Las mañanas en el Pay Carabí
tienen el gusto tibio
de aquellas tostadas inolvidables
de la infancia,
cuando todo empezaba y nada dolía.
Por las tardes,
tras la siesta callada,
el sol se espeja en el agua
con un sonido
hecho de belleza e incredulidad,
como si lo simple
fuese lo más sagrado.
Los mates se enfrían
entre palabras que no hacen falta,
y el cielo, en su sabiduría,
desnuda la noche de a poco,
bordándola con estrellas,
dejando que la luna
nos encuentre abrazados,
sin decirnos adiós.
Lugar único en el mundo,
el Pay Carabí canta con aguas que vienen
y van, al compás de nuestros días,
como un corazón que sabe amar
sin prisa, sin tiempo.
tienen el gusto tibio
de aquellas tostadas inolvidables
de la infancia,
cuando todo empezaba y nada dolía.
Por las tardes,
tras la siesta callada,
el sol se espeja en el agua
con un sonido
hecho de belleza e incredulidad,
como si lo simple
fuese lo más sagrado.
Los mates se enfrían
entre palabras que no hacen falta,
y el cielo, en su sabiduría,
desnuda la noche de a poco,
bordándola con estrellas,
dejando que la luna
nos encuentre abrazados,
sin decirnos adiós.
Lugar único en el mundo,
el Pay Carabí canta con aguas que vienen
y van, al compás de nuestros días,
como un corazón que sabe amar
sin prisa, sin tiempo.

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