El brillo de sus ojos,
danzando sobre el río,
cambia de color con cada ola que acaricia la orilla.
Su expresión,
como el agua que nunca es la misma,
se transforma lentamente,
mientras la luna, caprichosa,
refleja su esplendor en el lienzo de su rostro.
El río va y viene,
y ella,
con una sonrisa que guarda mundos,
se emociona.
De sus ojos,
como tormenta de verano,
caen lágrimas que cuentan historias:
de amor profundo,
de cansancio callado,
y hasta de un hastío que solo ella comprende.
Pero en su fuerza,
en su inteligencia serena,
hay un poder que trasciende.
Ella supera cada momento,
cada ola que intenta arrastrarla,
con la gracia de quien sabe que la vida es un río,
y que fluir es su esencia.
Él la observa en silencio,
sintiendo que esos minutos,
tan fugaces y tan eternos,
son los mejores de su semana,
del mes, de su vida.
Porque en ella,
en su sonrisa luminosa,
en su mirada que atraviesa el tiempo,
él encuentra un refugio,
un rincón donde el amor se hace tangible,
donde la belleza no necesita palabras,
y donde el río, la luna y el cielo
parecen conspirar
para guardar ese instante único,
ese milagro llamado,Ella.
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