El sol caía lento,
como si supiera
que esa tarde no era de despedidas,
si no de reencuentros.
La piel del río brillaba
y nosotros,
a pocos metros del Paraná,
nos buscábamos otra vez
sin palabras,
como dos que ya se saben
de memoria y fuego.
Tus manos, qué decir
me encontraron
como si hubieran estado esperando
toda la tarde.
Y yo,
me abrí al roce de tus dedos
como el agua al reflejo de la luna.
El calor no venía del sol,
sino de tu cuerpo
acercándose al mío,
despacio,
con esa urgencia dulce
que tiene el deseo
cuando también es ternura.
Nos dejamos caer sobre la tierra húmeda,
rodeados de sombras verdes,
de grillos,
de perfumes salvajes.
Tu boca bajaba lenta,
mi espalda arqueaba el cielo,
y el río —silencioso—
guardaba nuestro secreto.
Eras marea en mis piernas,
latido entre mis muslos,
tormenta contenida
rompiendo en caricias
la orilla de mi espera.
Nos amamos como si el mundo
fuera sólo eso:
vos adentro mío,
yo rodeándote
como una canción sin final.
Y después,
enredados bajo la luna,
quedamos en silencio,
respirando el uno al otro,
como dos ramas
que el río no se atreve a separar.
como si supiera
que esa tarde no era de despedidas,
si no de reencuentros.
La piel del río brillaba
y nosotros,
a pocos metros del Paraná,
nos buscábamos otra vez
sin palabras,
como dos que ya se saben
de memoria y fuego.
Tus manos, qué decir
me encontraron
como si hubieran estado esperando
toda la tarde.
Y yo,
me abrí al roce de tus dedos
como el agua al reflejo de la luna.
El calor no venía del sol,
sino de tu cuerpo
acercándose al mío,
despacio,
con esa urgencia dulce
que tiene el deseo
cuando también es ternura.
Nos dejamos caer sobre la tierra húmeda,
rodeados de sombras verdes,
de grillos,
de perfumes salvajes.
Tu boca bajaba lenta,
mi espalda arqueaba el cielo,
y el río —silencioso—
guardaba nuestro secreto.
Eras marea en mis piernas,
latido entre mis muslos,
tormenta contenida
rompiendo en caricias
la orilla de mi espera.
Nos amamos como si el mundo
fuera sólo eso:
vos adentro mío,
yo rodeándote
como una canción sin final.
Y después,
enredados bajo la luna,
quedamos en silencio,
respirando el uno al otro,
como dos ramas
que el río no se atreve a separar.
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