entre los últimos
cantos de jilgueros
y cotorras salvajes,
te encontré
entre las copas
de los árboles de mi plaza.

de donde todos los días
vienes y vas,
sorteando las horas de sol,
de luna, lluvia, frío o calor.
Y ahí,
donde la vereda canta,
los niños ríen
y la historia
cuenta infancias inolvidables
del barrio que se cae de la Capital,
te encontré susurrando la luna,
acunando esperanzas
y dejando fe y esperanza
a cada paso,
detrás de la aureola
que solo yo vi,
cuando nos vimos,
antes de mirarnos
por primera vez,
aquella loca tarde
antes del treinta y uno.
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