En el arroyo Anguilas
la espera se hizo larga,
como si el tiempo flotara
sin rumbo, atado al vaivén del agua
que no quería bajar.
Los días se tejían
con lluvia, silencio
y el crujido de la madera mojada.
Los comestibles escaseaban,
pero el mate caliente y tu risa
alcanzaba para seguir.
La inundación fue más terca
que las otras, más honda,
como si el río no quisiera dejarnos ir.
Pero entre el barro y los sauces
seguíamos, día tras día,
en nuestro refugio de tablas y abrazos.
Hasta que una mañana
el sol se asomó despacio
como quien no quiere molestar,
y la corriente, como entendiendo el gesto,
empezó a ceder.
Nos miramos, sin palabras,
con ese lenguaje que solo tiene el amor
cuando sobrevive a la intemperie.
Nos abrazamos fuerte,
y bajo los pies descalzos,
el agua ya bajaba, y todo,
todo empezaba a florecer otra vez.
la espera se hizo larga,
como si el tiempo flotara
sin rumbo, atado al vaivén del agua
que no quería bajar.
Los días se tejían
con lluvia, silencio
y el crujido de la madera mojada.
Los comestibles escaseaban,
pero el mate caliente y tu risa
alcanzaba para seguir.
La inundación fue más terca
que las otras, más honda,
como si el río no quisiera dejarnos ir.
Pero entre el barro y los sauces
seguíamos, día tras día,
en nuestro refugio de tablas y abrazos.
Hasta que una mañana
el sol se asomó despacio
como quien no quiere molestar,
y la corriente, como entendiendo el gesto,
empezó a ceder.
Nos miramos, sin palabras,
con ese lenguaje que solo tiene el amor
cuando sobrevive a la intemperie.
Nos abrazamos fuerte,
y bajo los pies descalzos,
el agua ya bajaba, y todo,
todo empezaba a florecer otra vez.

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