Por la noche, el río tiene su encanto,
en el Delta, el paseo Victorica,
un susurro del agua que invita a soñar.
La luna se posa sobre el río calmo,
dibujando caminos de plata y misterio,
las sombras danzan, en un suave ballet
que envuelve el alma en un dulce imperio.
Los sauces se inclinan, como en reverencia,
al flujo sereno que al Delta acaricia,
y en el aire, se siente la presencia,
de la magia nocturna que el río propicia.
Las luces reflejadas en el agua oscura,
son faros de historias, de amores y sueños,
el murmullo del río como suave partitura,
de una sinfonía que apacigua el alma.
Paseando por Victorica, el corazón se eleva,
cada paso es un poema, cada vista un suspiro,
el encanto del río, que la noche lleva,
es un abrazo tierno, un secreto divino.
Los botes dormidos, en el río,
guardan las aventuras de días pasados,
y las aguas murmuran con tono sombrío,
los ecos de viajes en tiempos dorados.
Aquí, entre el silencio y el canto sereno,
se encuentran los sueños que el día escondió,
y el río, en su calma, nos brinda el terreno,
para hallar la paz que el alma buscó.
Es un rincón de mundo donde el tiempo es leve,
donde la noche se viste de gala estelar,
y el paseo Victorica, en su abrazo tan breve,
nos muestra que hay magia, solo hay que mirar.
El río, en su calma, nos habla al oído,
de amores perdidos, de nuevas promesas,
y en la noche, su encanto nos susurra
que la vida, en su cauce, progresa.
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