Antes de conocerte, mi vida carecía de magia.
Las calles eran simples rutas hacia ninguna parte,
las poesías no eran más que palabras vacías,
y el sol, a veces, solo abrasaba sin piedad.
Ni siquiera me tomaba el tiempo para mirar
detenidamente la luna en el cielo.
Pero entonces, apareciste vos, y todo cambió.
Tu voz, tu dulzura, las horas interminables
que pasábamos conversando, sin importar cuánto trabajo tenías.
La luna se convirtió en mi cómplice,
pues en su luz encontraba destellos de tu esencia,
y las noches se convirtieron
en mi momento favorito del día,
porque en ellas imaginaba paseos
bajo un manto estrellado, de tu mano.
Comencé a verte en cada rincón de la ciudad,
en los rostros de los desconocidos
que de alguna manera me recordaban a vos.
Observaba, reflexionaba, y en palabras
que antes me parecían triviales,
podía plasmar la esencia de tu nombre,
el color de tu cabello y el misterio de tus ojos,
que me tenían hipnotizado.
Anhelo conocer el aroma de tu piel,
de tu cabello, de tus manos.
Pero también encuentro belleza en el hecho
de poder describirte como la mujer única
que eres y guardar ese secreto
en lo más profundo de mi corazón,
compartiéndolo solo contigo.
Algún día, los semáforos se alinearán
en un verde que nos dará vía libre,
el calendario nos brindará un día extra,
y finalmente nos encontraremos,
cara a cara, para mirarnos y descubrirnos mutuamente.
Hasta entonces, mi mundo se llena de luz
y esperanza gracias a la promesa
de ese encuentro que ansío con todo mi ser.
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