miércoles, 25 de diciembre de 2024

Se va el año, compadre, y en su retirada
quedan las calles de un tango dolido,
el empedrado guarda en su mirada
las mil ausencias que nos trajo el olvido.
Fuelle que llora, desde un balcón lejano,
como si supiera que el tiempo no espera.
Las noches de humo y vino en la mano
se vuelven fantasmas de otra primavera.
Se va el año, porteño, y en cada esquina
late el murmullo de un barrio cansado,
pero el amor, ese que nos ilumina,
brilla en tu abrazo, mi refugio sagrado.
Con vos viví lo dulce y lo amargo,
la milonga eterna de un mundo que gira.
Bailamos entre sueños que se hicieron largos
y en tus ojos hallé la paz que suspira.
Brindemos, querida, por lo que partimos,
por las esquinas que nunca olvidamos,
y que el año nuevo traiga caminos
donde el amor sea lo que armamos.
Fuelle, seguí llorando, que esta despedida
tiene nostalgia, pero no es derrota.
El tango sabe que en la vida vivida
cada compás es un beso que flota.
Se va el año, compadre, bajo la luna,
y el reloj marca que todo empieza.
En Buenos Aires, donde el alma es una,
y cada final; siempre tiene una sorpresa.

domingo, 22 de diciembre de 2024


 El sol esquiva las nubes,
las estrellas juegan con la luna,
y el pasado se divierte en el presente,
sabedor de que, en el futuro,
todo será olvido.
Tus cabellos,
libres en el aire,
parecen retratos
de momentos maravillosos.
Tus labios,
brillantes y suaves,
lucen matices que bailan
dentro de la misma gama,
como si el invierno y el verano
se encontrasen en ellos.
Hoy, el sol se va
pocos minutos después de las veinte,
despidiéndose con un abrazo cálido,
pero hace meses,
a esa misma hora,
ya cenábamos en la oscuridad.
El cielo, antes cerrado y mudo,
se alzaba sobre nosotros
como un refugio eterno,
y yo te abrazaba.
Sonreías entonces,
como sonríes hoy,
aunque ahora bailes al compás
del calor que enciende la piel.
Recuerdas la ropa que te abrigaba,
los tejidos gruesos
que el frío exigía.
Pero todo cambia,
menos el amor.
Ese amor que permanece,
firme como la raíz de un árbol
que no cede ante las estaciones.
En cada cambio,
en cada giro,
hay una constante:
la amistad que florece en el alma,
el amor que nos envuelve
en sus brazos invisibles,
y esos momentos donde,
a solas,
nos decimos los secretos más íntimos
al oído,
sin que la luna se entere.
Ella, testigo eterna,
nuestra fiel compañera,
es la única que sabe,
entre las sombras y la luz,
que de cambio en cambio,
el amor incondicional
es siempre el mismo.

 El sabor del café,
recién filtrado,
y ese aroma a tostadas del amanecer,
pintan la cocina
con los colores de un nuevo día.
La mesa, las sillas,

los pequeños detalles
hablan en susurros de un amor eterno,
un amor que no se detiene
ni con el tiempo,
ni con la distancia.
En cada rincón,
en cada sombra cálida,
están los que se fueron.
Danzan entre el perfume del café,
se ocultan entre los pliegues del silencio,
y con cada rayo de sol
acarician nuestras mejillas,
recordándonos que nunca se han ido del todo.
Ellos sonríen desde el misterio.
Sonríen al vernos avanzar,
al ver que la vida continúa,
que aprendamos a caminar
aunque falten sus pasos junto a los nuestros.
Porque saben,
saben que la existencia
es un río que no deja de fluir,
y nos animan desde sus cielos invisibles
a sumergirnos en sus aguas,
a abrazar lo que viene
sin olvidar lo que fue.
En la risa de los niños,
en el canto de los pájaros,
en las miradas que cruzamos con otros,
están ellos.
Aplauden nuestros logros,
celebran nuestras pequeñas victorias.
No quieren lágrimas infinitas,
sino sonrisas que florezcan
del recuerdo de los momentos compartidos.
La vida sigue,
y ellos lo saben.
Nos ven preparar la mesa,
compartir un mate,
buscar nuevos caminos
con la fuerza que heredamos de ellos.
Y en su eterna sabiduría,
nos abrazan con alegría,
nos susurran sin palabras
que la continuidad es la mejor forma de honrarles.
No hay tristeza en sus ojos,
solo un brillo cálido,
un aliento suave que nos dice:
Vivan, vivan con todo lo que son,
porque en cada paso que den,
en cada sueño que alcancen,
ahí estaremos,
aplaudiendo desde el horizonte.
Así,
el café sigue humeando,
las tostadas crujen en la mañana,
y la vida,
tan frágil y tan fuerte,
se despliega ante nosotros.
Con ellos en el corazón,
y nosotros,
viviendo por los que están
y también por los que partieron.




 Llámame cuando quieras,
cuando tengas ganas,
sin ataduras ni horarios,
sin la carga de la obligación.
Llámame cuando tu corazón
te lo cuente al oído,
cuando sientas que las palabras
se escapan de tus labios.
A cualquier hora,
en cualquier instante,
porque el tiempo no importa
cuando el deseo es sincero.
No hay reglas,
solo el pulso de las emociones
marcando el compás
de un diálogo que espera.
Es tan simple,
tan perfecto,
como el murmullo del viento
que roza suavemente las hojas,
como el sol que entra tímido
por la ventana,
sin preguntar si es el momento adecuado.
Llámame cuando lo desees,
cuando el silencio busque compañía,
o cuando tu risa busque un ancla
en mi voz.
Porque ese momento,
tan pequeño y tan grande,
será un regalo,
uno que compartiremos
sin expectativas,
solo por el placer de estar.
Entonces, ese instante,
será maravilloso para los dos.


 Llámame cuando quieras,
cuando tengas ganas,
sin ataduras ni horarios,
sin la carga de la obligación.
Llámame cuando tu corazón
te lo cuente al oído,
cuando sientas que las palabras
se escapan de tus labios.
A cualquier hora,
en cualquier instante,
porque el tiempo no importa
cuando el deseo es sincero.
No hay reglas,
solo el pulso de las emociones
marcando el compás
de un diálogo que espera.
Es tan simple,
tan perfecto,
como el murmullo del viento
que roza suavemente las hojas,
como el sol que entra tímido
por la ventana,
sin preguntar si es el momento adecuado.
Llámame cuando lo desees,
cuando el silencio busque compañía,
o cuando tu risa busque un ancla
en mi voz.
Porque ese momento,
tan pequeño y tan grande,
será un regalo,
uno que compartiremos
sin expectativas,
solo por el placer de estar.
Entonces, ese instante,
será maravilloso para los dos.


 La magia está en tus silencios,
en esos que guardas con picardía,
escondiendo palabras difíciles de decir,
pero que se leen,
claras y sinceras,
en la profundidad de tus ojos.
Esos silencios
hablan un lenguaje propio,
uno que no necesita sonido,
porque tu sonrisa
se convierte en la frase perfecta,
y esa forma de abrazar,
tan única y verdadera,
es el poema que solo el río y la luna
pueden entender.
Hay un misterio en tus gestos,
un secreto que compartes
con las estrellas,
un susurro que el viento roba
para llevarlo lejos,
a donde mi corazón lo alcance
y lo haga suyo.
Cada pausa tuya
es un latido más del tiempo,
un instante suspendido
que no necesita explicación,
porque todo lo que callas
grita en el brillo de tu mirada
y en la calidez de tu presencia.
Y así,
en tus silencios,
descubro mundos,
puentes invisibles
que conectan tu alma con la mía.
En ellos está la magia,
esa que solo tú sabes conjurar,
esa que transforma lo cotidiano
en algo eterno y sublime.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

SILENCIO.


 El silencio pesa, como piedra, en el pecho,
es el grito que no llega, el abrazo deshecho.
Es la grieta en la mesa donde todos callamos,
miradas que se esquivan, verdades que enterramos.
No hay palabra que nombre el abismo entre dos,
ni puentes que unan cuando reina la voz
de lo no dicho, lo esquivo, lo ausente,
el silencio del otro, tan frío, tan hiriente.
Vos, que no hablas, qué llevas guardado?
Es miedo o desprecio lo que estás callando.
Es mi pensamiento, mi deseo, mi forma de ser
la que quiebra tus labios y te obliga a esconder.
Pero yo también soy cómplice del duelo,
de no tender mi mano ni buscar consuelo.
De cerrar mis oídos al eco que expande
el silencio, ese muro que nunca se ablande.
Vivimos cercados, vos allá, yo aquí,
ideales que chocan, fronteras sin fin.
Y el mundo se quiebra en pedazos dispersos,
dividido en silencios, ajeno a los versos.
Que alguien grite, por favor, que alguien cante,
que rompa este muro con voz desafiante.
Que el silencio no sea el lenguaje del odio,
si no el espacio sagrado donde nace el diálogo.

martes, 3 de diciembre de 2024

Con la Luna.

 Su sonrisa da vida,
abraza, acompaña,
y en sus ojos cargados de historias,
se lee la trayectoria de años
de trabajo, de amor, de lucha.
En medio de la jungla de cemento,
rodeada de juncos invisibles,
ella brilla como la luna,
una casualidad tan precisa
como el encuentro en el bondi
que cruza Buenos Aires,
entre tangos perdidos
y adoquines olvidados bajo el asfalto.
En una esquina de flores y esmog
nos hallamos sin buscarnos,
y desde entonces, volamos.
Volamos donde nadie nos ve,
donde los ruidos cesan
y los silencios construyen,
donde los sueños se alzan
como torres de palabras compartidas.
Creamos un mundo distinto,
hecho de metáforas políticas,
de poesías inconclusas,
y de mates silenciosos
que escuchan nuestras verdades
sin pedir razones.
Bajo la luna que baña el río,
nos dejamos ser.
El agua, testigo mudo,
nos ignora, pero nos espera,
lleva nuestro deseo
a quién sabe dónde.
Quizá a la orilla de un futuro,
quizá a la inmensidad del ahora,
pero siempre, juntos.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Tormenta y poesia.

El sol se quiebra ante tu mirada,
sincera, pícara, salvaje,
y entre vientos de tormenta,
tu rostro brilla,  como única luz
de un pueblo olvidado.
Te acunas en mis brazos, buscando refugio,
eres la tormenta del cariño,
el abrazo feroz de la comprensión,
y en los momentos extremos,
la furia del huracán que pasa,
como si el mundo solo quisiera
encontrar después la calma.
Eres simplemente así,
huracán y remanso,
tormenta y poesía,
única.

LA CUARENTA.

  El sol asomaba tímidamente entre los cerros mendocinos cuando iniciamos el viaje. El auto, cargado con lo esencial y con el mate listo, se sentía ligero, como si supiera que nos aguardaban kilómetros de paisajes y sueños compartidos. Ella, mi compañera en esta aventura, se acomodó en el asiento del acompañante, con esa sonrisa que parecía contener la promesa de cada paisaje por descubrir.
El primer tramo de la Ruta 40 nos regaló un desfile de viñedos que parecían no tener fin. El aire tenía un aroma fresco, a tierra mojada y uvas maduras. Ella encendió la música, una que mezclaba folclore y canciones que habíamos hecho nuestras en tantos momentos juntos. Su risa llenaba el auto cada vez que yo intentaba, sin éxito, seguir la melodía.
En San Juan, hicimos nuestra primera parada. Compartimos un mate en la inmensidad del Valle de la Luna, rodeados de formas caprichosas talladas por el tiempo. Es como estar en otro planeta, dijo ella, y sus ojos brillaban más que el sol que comenzaba a despuntar alto.
La travesía continuó entre quebradas y montañas que parecían cambiar de color a cada hora. En La Rioja, el viento nos trajo el aroma de la albahaca, y en Catamarca, los paisajes verdes de los valles contrastaban con la quietud de los pequeños pueblos. Cada curva de la ruta era un descubrimiento: un río cristalino, un guanaco observándonos curioso, o un cielo tan amplio que parecía abrazarnos.
Ella no dejaba de señalar los detalles. Una nube con forma extraña, un cactus florecido, las texturas de las montañas. Es como si todo estuviera aquí para nosotros”, dijo mientras tomaba mi mano. Yo asentí, sabiendo que, en realidad, era ella quien hacía especial cada momento.
Al llegar a Tucumán, los Calchaquíes nos recibieron con su majestuosidad. Caminamos entre los cerros, y esa noche, bajo un cielo estrellado, le dije cuánto significaba para mí. Ella respondió con una mirada que no necesitó palabras, y en el silencio, todo tuvo sentido.
Jujuy nos recibió como un abrazo largo. En Purmamarca, el Cerro de los Siete Colores nos dejó sin aliento. Nos quedamos un rato en silencio, disfrutando del momento, y luego seguimos hacia Tilcara, donde compartimos una comida típica mientras el sol se escondía tras las montañas.
Al final del viaje, mientras regresábamos por la misma ruta, entendí que no solo habíamos recorrido kilómetros; habíamos tejido recuerdos. Su risa, el mate caliente en la madrugada, su cabello ondeando con el viento al bajar la ventanilla, las canciones desafinadas que cantamos juntos. Todo eso quedó grabado en mi memoria, como los paisajes que adornaban la ruta.
Ella, la elegida, la única, hizo de este viaje algo más que una travesía: lo convirtió en una historia de amor que jamás dejaré de contar.


AMAR.

 Ese susurro que se cuela
como la arena por debajo de las puertas,
en las casas cercanas al mar.
Es la gota que brota de los poros
en los días de calor implacable,
el sabor único del cuerpo de la madre
en el primer abrazo de un bebé.
Sacude el corazón,
pone la piel de punta,
y en la soledad de la noche,
se instala sobre la almohada,
como un suspiro que no cesa.
Es un vino añejo, profundo y noble,
que embriaga el alma con un sorbo;
un tesoro preciado,
que cuidamos con manos temblorosas,
con el temor de perderlo.
Es una salamandra encendida,
en los inviernos donde el frío no perdona,
calor que arropa el alma,
luz que nunca deja de brillar.
El amor,
ni más ni menos,
es todo esto y más,
es aquello que no alcanzan las palabras,
es simplemente amar.



Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...