No fue sudor
fue la entrega completa,
el cuerpo y el alma encendidas
sobre una sábana donde el mundo dejó de existir.
Tu cabello, húmedo
caía sobre vos
mientras tu cuerpo respiraba
esa danza nueva,
esa pulsación que descubría el universo
del mismo modo en que yo
te descubrí a vos.
El instante pudo ser eterno:
no había tiempo,
no había fuera,
solo el milagro de ser uno,
de reconocerse en el otro
como un fuego compartido.
Faltó apenas
el columpio de la luna,
el coro leve de las estrellas,
y esa luz tenue de tu sonrisa
que enmarcó la escena
como el comienzo perfecto
de un viaje sin regreso.

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