viernes, 26 de septiembre de 2025

La Pelota Pulpo nació en 1936 en el barrio de Saavedra,  gracias a Gerildo Lanfranconi, un ex operario de Pirelli experto en caucho. 
Su apodo “Pulpo”, ganado por su fuerza, dio nombre a la pelota, que se distinguió por su diseño a rayas rojas y blancas, su dureza y su rebote impredecible.
Junto a su hermano Arístides, fundó la empresa G. Lanfranconi SRL, que además fabricaba ventosas, pelotas de tenis y otros productos. En su época de auge llegaron a producir 5.000 pelotas diarias, y dominarla en el juego era un desafío que entrenaba a generaciones enteras de chicos en los barrios.
Tras la muerte de los fundadores, la empresa pasó a Juan Carlos, hijo de Gerildo. Pero la crisis de los 90 golpeó fuerte, y en 1994 dejó la producción.
La familia Cena tomó el relevo y mantuvo viva la marca. Hoy, Luis Cena y su hijo Nicolás continúan fabricando la Pulpo en Villa Lynch, aunque en menor escala, preservando la esencia original.
Este ícono argentino también fue homenajeado en el arte: una muestra en 2013 (Alma de Pulpo) y un documental en 2017 reafirmaron su lugar en la cultura popular.
La Pelota Pulpo es mucho más que un juguete, es un pedazo de memoria colectiva. En cada callejón, baldío o potrero, esa pelota desafiante enseñó a gambetear no solo a rivales, sino también a la vida.
Su permanencia, aun con los vaivenes económicos, demuestra que ciertos objetos no son reemplazables porque están cargados de identidad. 
La Pulpo es argentina como el asado, el mate o la camiseta albiceleste, y sigue recordándonos que jugar también es un modo de construir cultura.

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