Se va cayendo la tarde despacito
como se resbala un suspiro en la piel,
el sol se inclina sobre el Arroyón,
y la bajante murmura su nostalgia
mientras el agua acaricia raíces antiguas.
Desde la galería, el mundo es otro.
El murmullo de la ciudad quedó tan lejos
que apenas si recordamos su ruido.
Acá, el único bullicio es el de los pájaros
cruzando puentes de ramas entre orillas
o el crujir leve de la madera que nos sostiene.
Ella lee en voz alta un poema de amor
y yo dibujo versos con el dedo en la mesa,
como si las palabras pudieran flotar
hasta mezclarse con la brisa tibia
que nos envuelva los cuerpos sin apuro.
El mate humea su magia lenta,
y cada palabra suya es una semilla
que germina en mi pecho con dulzura.
No hace falta más que estar,
dejar que el Arroyón escriba con nosotros
la historia de un amor sin prisa ni testigos.
Los puentes, esos viejos confidentes de madera,
nos guiñan un ojo desde su sombra alargada,
saben de besos robados en caminatas lentas,
de promesas tejidas entre sus tablones gastados.
Y así, con el día apagándose sin drama,
nos vamos haciendo río,
entre poemas, miradas, y palabras alentadoras,
en este rincón donde todo parece un cuento,
y la vida, por fin, respira despacito.
como se resbala un suspiro en la piel,
el sol se inclina sobre el Arroyón,
y la bajante murmura su nostalgia
mientras el agua acaricia raíces antiguas.
Desde la galería, el mundo es otro.
El murmullo de la ciudad quedó tan lejos
que apenas si recordamos su ruido.
Acá, el único bullicio es el de los pájaros
cruzando puentes de ramas entre orillas
o el crujir leve de la madera que nos sostiene.
Ella lee en voz alta un poema de amor
y yo dibujo versos con el dedo en la mesa,
como si las palabras pudieran flotar
hasta mezclarse con la brisa tibia
que nos envuelva los cuerpos sin apuro.
El mate humea su magia lenta,
y cada palabra suya es una semilla
que germina en mi pecho con dulzura.
No hace falta más que estar,
dejar que el Arroyón escriba con nosotros
la historia de un amor sin prisa ni testigos.
Los puentes, esos viejos confidentes de madera,
nos guiñan un ojo desde su sombra alargada,
saben de besos robados en caminatas lentas,
de promesas tejidas entre sus tablones gastados.
Y así, con el día apagándose sin drama,
nos vamos haciendo río,
entre poemas, miradas, y palabras alentadoras,
en este rincón donde todo parece un cuento,
y la vida, por fin, respira despacito.
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