miércoles, 26 de junio de 2024

 Las heridas del alma son invisibles,
no sangran ni dejan cicatriz en la piel,
pero su dolor es profundo y sensible,
un eco constante, un susurro cruel.
En los rincones oscuros del corazón,
las heridas laten con un ritmo triste,
son sombras que se esconden de la razón,
y en el silencio de la noche, persisten.
Son recuerdos de amores perdidos,
de sueños rotos y promesas vacías,
de momentos que quedaron detenidos,
de miradas que ahora son lejanías.
Cada herida lleva una historia escondida,
un rastro de lo que fue y no será,
son páginas en un libro de vida,
que el tiempo no borra ni logrará sanar.
Son las palabras no dichas, el llanto contenido,
la ausencia de abrazos en momentos de temor,
el peso de un adiós nunca bienvenido,
la carga invisible de un profundo dolor.
Pero también son las semillas del renacer,
las que nos enseñan a ser fuertes y valientes,
a encontrar la luz después del atardecer,
a levantar el rostro y seguir de frente.
Las heridas del alma, aunque duelen,
nos recuerdan que estamos vivos y sentimos,
que en nuestro interior, las emociones se desenvuelven,
y en la adversidad, poco a poco nos redimimos.
Porque en cada herida hay una lección,
una oportunidad para crecer y aprender,
y aunque cicatricen sin curación,
nos guían hacia la paz que queremos tener.
Así, honremos nuestras heridas con ternura,
como testigos de nuestro viaje y evolución,
abracemos cada marca con dulzura,
y dejemos que el amor sea nuestra sanación.

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