miércoles, 30 de abril de 2025

 El sol bajaba en oblicuo,
lamía los surcos de tierra blanda,
donde el río se acurruca y calla
ante el orden sereno del nogal.
La lancha se amarró despacio,
y tus ojos brillaron como el agua
cuando el muelle de madera crujió
bajo nuestros pasos.
Era el reino de las pecanas,
árboles sabios, en hileras,
sus hojas temblaban con la brisa
como si supieran lo que pasaría.
Caminamos entre las sombras dulces,
escuchando cómo el suelo hablaba
del tiempo, del fruto,
del trabajo paciente de los días.
Y entre una rama y otra,
tu mano buscó la mía sin apuro,
como quien cosecha lo maduro
después de mucho mirar.
El sol nos empujaba a besarnos,
en silencio, entre cortezas vivas,
y el perfume verde del pecán
nos envolvía, suave, sin permiso.
Un mate compartido bajo un árbol,
una nuez abierta con los dedos,
y la risa, como viento ligero,
jugando entre los cañaverales.
La tarde siguió su curso de agua,
y volvimos en la lancha lenta,
con el Delta en el cuerpo y en la boca
un gusto a nuez y a promesa eterna.

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