Un grupo de amigos, conocidos hace 56 años en la escuela. Un grupo que comenzó siendo compañeros de pupitre, confidentes de travesuras, cómplices de aprendizajes y, con el tiempo, se convirtió en algo mucho más grande. La vida los llevó por caminos distintos, pero las raíces, esas que crecieron juntas en la infancia, nunca dejaron de unirlos.
Son confidentes, compañeros de escucha, de risas y de silencios. Entre ellos hay un compadre de uno, otro compadre de otro, una amiga que es como una hermana, y una mesa que nunca está completa con los mismos rostros, pero que siempre está llena de historias. Uno se ausenta porque viaja a conocer la vida en el viejo mundo; otro falta porque la edad, con sus dolencias inevitables, empieza a marcar su paso. Pero no importa quién esté sentado o quién falte: la esencia siempre permanece.
Las pastillas, esas que un día aparecieron en la mesa como un chiste, hoy se intercambian con la naturalidad de quien comparte el pan. Esta es para la presión, aquella para dolor de cintura, y así, entre risas, hacen liviana la carga de los años. Pero también están los saludos cariñosos: un apretón de manos con el profe, un abrazo cálido con el calculista, y hasta un beso afectuoso con el experto en pastas frescas que llegó con un mensaje que le mandó un ausente desde el norte de América donde fue a visitar a sus hijos.
Los viernes, no importa si el primero o el último del mes, la cita es sagrada. La mesa se llena de pizzas, empanadas, flanes y café. Los brindis resuenan como una promesa de seguir adelante, de mantener viva la llama de esa amistad que desafía al tiempo.
Las diferencias políticas, deportivas, o de gustos no tienen lugar en ese espacio. Todo es respetado, porque lo que importa no es ganar discusiones, sino celebrar la vida que compartieron y siguen compartiendo. La mesa, testigo de cientos de historias, guarda los secretos de casi una vida entera.
Es un refugio, un pequeño mundo donde el tiempo parece detenerse. Y aunque el futuro es incierto, algo es seguro: esa llama seguirá encendida. Cada encuentro, cada risa, cada anécdota revivida le da fuerza para seguir iluminando a esos amigos y amigas de toda una vida.
Porque, al final, no importa cuántos años pasen ni cuántas sillas queden vacías. Mientras haya alguien dispuesto a sentarse en esa mesa, la amistad seguirá siendo eterna.
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