lunes, 21 de abril de 2025

Habían pasado semanas sin poder encontrarse. Entre el ruido de la ciudad, las obligaciones y los silencios que a veces se instalan entre los cuerpos sin razón, ambos sabían que necesitaban escapar, aunque fuera por un día, a ese rincón del Delta que ya les pertenecía: el arroyo El Pajarito.
Llegaron una tarde tibia, cuando el sol ya no quemaba, pero seguía acariciando. El río los recibió con su murmullo de siempre, con las ramas inclinadas sobre el agua como testigos que no juzgan. Atracaron en un pequeño muelle de madera. Ella bajó primero, con los pies descalzos sobre la madera húmeda. Él la siguió con una sonrisa contenida, esa que siempre usaba cuando sabía que el momento que venía sería inolvidable.
La cabaña los esperaba con la galería abierta, perfumada por el aroma al río, a vegetación mojada y a promesas viejas. El sonido del viento entre los sauces y el canto de algún zorzal marcaban el ritmo lento de la tarde. No había prisa. No había ciudad.
Sentados frente al agua, compartieron unos mates, sin hablar demasiado. A veces, el amor tiene ese lenguaje secreto que no necesita palabras. Las miradas se detuvieron más de lo normal. Las manos se encontraron solas. Y fue entonces cuando los abrazos comenzaron a decir lo que las bocas todavía no se animaban.
Cuando la tarde se fue escondiendo detrás de los árboles, entraron al cuarto. Afuera, el río seguía su curso, ajeno y cómplice. Adentro, el silencio se llenó de suspiros. Se desnudaron sin apuro, como si desvestirse fuera también una forma de volver a conocerse. La piel buscó refugio en la piel. Las bocas se encontraron una y otra vez, como si el tiempo no alcanzara.
Hicieron el amor entre risas, caricias y ese calor húmedo que solo el Delta sabe dar. Con la lluvia que empezó a caer despacito sobre el techo de chapa, se quedaron abrazados, como si el mundo afuera hubiera dejado de existir. Él le acarició el pelo. Ella apoyó su cara en su pecho.
¿Te acordás la primera vez que vinimos acá? susurró ella.
Sí respondió él, besándola en la frente. Pero esta vez fue mejor.
El Pajarito, en silencio, los arrulló hasta el amanecer.



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