ahí, con una mirada serena que parece extraña en medio del tumulto. Lleva un libro viejo bajo el brazo y una sonrisa de las que se contagian, las que desarman armaduras de mal humor. No hace falta mucho más. Un cruce de miradas en las últimas horas de la tarde son suficiente para cambiar el ritmo de su jornada. Tal vez todo lo que ella esperaba era un instante así, inesperado. Quizás, entre el ruido de Buenos Aires, hay algo de poesía en los silencios que se crean cuando dos almas se reconocen.
martes, 28 de enero de 2025
El calor es insoportable en la ciudad. Ella se pone de mal humor; todo le pesa, incluso los minutos. Los colectivos apenas ofrecen un alivio insignificante, siempre que consiga asiento. Afuera, la ciudad transpira humedad, y la sensación térmica se pega al cuerpo. Brazos, piernas y rostro brillan en el mediodía como si el aire mismo fuese un sudor colectivo. La gente va y viene, atrapada en burbujas de problemas sin resolver. Los rostros tensos son espejos de un hastío generalizado, de un gobierno que nunca define nada. El día es una jornada doblemente pesada, y ella lo sufre… pero sonríe. Es esa sonrisa suya, irónica, la que parece intentar comprender lo incomprensible. Pero en el fondo, sabe que todo está inerte, dormido, esperando un algo que nadie puede nombrar. Los días se amontonan, iguales y grises, salvo por esos pequeños descansos que rasguñan la rutina. Buenos Aires, mientras tanto, transpira junto con el país entero, buscando soluciones que nunca llegan. Entre gritos y palabras fuera de contexto, ella también espera. No sabe bien qué, pero espera. Quizás sea un tango el que le traiga alivio, un susurro de melodía que haga más liviana la carga. O tal vez esas poesías escondidas detrás del Obelisco, dibujadas en servilletas olvidadas, sean el soplo de aire fresco que necesita. Y entonces, en el último feriado improvisado, en ese instante que parece robado al caos de los minutos, lo ve. Él estaba
ahí, con una mirada serena que parece extraña en medio del tumulto. Lleva un libro viejo bajo el brazo y una sonrisa de las que se contagian, las que desarman armaduras de mal humor. No hace falta mucho más. Un cruce de miradas en las últimas horas de la tarde son suficiente para cambiar el ritmo de su jornada. Tal vez todo lo que ella esperaba era un instante así, inesperado. Quizás, entre el ruido de Buenos Aires, hay algo de poesía en los silencios que se crean cuando dos almas se reconocen.
ahí, con una mirada serena que parece extraña en medio del tumulto. Lleva un libro viejo bajo el brazo y una sonrisa de las que se contagian, las que desarman armaduras de mal humor. No hace falta mucho más. Un cruce de miradas en las últimas horas de la tarde son suficiente para cambiar el ritmo de su jornada. Tal vez todo lo que ella esperaba era un instante así, inesperado. Quizás, entre el ruido de Buenos Aires, hay algo de poesía en los silencios que se crean cuando dos almas se reconocen.
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