Qué hondura tiene el silencio
cuando el cuerpo ya no arde
pero aún respira en suspiros
como quien no quiere irse del todo.
Tus dedos dejaron su idioma
en mi piel, como si quisieran escribirme
un poema que sólo se entiende
con los ojos cerrados.
No hubo prisa.
Sólo tiempo dilatado en el vaivén exacto
donde el alma se asoma a ver si es cierto
que dos pueden tocarse tan hondo
y no romperse.
Tu aliento aún flota como una brisa tibia
que no se resigna a partir.
Y yo, con el pecho lleno de tu calma,
me dejo habitar por este amor
que sabe ser caricia después del fuego.
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