jueves, 24 de abril de 2025

A orillas del agua dormida,
la pista de remo se extendía
como un espejo largo y callado,
un susurro tendido entre sauces
y luminarias de luz blanca.
La luna, esa reina sin voz,
colgaba altísima y plena,
mirándonos con su cara redonda
como quien escucha sin preguntar.
Estábamos ahí, vos y yo,
cómodos, tranquilos,
con un mate caliente que pasaba de mano en mano
como un secreto manso,
como una promesa sin urgencia.
Tus ojos brillaban más que el río,
y cada palabra tuya era un remanso.
Me hablabas de la infancia,
de los libros que te marcaron,
de los sueños que no contaste.
Y yo te miraba,
como se mira el fuego
sin apuro, con asombro, con ternura.
El silencio también hablaba,
entre mate y mate,
entre palabra y palabra.
Un silencio lleno de cosas buenas:
de paz, de conexión,
de ese saber que el amor cuando es real
no necesita gritarse.
A lo lejos, una estrella fugaz cortaba el noche
con la lentitud de quien no tiene prisa.
Y pensé, así somos nosotros esta noche.
Sin prisa, sin apuro,
dejándonos llevar por la corriente del momento,
como si el tiempo se hubiera dormido en la orilla.
Tu risa,tus pausas,
la forma en que acomodabas el pelo tras la oreja
cuando el viento lo traía al rostro,
todo era poesía.
El mate se acababa, pero la noche no.
Seguía ahí, abrazándonos con su frescura,
dibujando sombras largas
mientras la luna crecía sobre los techos del Tigre.
Yo no dije nada,
pero lo supe en ese instante:
podría quedarme así con vos,
todas las lunas llenas que vinieran,
a la orilla de cualquier pista,
con un mate,una manta,
y esa forma tuya de hacer que todo pese menos.
Y si alguna vez me preguntan
cuándo empezó esto,
les voy a decir que fue esa noche,
a la vera del agua mansa,
cuando la luna nos regaló
una tregua del mundo
y vos sonreíste con el alma entera.

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