martes, 7 de enero de 2025

 

El amanecer siempre encuentra a María antes que a muchos. Con el primer rayo de sol, ella ya está de pie, dejando que el aroma del café recién hecho la despierte del todo. La rutina es su aliada y su desafío, un baile que domina con gracia y precisión.
Primero, pone a lavar la ropa, cuidando que cada prenda quede impecable. Luego, la cocina se llena de vida: olores, sabores, un ritmo que solo ella comprende. Ordena cada rincón de su casa con una dedicación casi ceremonial. Pero siempre, siempre falta algo. Corre al supermercado, como quien persigue el último detalle para completar un cuadro perfecto.
El balcón es su pequeño refugio de tareas: despeja el espacio de su mascota, acariciada por un sol que parece querer abrazarla. Después, viaja hacia su trabajo. María no solo trabaja, ella entrega. Su día transcurre en medio de los más necesitados, ofreciéndoles no solo ayuda, sino también esperanza, una oportunidad.
Cuando el sol se despide y el cansancio pesa, María regresa a su hogar. Sus pasos son más lentos, pero su espíritu sigue encendido. Prepara la cena con la misma devoción con la que inicia su día. Tras una ducha reparadora, se desliza entre las sábanas, dejando que el cuerpo se rinda al descanso.
Pero antes, siempre hay tiempo para él. En esos minutos robados al sueño, le da un beso suave y susurra palabras que solo ellos comprenden. No siempre lo encuentra personalmente, pero cuando lo hace, juntos construyen un mundo único. Un refugio donde el amor rompe la rutina, donde las horas se alargan y el cansancio desaparece.
Así es María, única e irreemplazable. Su vida, aunque llena de deberes, se ilumina con esos momentos de amor y complicidad. Y aunque el día siguiente traiga nuevamente la rutina, ella lo enfrentará con la misma fuerza y ternura, porque sabe que, en su esencia, la vida es un acto de amor constante.


Hay nombres que se dicen con cuidado, como si al pronunciarlos el aire pudiera quebrarse. Así es María, un eco que despierta lágrimas cuando la pienso y que me devuelve pequeños momentos en los que el mundo parece detenerse.
A veces, solo hay tiempo para extrañarla; otras, para compartir la simpleza de una risa, un café, o un instante en el que su presencia lo llena todo. No necesito más, porque su sonrisa me desarma y su abrazo me construye de nuevo. Tiene la fuerza de la luna, esa que guía en la oscuridad, y el brillo de las estrellas que alumbran en silencio.
Cuando la noche se enfría y el viento sopla con intensidad, María es el sol que no se esconde. Me calienta con palabras suaves y me sostiene con su luz, incluso cuando intento esconder mi vulnerabilidad. Me muerdo los labios para no emocionarme, pero es inútil. Ella me lee como un libro abierto, descifrando cada página con una ternura que jamás conocí.
María tiene el don de saber cuándo hacerme reír y arrullarme con historias de vida a orillas de la luna. En esos momentos, entre la quietud de la noche y el resplandor del cielo, nos encontramos a conversar la vida.
Es simplemente única, no por las grandes gestas, sino por los detalles que la hacen eterna. Cuando el sol nos da permiso, salimos a explorar un mundo que solo existe entre nosotros, donde no hay relojes ni prisas. Allí, somos solo ella y yo, y el amor que en su sencillez se vuelve infinito.
Así es María, un puente entre la rutina y el ensueño, entre la realidad y aquello que nunca quiero dejar de sentir.
 

 Los sábados tienen un perfume tuyo,
mezcla de humo de cigarrillo,
de sonrisa infinita y ojos
que parecen hechos del tiempo.
Me acompañas durante horas
a orillas del río,
donde los minutos
se deslizan lentos,
y las palabras fluyen,
como el agua que lleva
nuestros secretos,
envueltos en papel de caramelo.
Tu rostro brilla,
enfurece a la luna,
que se esconde tras las nubes,
celosa de tu luz.
En cada abrazo,
el mundo gira y gira,
y la noción del tiempo se desvanece.
El momento se vuelve eterno,
solo nuestro,
hecho para ser poesía,
única e inolvidable,
solo para vos.

 ¿Por qué sos poeta?
preguntó sorprendida
aquella noche entre cafés.
La miré y dije
por qué es el nombre
que designó alguien
a quienes intentamos escribir como yo.
Me miró fijamente y dijo
_ Tienen un corazón enamorado,
espíritu rebelde y romántico.
No saben ocultar lo que sienten
están hechos de amor
y nacieron para alabar las bellezas
en especial a la mujer
su máxima obra, siempre
es y será en nosotras,
lo veo en tus ojos antes de leerte
en tu amor no existe métrica,
ortografía menos signos gramaticales.
Solo existe un sentimiento
puro que llega al alma de la mujer.
Hay mujeres poetas conteste.
_ Si las hay, son expresivas, románticas,
enamoradas, soñadoras,
con la fuerza del amor que enloquece
al hombre, son las bellas poetisas.
_ ¿Y vos a qué mujer le escribís?
_ A todas como dijiste,
le escribo a la mujer ¡¡!
_ En tus ojos veo una mujer,
no me dirás quien es,
sus ojos son . . .
_ Bueno, basta, ya sabes demasiado,
_ Soy bruja, no te habías dado cuenta,
que paso cuando la desnudaste,
como fue el primer encuentro.
_ La desnudé en letras
por eso nos  encontramos,
de lo contrario ni ella ni yo
estaríamos conversando a diario
y no sabría tanto de ella
como cuando me abraza el alma.
El dia que escuche su voz
y esa sonrisa nerviosa
que me desnudo antes de que cualquiera
sin  quitarme la ropa, ni yo a ella.
 Un bondi con aire acondicionado, una tarjeta SUBE y una ilusión en los bolsillos. Ella viaja hacia el centro de Buenos Aires, pérdida entre las páginas de un libro que nadie más lee, entre líneas que quizás solo ella entiende. Afuera, la ciudad despierta lentamente, como si cada día tuviera que recordar cómo ponerse en movimiento. Los autos serpentean en las avenidas, el asfalto empieza a emanar su calor, y las esquinas, con su propio ritmo, cobran vida.
Ella viaja, desconectándose del ruido, conectada a otra realidad que solo le pertenece: un universo hecho de palabras, pensamientos y anhelos. Lleva una vianda en la mochila, una flor que quizás recogió por casualidad, y un mensaje sin enviar en su celular. Suspira, contando los minutos hasta llegar al trabajo, donde la rutina la espera paciente, como siempre, pero no más que sus propios deseos de escapar.
Mientras tanto, Buenos Aires respira su enero caluroso y lento. La ciudad parece haber hecho una tregua consigo misma: el tráfico mengua, las calles se alargan en la quietud, y el metrobus se convierte en una pista infinita donde los colectivos avanzan como sombras fugaces. Las plazas reposan, el aire se siente más liviano, y las oficinas comienzan su jornada en un silencio que sabe a verano.
Las clases llegarán, antes o después del carnaval, pero esa discusión parece tan lejana, tan absurda como negociar febrero entre el ruido de la ciudad y la brisa de una playa. Por ahora, ella se deja mimar por el aire acondicionado del bondi. Sus labios dibujan una sonrisa fugaz, como quien guarda un secreto o quizás un recuerdo.
Al llegar, la espera se resuelve con un cigarrillo. Un instante de pausa antes de enfrentarse a las horas largas, al bullicio que poco a poco despierta en los edificios. Pero entre esa espera y su rutina, hay algo más: las palabras que se quedan en su mente, las poesías que alguien, en algún lugar, escribe para ella. Porque alguien la piensa, la imagina entre versos, la envuelve en letras que buscan acariciar su alma.
Y así, un día más, una ilusión más, y un día menos en la ciudad. Las tardes se alargan y las sombras del Obelisco comienzan a marcar el ritmo del ocaso. A las 20, el sol se esconde, y los bohemios, con su andar desganado y su aire nostálgico, toman las calles, saludan a los monumentos, como si fueran viejos amigos. El Molino duerme, las palomas sueñan bajo el calor, y el conjunto escultórico de la plaza parece sonreír, tal vez recordando tiempos mejores.
Mientras tanto. Espero que entre todo ese caos, entre el vaivén de colectivos y esquinas llenas de vidas cruzadas que ella encuentre, y descubra mis palabras, esas que le escribo para cuidarla, para mimarla desde lejos. Porque entre el ruido de Buenos Aires y su desidia tan porteña, también hay poesía. Y ella, aunque no lo sepa, es la musa que la inspira.
 Un grupo de amigos, conocidos hace 56 años en la escuela. Un grupo que comenzó siendo compañeros de pupitre, confidentes de travesuras, cómplices de aprendizajes y, con el tiempo, se convirtió en algo mucho más grande. La vida los llevó por caminos distintos, pero las raíces, esas que crecieron juntas en la infancia, nunca dejaron de unirlos.
Son confidentes, compañeros de escucha, de risas y de silencios. Entre ellos hay un compadre de uno, otro compadre de otro, una amiga que es como una hermana, y una mesa que nunca está completa con los mismos rostros, pero que siempre está llena de historias. Uno se ausenta porque viaja a conocer la vida en el viejo mundo; otro falta porque la edad, con sus dolencias inevitables, empieza a marcar su paso. Pero no importa quién esté sentado o quién falte: la esencia siempre permanece.
Las pastillas, esas que un día aparecieron en la mesa como un chiste, hoy se intercambian con la naturalidad de quien comparte el pan. Esta es para la presión, aquella para dolor de cintura, y así, entre risas, hacen liviana la carga de los años. Pero también están los saludos cariñosos: un apretón de manos con el profe, un abrazo cálido con el calculista, y hasta un beso afectuoso con el experto en pastas frescas que llegó con un mensaje que le mandó un ausente desde el norte de América donde fue a visitar a sus hijos.
Los viernes, no importa si el primero o el último del mes, la cita es sagrada. La mesa se llena de pizzas, empanadas, flanes y café. Los brindis resuenan como una promesa de seguir adelante, de mantener viva la llama de esa amistad que desafía al tiempo.
Las diferencias políticas, deportivas, o de gustos no tienen lugar en ese espacio. Todo es respetado, porque lo que importa no es ganar discusiones, sino celebrar la vida que compartieron y siguen compartiendo. La mesa, testigo de cientos de historias, guarda los secretos de casi una vida entera.
Es un refugio, un pequeño mundo donde el tiempo parece detenerse. Y aunque el futuro es incierto, algo es seguro: esa llama seguirá encendida. Cada encuentro, cada risa, cada anécdota revivida le da fuerza para seguir iluminando a esos amigos y amigas de toda una vida.
Porque, al final, no importa cuántos años pasen ni cuántas sillas queden vacías. Mientras haya alguien dispuesto a sentarse en esa mesa, la amistad seguirá siendo eterna.


 El viento trajo su sonrisa, volando por la avenida, rozando el viejo cine de la infancia, ese que hoy solo vive en el recuerdo. Allí donde alguna vez vibraron risas y películas, ahora hay cajas, miles de cajas de medicamentos que se venden en cadena, pero solo en la capital. Pero, a unas pocas cuadras de distancia, en ese lugar gobernado por el supuesto genio de la economía, está prohibida la entrada. Ella baila, canta y sonríe. Su alegría parece desafiar la realidad, esa que muestra un país reducido a pedazos, a lo que quedó después de años de robo sistemático, de saqueo diario. Lo que antes fue una república, hoy está guardado en los bolsillos de unos pocos. Fiesta de billetes, operaciones fraudulentas, y un genio de las finanzas que, con el tupé de ser presidente, con decisiones que desafían la lógica. Y, aun así, muchos lo votaron, pero perdió y se refugió en su localidad de origen, entre narcos amigos, y ríos que conforman el hermoso delta. Ella sigue bailando, sonríe mientras el país parece un barco a la deriva, y finalmente se sienta a la orilla del río. Allí, contempla la vida con esa sabiduría que no necesita palabras. "Es lo que hay", dice con un suspiro, consciente de que nadie obliga al ignorante a ver la realidad, pero que muchos, con sus acciones, perpetúan esta ceguera que los mantiene en el poder.
A su lado, el mate pasa de mano en mano. En ese rincón del río, las palabras sobran y la resignación se mezcla con el deseo de algo mejor. Pero, aunque ella sonríe y baila, sabe que así, como estamos, no iremos a ningún lado. Aun así al menos, entre risas y mates, podemos encontrar un respiro, un momento para soñar con que algún día las cosas cambien. las cárceles dejen de albergar perejiles y se llenen de quienes, durante años, se hicieron millonarios a costillas del pueblo. Sirve otro mate, sonríe, deja caer una lágrima, y ella, baila.


 María tiene una sonrisa que brilla con el encanto de la sana picardía, esa chispa que alegra cualquier momento y desarma los problemas con la gracia de quien entiende la vida como un juego de equilibrio y magia. Ella no camina por el mundo: lo atraviesa, y a su paso, las dificultades se rinden, los nudos se deshacen y las sombras encuentran la luz que llevaban dentro sin saberlo.
Cuando los problemas aparecen, no los evade ni los deja crecer; los toma entre sus manos y, como una artesana del alma, los elabora con paciencia, hasta transformarlos en algo ligero. Jamás deja que pesen sobre sus espaldas ni que ocupen un rincón en su mente que merezca el gozo del presente. Porque María vive el ahora, no como un escape, sino como un homenaje constante a la vida.
Camina por el mundo como la hormiguita viajera, siempre con un destino en mente, pero dispuesta a detenerse por un paisaje inesperado o un momento de contemplación. Y cuando abraza, lo hace como una osa: fuerte, cálida, protectora. Hay en sus abrazos una promesa implícita de refugio, de hogar.
Es la compañera de vida que transforma lo cotidiano en extraordinario. Con un café amargo en la madrugada o un mate compartido al atardecer, María hace que las horas vuelen y las conversaciones se vuelvan eternas. En su compañía, los silencios no pesan, las palabras fluyen como un río y, aunque no haya libros abiertos, cada momento con ella se siente más valioso que el mejor bestseller.
Así es María, un alma libre que camina de la mano del río, dejando su magia en cada orilla donde se detiene, donde el agua canta en complicidad con sus pasos. Y así seguirá, con su sonrisa y su andar, hasta que la vida decida otra cosa. Muy lejos, dentro de muchos años, cuando las aguas del río extrañen el mate en sus manos y el eco de sus risas bajo el cielo. Mientras tanto, sigue dejando su huella, la más hermosa y sincera, en el corazón de quienes tienen la suerte de compartir su camino.


 Es un susurro de luz en la penumbra,
un destello que al tiempo desafía,
la calma que en el caos se deslumbra,
la risa que transforma el día.
Tu sonrisa, única e infinita,
es un canto que rompe el silencio,
es el puerto donde mi alma se agita,
el principio y fin de todo anhelo.
Cuando la dibujas en tus labios,
el mundo entero pierde su razón.
Es mi impulso, mi guía, mis pasos,
mi motivo para seguir esta canción.
Es la chispa que aviva mi pluma,
la que escribe lo que el corazón dicta.
Por ella, cada verso se suma,
por ella, la poesía se abisma.
Tu sonrisa, la razón que me inspira,
el hilo que une cada palabra sentida.
Mientras exista, seguiré escribiendo,
porque en ella vive mi vida.


 En tus labios, vive la poesía,
y en tus ojos, una sonrisa brilla.
Eres río que viene y va,
y el Delta que abraza tus pasos al andar.
Como el mar frío canta a las sirenas,
el viento te nombra entre las arenas.
Docente isleña, fuerza y razón,
tu espíritu es madre, alma y canción.
Llevas la escuela entre las manos,
un faro encendido en días lejanos.
Fuera del territorio, creas caminos,
día a día, forjes destinos.
Tu trabajo es amor, segundo a segundo,
la paciencia infinita que mueve el mundo.
Entre aguas quietas y corrientes bravas,
eres la maestra que nunca se cansa.
Los niños del Delta, tu herencia viva,
te llevan en sus risas y en sus miradas.
Eres guía, refugio y fe,
el alma de un río que nunca se ve.
Docente del Delta, noble y serena,
en tu entrega florece la vida plena.
Por vos, los días crecen con sentido,
por vos, el Delta guarda su latido.



Por el sinuoso camino de la vida he andado, con pasos a veces firmes y otros temblorosos, recorriendo senderos que se bifurcaban en direcciones desconocidas. Algunos caminos eran claros y luminosos, llenos de promesas que parecían fáciles de cumplir, pero que, con el tiempo, demostraron ser espejismos en medio de una inmensa llanura. Otros, en cambio, eran oscuros, estrechos y plagados de obstáculos, como si el mismo destino quisiera ponerme a prueba. Cada sendero tenía su color, su aroma, su propio sol. Caminé por campos dorados, por selvas sombrías y por desiertos infinitos. Cada rumbo parecía tan único como los latidos del corazón que me empujaban hacia delante. Me detuve a menudo a contemplar las estrellas, buscando en su danza silenciosa alguna señal, alguna certeza de que iba en la dirección correcta. Pero las estrellas, como la vida, guardaban silencio, dejando que fuera yo quien descifrara el mapa. Conocí lugares hermosos, pero ninguno me llenaba del todo. En algunos sentí el calor de un hogar, pero pronto se disipaba como el rocío bajo el sol de la mañana. En otros hallé aprendizajes, lecciones que calaron hondo en mi alma, no obstante también dejaron cicatrices. Por momentos pensé que no existía un lugar para mí, que mi destino era simplemente andar, siempre andar. Hasta que un día, el menos pensado, sucedió. No hubo fuegos artificiales ni trompetas celestiales, solo una simple sensación de paz que se posó sobre mi corazón como el susurro de un viento suave. Era un espacio sencillo, y, sin embargo, tenía algo que ningún otro había ofrecido: la certeza de que no necesitaba buscar más. Allí estaba ella. No la buscaba; aun así, parecía como si todo el camino me hubiera guiado hacia su sonrisa. Bajo la sombra de un árbol anciano y con el murmullo de un río cercano, ella leía un libro mientras el viento jugaba con su cabello. Su risa flotaba en el aire como una melodía, y en ese instante supe que no era solo el lugar lo que hacía todo tan perfecto, sino su presencia. Con su mirada llena de historias y su voz como un refugio en medio de la tormenta. Era su fuerza y su dulzura, su sencillez y su profundidad, lo que me ancló allí para siempre. Fue como si el universo hubiese guardado ese rincón para nosotros, esperando el momento exacto para reunirnos. Ese lugar, que ahora se convertía en nuestro mundo, no era perfecto, pero ella lo hacía así. Más allá de los paisajes o de la calma que ofrecía, lo que lo hacía único era que allí estaba ella: construyendo un hogar, sembrando días nuevos, tejiendo sueños con cada segundo que compartíamos. Me quedé, no porque el camino hubiera terminado, sino porque por fin entendí que no se trata de recorrerlo todo, sino de hallar a quien te hace sentir en casa. Y ella, con su sonrisa y su risa flotando en el aire, era ese lugar que siempre había buscado sin saberlo.


Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...