Arde el cielo como un lienzo mojado,
con pinceles de fuego y perfume de río,
y vos, recostada en la tabla varada,
sos todo lo que arde, lo suave, lo mío.
La pista, vacía de botes y gritos,
es ahora un espejo donde cae el silencio,
y el agua quietísima guarda secretos
como un pecho después del deseo más lento.
Tu piel, salpicada de sombras violetas,
es un mapa de rutas que piden mis dedos,
y yo, que no rezo, repito tu nombre
como una plegaria que moja mi aliento.
Me inclino ante vos
te inclinas despacio, buscas mi cintura,
y el río se curva copiando tus formas,
la brisa nos lame, los juncos nos cubren,
y el sol, rendido, se esconde en la sombra.
Un chajá grita lejos, ajeno al hechizo,
y tu boca se enreda sin tiempo en mi cuello,
tu lengua navega, tu cuerpo resbala,
y el Delta respira al ritmo de un sueño.
Entre cañas y risas perdemos la ropa,
como quien se entrega sin nombre ni hora,
y el agua, testigo de todas las cosas,
nos lleva en sus brazos hasta que el sol se apaga.
con pinceles de fuego y perfume de río,
y vos, recostada en la tabla varada,
sos todo lo que arde, lo suave, lo mío.
La pista, vacía de botes y gritos,
es ahora un espejo donde cae el silencio,
y el agua quietísima guarda secretos
como un pecho después del deseo más lento.
Tu piel, salpicada de sombras violetas,
es un mapa de rutas que piden mis dedos,
y yo, que no rezo, repito tu nombre
como una plegaria que moja mi aliento.
Me inclino ante vos
te inclinas despacio, buscas mi cintura,
y el río se curva copiando tus formas,
la brisa nos lame, los juncos nos cubren,
y el sol, rendido, se esconde en la sombra.
Un chajá grita lejos, ajeno al hechizo,
y tu boca se enreda sin tiempo en mi cuello,
tu lengua navega, tu cuerpo resbala,
y el Delta respira al ritmo de un sueño.
Entre cañas y risas perdemos la ropa,
como quien se entrega sin nombre ni hora,
y el agua, testigo de todas las cosas,
nos lleva en sus brazos hasta que el sol se apaga.

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