Trasnochar con el sol,
en la última madrugada de octubre,
fue como un paseo por un mundo desconocido.
Tu rostro iluminado por la transparencia
se convirtió en una luna que guiaba
el camino a lugares inexplorados.
Los colores de la vida cambiaron,
y bajo su luz, todo se tiñó
de un verde esmeralda único.
en una luna que comenzó a recorrer los rincones olvidados, y el tono de tu voz se adentró
en las profundidades de mi ser.
Allí, donde pensaba que la vida
se vestía de colores convencionales,
descubrí que los colores no eran más
que la punta del iceberg,
difíciles de encontrar y apreciar en su totalidad.
Tu rostro, que ya sonreía, se iluminó aún más,
tus palabras comenzaron a fluir como un río caudaloso.
El espacio se expandió, y sin prejuicios ni miedos,
nuestras manos se unieron sobre la mesa.
A pesar de nuestras diferencias,
supimos que la noche nos acompañaría.
Después de un beso robado en silencio,
comenzamos nuestro viaje por la vida sin apuros,
conscientes de que, aunque el camino fuera largo,
siempre nos encontraríamos al final,
sonriendo y tranquilos.
Nos dimos cuenta de que éramos
compañeros en cada momento,
respetando la individualidad
compartiendo palabras y silencios
que se convirtieron en la hermosa
música de nuestra vida juntos.
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