Dos reposeras junto al río,
un mate y una conversación inolvidable.
Niños que corren, amigos que se encuentran
y la luna, girando como un testigo eterno.
El río cambia el rumbo de sus aguas,
el viento amaina su danza
y la luna se pierde en el horizonte
detrás de los árboles oscuros.
Todo pasa con ella,
su risa es el eco que llena el paisaje,
su presencia, un fuego que abriga la noche.
Ella, musa encubierta,
teje poesía sin darse cuenta.
Ya no hay niños,
apenas alguien camina a lo lejos,
una sombra que se desvanece,
mientras ella sigue ahí,
alegre, profunda, infinita.
El mate se enfría
pero las palabras arden,
y los minutos, las horas, la vida,
todo gira en torno a ella
que transforma lo efímero en eterno,
lo cotidiano en poesía.
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