sábado, 18 de enero de 2025

El cielo plomizo baña Buenos Aires,
las palomas esperan en el campanario.
Una lluvia se anticipa, refresco anhelado
para una ciudad sofocada por el calor.
Días de asfalto ardiente y pasos lentos,
de ventanas abiertas buscando un respiro,
mientras los ventiladores cantan su letanía.
Es la quincena de vacaciones,
el mar retrocede ante el bullicio.
La oposición se queja, calculadora en mano,
cuentan turistas, porcentajes, estadísticas.
En el peaje, el conteo no se detiene:
autos, familias, rutinas en tránsito.
Mientras tanto, aquí en la ciudad,
el asfalto comienza a dejarnos transitar
más libre y rápidamente.
El aire, aunque denso, promete alivio.
En la orilla del río, donde el mundo desacelera,
las sillas que manos trabajadoras restauraron con amor
aguardan como siempre nuestra llegada.
El mate nos acompaña, humeante y paciente,
mientras las primeras gotas intentan limpiar el cielo.
Conversamos como solo se conversa junto al agua:
sin apuro, sin tiempo, sin final.
Las palabras fluyen como el río,
tocando temas hondos y livianos,
tejiendo historias entre risas y silencios.
Y cuando la lluvia cede, la luna emerge.
Nos encuentra abrazados bajo miles de estrellas,
unidos no solo por el cielo inmenso,
si no, también por los sueños y los recuerdos
qué noche a noche compartimos al borde del río.
Mientras tanto, mirando por la ventana
en la paz del día plomizo, ella: toma café.

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