viernes, 31 de enero de 2025


 Su rostro guarda sombras leves,
preocupaciones que el viento disfraza,
pero en su boca florecen las risas,
curtidas por tiempo y batallas.
Camina ligera, esquivando el sol,
molesta del aire que abrasa la piel,
más nunca le tiembla la risa en la voz,
ni deja su vida doblarse en papel.
Entre cafés y palabras sueltas,
desarma el día con manos de seda,
divide el tiempo en finas rebanadas,
y siempre está donde la espera.
Su arte es ser única sin pretenderlo,
burlarse del mundo sin perder la fe,
ser fuerte en la selva de los atropellos,
y dulce refugio al caer la sed.

jueves, 30 de enero de 2025


 Me escapo del mundo
entre estrellas y barriletes,
escuchando un tango mezclado
con difuntos acordes de un viejo rock
en decadencia queriendo volver
a las inolvidables bateas de las disquerías.
Me escapo, y te llevo de la mano
intentando volver en poesías,
a vivir como lo hice antes del colapso global
y entre flores marchitas, busco
sonrisas dejando lágrimas, busco en tus ojos
la vida que vendrá, y cuelgo
la nostalgia en el camino, 
volando a la luna, que solo vos
me haces mirar ente las sombras
de un  país en quiebra, donde algún día
revivirá el amor de la palabra,
si todos sonreímos, como
vos ante la adversidad.
Me escapo y te llevo conmigo,
porque juntos reconstruiremos
con locas poesías de amor en bicicleta
un camino al sol en libertad,
pasando alguna frontera, buscando
lo que nos sacaron sin permiso
y por un largo tiempo guardaron 
para hacernos esclavos de su pensamiento
pero nosotros siempre buscamos la libertad, 
nadie ni nada nos detendrá porque,
como lo hicimos alguna vez entre balas
lo volveremos a realizar por nuestras ideas.

miércoles, 29 de enero de 2025

Entre trigales y cielos abiertos,
la casa respira en su lento latir,
donde el sol se demora en los huertos
y el viento susurra al venir.
Las mañanas despiertan con mate y rocío,
las tardes se estiran en sombra y en paz,
en la leña que crepita, en el río,
en la risa que no se va.
Una vez por semana, la ciudad nos reclama,
nos envuelve su ritmo fugaz,
pero vuelve la calma en la huella gastada,
cuando el campo nos vuelve a abrazar.
Y así pasa el tiempo, sencillo y eterno,
con la luna velando el umbral,
somos dos y la casa, el amor y el invierno,
y un domingo en la ruta rural.

martes, 28 de enero de 2025

Camina ella, la ciudad la respira,
sus zapatos rojos rozan el asfalto
como un susurro que enamora al aire,
como un tango que se desviste al paso.
El cielo porteño se inclina a mirarla,
le presta su gris, su azul desbordado;
y ella, con su andar de flor de milonga,
escribiendo en la brisa versos dorados.
Lleva un corazón tan grande, tan vasto,
que en sus latidos caben universos,
la romántica llama que arde en secreto,
y en su mirada, promesas y sueños.
Las calles la abrazan con su bullicio,
pero ella danza, ligera, invencible,
con ese fuego que la hace eterna,
con ese arte de ser imposible.
Zapatos rojos, pasos eternos,
bajo las luces de la ciudad despierta,
ella es poema, luna y misterio,
Buenos Aires la llama, y ella contesta. 
 Bajo el sol ardiente de este día de abrazos,
donde la piel busca refugio y las almas comparten su calor, descubrí que hay abrazos que no son solo gestos,si no mundos que se cruzan en un instante eterno.
Tus brazos, una galaxia que me envuelve,
un nudo perfecto entre el deseo y la ternura.
Nunca nadie me abrazó como vos,
como si supieras el mapa secreto de mis vacíos
y los llenarás con caricias de fuego lento.
Tu abrazo no es solo contacto,
es un idioma que dice lo que las palabras callan.
Es un refugio en la tormenta,
un relámpago que ilumina la noche más oscura.
Hoy, mientras los abrazos danzan bajo este cielo cálido,
pienso en todos los que se entrelazan,
en los que curan, en los que hieren,
en los que esperan y en los que transforman.
Pero el tuyo, es diferente,
es un verano eterno en mi invierno,
un puente que me lleva directo a tu esencia.
Eres fuego que arde y no consume,
el abrazo que hace que mi piel y mi alma sean tuyas.
Por eso, en este día que celebra la unión,
mi corazón proclama:
nunca, nunca nadie me abrazó como vos.
Y, quizás, nunca nadie lo hará.

 El muelle parecía suspendido en el tiempo, como si esperara su llegada para volverse parte de un instante inolvidable. Ella caminaba con paso curioso, su figura reflejada en el agua tranquila del arroyo. Era la primera vez que llegaba al corazón del Delta, y su asombro se reflejaba en cada gesto. Es hermoso, dijo, mientras su mirada recorría los juncos mecidos por la brisa, el sol que descendía lentamente, y el arroyo que serpenteaba como una caricia entre la espesura. No pensé que un lugar así existiera tan cerca de todo y tan lejos a la vez. Él sonrió, sosteniendo una canasta con torta frita recién hecha. El Delta tiene esa magia. Es un mundo aparte. Le entregó el mate que había preparado al llegar y se sentaron juntos en el borde del muelle. La madera crujía suavemente bajo sus movimientos, acompañando con un ritmo tenue la conversación que apenas comenzaba. Mientras el sol pintaba el cielo de naranjas y rosas, ella no dejaba de preguntar: Siempre fue así de tranquilo, cuántas veces viniste aquí, cuántos secretos guarda este arroyo. Él le contó de sus días de infancia, de las tardes pescando con sus amigos y de las noches en las que el croar de las ranas era el único canto bajo el cielo estrellado. Ella, a su vez, compartió historias de su vida en la ciudad: las avenidas ruidosas, las luces que nunca se apagan, y los sueños que parecían estar siempre atrapados en el asfalto. Nunca imaginé que me sentiría tan en paz, confesó mientras el mate iba y venía entre ellos, tibio y reconfortante.La torta frita, suave y esponjosa, acompañó las risas y las miradas cómplices. El arroyo reflejaba sus gestos, duplicando la intimidad de ese momento. Cada detalle de la conversación los acercaba más: el tono de voz que se suavizaba al contar algo importante, las sonrisas que se extendían como las olas diminutas en la orilla. Cuando el sol finalmente desapareció tras los álamos y el cielo se llenó de estrellas, una tímida luna se alzó sobre el agua. La brisa traía el aroma de los juncos y el murmullo lejano de un bote que avanzaba lentamente. Ella, que hasta entonces había contemplado el paisaje como quien descubre un tesoro, se giró hacia él y le tomó la mano. Volveremos, preguntó con un hilo de voz, casi como si temiera que la respuesta pudiera romper la magia de ese instante. Él apretó suavemente su mano. Siempre que quieras. Y aunque no lo dijeron en palabras, ambos sabían que no era solo el lugar al que volverían, sino a esa sensación de compañía que había nacido entre ellos. Se levantaron juntos, dejando atrás el muelle y el mate,
enfriándose en el termo. Caminaron por el sendero que llevaba de regreso, con la luna iluminando su camino. Decidieron que ese sería el primer paso de un viaje compartido, un trayecto que seguirían juntos, río arriba o río abajo, hasta que la muerte los separara.


Transpira Buenos Aires los días de enero sobre sus calles. Ella va, ella viene, y su rostro sonriente, a pesar del calor, se dibuja entre el sudor que el día derrama sin descanso. El bondi es un respiro; una porción de ciudadanos se ha ido de vacaciones, y la ciudad parece respirar con menos fuerza, aunque el calor persista. Al caminar, se percibe el alivio de las oficinas, refugios donde el aire acondicionado suelta suspiros fríos, a veces demasiado intensos. Pero el saquito que siempre pasea en la cartera o la mochila es suficiente para nivelar el sofocón.
En la esquina, un tango transpira el mediodía, esperándola noche para el dos por cuatro. El agua fresca de una botella da un alivio fugaz, algunos minutos robados al calor antes de seguir con la rutina. Las horas se estiran mientras ella espera el momento de regresar.
Cuando llega, lo hace envuelta en el cansancio que deja la jornada. La ducha es el momento más esperado, donde el agua se lleva no solo el sudor, sino también el peso del día. Después, la paz se mide en minutos preciosos, debajo del ventilador que gira lento, acompasado, mientras ella recupera su aliento y su silencio.
Buenos Aires transpira, y ella también, pero encuentra en esos instantes breves un oasis dentro del infierno del verano porteño.
La luz del día sacudió a alguien 
que estaba durmiendo,
ese alguien tuvo un sueño, 
con más vida, incluso sin despertar.
La oscuridad golpeó el rostro 
de alguien que caminaba
entre la multitud, bajo 
los impacientes y fuertes rayos del sol.
De repente oscureció,
como cuando caía la barrera
del ferrocarril hacia el sur;
en una habitación con espacio 
para cualquier momento,
como la sala de estar de un museo de mariposas.
Aquí, sin embargo, el sol brillaba 
con tanta fuerza como antes,
los vinilos impacientes,
dieron música al barrio
y todo brilló como nunca, 
fue tan simple comprender
el  rompecabezas de la vida, 
que en un instante comprendí 
por qué escribía, sin saber 
que vos existías y hoy . . . sos mis letras
las que te sacuden a distancia
y vos no sabes aún quién soy,
pero día a día me estás descubriendo.
 Se cortó el cabello,
dijo que los días de calor
eran un peso que su cuerpo ya no quería llevar,
y al verla, con mechones más cortos
y una sonrisa aún más libre,
Entonces entendí que hasta el aire
quería danzar alrededor de ella.
Nos encontramos a orillas del río,
donde las estrellas se mezclaban con el reflejo del agua,
y entre risas que flotaban como canciones en la brisa,
me contó su vida.
Hablaba con una emoción tan pura
que sus ojos, brillaban y
se encendían como constelaciones propias.
La luna, celosa,
se detuvo a escucharla,
iluminando cada uno de sus gestos,
su sonrisa, su perfil,
y yo, absorto,
sentí que estaba descubriendo un universo.
Entre palabras y silencios,
ella también me descubría,
desnudando mis miedos y mis sueños
como quien sopla el polvo
de un libro antiguo y valioso.
Y en ese juego de confesiones,
entonces entendí que frente a mí
no había solo una mujer,
si no un alma infinita,
un diamante en bruto,
tan único, tan lleno de vida
que ni la piedra más brillante
podría compararse a su ser.
Pulir un diamante así no es fácil,
es un arte de paciencia y cuidado,
pero al hallarlo,
el mundo entero parece detenerse.
Y mientras el río susurraba secretos
y la luna la vestía de plata,
yo supe que no hay regalo más grande
que cruzarse con alguien
que brilla desde lo más hondo de su ser.


En un rincón íntimo de la noche,
donde las estrellas susurran secretos
y la luna ilumina nuestros deseos,
nos encontramos entrelazados
en un juego de sensaciones.
Tus labios, suaves y ardientes,
exploran mi piel como versos
que buscan su ritmo perfecto.
Desnudos ante la pasión que arde
como fuego en la penumbra,
cada caricia se convierte en un poema
que escribimos con manos ansiosas
y cuerpos enlazados.
Las sombras danzan al compás
de nuestros suspiros,
mientras el deseo se eleva,
una sinfonía de gemidos en la penumbra.
En este éxtasis de sensaciones,
somos poetas del placer,
creando versos prohibidos
que solo el viento de la noche conoce.
Tu piel, un pergamino donde trazo
mis versos más íntimos,
y tus susurros, la melodía
que acompaña esta danza de deleite.
Cierro los ojos y me pierdo en la sinfonía
de nuestros cuerpos, explorando
cada rincón con la avidez
de un amante enamorado.
En este universo de éxtasis,
nos perdemos y nos encontramos,
una y otra vez, hasta que la aurora
nos sorprende con su luz tenue.
Nos despedimos con la promesa
de seguir escribiendo nuestros secretos
en la próxima noche interminable,
cuando la pasión vuelva a encontrarnos.

 El calor es insoportable en la ciudad. Ella se pone de mal humor; todo le pesa, incluso los minutos. Los colectivos apenas ofrecen un alivio insignificante, siempre que consiga asiento. Afuera, la ciudad transpira humedad, y la sensación térmica se pega al cuerpo. Brazos, piernas y rostro brillan en el mediodía como si el aire mismo fuese un sudor colectivo. La gente va y viene, atrapada en burbujas de problemas sin resolver. Los rostros tensos son espejos de un hastío generalizado, de un gobierno que nunca define nada. El día es una jornada doblemente pesada, y ella lo sufre… pero sonríe. Es esa sonrisa suya, irónica, la que parece intentar comprender lo incomprensible. Pero en el fondo, sabe que todo está inerte, dormido, esperando un algo que nadie puede nombrar. Los días se amontonan, iguales y grises, salvo por esos pequeños descansos que rasguñan la rutina. Buenos Aires, mientras tanto, transpira junto con el país entero, buscando soluciones que nunca llegan. Entre gritos y palabras fuera de contexto, ella también espera. No sabe bien qué, pero espera. Quizás sea un tango el que le traiga alivio, un susurro de melodía que haga más liviana la carga. O tal vez esas poesías escondidas detrás del Obelisco, dibujadas en servilletas olvidadas, sean el soplo de aire fresco que necesita. Y entonces, en el último feriado improvisado, en ese instante que parece robado al caos de los minutos, lo ve. Él estaba
ahí, con una mirada serena que parece extraña en medio del tumulto. Lleva un libro viejo bajo el brazo y una sonrisa de las que se contagian, las que desarman armaduras de mal humor. No hace falta mucho más. Un cruce de miradas en las últimas horas de la tarde son suficiente para cambiar el ritmo de su jornada. Tal vez todo lo que ella esperaba era un instante así, inesperado. Quizás, entre el ruido de Buenos Aires, hay algo de poesía en los silencios que se crean cuando dos almas se reconocen.


Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...