lunes, 21 de abril de 2025

 El paseo Victorica guarda una historia que pocos cuentan mientras caminan a la orilla del río. Las luces tenues, las mesas repletas de risas, los aromas que escapan de las parrillas, todo invita a pensar que siempre fue así: calmo, encantador, lleno de vida. Pero bajo esas baldosas late la memoria de un país que se expandía a sangre y fuego, y que en algún rincón del tiempo decidió homenajear a uno de sus generales dándole nombre a esta calle.
A ella le conté eso mientras caminábamos tomados de la mano, descalzos casi, entre los bancos y los sauces, en una de esas noches tibias de enero en que el río parece quedarse despierto. Escuchaba en silencio, con esa forma suya de mirar el mundo como si pudiera desarmarlo con los ojos.
Y vos venís seguido por acá? me preguntó cuando nos detuvimos a ver un bote pasar, lento, deslizándose como un suspiro sobre el agua.
Antes sí. Ahora más, desde que venís conmigo.
Sonrió, y en ese gesto se encendió todo lo que la historia no cuenta: lo que se vive, lo que se toca, lo que se guarda.
Nos sentamos en un murito, frente al club de remo, mientras los faroles pintaban su cara de luz dorada. Me contó que de chica venía con sus padres a comer helado, que siempre se quedaban hasta tarde, escuchando el agua y los grillos. Yo le hablé de los veranos con amigos, de algún beso fugaz, de las carreras en bici bajo el mismo cielo.
Pero esa noche fue distinta. No por lo que dijimos, sino por lo que callamos. Por la forma en que el río nos envolvía, por el calor que se filtraba entre nuestros dedos, por el perfume de su piel mezclado con el de la madreselva.
En un momento, sin buscarlo, me apoyé sobre su hombro. Ella giró apenas el rostro. No hizo falta más que eso.
El beso fue suave, como el aire del Luján cuando no sopla. Y después vino el abrazo, la risa floja, el prometer volver, como si necesitáramos excusas para seguir encontrándonos.
Dicen que el amor es memoria. Y quizás tengan razón. Porque cada vez que paso por el Paseo Victorica y escucho el río, me acuerdo de ella. De su voz, de su risa, de sus labios en verano. pero es un gusto saber que sentada a mi lado disfruta del paisaje como yo.

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