El sol comienza a despedirse sobre la laguna Idahome,
tiñendo el agua de tonos dorados y cobrizos,
reflejando la calidez de tu cuerpo,
que una y otra vez se desliza con gracia sobre el agua,
como una sirena que ha decidido reinar en la tarde.
Cada movimiento tuyo es poesía,
una danza que se funde con las ondas del agua,
mientras el bote se acuna suavemente,
acompañado por el susurro de la vegetación
y el canto lejano de las aves,
guardianas de este silencio profundo y sagrado.
Estamos escondidos en el corazón del delta,
a pocos metros del Carapachay,
un refugio donde el mundo se olvida de nosotros
y nosotros del mundo.
Subes y bajas del bote,
como un juego que no necesita reglas,
y entre risas intentas que me una,
que deje la seguridad de mi rincón
para abrazar la libertad del agua con vos.
El atardecer se viste de fiesta,
adornando el cielo con pinceladas de fuego.
Y allí, entre risas y miradas,
una danza de placer nos envuelve.
El agua, cálida y cómplice,
nos invita a ser niños y amantes a la vez,
a explorar ese instante eterno
donde todo lo demás deja de importar.
Es un sábado más,
una tarde más en este paraíso secreto,
pero cada momento contigo
parece nuevo, irrepetible,
como si el delta nos reinventara con cada encuentro.
Tu voz, dulce y melodiosa,
se convierte en la canción del verano,
una melodía que llena el aire
y que solo los que aman profundamente pueden escuchar.
Cuando el crepúsculo comienza a ceder,
y las sombras anuncian la llegada de la noche,
nos abrazamos, envueltos en un amor que no conoce tiempo.
El bote, fiel compañero, nos lleva río arriba,
a un destino que solo nosotros conocemos.
El nido que construimos es un misterio,
un rincón escondido en el delta,
donde el amor nos cobija
y la belleza del mundo parece detenerse para contemplarnos.
Las estrellas, una a una,
comienzan a guiarnos con su brillo silencioso.
Ellas son testigos de nuestro secreto,
del amor que crece en medio de estas aguas,
donde el delta se convierte en cómplice
de lo que solo vos y yo compartimos.
Allí, bajo el manto nocturno,
con el río como testigo eterno,
nos dejamos llevar por la corriente,
sin importar el destino,
porque en este refugio de amor y naturaleza,
todo lo que importa es que estamos juntos,
y el resto del mundo puede esperar.
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