Todo empezó sin ruido,
una mano tomada en el verano,
una calle de Tigre perfumada de sombra,
y una casa en ruinas que pedía ser sueño.
Carlos miró, y supo.
Su esposa a su lado, el futuro en los ojos.
Allí donde el río susurra en galopes,
nació la promesa, levantar poesía con paredes.
La casona de 1889, alta sobre pilotes,
como un tren que nunca partió,
se volvió taller, se volvió memoria.
No se toca lo que aún respira.
Y al costado, como brote blanco de espuma,
creció Bengala,la hermana secreta de Casapueblo,
donde el Delta y Punta del Este
se dan la mano en silencio.
No es una casa, es un cuerpo.
Todo es curva, refugio, textura.
Galerías que abrazan,
cúpulas que miran al cielo
como ojos dormidos.
Hay una chimenea que canta al mar,
una biblioteca tallada en cemento
que recuerda a África,
y un frente de locomotora
convertido en bar para el vino lento.
Allí no vive el lujo, vive la mano del artista.
El gesto de moldear la luz, de tallar la sombra,
de guardar el mundo en objetos con alma.
Páez Vilaró hizo un nido,una cueva luminosa
donde el arte es casa y la casa, un poema.
Y aún hoy, cuando el viento del río
cruza ese jardín de hojas altas,
es posible oírlo, como un eco,
Aquí también soy, y aquí también sueño.
una mano tomada en el verano,
una calle de Tigre perfumada de sombra,
y una casa en ruinas que pedía ser sueño.
Carlos miró, y supo.
Su esposa a su lado, el futuro en los ojos.
Allí donde el río susurra en galopes,
nació la promesa, levantar poesía con paredes.
La casona de 1889, alta sobre pilotes,
como un tren que nunca partió,
se volvió taller, se volvió memoria.
No se toca lo que aún respira.
Y al costado, como brote blanco de espuma,
creció Bengala,la hermana secreta de Casapueblo,
donde el Delta y Punta del Este
se dan la mano en silencio.
No es una casa, es un cuerpo.
Todo es curva, refugio, textura.
Galerías que abrazan,
cúpulas que miran al cielo
como ojos dormidos.
Hay una chimenea que canta al mar,
una biblioteca tallada en cemento
que recuerda a África,
y un frente de locomotora
convertido en bar para el vino lento.
Allí no vive el lujo, vive la mano del artista.
El gesto de moldear la luz, de tallar la sombra,
de guardar el mundo en objetos con alma.
Páez Vilaró hizo un nido,una cueva luminosa
donde el arte es casa y la casa, un poema.
Y aún hoy, cuando el viento del río
cruza ese jardín de hojas altas,
es posible oírlo, como un eco,
Aquí también soy, y aquí también sueño.
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