lunes, 23 de junio de 2025

Desliza el bote, callado,
por las venas verdes del Delta.
El Banco nos guarda su lengua secreta
entre juncos, ceibales y agua que reza.
Ella espera a la sombra de un sauce,
con un mate y los labios despiertos.
La canoa se arrima al murmullo
que en su cuerpo encuentre su puerto.
Nos saludan los pájaros lentos,
una garza vigila desde el barro.
El sol va cayendo en su hombro desnudo,
y el río se torna un abrazo.
El Banco susurra su curso
y en su cauce se enciende el deseo,
sus manos recorren la seda del aire,
mis dedos descubren el fuego.
No hay relojes, no hay orillas,
solo el vaivén del cuerpo y del río.
Ella ríe y se inclina en mi pecho,
la tarde se vuelve un suspiro.
Su falda, rendida al viento,
se mezcla con lirios y besos.
Un pez salta cerca, curioso,
como si el Paraná escuchara nuestro juego.
Pero allá, más allá de las lenguas de barro,
donde el Banco se entrega al gigante,
nuestro amor, silvestre y mojado,
se disuelve en el Paraná palpitante.
Y así, en la unión de aguas y piel,
entre sauces, latidos y cielo,
nos amamos sin nombre ni dueño,
como el Delta, sin tiempo, sin miedo.

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