con su creatividad. Mezclando personas y personajes. Allí lo vemos, narrador imaginativo y sensible, acompañándonos a recorrer cada una de las letras que nacen de su pluma.
Esta obra es digna de un hombre maduro, maduro de años bien vividos, que no significa haber caminado solo por un lecho de rosas; son años bien vividos aquellos recorridos con la intensidad del amor, la intensidad del desengaño y la intensidad de la militancia por los ideales; son el café con los amigos y la íntima soledad con la amada. Seguramente no todo ha sido fácil en esos años, más, no todo ha sido difícil. Es la obra de un hombre complejo amante de las cosas simples; que nos presta por un rato sus pensadas letras, y nos invita a su fiesta de palabras. De la misma forma que nos brinda su amistad y la disfrutamos.
Nos lleva de paseo por sus relatos. Finalmente, el poeta con las ropas del narrador nos sorprende en cada vuelta de página; ya acostumbrados a su sensible poesía, ahora nos interna en un mundo de historias que tiene la generosidad de compartirnos, nos emociona y nos conmueve.
El amor en sus diversas formas y siluetas nos cruza en sus cuentos, y es allí donde su alma se descubre ante el lector/cómplice, y comienza la fiesta; abre su corazón en Sin ella, mujer a la que no le pone nombre porque tal vez no fuera necesario, y, en ese instante, se nos revela cuánto puede cambiar la vida de un hombre sensible el encuentro con la mujer elegida, que no puede ser otra que Ella.
Nos emociona con su abuelo caramelero ; nos lleva a los militantes años setenta con La Turca y nos trae al presente en Sin comprobante; nos lleva al límite del dolor y nos interpela en María; y, finalmente, en una sucesión de relatos nos presenta (sincero y despojado) su fuerza narrativa, sin pretender esconder a nuestros ojos prevenidos aquella fuerza que lo lleva por la vida, se descubren allí su amor incondicional por sus hijos D y D, como no decirlo, intima e irrenunciablemente cercano a su historia de amor con M; está allí "su" familia buscada y construida, con encuentros y desencuentros, tan presente en su prosa como en su vida, en sus letras como en su corazón.
Feliz de haber sido invitado a esta fiesta de letras, relatos y sentimientos. Gracias Osvaldo por haber permitido que la compartamos tus lectores y amigos.
                                                                                                     Dr: Gustavo Eduardo Del Vecchio
 
 
NUMEN: 
Referencia al ingenio poético, como un elemento que inspira al poeta en sus composiciones.

 DIÉGEESIS:

Diégesis es una palabra que deriva del vocablo griego διήγησις, significa: El mundo en el que ocurren las situaciones y acontecimientos narrados. Contar, rememorar, a diferencia de mostrar. De este modo, el narrador es quien cuenta la historia.
 
hecho el depósito que marca la ley 11. 723 .

Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...