en momentos muy intensos,
cuando parecía quedarme sin respiración,
sos mi tóxica adicción, hermosa.
Ella sonrió, sus ojos brillaron como pidiendo
a silenciosos gritos, más y más,
en ese juego placentero que juntos
descubrimos por las noches enredados
entre sabanas cortas y música de jazz,
llegando a puntos antes ocultos,
que de a poco vamos descubriendo
donde nunca habíamos llegado.
Así, entregue y entrego todo,
lo alguna vez imaginado se convirtió
en realidad, desde la tarde perdiéndose
entre sombras que desdibujan su cuerpo,
hasta el amanecer donde el sol penetro
por las rendijas de la ventana
para abrazarnos a un descanso profundo
en la intimidad, donde solo la luna
escucha el gemido de nuestras almas
en do sostenido una y otra vez
en cada encuentro, donde solo ella
decide cuando donde o se arrepiente.