El viento te trajo en una noche callada,
donde la soledad pesaba en el alma.
Tu mirada incierta, un brillo escondido,
como quien teme volver a soñar.
Al principio, tus pasos dudaban,
la desconfianza era un eco lejano,
pero en cada palabra, en cada silencio,
dejabas caer el miedo en mis manos.
Bajo la luna de plata serena,
con el mate humeante y el río al compás,
largas historias tejimos al viento,
como dos almas que aprenden a volar.
Pero entonces llegó la tormenta,
el cielo rugió su canción ancestral,
y en tus pupilas danzaba el espanto,
un viejo temor difícil de ahogar.
Te cubriste el rostro, buscaste refugio,
susurraste en voz alta, no quiero mirar.
Las gotas, feroces, besaban la tierra,
y el trueno en la noche rompió tu paz.
Me quedé a tu lado, sin prisa, en silencio,
tomé tu mano con dulce calor,
es solo la lluvia, te dije despacio,
solo un susurro de nubes en flor.
Te aferraste sola con un gesto callado,
hasta que el miedo se echó a dormir,
y en tu sonrisa, tan pura y traviesa,
vi que la lluvia empezaba a partir.
Desde ese día, entre risas y cuentos,
el agua no trajo más soledad,
porque en mis brazos hallaste cobijo,
y yo, en los tuyos, mi eternidad.
donde la soledad pesaba en el alma.
Tu mirada incierta, un brillo escondido,
como quien teme volver a soñar.
Al principio, tus pasos dudaban,
la desconfianza era un eco lejano,
pero en cada palabra, en cada silencio,
dejabas caer el miedo en mis manos.
Bajo la luna de plata serena,
con el mate humeante y el río al compás,
largas historias tejimos al viento,
como dos almas que aprenden a volar.
Pero entonces llegó la tormenta,
el cielo rugió su canción ancestral,
y en tus pupilas danzaba el espanto,
un viejo temor difícil de ahogar.
Te cubriste el rostro, buscaste refugio,
susurraste en voz alta, no quiero mirar.
Las gotas, feroces, besaban la tierra,
y el trueno en la noche rompió tu paz.
Me quedé a tu lado, sin prisa, en silencio,
tomé tu mano con dulce calor,
es solo la lluvia, te dije despacio,
solo un susurro de nubes en flor.
Te aferraste sola con un gesto callado,
hasta que el miedo se echó a dormir,
y en tu sonrisa, tan pura y traviesa,
vi que la lluvia empezaba a partir.
Desde ese día, entre risas y cuentos,
el agua no trajo más soledad,
porque en mis brazos hallaste cobijo,
y yo, en los tuyos, mi eternidad.
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