lunes, 23 de junio de 2025

 Entre juncos y ceibales,
donde el Paraná se deshace en laberintos,
corre un río con nombre de palabra,
con nombre de libro,
con nombre de sueño. Sarmiento.
No fue caudillo ni pescador de islas,
pero trajo al Delta su fuego civil,
su ansia de saber,
su cruzada de escuela y semilla.
No vino a conquistarlo con armas,
sino con ramas, con barcos de ideas,
con mimbres que aún hoy doblan su espalda
al peso del viento y la historia.
Lo vieron llegar los sauces del Carapachay,
los camalotes se apartaron para dejarlo pasar,
y hasta el río Luján murmuró su nombre
cuando por fin decidió quedarse.
Entre canales, quiso un futuro tejido
como el mimbre que él mismo sembró.
Y en cada estaca clavada en la tierra mojada,
una promesa que el Delta sería algo más
que barro, mosquitos y olvido.
Domingo Faustino, el de mirada dura
y pluma filosa, acá se volvió hombre del agua,
Isleño sin remo, soñador de huertas 
que vencieran al pantano.
Fundó la colonia Delta,
llamó a europeos a poblarla,
trajo especies, frutas, árboles nuevos,
y en cada uno dejó una gota
de su fe por la razón y el progreso.
Hasta invocó a Víctor Hugo,
a Lamartine, a Jules Simón,
a pensar desde el barro
la libertad de los hombres.
Pero no fue solamente siembra.
Fue también soledad.
Una cabaña simple de madera
fue su morada final.
Allí, entre los zumbidos del verano,
encontró lo que no halló
en la política ni en la guerra,
la paz de mirar un río,
la dignidad de plantar un árbol
y esperar.
Por eso, no es casual
que un río lleve su nombre.
Porque no fue él quien lo conquistó,
fue el río quien lo adoptó.
Y aun hoy, cuando uno navega
entre sauces que lloran
y juncales que cantan,
se escucha su voz,
no la del prócer de mármol,
sino la del hombre cansado,
que halló entre las islas
su porción de eternidad.
Sarmiento de agua y de raíz,
sigues fluyendo.
Llevas en tu cauce la esperanza
de quien creyó que el Delta podía florecer.
Y en cada escuela isleña,
en cada cesto de mimbre,
en cada flor de ceibo,
late tu legado.
Y cuando el sol se hunde entre las islas
y el silencio lo cubre todo,
parece que el río te nombra bajito,
como un hijo
que no olvida a su padre.

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