luchadora incansable en mares de tormenta,
y aun así, en medio del correr de la vida,
guardas la ternura de un susurro al amanecer.
Tu inteligencia es luz que guía caminos,
y con cada palabra, construyes puentes
hacia un mundo que entiendes y transformas.
Eres capaz, poderosa,
con manos que levantan y sostienen,
con una voluntad que desafía los vientos
y un corazón que late al compás de la esperanza.
Hermosa, sí, pero más allá del reflejo,
tu belleza es la calma de una mirada sincera,
el misterio de un gesto que no se agota,
la gracia que encuentras hasta en lo sencillo.
Eres amada, profundamente, sin medida,
porque en ti habita el fuego de los sueños,
la suavidad de un abrazo en el momento justo
y la promesa de un mañana que siempre florece.
En vos se mezclan las mareas y los cielos,
la pasión ardiente y la dulzura calma.
Eres la llama que calienta mi pecho
y el agua que apacigua mi sed.
Tu risa es un canto que llena la casa,
tu piel, un lienzo que guarda historias,
y tu voz, la melodía que me acompaña
en cada uno de mis días y mis noches.
Eres un libro que nunca dejo de leer,
una aventura que no deseo terminar,
el motivo por el que mi mundo
tiene sentido y horizonte.
Tu sensualidad no está en el artificio,
sino en la manera en que existes, plena.
En cada mirada que entrega y reclama,
en cada gesto que promete universos.
Por todo esto y más, mujer amada,
luchadora de días y noches,
te celebro, te admiro y te deseo.
Sos vos, el eje de mi alma y mi verso.
Sos vos, la razón de este poema.
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