lunes, 13 de enero de 2025

 Los domingos son mares sin viento,
silencios de arena en el reloj,
calma que asfixia entre tanto intento
de encontrarle sentido al sol.
El cielo se tiñe de una pereza amarga,
la brisa no arrastra promesas ni flor,
y el tiempo se cuelga como una carga,
ajeno a la prisa, ajeno al fervor.
Se cuelan las horas con pasos de plomo,
la luz desgastada dibuja un rincón;
el alma se enreda, sin rumbo, en el lomo
de un sueño que nunca tendrá conclusión.
Busco en la mesa algún eco de vida,
pero el mantel solo guarda el ayer.
La tarde se extiende, doliente y herida,
con un horizonte que no quiere ceder.
Domingo eterno, jornada baldía,
donde el aire pesa y el pecho se hundió.
Si acaso el reloj acelerará el día,
quizás su condena me deje en paz hoy.

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