nuestros labios vibraron,
solo aquella mesa
de madera nos separaba,
y nuestros ojos se clavaron
en la perpetuidad del tiempo
detenido, entrelazamos los dedos
de ambas manos y el café,
olvidamos en un rincón,
te observe hablar muy lentamente,
me observaste sin soltar un solo dedo
y pasó la hora, las horas desde aquel día,
donde por primera vez,
te robé un beso y nunca más,
nos volvimos a ver,
después de compartir
días de arena y sol,
en el diciembre
más caluroso de la historia.
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