miércoles, 25 de diciembre de 2024

 El encanto de una tarde de domingo,
cuando el sol del verano
acaricia tu rostro humedecido,
y ese aroma a azahares recién cortados
se desliza por el aire
como un susurro de la tierra.
Una brisa tenue, cómplice del río,
acompaña el murmullo de las aguas
que cantan historias de encuentros.
Tu sonrisa ilumina el paisaje,
tu mirada, esa chispa que convierte
lo simple en eterno.
Las nubes, en su cabalgata interminable,
dibujan formas que solo la imaginación
pueden descifrar.
Un elefante, un barco,
un corazón efímero,
todo pasa, pero en el cielo queda la esencia
de lo soñado.
Buenos Aires respira esta tarde,
a veces triste, a veces alegre.
El eco de un tango lejano
se desliza entre las calles,
con ese dejo de nostalgia
que solo el bandoneón sabe traer.
Es el fin de la tarde,
el preludio de una semana
que se asoma detrás del horizonte.
Las rutinas aguardan,
bajo los zapatos gastados,
pero por ahora, todo se detiene.
La vida es este instante:
la brisa, el río, y vos.
Tu risa suave se mezcla con el aire,
y yo descubro,
en el encanto de esta tarde de domingo,
que no hay tiempo más perfecto
que aquel que comparto con vos.
 El sol se escondía detrás de los sauces del Delta del Tigre, pintando el río con tonos dorados y rojizos, como si el cielo supiera que esa noche sería especial. Ella encendió las luces del pequeño árbol que habían armado juntos en la cabaña. Él, con una sonrisa que le iluminaba el rostro, terminaba de acomodar la mesa en el muelle, bajo un cielo que prometía estrellas infinitas.

No había grandes decoraciones ni bullicio, solo el murmullo del agua acariciando la madera y el canto lejano de algún ave nocturno. Esa sencillez les bastaba; era su primera Nochebuena juntos y querían que fuera un reflejo de lo que habían encontrado en el otro: paz, complicidad y un amor que no necesitaba adornos.
Se sentaron frente a frente, rodeados de velas y con una brisa que traía el aroma de los pinos cercanos. Brindaron con copas que reflejaban la luna, agradeciendo el año que los había unido y soñando con los días por venir.
—No puedo imaginar un lugar mejor para estar —dijo ella, entrelazando su mano con la de él.
—Ni una persona mejor con quien compartirlo —respondió él, con una ternura que le llenó los ojos de lágrimas.
Tras la cena, decidieron caminar por la orilla, llevando una linterna que apenas necesitaban gracias al fulgor del cielo despejado. Los sonidos del Delta eran su música: el croar de las ranas, el crujir de las ramas al ritmo del viento y el chapoteo suave de los peces.
De regreso, se sentaron en el muelle, en silencio, mirando las luces de las casas vecinas que parpadeaban como estrellas terrenales. Él sacó una guitarra que había escondido como sorpresa y comenzó a tocar una melodía suave, una canción que hablaba de amor y nuevos comienzos.
Esa noche no hubo fuegos artificiales ni grandes festejos, pero mientras se abrazaban bajo el cielo del Delta, supieron que habían creado un recuerdo único, un momento que guardarían en el corazón como el verdadero espíritu de la Navidad: el de estar juntos, en paz y llenos de amor.


Se va el año, compadre, y en su retirada
quedan las calles de un tango dolido,
el empedrado guarda en su mirada
las mil ausencias que nos trajo el olvido.
Fuelle que llora, desde un balcón lejano,
como si supiera que el tiempo no espera.
Las noches de humo y vino en la mano
se vuelven fantasmas de otra primavera.
Se va el año, porteño, y en cada esquina
late el murmullo de un barrio cansado,
pero el amor, ese que nos ilumina,
brilla en tu abrazo, mi refugio sagrado.
Con vos viví lo dulce y lo amargo,
la milonga eterna de un mundo que gira.
Bailamos entre sueños que se hicieron largos
y en tus ojos hallé la paz que suspira.
Brindemos, querida, por lo que partimos,
por las esquinas que nunca olvidamos,
y que el año nuevo traiga caminos
donde el amor sea lo que armamos.
Fuelle, seguí llorando, que esta despedida
tiene nostalgia, pero no es derrota.
El tango sabe que en la vida vivida
cada compás es un beso que flota.
Se va el año, compadre, bajo la luna,
y el reloj marca que todo empieza.
En Buenos Aires, donde el alma es una,
y cada final; siempre tiene una sorpresa.

domingo, 22 de diciembre de 2024


 El sol esquiva las nubes,
las estrellas juegan con la luna,
y el pasado se divierte en el presente,
sabedor de que, en el futuro,
todo será olvido.
Tus cabellos,
libres en el aire,
parecen retratos
de momentos maravillosos.
Tus labios,
brillantes y suaves,
lucen matices que bailan
dentro de la misma gama,
como si el invierno y el verano
se encontrasen en ellos.
Hoy, el sol se va
pocos minutos después de las veinte,
despidiéndose con un abrazo cálido,
pero hace meses,
a esa misma hora,
ya cenábamos en la oscuridad.
El cielo, antes cerrado y mudo,
se alzaba sobre nosotros
como un refugio eterno,
y yo te abrazaba.
Sonreías entonces,
como sonríes hoy,
aunque ahora bailes al compás
del calor que enciende la piel.
Recuerdas la ropa que te abrigaba,
los tejidos gruesos
que el frío exigía.
Pero todo cambia,
menos el amor.
Ese amor que permanece,
firme como la raíz de un árbol
que no cede ante las estaciones.
En cada cambio,
en cada giro,
hay una constante:
la amistad que florece en el alma,
el amor que nos envuelve
en sus brazos invisibles,
y esos momentos donde,
a solas,
nos decimos los secretos más íntimos
al oído,
sin que la luna se entere.
Ella, testigo eterna,
nuestra fiel compañera,
es la única que sabe,
entre las sombras y la luz,
que de cambio en cambio,
el amor incondicional
es siempre el mismo.

 El sabor del café,
recién filtrado,
y ese aroma a tostadas del amanecer,
pintan la cocina
con los colores de un nuevo día.
La mesa, las sillas,

los pequeños detalles
hablan en susurros de un amor eterno,
un amor que no se detiene
ni con el tiempo,
ni con la distancia.
En cada rincón,
en cada sombra cálida,
están los que se fueron.
Danzan entre el perfume del café,
se ocultan entre los pliegues del silencio,
y con cada rayo de sol
acarician nuestras mejillas,
recordándonos que nunca se han ido del todo.
Ellos sonríen desde el misterio.
Sonríen al vernos avanzar,
al ver que la vida continúa,
que aprendamos a caminar
aunque falten sus pasos junto a los nuestros.
Porque saben,
saben que la existencia
es un río que no deja de fluir,
y nos animan desde sus cielos invisibles
a sumergirnos en sus aguas,
a abrazar lo que viene
sin olvidar lo que fue.
En la risa de los niños,
en el canto de los pájaros,
en las miradas que cruzamos con otros,
están ellos.
Aplauden nuestros logros,
celebran nuestras pequeñas victorias.
No quieren lágrimas infinitas,
sino sonrisas que florezcan
del recuerdo de los momentos compartidos.
La vida sigue,
y ellos lo saben.
Nos ven preparar la mesa,
compartir un mate,
buscar nuevos caminos
con la fuerza que heredamos de ellos.
Y en su eterna sabiduría,
nos abrazan con alegría,
nos susurran sin palabras
que la continuidad es la mejor forma de honrarles.
No hay tristeza en sus ojos,
solo un brillo cálido,
un aliento suave que nos dice:
Vivan, vivan con todo lo que son,
porque en cada paso que den,
en cada sueño que alcancen,
ahí estaremos,
aplaudiendo desde el horizonte.
Así,
el café sigue humeando,
las tostadas crujen en la mañana,
y la vida,
tan frágil y tan fuerte,
se despliega ante nosotros.
Con ellos en el corazón,
y nosotros,
viviendo por los que están
y también por los que partieron.




 Llámame cuando quieras,
cuando tengas ganas,
sin ataduras ni horarios,
sin la carga de la obligación.
Llámame cuando tu corazón
te lo cuente al oído,
cuando sientas que las palabras
se escapan de tus labios.
A cualquier hora,
en cualquier instante,
porque el tiempo no importa
cuando el deseo es sincero.
No hay reglas,
solo el pulso de las emociones
marcando el compás
de un diálogo que espera.
Es tan simple,
tan perfecto,
como el murmullo del viento
que roza suavemente las hojas,
como el sol que entra tímido
por la ventana,
sin preguntar si es el momento adecuado.
Llámame cuando lo desees,
cuando el silencio busque compañía,
o cuando tu risa busque un ancla
en mi voz.
Porque ese momento,
tan pequeño y tan grande,
será un regalo,
uno que compartiremos
sin expectativas,
solo por el placer de estar.
Entonces, ese instante,
será maravilloso para los dos.


 Llámame cuando quieras,
cuando tengas ganas,
sin ataduras ni horarios,
sin la carga de la obligación.
Llámame cuando tu corazón
te lo cuente al oído,
cuando sientas que las palabras
se escapan de tus labios.
A cualquier hora,
en cualquier instante,
porque el tiempo no importa
cuando el deseo es sincero.
No hay reglas,
solo el pulso de las emociones
marcando el compás
de un diálogo que espera.
Es tan simple,
tan perfecto,
como el murmullo del viento
que roza suavemente las hojas,
como el sol que entra tímido
por la ventana,
sin preguntar si es el momento adecuado.
Llámame cuando lo desees,
cuando el silencio busque compañía,
o cuando tu risa busque un ancla
en mi voz.
Porque ese momento,
tan pequeño y tan grande,
será un regalo,
uno que compartiremos
sin expectativas,
solo por el placer de estar.
Entonces, ese instante,
será maravilloso para los dos.


 La magia está en tus silencios,
en esos que guardas con picardía,
escondiendo palabras difíciles de decir,
pero que se leen,
claras y sinceras,
en la profundidad de tus ojos.
Esos silencios
hablan un lenguaje propio,
uno que no necesita sonido,
porque tu sonrisa
se convierte en la frase perfecta,
y esa forma de abrazar,
tan única y verdadera,
es el poema que solo el río y la luna
pueden entender.
Hay un misterio en tus gestos,
un secreto que compartes
con las estrellas,
un susurro que el viento roba
para llevarlo lejos,
a donde mi corazón lo alcance
y lo haga suyo.
Cada pausa tuya
es un latido más del tiempo,
un instante suspendido
que no necesita explicación,
porque todo lo que callas
grita en el brillo de tu mirada
y en la calidez de tu presencia.
Y así,
en tus silencios,
descubro mundos,
puentes invisibles
que conectan tu alma con la mía.
En ellos está la magia,
esa que solo tú sabes conjurar,
esa que transforma lo cotidiano
en algo eterno y sublime.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

SILENCIO.


 El silencio pesa, como piedra, en el pecho,
es el grito que no llega, el abrazo deshecho.
Es la grieta en la mesa donde todos callamos,
miradas que se esquivan, verdades que enterramos.
No hay palabra que nombre el abismo entre dos,
ni puentes que unan cuando reina la voz
de lo no dicho, lo esquivo, lo ausente,
el silencio del otro, tan frío, tan hiriente.
Vos, que no hablas, qué llevas guardado?
Es miedo o desprecio lo que estás callando.
Es mi pensamiento, mi deseo, mi forma de ser
la que quiebra tus labios y te obliga a esconder.
Pero yo también soy cómplice del duelo,
de no tender mi mano ni buscar consuelo.
De cerrar mis oídos al eco que expande
el silencio, ese muro que nunca se ablande.
Vivimos cercados, vos allá, yo aquí,
ideales que chocan, fronteras sin fin.
Y el mundo se quiebra en pedazos dispersos,
dividido en silencios, ajeno a los versos.
Que alguien grite, por favor, que alguien cante,
que rompa este muro con voz desafiante.
Que el silencio no sea el lenguaje del odio,
si no el espacio sagrado donde nace el diálogo.

martes, 3 de diciembre de 2024

Con la Luna.

 Su sonrisa da vida,
abraza, acompaña,
y en sus ojos cargados de historias,
se lee la trayectoria de años
de trabajo, de amor, de lucha.
En medio de la jungla de cemento,
rodeada de juncos invisibles,
ella brilla como la luna,
una casualidad tan precisa
como el encuentro en el bondi
que cruza Buenos Aires,
entre tangos perdidos
y adoquines olvidados bajo el asfalto.
En una esquina de flores y esmog
nos hallamos sin buscarnos,
y desde entonces, volamos.
Volamos donde nadie nos ve,
donde los ruidos cesan
y los silencios construyen,
donde los sueños se alzan
como torres de palabras compartidas.
Creamos un mundo distinto,
hecho de metáforas políticas,
de poesías inconclusas,
y de mates silenciosos
que escuchan nuestras verdades
sin pedir razones.
Bajo la luna que baña el río,
nos dejamos ser.
El agua, testigo mudo,
nos ignora, pero nos espera,
lleva nuestro deseo
a quién sabe dónde.
Quizá a la orilla de un futuro,
quizá a la inmensidad del ahora,
pero siempre, juntos.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Tormenta y poesia.

El sol se quiebra ante tu mirada,
sincera, pícara, salvaje,
y entre vientos de tormenta,
tu rostro brilla,  como única luz
de un pueblo olvidado.
Te acunas en mis brazos, buscando refugio,
eres la tormenta del cariño,
el abrazo feroz de la comprensión,
y en los momentos extremos,
la furia del huracán que pasa,
como si el mundo solo quisiera
encontrar después la calma.
Eres simplemente así,
huracán y remanso,
tormenta y poesía,
única.

Entre Vos y Yo. +

El brillo de tus ojos, el color de tu cabello y la sensualidad que despliegas en cada palabra de enojo, solo está en vos, en las canas que e...