Los arcos de tu fachada,
mis pisadas que hicieron raíz
sobre aquella piedra roja partida
y los mármoles de la escalera
acusando tu edad, hablan de vos.
El pino mágico, que miro,
miré y seguiré mirando desde el pasillo;
el patio y las baldosas de la planta alta,

tu conjunto escultórico
y, con él,
la historia de nuestro país
ante el mundo.
Tu mundo y mi historia,
en aquellas altas aulas,
llenas de frío
y de nuestro calor: cada mañana,
a las ocho menos diez,
y cada noche,
a las diez y diez.
Todo pasa y todo queda,
decía el poeta,
y cuarenta y cinco años después
quedó en mí
más de lo jamás imaginado
y mucho más
de lo jamás pensado.
La historia, los amigos
y... los hermanos de la vida.
Todo está en vos,
en cada rincón
de este lugar que no nombro,
porque cada uno de nosotros
sabe de quién hablo
porque ellos, y solo ellos,
lo podrán pensar, nombrar y recordar.