El sol de enero golpea sin piedad, y su rostro lo refleja. Transpira la calurosa mañana mientras camina hacia el trabajo. La calle, menos ruidosa que en otros meses, parece un eco amortiguado del caos de siempre. Los días pasan en un viaje monótono, acompañada por la incertidumbre, los negociados y el desastre que dejaron los gobiernos anteriores.
Las resoluciones van y vienen, vacías, sin contenido. Intentan hacer lo que no saben, improvisando en un país que parece estar siempre al borde del abismo. Y en medio de todo, un examen para evaluar la capacitación. Ridículo desde su anuncio, terminó siendo una farsa más, un trámite inútil que se suma al cúmulo de decisiones absurdas.
En cada fin de mes, la misma pregunta flota en el aire: ¿qué pasará? Familias enteras, que dependen de un sueldo mensual para sobrevivir, viven pendientes de las decisiones de un inútil de turno. Mientras tanto, los que realmente conocen el trabajo, los que durante años se capacitaron y construyeron carreras con esfuerzo, esperan sentados en una silla que nunca se mueve.
El poder, como siempre, elige a los amigos. No importa el mérito, no importa la experiencia. Los que saben, los que podrían marcar un rumbo diferente, quedan relegados a la sombra, mientras el tiempo corre y las tareas importantes quedan paralizadas.
Argentina, tierra del lo arreglamos con alambre. Aquí, las decisiones vitales se postergan, las promesas quedan en el aire y la incertidumbre reina. Y mientras tanto, aquellos que conocen el cómo y el cuándo, aquellos que podrían hacer la diferencia, se van. Emigran detrás de las fronteras, buscando un lugar donde sus talentos sean valorados.
Y aquí, en esta tierra que alguna vez fue prometedora, seguimos viviendo la odisea de los giles. Veinte años de saqueo han pasado sin que nadie diga una palabra, porque hay quienes no pueden ser criticados. Intocables, blindados por un sistema que los protege y perpetúa.
Vivimos en un país jardín de infantes, donde el viva la pepa es el pan de cada día. Un lugar donde el esfuerzo parece no valer nada, donde los que podrían construir algo mejor son ignorados o empujados al exilio, y donde los mediocres, los oportunistas y los improvisados manejan el timón de un barco que hace aguas por todas partes.
Y aun así, seguimos caminando, bajo el sol implacable, con la esperanza de que algún día el rumbo cambie. Aunque el alambre que sostiene este país parece cada vez más delgado, algunos aún sueñan con un futuro donde el trabajo, el mérito y la justicia sean la base de todo.
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