martes, 22 de abril de 2025

El sol bajaba lento sobre el Paraná de las Palmas, pintando el agua de naranja y cobre. Ella apoyó la cabeza sobre mi hombro, en silencio. La corriente nos llevaba sin apuro, como si el río mismo quisiera que estuviéramos juntos un poco más. Cada tanto, el viento jugaba con su pelo y me rozaba la mejilla. Era imposible no enamorarse así.
Sabías que este río está vivo, le dije, con la voz apenas más alta que un susurro.
Y cómo late —preguntó, sin moverse.
Late en cada ola, en cada crujido de las ramas, en los remolinos que se arman sin motivo. Como vos agregué, girando apenas la cabeza para mirarla. Que llegaste como una corriente inesperada y me cambiaste el cauce.
Ella sonrió. Pero no de esas sonrisas fugaces. Sonrió como si lo que le había dicho fuera el remanso donde quería quedarse a vivir.
Nos detuvimos a la vera de una isla, justo donde un sauce se inclinaba al agua como si también quisiera besarse con el río. Amarramos la lancha y nos sentamos en la orilla. Ella sacó de su bolso una botella de vino blanco, frío todavía, y un par de vasos plásticos que tintinearon al chocar.
Brindemos dijo.
¿Por qué?
Por nosotros. Por este lugar. Por lo que sea que está naciendo.
Bebimos. No hablamos mucho más. Caminamos por la orilla descalzos, entre juncos y raíces. La llevé de la mano por un sendero que apenas se abría entre los árboles. La humedad del aire, el canto de las aves al atardecer, el murmullo de las hojas… todo parecía cómplice.
Y ahí, entre troncos viejos y reflejos de luna creciente, nos besamos de nuevo. Pero esta vez fue distinto. Fue más lento, más profundo. Como si el Delta nos hubiera elegido para contarnos un secreto, para darnos su bendición.
Nos abrazamos largo rato. Sentí su respiración en mi cuello, sus dedos recorriéndome el alma. No había necesidad de decir nada. En ese instante, ella y yo éramos parte del paisaje. Éramos isla, agua, raíz. Éramos todo lo que el mundo dejaba de lado cuando se apaga el ruido.
La noche cayó. Subimos de nuevo a la lancha y navegamos despacio, guiados por la luna. Ella se quedó dormida con la cabeza en mi regazo. Yo la miré, sintiéndome el hombre más afortunado del mundo.
Ahí, donde el Canal Arias se encuentra con el Paraná de las Palmas, en el corazón del Delta, supe que el amor, el de verdad,  no se busca. Te encuentra, como ella, como ese beso, como esa noche eterna en que el río, por fin, nos abrazó.

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