En los pasillos silenciosos, tu presencia brilla,
ayudante incansable, guardiana de sonrisas,
con manos diligentes y mirada sencilla,
haces del día a día una danza de alegrías.
Tu labor es discreta, pero llena de grandeza,
en cada gesto, en cada pequeña acción,
con amor y paciencia, siembras, pureza,
en los corazones que buscan tu atención.
Eres el apoyo constante, el hombro amigo,
con un corazón generoso y abrigo,
guías a los pequeños con tu cuidado ejemplar.
En la hora del recreo, tu risa es melodía,
y en los momentos de estudio, tu calma,
eres la luz que ilumina la travesía,
el refugio tierno que siempre embalsama.
Cuando una lágrima cae, allí estás tú,
con un pañuelo y una palabra dulce,
conviertes el dolor en algo tenue y azul,
y el aula se llena de una paz que induce.
Eres el enlace entre sueños y realidades,
la mano extendida que nunca falla,
y con tu amor construyes eternidades,
en cada historia, en cada muralla.
Con los libros, las mochilas y los cuentos,
eres la chispa que enciende la imaginación,
y en cada niño dejas bellos fragmentos,
de tu sabiduría, de tu dedicación.
Ayudante de escuela, ángel en la tierra,
tu trabajo es poesía, tu misión un arte,
en cada día, tu presencia se aferra,
y en cada niño, llevas una parte.
Eres la sonrisa que alivia la fatiga,
el faro que guía en la tormenta escolar,
y con tu ternura, cualquier herida mitiga,
haciendo de la escuela un lugar sin par.
En tu humildad, resides la verdadera grandeza,
en tu entrega, la más pura dedicación,
eres el corazón que late con firmeza,
en el alma de esta pequeña nación.
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