sábado, 4 de octubre de 2025

 En el barrio, sobre la calle Núñez, se alza una iglesia que guarda en sus muros la memoria de quienes llegaron de muy lejos buscando paz y un nuevo comienzo. 
Fue en los años posteriores a la guerra, cuando miles de exiliados rusos arribaron al país escapando de la persecución y la incertidumbre. 
En aquel entonces, la fe fue refugio y sostén, y así nació la comunidad ortodoxa en Buenos Aires, con su templo como centro de vida espiritual y social.
La construcción de la iglesia no fue sencilla; primero se reunieron en una parroquia modesta, luego adquirieron un terreno, y finalmente levantaron el edificio que hasta hoy se mantiene como lugar de encuentro y oración. 
Desde entonces, sus puertas permanecen abiertas, no solo para descendientes de aquella migración, sino para cualquier vecino que busque acercarse a Dios.
Los oficios, en un principio realizados en la lengua eslava antigua, poco a poco se fueron abriendo también al español, este gesto marcó un puente, el de la tradición que se mantiene viva y, al mismo tiempo, se comparte con quienes forman parte del barrio. Porque aunque la comunidad surgió de la necesidad de cuidarse y sostenerse mutuamente, la fe no reconoce fronteras, y en Saavedra la iglesia se integró con naturalidad.
Cada Pascua, cuando los fieles rodean el templo en procesión, las luces y los cánticos se cruzan con las miradas de los vecinos que se asoman desde sus balcones. 
No es curiosidad distante, sino una participación silenciosa, respetuosa, que muestra algo propio del barrio, aquí nadie es indiferente, aunque no se cruce palabra todos los días, siempre hay un gesto de reconocimiento, de cercanía, de tender la mano cuando hace falta.
La vida en torno a la iglesia conserva un ritmo pausado, acorde al espíritu del barrio. 
A pocas cuadras de Cabildo y de los ruidos de la ciudad, Saavedra ofrece esa mezcla rara de accesibilidad y tranquilidad, ideal para una comunidad que necesitaba echar raíces, crecer y mantener viva su identidad.
La iglesia ortodoxa rusa, en la calle Núñez, es hoy parte del paisaje barrial. 
Más que un templo, es un símbolo de integración y memoria: el testimonio de que, incluso viniendo desde muy lejos, es posible encontrar un lugar donde el pasado se honra, el presente se comparte y el futuro se construye en comunidad.

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