viernes, 2 de mayo de 2025


 Era de río y de tiempo de brumas,
de pañuelos al viento en la costa dormida,
una lancha modesta, de alma ninguna,
que al tocar la madera, cobraba la vida.
No alardeó de cañones ni honores de guerra,
pero amó cómo aman las cosas calladas,
con su proa besó las orillas, la tierra,
y llevó corazones y cartas cruzadas.
En las tardes de estío, silbaba bajito,
cuando el sol se perdía detrás del juncal,
y un teniente escribía, a bordo, un verso
a la dama que amaba en San Fernando, Natal.
La Talita, celosa, lo oía en secreto,
sabía de amores que el río esconde,
de besos furtivos bajo el firmamento,
y del alma que llora cuando el barco responde.
Era un suspiro flotando en las aguas,
una novia de todos, sin nombre en la frente,
que cumplía su ruta entre islas y fragas,
con el pecho sencillo, valiente, decente.
Y aunque el tiempo la esconde tras nieblas del río,
si escuchas en la bruma silbar una zamba,
es Talita que vuelve, con paso tardío,
a buscar al cadete que aún sueña en la samba.

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