Todo ocurrió a orillas del Capitán,
donde la noche nos envolvió en su complicidad.
Bailamos en el muelle hasta que las estrellas
parecieron inclinarse a mirarnos,
y allí, entre risas y susurros que ardían,
como si buscaran secretos antiguos.
Nos besamos con hambre,
con la urgencia de dos cuerpos que sabían
Caímos sobre la madera tibia, temblando,
y nuestros labios se extraviaron
en paisajes húmedos y temblorosos.
Mis dedos dibujaron tu geografía entre gemidos,
mientras tu boca inventaba caminos nuevos sobre mí,
despertando incendios donde antes solo habitaba el sosiego.
Al amanecer, abrazados y exhaustos,
prometimos en silencio vivir el delta
hasta el último suspiro,
hundirnos en sus aguas
como nos habíamos hundido el uno en el otro,
sin pudor, sin límites, eternamente sedientos.

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