viernes, 18 de abril de 2025

Sobre el muelle viejo,
donde la madera guarda
el eco de tantos veranos,
nos encontramos sin palabras,
con el sol en la espalda
y el deseo latiendo en los dedos.
El río San Antonio corría lento,
como si supiera lo que venía,
como si nos diera tiempo
para desnudarnos sin apuro,
con la delicadeza de quien
ha esperado toda una vida.
Tus ojos tenían ese brillo
que sólo da el calor
y el hambre por otro cuerpo.
Me llamaste sin voz,
apenas con un roce,
y yo acudí
como la marea al llamado de la luna.
Te desvestí ahí mismo,
sobre la madera tibia,
y tus pezones fueron mi primer altar.
Los besé uno a uno,
mientras tus piernas se abrían
como alas rendidas al cielo.
El río aplaudía con sus olas suaves,
y los juncos se mecían como si bailaran
nuestro ritmo lento,
nuestro juego salvaje.
Te tomé entre mis brazos
y nos unimos al borde del muelle,
tu espalda contra el mundo,
tus gemidos contra mi boca,
tus caderas marcando el compás
de una danza que no se olvida.
Eras toda agua,toda fuego,
toda río desbordando.
Y cuando tu cuerpo tembló,
cuando tu alma se quebró en un gemido bajo,
el San Antonio pareció detenerse,
sólo por un instante,
para darnos su bendición de verano.
Después, quedamos ahí, enredados,
con la piel pegajosa y el alma liviana,
mirando cómo el río seguía su camino
como si no hubiera pasado nada…
aunque entre nosotros,
había pasado todo.

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