el terrón de azúcar
y esa magia ingenua de colgarlo
en la cucharita para que caiga,
solo por la temperatura del café
al medio de la espuma blanca.
Las interminables noches
donde buscando la utopía
de un país nos hicimos amigos
de la luna y del empedrado
del viejo parque que nos daba
esa inmejorable tranquilidad
minutos antes del amanecer.
La historia, el viento, las primeras gotas
de una tormenta que llegaba desde el río
desnuda con ganas de seguirla
como domándola el agua
a lugares insólitos donde volábamos
en poesia y amanecíamos vivos
de casualidad, será el destino
decía Paula, o el escondernos
en la última mesa, fue la historio,
el riego de caminar por la cornisa sin red,
intentado lo imposible posible
simplemente con las ganas
de los veinte años y esa cuota
de insolentes, que nos hacía enfrenar
la muerte cada noche, allá por el Británico,
acá por Correa y Cabildo
y cada rincón donde gestábamos
un país, esperando el parto
un 30 de octubre,
donde todo salió perfecto
y el bebe comenzo a caminar
lentamente, cayendo y levantándose
como todos en la vida,
hoy, con 39 años, todavía se cae,
en algo fallamos, pero no te dejaremos
siempre te sostendremos
y caminas junto a nosotros
todas nuestras vidas.
Como el bar, como el café
que nos acompañó y
nos acompañará siempre.