martes, 6 de mayo de 2025

Era doce de octubre, el país conmemoraba
el día de la Raza, la historia, la sangre entrelazada.
Pero él, buscado por sombras y amenazas,
halló en las islas su patria callada.
Con Eva a su lado, firme compañera,
cruzaron las aguas, dejando la espera.
El mundo rugía con voces de guerra,
pero el Delta ofrecía la paz de la tierra.
La isla Ostende, nombrada lejana,
recordaba a Europa, su costa temprana.
Pero allí, entre juncos y sauces que lloran,
hallaron abrigo mientras el tiempo devora.
El padre de Rudi, custodio del río,
prestó su rincón con silencios y bríos.
Y entre Tres Bocas y el San Antonio,
el amor resistía, como un testimonio.
No hubo escoltas, ni trajes, ni escollo,
sólo el canto del agua y el barro en el cuello.
Y Eva, con ojos de luna encendida,
guardaba el secreto de aquella partida.
Allí se escondieron del mundo y su guerra,
en la isla que late como una arteria.
Refugio de historia, de amor, de coraje,
donde el tiempo se dobla y calla el lenguaje.
Y aunque el poder se mude y el viento lo borre,
el Delta recuerda, susurra sus nombres.
Porque hay huellas que el agua no arrastra,
y amores que brotan cuando el mundo se desgasta.

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