viernes, 29 de noviembre de 2024

CHISPAS,

Chispas de amor tienen tus ojos,
destellos que iluminan
hasta las sombras más densas.
Chispas de sabiduría,
que encienden en cada palabra
una lección, un reflejo de vida.
Caprichosa y frágil,
sutil, tierna,
tan fuerte como el viento
y tan delicada como tus lágrimas.
Mujer de las mil noches,
de los sueños perdidos
y de los secretos que el tiempo
no se atreve a revelar.
Eres musa de mil historias
difíciles de contar,
porque en vos habita lo infinito,
lo que no se encierra en palabras.
Eres metáfora al viento,
gaviota libre,
volando entre el caos y la calma,
siempre buscando el horizonte.
Solo vos,
única, inmensa, real.
El resto son palabras vacías,
hojas secas
que el viento se llevó,
quién sabe a dónde.
Pero vos, amor,
eres la chispa que queda,
la que arde eternamente
en mi pecho.

A TU LADO.

 Me acosté a tu lado,
apoyando la cabeza en tu vientre,
y en ese instante
el mundo dejó de girar.
Tus manos, suaves, lentas,
dibujaron caminos en mi piel,
y un universo entero
despertó en mi cuerpo,
en cada caricia, en cada roce.
El silencio nos envolvía,
pero hablaban nuestras respiraciones,
el compás de tu corazón
y el brillo de tus ojos,
que me miraban
como si buscaran un reflejo,
y yo, perdido en vos,
no podía dejar de mirarte.
Las pupilas comenzaron a llenarse,
lágrimas pequeñas, tímidas,
que anunciaban un sentimiento
más grande que nosotros.
Intenté con mi palma
secar tu mejilla,
y vos, con la tuya,
hiciste lo mismo.
Fue entonces cuando nuestras manos
se encontraron,
se cruzaron en el aire,
y sin decir nada,
se aferraron con fuerza,
como si temieran soltar
lo que acababan de descubrir.
En el silencio de la noche,
donde solo la luna nos espiaba,
lo comprendimos todo.
No había palabras,
no hacían falta.
Era amor,
puro, sencillo, inmenso.
Y así, entre suspiros y miradas,
las lágrimas se mezclaron,
y nuestras manos,
firmes sellaron un pacto silencioso,
un amor que no necesitaba hablar
para gritar que era eterno.



AMARLA.

 La luna vive en sus ojos,
en cada minuto que regala a la noche,
en sus palabras que son senderos de luz,
en su sabiduría, esa que brota
con la calma de quien sabe escuchar.
Sus consejos son caricias al alma,
un mapa que guía incluso en la más densa oscuridad.
Las estrellas se esconden en sus brazos,
y cuando abraza,
lo hace con la fuerza de quien nunca quiere soltar.
Sus manos, silenciosas pero elocuentes,
hablan en un lenguaje que solo el corazón entiende,
y en ese gesto,el mundo entero se detiene.
En el silencio de la noche,
ella se expresa de formas que las palabras no alcanzan a describir.
Verla es una fiesta,
esa celebración inolvidable,única,
que no se cuenta,sino que se vive en cada latido.
Ella, mujer de noches infinitas,
es la música que acompaña el cielo,
el fuego que ilumina las sombras.
Es la luna que no solo observa,
sino que brilla desde dentro,
iluminando cada rincón de quien
tienen la fortuna de amarla.











 Entre el cielo y la tierra
se dibujan tus silencios,
profundos, indescifrables,
pero siempre presentes,
como un enigma que abraza,
como una verdad que guía.
Entre el mar y la inmensidad
de la arena en sus costas,
entre el viento y las nubes,
ahí estás vos,
eterna, luminosa,
anclada en mis días
como el faro que nunca se apaga.
En tus ojos habita el universo,
en tus palabras,
la calma que detiene tormentas,
y en tus consejos,
la sabiduría que solo el amor
puede enseñar.
Mujer de noches inolvidables,
de caricias perfectas,
de palabras justas
que llegan en el momento preciso.
Tu espalda,
carga con la vida y sus pesos,
con las heridas que no dices,
pero tu sonrisa,
ah, tu sonrisa,
es la cucharadita de vida
que me rescata de vez en cuando.
Eres única, irreemplazable,
imperfecta y perfecta a la vez,
tierna, caprichosa, dulce.
Sos la mujer
que desarma y construye,
que abraza sin manos
y acompaña con el alma.
Y aunque solo a veces
el tiempo nos regale
la dicha de compartirnos,
cada instante contigo
es un tesoro,
un regalo de la vida,
un suspiro que queda grabado
en mi pecho para siempre.

ELLA.

 El brillo de sus ojos,
danzando sobre el río,
cambia de color con cada ola que acaricia la orilla.
Su expresión,
como el agua que nunca es la misma,
se transforma lentamente,
mientras la luna, caprichosa,
refleja su esplendor en el lienzo de su rostro.
El río va y viene,
susurrando secretos antiguos,
y ella,
con una sonrisa que guarda mundos,
se emociona.
De sus ojos,
como tormenta de verano,
caen lágrimas que cuentan historias:
de amor profundo,
de cansancio callado,
y hasta de un hastío que solo ella comprende.
Pero en su fuerza,
en su inteligencia serena,
hay un poder que trasciende.
Ella supera cada momento,
cada ola que intenta arrastrarla,
con la gracia de quien sabe que la vida es un río,
y que fluir es su esencia.
Él la observa en silencio,
sintiendo que esos minutos,
tan fugaces y tan eternos,
son los mejores de su semana,
del mes, de su vida.
Porque en ella,
en su sonrisa luminosa,
en su mirada que atraviesa el tiempo,
él encuentra un refugio,
un rincón donde el amor se hace tangible,
donde la belleza no necesita palabras,
y donde el río, la luna y el cielo
parecen conspirar
para guardar ese instante único,
ese milagro llamado,Ella.


AMOR.

 El amor se construye
con manos firmes y frágiles,
con paciencia en los días grises
y risas en los días claros.
Se agradece con el alma abierta,
con cada gesto,
con cada suspiro que lo mantiene vivo.
El amor se perdona,
porque en su esencia
habita la imperfección,
y en el perdón,
se encuentran las raíces
que lo sostienen.
Abre el corazón
como un amanecer inesperado,
cierra heridas
que creíamos eternas,
y deja lágrimas,
a veces de dolor,
otras de pura alegría,
porque amar siempre duele,
pero también sana.
El amor es una sonrisa
que transforma un día cualquiera,
es una mirada
que dice lo que las palabras no pueden,
es un cambio de expresión,
un gesto mínimo
que grita infinito.
El amor es todo,
el centro, el camino,
la razón por la que seguimos adelante.
Valorarlo es un acto sagrado,
un agradecimiento a la vida,
momento a momento,
minuto a minuto.
Porque simplemente,
así es el amor:
imperfecto, eterno, real,
el milagro cotidiano
que da sentido a nuestra existencia.


Viernes de Tormenta.

 La tormenta de primavera llegó sin avisar,
con truenos que desgarraron el cielo
y relámpagos que encendieron la noche.
En esos minutos de caos,
la ciudad se detuvo,
inquieta bajo el peso de la lluvia,
sujeta al capricho del clima.
Diez minutos, quizás menos,
y el ruido se apagó.
La luna, impaciente,
asomó su rostro entre las nubes rotas,
esparciendo luz sobre el asfalto mojado.
Las estrellas siguieron su ejemplo,
adornando el cielo como un consuelo tardío,
y una brisa suave, enamorada de Buenos Aires,
vino a poner cada cosa en su lugar.
Pero en su corazón,
la calma no llegaba.
Era la distancia,
ese abismo invisible que la separaba de ella,
el peso de no verla,
de no poder abrazarla,
de no escuchar su voz
que siempre parecía saber
cómo ordenar su mundo en un susurro.
Ella era como esa luna inquieta,
rompiendo las nubes de su vida
con su sola presencia.
Era la tormenta y la calma,
el trueno que lo sacudía
y la brisa que lo devolvía a la paz.
La noche avanzó,
y mientras el cielo se aclaraba,
él pensó en sus ojos,
en cómo brillaban más que cualquier estrella,
en su risa, que apagaba cualquier trueno,
en sus caricias,
que podían cambiar cualquier clima interior.
Allí, bajo el cielo limpio,
en medio de una Buenos Aires renovada,
él cerró los ojos y la imaginó,
tan cerca y tan lejos,
tan suya y tan libre.
Y entendió que, como la primavera,
ella siempre regresaría,
trayendo consigo la tormenta,
la calma, y todo lo que hacía latir su alma.


ALAS.

 Le pusiste alas,
como quien siembra esperanza en un corazón dormido.
Le enseñaste a vivir,
a soñar despierto entre las nubes de su propia imaginación.
Le mostraste el arte de compartir,
de abrir las manos y entregar un pedazo del alma
sin esperar más que una sonrisa.
Le pusiste alas,
y con vos aprendió el vuelo,
el vértigo dulce de no tocar el suelo,
la paciencia de esperar al viento adecuado
y la sabiduría de entender
que incluso el cielo tiene sus límites.
Con esas alas,
se convirtió en un guardián de tus días,
silencioso y fiel,
un vigía en la distancia,
cuidando cada uno de tus pasos
aunque vos nunca lo pidieras.
Le pusiste alas,
y al volar se enamoró,
sin saber que el cielo también guarda sus trampas,
que de vez en cuando las tormentas lo harían caer,
que el suelo frío le recordaría
lo difícil que es volver a alzar el vuelo.
Pero aún así, le enseñaste.
Le mostraste que la felicidad no siempre viene entera,
que a veces llega en pequeñas dosis,
en destellos breves pero eternos,
y que esos momentos,
aunque fugaces,
son suficientes para iluminar una vida.
Le pusiste alas,
y aunque nunca lo dijiste,
le diste el regalo más grande:
el poder de volar hacia su propia libertad
y, al mismo tiempo,
el destino irremediable de siempre volver a ti,
porque en cada vuelo,
en cada caída,
vos sos
su horizonte,
el lugar donde aprendió
que amar también es soltar
y que el amor verdadero
es el aire que lo mantiene en el cielo.

jueves, 28 de noviembre de 2024

Punta de Indio.

 El sol se había escondido cuando llegaron a Punta Indio. La cabaña, acogedora y escondida entre árboles, los esperaba a metros del río. Desde la ventana se escuchaba el suave murmullo del agua, y al abrir la puerta, un aroma a madera los envolvió. Dejaron las maletas a un lado y, casi de inmediato, sus miradas se encontraron, llenas de promesas.
La primera noche fue un festín sencillo pero delicioso. Quesos regionales, fiambres, pan crujiente y una ensalada fresca ocuparon la mesa. 
El río les cantaba de fondo mientras cenaban, y cada mirada era una caricia invisible. No necesitaban palabras; bastaba con los pequeños gestos: el roce de sus manos al pasar la bebida, el brillo en sus ojos al compartir una risa. Afuera, las estrellas comenzaban a asomarse tímidamente, pero para ellos, toda la luz del mundo estaba en sus miradas.
A la mañana siguiente, después del mate, el paseo por la costa fue un descubrimiento. El viento jugaba con su cabello mientras ella señalaba los pequeños detalles: una flor escondida entre las rocas, una bandada de pájaros que surcaba el cielo. Él la escuchaba atento, sintiendo que, con cada palabra, ella le revelaba un mundo nuevo.
El día los llevó a descubrir una feria regional. Compraron más  panes caseros y un pescado fresco que prometieron cocinar juntos esa noche. "Este lugar tiene algo mágico", dijo ella mientras caminaban de regreso, y él, sin dudarlo, respondió: "Como vos".
La segunda noche fue más íntima. Mientras el pescado se asaba lentamente, se sentaron en la galería a escuchar el río. Ella apoyó la cabeza en su hombro y él jugó con su cabello. “¿Te diste cuenta de que no hay un solo ruido que moleste?”, susurró ella. Él asintió y agregó: “Solo el latido de tu corazón”.
La cena fue un banquete de sabores sencillos y perfectos. Él cortó los trozos de pescado con cuidado y los sirvió en los platos. Cada bocado era un regalo, cada sonrisa un puente que los acercaba más. Cuando terminaron, ella tomó su mano y lo llevó al jardín. Se tumbaron bajo el cielo estrellado, sin decir nada, dejando que el silencio hablara por ellos.
¿Cuándo volvemos?, preguntó ella, rompiendo la calma con una sonrisa pícara. “Tan pronto como se acaben los quesos que te llevas, respondió él, besándole suavemente la frente.
Punta Indio ya no era solo un destino; se había convertido en su refugio. Una promesa de volver quedó suspendida en el aire mientras el río, eterno y sereno, les susurraba que siempre habría un rincón para su amor allí, a orillas del río, muy cerca de sus casas, donde a solas se fueron descubriendo milimetro a milimetro entre las sabanas, el río, la luna y el sol.



CHASCOMUS.

 Después de un día recorriendo las calles tranquilas de Chascomús, la pareja regresó al hotel con los aromas del pueblo impregnados en la piel: el pasto húmedo junto a la laguna, la brisa fresca que traía ecos de risas lejanas, y el suave perfume de los árboles que se inclinaban hacia el agua.
Habían pasado la tarde caminando de la mano, deteniéndose a contemplar el reflejo del cielo en la laguna, donde los botes se mecían despacio.
Almorzaron a la sombra de un árbol añoso en un pequeño restaurante, disfrutando de un pejerrey tan fresco que parecía traer consigo la esencia del agua. 
Se miraron por encima de los platos, entre charlas pausadas y sonrisas, saboreando no solo la comida, sino también la calma que solo un lugar así podía ofrecer.
Ya entrada la noche, el cansancio del día no era suficiente para apagar el romance que los envolvía. En la habitación, con las luces bajas y la ventana abierta dejando entrar la suave brisa nocturna, él se acercó a ella con una copa de agua fría. ¿Brindamos?, dijo. ¿Por qué?, preguntó ella. Por este día. Por vos. Por nosotros.
Se sentaron juntos en el pequeño balcón, mirando la ciudad iluminada por las farolas amarillas. Desde allí se alcanzaba a oír el susurro lejano de la laguna y el canto tímido de algún ave nocturna. 
Ella apoyó su cabeza en su hombro, y él pasó un brazo por su cintura, atrayéndola más cerca.
Cuando el frío de la noche empezó a colarse, regresaron al interior. La conversación fluyó suave, como el agua en la laguna que habían recorrido. Hablaron de las calles empedradas, de las casas antiguas con sus jardines prolijos, y de los sueños que compartían. Pero las palabras fueron quedando atrás, reemplazadas por miradas largas y silenciosas, por el roce de sus manos que no querían separarse.
Él la tomó por la cintura y, despacio, la llevó a la cama. Bajo las sábanas, se buscaron como si el tiempo no existiera. Cada caricia era una promesa, cada beso, una certeza. Afuera, la luna llena iluminaba la laguna y las calles dormidas de Chascomús, mientras ellos construían su propio refugio de amor.
Antes de dormir, ella susurró: Fue un día perfecto. Él la miró a los ojos y respondió: “Y la noche recién comienza”. Se abrazaron fuerte, dejando que el cansancio los envolviera mientras la ciudad, tranquila y serena, los acunaba en su magia silenciosa.

ALIVIO,

El alivio comienza en mi pecho
cuando tu voz rompe el silencio.
Es un río que corre, que arrastra
las piedras del día, los pesares,
y deja solo calma.
El alivio es verte,
es mirar tus ojos y perderme
en ese universo de secretos,
donde cada destello promete historias
que aún no me has contado.
Es sentir cómo el día,
con todo su peso,
se vuelve ligero con solo verte.
Y luego, tu sonrisa,
esa mezcla perfecta de picardía e inocencia,
un misterio que no intento resolver,
porque prefiero vivirlo.
Es un respiro en la tormenta,
un resplandor que atraviesa la penumbra
y llena de vida cada rincón
que antes parecía vacío.
Así es estar a tu lado
por unos minutos,
un renacer constante,
un despertar a los sentidos,
un latido que acelera,
que grita, que celebra tu existencia.
Así es hablar con vos,
un diálogo de almas
donde las palabras sobran
y el silencio es cómplice.
El amor, con vos,
es más que una palabra,
es un susurro en el viento,
es la promesa que florece
con cada instante que compartimos.
Después de extrañarte,
después de contar los segundos,
en tu ausencia,
todo cobra sentido al verte.
Tu presencia no solo calma,
transforma.
Hace del mundo un lugar distinto,
más brillante, más cálido.
Eres el alivio que despeja mis días,
el refugio donde las sombras se disuelven
y la vida se llena de colores.
Así es el amor con vos,
un milagro que sucede
cuando puedes,
porque tu sola existencia
es el regalo más grande 
de la vida.

Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...