El primer rayo no llegó de golpe,
vino colándose despacio por entre las ramas,
pintando el agua de un dorado tímido.
El río, como nosotros, aún no se decidía a despertar del todo.
Y en esa bruma baja, como un velo que se resiste a caer,
te miré, no decías nada, pero sonreías
como si el sol supiera que primero tenía que tocar tu cara
antes de iluminar el resto del mundo.
El mate ya estaba frío.
La radio se había rendido al silencio.
Y yo… Yo tenía un nudo en la garganta
y un anillo invisible ardiendo en el bolsillo del alma.
Y si nos quedamos, te dije sin mirarte del todo.
Acá. En la isla.
Con un galpón hecho casa,
una huerta desprolija,
y un perro viejo que elija vivir con nosotros.
Te reíste, pero no con burla.
Con esa risa que se escapa cuando el corazón se sorprende
porque algo muy adentro ya lo había soñado.
Y de qué vamos a vivir, preguntaste, probándome.
De vos dije, y lo sentí cierto.
Y de los días así.
Del río, del pan hecho en horno de barro.
De escribirte poemas en las tablas de la galería.
El sol ya se asomaba entero
y el agua se volvió espejo.
Te acercaste, apoyaste la cabeza en mi hombro,
y dijiste, bajito_Acepto.
No dijiste más.
Pero en ese acepto estaba todo,
el sí, al río,
el sí, al silencio,
el sí, a una vida de barro en los pies
y besos lentos al costado del muelle.
Y en ese instante,
el Delta fue testigo de un amor que decidió quedarse
para siempre a la orilla del Carapachay.
vino colándose despacio por entre las ramas,
pintando el agua de un dorado tímido.
El río, como nosotros, aún no se decidía a despertar del todo.
Y en esa bruma baja, como un velo que se resiste a caer,
te miré, no decías nada, pero sonreías
como si el sol supiera que primero tenía que tocar tu cara
antes de iluminar el resto del mundo.
El mate ya estaba frío.
La radio se había rendido al silencio.
Y yo… Yo tenía un nudo en la garganta
y un anillo invisible ardiendo en el bolsillo del alma.
Y si nos quedamos, te dije sin mirarte del todo.
Acá. En la isla.
Con un galpón hecho casa,
una huerta desprolija,
y un perro viejo que elija vivir con nosotros.
Te reíste, pero no con burla.
Con esa risa que se escapa cuando el corazón se sorprende
porque algo muy adentro ya lo había soñado.
Y de qué vamos a vivir, preguntaste, probándome.
De vos dije, y lo sentí cierto.
Y de los días así.
Del río, del pan hecho en horno de barro.
De escribirte poemas en las tablas de la galería.
El sol ya se asomaba entero
y el agua se volvió espejo.
Te acercaste, apoyaste la cabeza en mi hombro,
y dijiste, bajito_Acepto.
No dijiste más.
Pero en ese acepto estaba todo,
el sí, al río,
el sí, al silencio,
el sí, a una vida de barro en los pies
y besos lentos al costado del muelle.
Y en ese instante,
el Delta fue testigo de un amor que decidió quedarse
para siempre a la orilla del Carapachay.