Donde el agua camina sin apuro,
vive el arroyo La Horca de paso suave
y orillas que abrazan la vida.
Muy cerca de Paraná,
en ese rincón que pocos conocen,
levantamos nuestro mundo
hecho de libros leídos al atardecer,
de poesías susurradas con voz de río,
y de hojas verdes que aplauden
nuestro amor sin testigos.
Entre ceibales, sauces y laurel,
la vegetación fue cómplice callada
del deseo, del descanso
enredado entre sábanas de isla,
del mate compartido
y la piel que se nombra
sin decir palabra.
Ahí vivimos hace años,
en el rincón que elegimos,
donde las estaciones pasan
pero el amor florece
como si la primera vez
fuera siempre hoy.
Y el agua de La Horca
sigue su curso lento, sabia, eterna
como nuestras manos
tomadas en el muelle,
esperando que anochezca
para volver a amarnos
bajo la luna del Delta.
vive el arroyo La Horca de paso suave
y orillas que abrazan la vida.
Muy cerca de Paraná,
en ese rincón que pocos conocen,
levantamos nuestro mundo
hecho de libros leídos al atardecer,
de poesías susurradas con voz de río,
y de hojas verdes que aplauden
nuestro amor sin testigos.
Entre ceibales, sauces y laurel,
la vegetación fue cómplice callada
del deseo, del descanso
enredado entre sábanas de isla,
del mate compartido
y la piel que se nombra
sin decir palabra.
Ahí vivimos hace años,
en el rincón que elegimos,
donde las estaciones pasan
pero el amor florece
como si la primera vez
fuera siempre hoy.
Y el agua de La Horca
sigue su curso lento, sabia, eterna
como nuestras manos
tomadas en el muelle,
esperando que anochezca
para volver a amarnos
bajo la luna del Delta.

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